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Capítulo II

EIR

Óskar me miraba con extremada curiosidad. Podía sentir su mirada penetrante sobre mí y eso más que molestarme, me avergonzaba. Levantó la caja de leche y la movió como para llamar mi atención.

—¿Más leche para tus gachas? —preguntó gracioso. Negué con la cabeza aun masticando. Sentía como si no hubiese comido en siglos y luego de mi patética actuación sentimental matutina el hambre pareció volver a mi cuerpo. Más que la sensación propia fue como si de pronto algo se hubiese liberado y la ansiedad me consumiera. Óskar había ido en busca de Hafragrautur y café mientras yo me duchaba. Afuera aún estaba más bien obscuro, nada extraño considerando que eran a penas y las 9 de la mañana.

No hablamos mucho, en verdad fue muy poco lo que dijimos salvo su sencilla explicación del porqué estaba yo allí en su habitación barata de hotel. Luego de tratar de averiguar algo sobre él me rendí; al parecer era un sujeto sumamente habilidoso cambiando de tema y a decir verdad se le daba muy bien porque aun luego de insistir en reiteradas ocasiones no supe más que su nombre y uno que otro dato y que estaba allí sólo en la isla después de mucho tiempo. Luego de eso me llevó hasta casa.

Nunca olvidaré el rostro de Yrsa respaldado por el de mi abuela. Ambas con un semblante reprobatorio. Ambas de pie con los brazos cruzados observando indiscretamente desde el porche. Mi madre conteniendo a la abuela de tal vez acercarse y montar un escenario a Óskar, porque evidentemente ya se había rendido de montármelos a mí. Me quedé unos minutos sin decir nada en el asiento de copiloto de la camioneta de Óskar antes de salir. Fue él quien rompió el silencio.

—Ellas parecen estar molestas y preocupadas.

—Tan sólo están molestas –aclaré observándolas de reojo por la ventanilla.

—Si quieres puedo ir y tratar de tranquilizarlas un poco.

—No hará basta. No te ofendas pero creo que tan sólo empeoraría la situación. Ya me entiendes, no pareces un chico de dieciséis precisamente —. Él rió —. Escucha, yo tan sólo quiero agradecerte por lo de anoche. Sé que quizás piensas que soy una cría irresponsable y lo cierto es que esa es la verdad.

—No creo que seas una cría irresponsable. No lo pareces al menos.

—No hace falta que intentes darme ánimos. Sé quién soy y...

—Exacto —interrumpió él acercándose lentamente hacia mí. Fue estúpido pensarlo, lo supe en ese instante o al menos eso creía, pero de cualquier forma los vellos del brazo se me erizaron ante su movimiento. No era precisamente la chica más cursi del mundo pero ese pequeño instante hizo que mi estomago se apretara al imaginar que él iba a besarme y la idea por sí sola me gustó. No por lujuria ni deseo, sino porque esa fue la primera vez luego de mucho tiempo en que me sentí como una adolescente normal, una tonta adolescente que siente un cosquilleo y ansias por algo nuevo, una tonta adolescente que se enamora de un chico mayor —. Será mejor que vayas con tu familia de una vez —dijo él finalmente, muy cerca de mí abriendo la puerta de mi asiento para luego volver a su posición original, todo en un segundo, cuando mi mente creía que él iba a besarme. Me sentí como una idiota, pero extrañamente feliz. O algo por el estilo.

Yrsa me sermoneó en el recorrido desde la puerta de la casa de mi abuela hasta la que era mi habitación. Me tenté con la idea de cerrarle la puerta en las narices y dejarla allí plasmada hablando sola pero no fue necesario porque mi abuela, que también nos había seguido el paso, se enfrascó en una conversación con ella justo en frente de mi puerta haciendo que mi madre dejara de encararme.

—Escucha Yrsa, tu hija está fuera de control. Ya te he dicho antes que deberías dejar un tiempo tu trabajo al margen y dedicarte más a la crianza.

—Oh por dios, ¿no estará culpándome a mí, Helga? —acotó mi madre ofendida. —Ásgrim siempre la consintió demasiado, si hay un culpable a su rebeldía no es otro que su propio hijo. Yo no sé qué hacer con ella. Ni siquiera me escucha, lo sabe usted muy bien suegra.

Y allí era donde todo siempre comenzaba o terminaba. La inagotable conversación sobre mí padre y mis motivos para justificar mi comportamiento desinteresado.

