• CAPÍTULO 3
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THE BLACK SISTERS
IMPERIO
III. Bellatrix Morgana
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El día en que la segunda hija de las Black llegó al mundo, hubo una tormenta terrible. Tal era la magnitud, que todos pensaban que el cielo se caería de los truenos y relámpagos que brotaban entre las nubes. Druella llevaba horas en trabajo de parto, habían mandado a llamar a la mejor medimaga de Europa para que la atendiera.
¿Qué importaba si la mujer no era de un lugar cercano?
Era Druella Black, la mujer más poderosa del mundo mágico y había que atenderla, ya que a su retoña se le había ocurrido nacer el peor día del año.
Desde su nacimiento venía marcado su destino.
La oscuridad.
Claramente había sido otra decepción para el matrimonio Black, el no poder tener un varón era algo que le pegaba duramente Cygnus, pero después de todo nada se podía hacer. Los descubrimientos mágicos aún no llegaban a tanto como para poder definir desde antes el sexo de un hijo. A los Black no les gustaba resignarse, pero no les quedaba de otra, era eso o asumir que no estaban contentos y eso jamás. Jamás se verían débiles o afectados ante nadie, eso no estaba en sus venas.
Pero cuando la niña nació hubo algo diferente en el sentimiento que su madre experimentó en esa ocasión. No fue el rechazo que sintió hacia Andrómeda –tampoco fue amor de madre o ternura– al ver a la niña llorar con esa energía durante unos minutos en sus brazos, sintió que era diferente y pudo comprobarlo cuando se calmó. La bebé recién nacida posó sus ojos en ella, devolviéndole la mirada con curiosidad e intensidad.
Druella la observó y de inmediato supo que esa niña sería como ella, que seguiría cada uno de sus pasos y de sus ideales. Y si no lo hacía por su propia cuenta ella la incentivaría a hacerlo.
— ¿Cómo la llamarás? — le preguntó la medimaga, ya que tenía que anotar un nombre en el acta de nacimiento para llevar al hospital. — ¿Lo tienes pensado?
Druella miró a su pequeña otra vez.
— Bellatrix. — dijo con seguridad. — Bellatrix Morgana Black.
La segunda niña del matrimonio creció bajo el estricto cuidado de su madre. Si ella no sentía amor por Bellatrix, al menos le daba toda la atención que necesitaba.
Desde pequeña, Bellatrix Black mostró un carácter implacable y una personalidad totalmente atrayente. La niña había despertado su primer brote de magia a los dos años, cuando lanzó su biberón lejos de ella sin siquiera tocarlo.
La leche estaba fría.
Si eras Bellatrix Black, hasta tu alimento debía de ser perfecto. Jamás debías de probar si quiera algo que te desagradaba. Todos trataban de complacer a la pequeña y a su carácter complicado y eso implicaba tener una paciencia enorme.
Entre hermanas no hubieron mayores conflictos que los típicos roces que podían generarse entre dos hermanas pequeñas. Pero contra todos los pronósticos, ambas hermanas solían llevarse bien y jugar juntas. Pero pronto sus intereses fueron cambiando, y de una manera bastante radical.
A los siete años Bellatrix había roto la muñeca de Andrómeda mientras jugaban.
— ¡Pero ella le sacó la cabeza a Adhara, madre! — chilló Andrómeda, triste y molesta por la situación.
Bellatrix había llegado al lugar donde su madre la había llamado, muy campante, con el semblante en alto y sin ninguna pizca de arrepentimiento. Es más, hasta se podía ver una pequeña sonrisita en su rostro.
— Bella ¿Por qué hiciste eso? ¿Acaso no tienes tus propias cosas que debes de tomar las de tu hermana? — le regañó su madre.
— Pues, porque Andrómeda ya está mayor para que juegue con muñecas, sólo quería enseñarle que debe enfocarse en otras cosas más interesantes. — señaló — No pensé que fuera a sentirse tan mal por el hecho de haber perdido un juguete. — contestó. — ¿O realmente crees que esa tonta muñeca te escucha de verdad hermanita?
Si acaso se pensaba que ella mentiría, pues no.
