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XXXVIII - Rescate

C a p i t u l o - 3 8

Mi corazón iba a mil por horas. Jamás había visto a Sacha con esa mirada, ni dando ordenes para mí ella era hasta ahora una chica tranquila que no le hacía daño ni a una mosca.

—Vuelvan a su trabajo.

Ví que por solo un microsegundo hizo contacto visual conmigo pero no me reconoció y eso me decepcionó un poco. Había pasado el suficiente tiempo con ella como para reconocerla en cualquier lugar del mundo, de espalda o incluso hecha hielo. La había llorado y ella simplemente era una especie de espía que quería solo traernos a Teluria para sabra dios que. Estoy muy decepcionada de ella.

Seguimos caminado hasta llegar a una entrada a un lugar subterráneo. Seguramente allí era donde iban a ocultar a los prisioneros. Cogí mi arma y lo mejor fue que no se dieron cuenta cuando les apunte, yo era la última que iba caminando.

—Detenganse.

La voz me salió profunda cuando en realidad temía porque me descubrieran y los lastimaran. Apenas escucharon mi voz se voltearon despreocupadamente y al ver el arma que les apuntaron se tensaron. Intentaron agarrar el arma pero les hice una seña quitando el seguro de mi arma. Alejaron la manos lentamente.

—¿Quien eres...?

—Tiren sus armas —le corté.

Uno de los chicos ese llamado Jared, no estaba en guardia solo tenía las manos en alto como si ya hubiese sabido lo que venía a hacer. Los chicos con cuidado sacaron sus armas de sus bolsillos y las tiraron. En sus cara había una serie de preocupación.

—Nosotros solo nos ocupamos de los prisioneros.

—¿Tienen algunas otras armas?

—No... —intentó decir uno de los guardias.

—Tiren todas las armas, idiotas —dijo aquel chico, Jared.

Todos los guardias lo miraron y yo me sorprendí un poco.

—¡Jared! —reprendió un guardia.

—¿Queréis que los maten? Porque si intentan hacer algo ella nos matará sin avisar solo por callarnos. ¡Tiren todas las armas!

Sacaron armas hasta de dónde no sabía que se pudieran meter armas. Los prisioneros estaban parados todavía con las capuchas sin saber nada de la situación.

—Tiren las armas hacia acá con el pie.

Así lo hicieron incluso ese chico Jared. Estaban expectante a ver lo que hacía, cada movimiento que daba como cazador con su presa.

—Oye...

—¿Quienes son los prisioneros?

—No lo sabemos —dijo un guardia con voz frívola.

—¡Hablen! —apunte con más precisión a uno de los guardias.

—¡Que no lo sabemos!

—¿Crees que soy tan estúpida?

—No. Nos hemos dado cuenta que eres muy lista. ¿A qué guardia le robaste el uniforme? Con el cuerpecito que tienes lo debiste robar mientras se duchaba porque para combate no sirves —escupió uno de los guardias.

Me dieron ganas de reírme, de restregarle en la cara que no tuve que combatir para robarle el uniforme solo cogerla desprevenida. Me dieron tantos sentimientos que quise reír, llorar por la situación y estaba enojada a la vez. Lo que hice fue acercarme a uno de los prisioneros y destapar su cabeza para ver si rostro. No eran ellos.

Así hice con cada uno de los otros prisioneros.

—¿Donde están los demás prisioneros?

—¡No lo sabemos perra loca!

—¿Les gusta jugar? —salio de mi boca.

—¿Eh?

—¿Que? —preguntó uno confundido.

—Ya se volvió loca.

Rodé los ojos.

—Hagamos esto más creíble.

Apunte directo a una de las piernas de un guardia. Con la pistola y el silenciador. No iba a a cometer un error tan grave. Le dispare haciendo que se encogiera del dolor y los otros guardias lo mirarán con cara de horror. No supe cómo lo hice pero no sentí nada. Solo una repulsión enorme.

—¿Estás loca? ¡Estúpida! —gruñó de dolor.

Se sentó en el suelo tapando la herida con la mano para que no soltará un mar de sangre.

—Espero no volver a repetirlo. ¿Donde están los demás prisioneros? —dije con la voz más seria que tenía pero no me respondieron —¡Genial! ¿Quien va a ser el siguiente?

—Estan en las mazmorras del castillo.

—¡Vaya! Hasta que alguien decide hablar.

Cogí todas las armas del suelo.

—¿Que vas a hacernos?

—¡Callados y arrodilláos! ¡Rápido, en una fila!

Lo hicieron apenas los volví a apuntar con el arma. Se pusieron en una fila como les pedí. Cogí la culata de la pistola y le di en la nuca a cada uno hasta que llegue a aquel llamado Jared. Era el último.

—¡Levantate! ¡Llévame hasta las mazmorras!

Me hizo caso en lo que le dije y me llevo hasta las mazmorras. Fue un camino en el que pasaron muchos guardias por nuestro lado y pensé que me iba a delatar pero no lo hizo. Solo saludo amablemente a los guardias que lo saludaban. No me delató. Eso fue muy extraño teniendo en cuenta que prácticamente lo secuestre.

Llegamos hasta las mazmorras y me asome. Habían unos cincuenta prisioneros en total.

—¿Quienes son?

—Son de la cuidad de Oakuille.

—¿No traían un niño?

—Si.

Me busco el niño y agradecí por ello. También en unos minutos encontré a Moira, Namir y Cardan. Entre todo el tumulto de personas se me ocurrió la mejor de las ideas. Ellos no debían quedarse aquí. No tenían porque ser prisioneros. Cada que caminaba me daba cuenta que si estado estaba en decadencia: estaban tirado en el suelo con ropa vieja, rasgada. Muchos tenían canas y barbas largas como si hubiesen pasado en este lugar más tiempo del necesario. Moira estaba también casi igual que los demás prisioneros. Su ropa estaba rasgada, sus ojos portaban unas grandes ojeras, el verdor de sus iris estaban un poco desgastados. Igual los demás.

Quería solo una vida tranquila, nunca me imaginé que era la elegida, mucho menos de que por querer ayudar a Sacha iba a acabar en todo esto. Veía a aquellas personas tratados como animales enjaulados. Si estaban el celdas como animales acurrucados en una esquina temerosos de lo que les harían.

Solo podía pensar en una cosa.

—Chicos... ¡Estamos en guerra!

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