—Ella no era así cuando Ásgrim vivía. Su pérdida aún le afecta, Yrsa —. Mamá se mofó ante las palabras de mi abuela.

Por una extraña razón, mi madre siempre desligaba el hecho de que mi padre hubiese muerto como una respuesta a mi conducta alborotada, como si fuera incapaz de creer que su muerte me hubiese afectado tanto. Como si yo debiese sentir tal y como ella lo hacía. Lo cierto es que sabía que sí le había afectado pero no porque su esposo se hubiese ido dejándola a ella aquí en este mundo de mierda, porque mi madre ya no le quería, ya no le amaba. Su dolor tan sólo había sido un dolor trivial, un dolor soportable.

En cambio para mí, la muerte de mi padre había significado perderlo todo.

—Desde que tiene cinco años ha sido así —dijo mi madre —Rebelde, terca, inadaptada. Siempre llevándome la contraria por mero gusto. Su padre la crió de esa forma —se escudó repitiendo el mismo discurso de siempre. —Ásgrim desde siempre la alejó de mí. Siempre le dije que quería una hija exitosa, inteligente, femenina; siempre quise lo mejor para ella pero él se empeñó en desacreditarme instándola a estudiar en el conservatorio cuando podría haber entrado en una buena escuela en el extranjero ¿Y ahora?, ¿qué tiene ahora? Ni siquiera acabó el grunnskóli.

—Y por ello es que debes obligarla a retomar.

—¿Para que termine dictando clases en primaria tal y como su padre? Su plaza en el conservatorio nos costaba una fortuna, Helga. Ella desperdició su oportunidad. Claro que debe retomar la escuela pero no estoy segura de que tenga la determinación para hacerlo. No sé si vale la pena esforzarse tanto cuando ella no pone nada de su parte.

—Es aún una niña, necesita que sus seres queridos la ayuden a retomar el curso de su vida.

—Lo que necesita es un internado —finalizó mi madre. Luego, sólo escuché el sonido de sus tacones bajando por la escalera. Mi abuela seguramente se habría asomado hasta mi habitación con suma cautela para luego de una rápida inspección a mi cuerpo inerte en la cama, seguir la dirección de mi madre.

Yo podía ser algo arrogante y hasta inmadura tal y como ella afirmaba porque en cierto sentido Yrsa no se equivocaba del todo en sus palabras, yo estaba consciente de que había mandado todo al carajo, era completamente consciente de que mi vida pintaba fatal ante la sociedad pero aún así estaba segura de que mi madre no iba a comprender jamás los verdaderos motivos de mi comportamiento y es que simplemente todo había dejado de importarme. Absolutamente todo.

No me levante de la cama en toda la tarde. Comprobé la hora en el móvil y noté que ya eran las siete menos quince. Había perdido todo el día aunque no es que tuviese mucho que hacer realmente. Afuera estaba oscuro, no me sorprendía. Tenía la sensación de que hacía días que no veía la luz del sol y en realidad no era una sensación tan descabellada considerando que en general durante las escasas horas de sol de las cuales gozábamos en estas fechas durante el día yo simplemente estaba durmiendo la borrachera de la noche anterior.

—¿Dónde está Yrsa? —inquirí a mi abuela entrando en la cocina. La habitación expelía un sinfín de olores que salía de las cacerolas. Allí también estaba Anna, mi tía solterona que se había embarazado de un desconocido voluntariamente hacía tres meses ya que nunca había estado muy a gusto con los compromisos.

—Se ha ido a casa hace un par de horas para desempacar, aunque ha de estar por venir a cenar. Qué tal si nos acompañas.

—Oh sí, sí. Quédate a cenar Eir. Mamá y Lára han preparado hákarl.

Quizá mi tía Anna lo había dicho por educación porque estaba segura de que no me imaginé su rostro descompuesto cuando contesté que sí iba a quedarme a cenar; tampoco podría haber sido obra de mi imaginación el sonoro ruido que hizo el cuchillo sobre el acero inoxidable del lavavajillas cuando resbaló de las manos de la abuela. La verdad es que me arrepentí luego de haber aceptado y no sólo por las constantes miradas de mi abuela y tía cada dos por tres, como queriendo comprobar si me había golpeado la cabeza o algo por el estilo. De cualquier forma, en verdad estaba hambrienta pero suponía que sería muy desgraciada matando las esperanzas de ambas en que quisiera un poco de compañía familiar. Para cuando Yrsa llegó quince minutos más tarde, la mesa ya estaba puesta. Lára comenzó a servir el hákarl y sin mediar mucha formalidad comenzamos a comer. El ambiente estaba algo tenso, pero no lo suficiente como para que nos sintiéramos incómodos, lo cierto es que todas parecían haber olvidado que esa mañana mi madre se había molestado en demasía conmigo. No que fuera una cosa para alarmarse porque ya estábamos acostumbrados; todos ellos a mi comportamiento y yo a sus enfados, fuesen directos o indirectos.