A ella no le importaba que la regañaran, podría decirse que hasta disfrutaba con el hecho de atribuirse a su pertenencia las travesuras y no temía en reconocer las cosas malas que hacía.
Bellatrix Morgana era una niña diferente.
No, esa no era la palabra exacta, ella era una niña peculiar, jamás había nacido una niña con su personalidad, ni con su carácter, ni con sus ojos intimidantes.
Nunca.
Ella no era feliz con las cosas que las niñas de su edad y costumbres eran felices. Nada de cosas femeninas, nada de vestidos rosas, nada de zapatos de princesa, nada de eso.
Bellatrix halló un pasatiempo del que su padre se sintió orgulloso, ya que podían hacer juntos. En ese sentido Cygnus se sintió afortunado de tener a Bella, ya que en ese momento se dió cuenta de que no necesitaba de un varón, porque tenía a su hija.
— Si Bellatrix quiere aprender a tirar con el arco y la flecha, pues le enseñaré. — fueron las palabras del señor cuando su esposa mostró desagrado. Para Druella las niñas debían ser educadas y correctas, nada más lejano a Bella, que era respondona y nada de eso que ellos solían ser.
«Políticamente correctos »
Su padre la llevó de caza un día, le explicó de qué manera tenía que hacerlo para poder atrapar la presa. En ese entonces Bella tenía diez años, y en ese momento se dió cuenta de lo poderosa que era.
Su mirada se fijó en una ardilla que buscaba alimento en el bosque tras de la Mansión de los Black. Agudizó sus sentidos, dominó sus pensamientos y su ansiedad, observó los movimientos que hacía el animalillo. Tenzó la cuerda del arco y disparó.
Ya era tarde.
Bellatrix había dado en el blanco.
La flecha había atravesado el pequeño cuerpo de la ardilla.
Ahí la niña se dió cuenta que si era capaz de lograr eso con un simple instrumento, con una varita mágica sería invencible.
Por qué sí, Bellatrix se había dado cuenta que en el mundo habían dos tipos de personas. Los depredadores y las presas.
Ella era una predadora y todos los demás a partir de ese día serían sus presas.
Cuando llegaron sus cartas de aceptación a las escuelas mágicas, ella estaba feliz. Había sido aceptada en Durmstrang ; para Bella, esa era la mejor escuela de magia de todo el mundo. Si los Black habían sido rigurosos con el tema del estatus social con Andrómeda, con Bella lo habían sido el doble y eso surtió sus frutos. Su hija era una defensora y fiel creyente de que ellos eran superiores por el simple hecho de poseer magia.
Había investigado a todos los colegios mágicos del mundo, y sin duda Durmstrang era el que ella catalogaba como lo mejor, de lo mejor. La enseñanza de la escuela del norte era estricta y con una basta formación en magias que en ninguna otra escuela enseñaban. Sin mencionar que tenían una política de cero impuros.
Pero Druella no estaba dispuesta a que su hija se fuera tan lejos a estudiar.
— ¡Quién los entiende! ¡Toda la vida enseñándome lo que podría aprender en Durmstrang y ahora que me aceptan no me dejan ir! ¿Por qué? — les recriminó con palabras tan filosas que ningún ajeno hubiera pensado que tenía once años.
— Pues dije que no. — resolvió tu madre en una sola frase. — ¡No irás y punto!
Bella le observó enfadada, con resentimiento, con enojo y hasta una gran pizca de rencor. Pero era su madre y no podría ir en contra de ella.
— Podremos estar juntas Bella, Hogwarts es un lugar genial. — le comentó Andy, llena de entusiasmo por el hecho de que su hermana iría a la escuela con ella ese año.
— ¿Genial, Andy? ¿Es enserio? — le preguntó y su hermana no sabía a qué se refería con esa intriga. — Por favor, Andrómeda ¡Despierta! Ese lugar está plagado de sangres sucias, de traidores, de asquerosos y parias. — manifestó.— No sé cómo nos pueden enviar allí, si fuésemos a Durmstrang no estaríamos en contacto con ellos, me dan arcadas de sólo pensarlo.
