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XLII - Mi última batalla

C a p i t u l o - 4 2

Abrí los ojos y ya no estaba ni en el laberinto, ni en la biblioteca, ni en Teluria. Ya no había más centauros, monstruos, acertijos, ni nada de esas cosas. Ahora estaba de vuelta en el laboratorio. Estaban todos y por micro segundos ví que Kem tocó el libro de la vida y se hizo cenizas delante de mi. Fue traumático. Está en una alucinación y ahora Ken estaba muerto. Corrí hacia donde el estaba. Y solo pude coger las cenizas. Mis oidos dejaron de escuchar cada sonido de las palabras que decían los demás a mi alrededor y fui yo sola en ese lugar.

Está vez si había muerto no como Sacha.

El estaba muerto.

Kem estaba muerto y era por mi culpa.

Las lágrimas salieron sin control de mis mejillas y inundaron mis ojos. Lo veía todo borroso. Me pare y mire a los demás que me veían como esperando algo de mi. Ví que en el lugar estaba Glen y Namir, no me moleste en preguntar porque. Solo mantuve silencio.

—¡Kaia! —me sentía aturdida.

Pase mi mano por la nariz y me di cuenta de que estaba botando sangre. Moira estaba en estado de shock y yo llorando. Aún no lo podía creer. Kem ya no estaba. Me habría gustado decirle cosa que nunca le dije. Me habría gustado pasar más tiempo con el. Me habrían gustado muchas cosas. Ahora no estaba para hacerlas. No estaba por mi culpa. Yo fui quien los trajo aquí a esta misión suicida.

Cerré los ojos fuertemente y inhalé.

—No, no, no, no, no... Kem —Moira de tira al lado de las cenizas y empezó a llorar descontroladamente.

Yo solo estaba ida. Había dejado de llorar. No sentía nada. El niño de Moira está escondido detrás de Namir llorando. Había dejado un niño sin padre y una mujer sin su amor. Yo soy al peor persona en este mundo. Mire hacía Glen que me miraba con sus ojos de amabilidad. Se acercó a mi y iba a abrazarme pero me aleje. El niño me miró con ojos tristes.

Me di la vuelta y corrí. Salí de ahí como una cobarde. Me cruce con el ejército de los celestiales y los darks. Estaban combatiendo y cuando me vieron pararon. Morgan se acercó a mi corriendo y cuando vio mis ojos paró para abrazarme. No le di tiempo y le pregunté:

—¿Tu...? —me voz se rompió y carraspeé —¿Tu estabas con Sacha? ¿Tenías una relación con ella?

—Yo... No. Quiero decir si. Pero no fue nada serio.

—¿Cuando fue?

—Yo...

—Dime cuando fue.

—Mientras no estabas y... —se callo y miró hacia otro lado.

—¿Y?

—Mientas intentaba conquistarte y después de que lo hice.

Estaba apretando los puños. Ya me dolían la palma de la mano de las uñas. Le solté un puñetazo en la cara y fijé mi vida en otra cosa que no fuera el. Sacha estaba a unos metros de mi y me dió asco. Repugnancia. Pero no podía hacer nada. Ya había pasado. ¿Que podía hacer?

—¿Algún día me quisiste?

—Si —en sus ojos había un poco de esperanza.

¡No llores! ¡No lo merecen! No delante de ellos. Son los verdaderos monstruos.

—¿Me crees una criatura?

—¿Que? —frunció las cejas.

—Vi lo que dijiste cundo estaban reunido con la reina. Me vea como algo. Cómo una criatura peligrosa que debe ser capturada y aniquilada.

—No yo...

—¿Tan así soy?

—¿Cómo? —dijo en un hilo de voz.

—¿Tan peligrosa?

—Se que nunca me harías daño.

—Talvez tengas razón —dije y sonrió un poco de lado —o talvez no.

Su sonrisa se esfumó. Tenía una espada en la mano así que la usé. El también tenía una y empecé a luchan con el. Cada roce que hacían las espadas soltaban chispas. Los de el ejército de los celestiales se acercaron y Sacha los detuvo con una mano. No sabía cómo utilizar la espada. Nunca lo había hecho en mi vida pero ahora me sentía poderosa. Sabía manipularla de lo mejor.
Cómo si hubiera sabido toda la vida.

Ahí peleando con el fue que me di cuenta que yo solo era un juego y eso me dió más rabia. Puse más fuerza al lanzarle la espada y lo herí. Los soldados se iban acercando y yo solo me deje caer en el lugar. Cerré los ojos. Bien fuerte.

Los momentos que pase con el pasaron por mi mete en modo de flashback. Los momentos que viví con Kem. Con Sacha. ¿Cómo puedo traicionarnos? ¿Cómo pudo?

Grité.

Grité tan fuerte que mi garganta se desgarró. Pero aún así sentía la necesidad de gritar más.

Los soldados no se habían acercado a mi y abrí los ojos.

Al rededor de mi había un agujero enorme y sangre por todos lados. Pedasos de brazos y piernas de personas regados por todo aquello. Lo único que que me dijo en el momento por hacer era salir de allí. Lo más lejos posible. Esconderme.

Desaparecer del mundo.

Un día la muerte le pregunto a la vida:

—¿Por qué todos te quieren y eres tan valiosa y yo no? —y ella le respondió.

—Por qué yo soy una vil mentira y tú una triste realidad.

—¿El Fin?—

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