Lo que sí fue sorprendente esa noche sucedió a unos cuantos minutos de haber iniciado la cena. Lo fue al menos para mí. Alguien llamó a la puerta con tres golpecitos seguidos. Vi como Lára se levantó para ir a ver quién era pero mi madre la interceptó rápidamente; esa fue la primera señal. Me la quedé mirando extraña pero sin prestar mayor atención volviendo a concentrarme en la comida, Anna volvió a hablar sobre sus antojos y en cosa de dos minutos mamá apareció de regreso en el comedor. No venía sola.

A nuestros ojos un hombre de mediana edad, de aspecto elegante y con una sonrisa insoportable en su rostro se presentaba pidiendo disculpas por la interrupción pero por sobre todo por la tardanza. Me pregunté internamente quién mierda era el sujeto ya que a juzgar por sus palabras obviamente había sido invitado esa noche.

—Este de aquí es Sindri Petterson. El buen amigo del trabajo del que le había hablado Helga.

Sindri Petterson se unió a la cena. Parecía ser un sujeto bastante normal y simpático. Tanto a la abuela como a Anna les cayó de maravilla y de a poco comencé a notar en cómo todas parecían demasiado agradadas por su presencia, sobre todo mi madre. A pesar de ello algo no encajaba y no era más que su inusual interés en mí. A cada oportunidad preguntaba algo sobre mi vida y yo simplemente respondía con frases monosílabas y desinteresadas.

—Yrsa me ha comentado que tocas el piano.

—Tocaba —respondí secamente. Era cierto, desde que mi padre había muerto había renunciado a la música. —Ya lo he dejado.

—Ah, no deberías rendirte tan fácilmente. A tu edad ser perseverante es importante. Si practicas con dedicación estoy seguro de que puedes llegar a ser muy buena. Siempre he creído que tocar un instrumento musical es un excelente pasatiempo.

Por primera vez le miré directamente. Tal vez podía estar siendo algo arrogante pero estuve a punto de decirle con malicia de que se equivocaba al tacharme como una simple aficionada. Yo lo sabía y todos en aquella mesa, salvo el nuevo sujeto, también eran conscientes del talento innato que había profesado hasta hacía cuatro meses respecto de la música. Lo había heredado de papá y éste del suyo; como si fuera parte de nuestros genes. Todos en aquella gran familia islandesa habían tratado de que volviera a tocar, todos salvo mi madre. Decían que no podía desperdiciar mi habilidad, decían que si dejaba en verdad la música me arrepentiría porque era parte de mi esencia y en muchas ocasiones así lo creí, porque la sensación que experimentaba cada vez que mis dedos se movían por las teclas del piano me llenaba de paz y dicha; me sentía en mi hogar. Pero todo aquello, todas esas emociones placenteras y divinas se habían esfumado.

Yo ya no podía amar al piano, ni a la música sin sentir odio. Porque todo ello me recordaba a papá y pensar en él no era sino que pensar en su muerte y en que no lo merecía y en que la vida era una mierda y que dios tan solo era un desgraciado que se divertía quitándoles la vida a quienes más la amaban. Porque mi padre amaba la vida, su vida, y no merecía morir. Sentarme frente al piano, escuchar el sonido de cada tecla me rompían el alma, me descontrolaban, me hacían recordar el dolor. Yo ya no quería recordar nada, no quería tener nada que pudiese recordarme a mi padre y aún así no quería olvidarme de él; me aterraba olvidarlo.

—¿Sabéis lo que sería una buena idea?, ir a ese concierto de la filarmónica la semana siguiente. Podría conseguir boletos. —Propuso Sindri Petterson. Me pareció una idea fatal pero antes de que pudiese decirle que no se molestara en conseguirlos mamá ya le estaba agradeciendo amablemente. En ese momento no pude no notar las sonrisas cómplices que ambos intercambiaron y la mano de Sindri Petterson sobre la de mi madre. Luego comprendí lo que realmente estaba sucediendo allí.

Mamá se había echado un novio encima.

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