Bellatrix, demasiado pura, demasiado rica, demasiado hermosa para si quiera dignarse en volver su mirada hacia los que ella consideraba la plebe.
Pero todo iba a ser distinto para ella en Hogwarts, ella era demasiado diferente a su hermana. Ella no necesitaba de su hermana para imponer su presencia en la escuela de magia, apenas el sombrero gritó su veredicto al mandarla a Slytherin comenzó su reinado dentro del colegio.
El sombrero apenas tocó su cabeza gritó el nombre de la casa de Salazar, algo que la llenó de satisfacción y marcó de manera definida su arrogancia. Ella era una Black, nadie era mejor que ella y si tenía que apartar a todos del camino para ser la mejor, lo haría.
De inmediato encontró un séquito de chicas y de chicos que matarían por ser ella, que de ser posible con el paso de los años la entregarían al demonio para que ardiera en el infierno, pero sabían que si ella se llegara a enterar no vivirían para contarlo. Por lo que era mejor fingir y estar cerca a ser su enemiga.
Nadie se atrevía a contradecirla, a desafiarla, a desobedecer cualquier cosa o deseo que Bella tuviera, ahí todos eran unos simples súbditos, ella era una reina que había llegado a hacer que sus órdenes se cumplieran.
Bellatrix llegó siendo una no tan simple estudiante a Hogwarts.
Bellatrix impuso su ley dentro de Hogwarts.
Bellatrix lograba que todos hicieran lo que ella quisiera dentro de Hogwarts.
Bellatrix podría destruir a quien fuera dentro o fuera de Hogwarts.
No le importaba que los estudiantes estuvieran cerca de ella por miedo o por interés, ella no era una chica sentimental, ella era fría y calculadora, todo lo que hacía era en beneficio propio, para cumplir sus deseos, para satisfacer sus caprichos y delirios de grandeza.
Ella pensaba que era mejor ser temida que adorada.
Según lo que describía un escritor –Maquiavelo– quien había sido un gran mago del siglo pasado. En su libro El arte de la guerra, proponía que era mejor que un rey fuera temido y odiado, que querido y adorado. Todo esto porque en los tiempos difíciles, el pueblo podría olvidarse del amor y levantarse contra él, de modo que si era temido, el miedo siempre primaría ante cualquier otro sentimiento.
El miedo era lo más difícil de deshacerse.
El miedo era capaz de dominar a alguien hasta hacerlo perder la cordura.
Bellatrix pensaba que era ser mejor temida que amada.
Cada vez que recordaba eso, una sonrisa extraña surcaba su rostro, confeccionado por la misma Morgana, como le había dicho su madre desde pequeña.
Merlín había desterrado a Morgana Le Fay porque ella quería poder, tanto como él.
¿Por qué un hombre tenía que tener más poder que ella?
Morgana era una bruja rebelde, que practicaba las artes oscuras en un momento en que las mujeres eran perseguidas y donde las mataban si se enteraban que practicaban la brujería. Morgana había lanzado una maldición sobre el pueblo que la había repudiado por exigir su derecho.
Bellatrix fue creciendo y se dió cuenta de que no necesitaba de nadie para hacerse importante, para hacerse respetar, para hacerse conocida.
Para hacerse la bruja que todos querían ser. Todos querían besarla, matarla o ser ella.
Ella disfrutaba viendo eso, disfrutaba que algunos estudiantes la rehuyeran, anhelaba sentir el poder creciendo en su interior, añoraba cuando el profesor decía que ella era la mejor en duelos, que era la más fuerte, la más inteligente, la que estaba por sobre todos en el mísero salón.
Bellatrix amaba una sola cosa hasta ese momento de su vida.
Bellatrix Black, amaba sentir que era temida.
Desde que tiró esa flecha se dió cuenta que el mundo se dividía según lo que eras capaz. Que te consideraban en base a tus acciones, a tus pensamientos, en base a tu riqueza, a tu estatus y a tu apellido.
Ella lo tenía todo, todo y más.
Había nacido el día más oscuro que alguien recordara.
Había nacido el día de una tormenta.
Había disparado la flecha.
Bellatrix era una depredadora y eso nadie lo podría detener.
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