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• CAPÍTULO 25

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THE BLACK SISTERS
IMPERIO
XXV. Maldiciones imperdonables
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¿Qué era lo peor que un ser mágico podía hacer?

Pues el abanico era inmenso.

¿Qué hacer cuando la moral de las personas era tan cuestionable?

El bien y el mal siempre había sido subjetivo, más aún cuando existían familias como los Black, donde se obtenían los fines bajo cualquier medio. Pero en algún momento un mago pensó en los problemas que el libre albedrío podría traer y dictó las leyes mágicas.

Nadie había leído el estatuto mágico completo. Y el que lo hacía era porque tenía demasiado tiempo libre, cada ministro de magia estaba obligado a leerlo para poder regir de forma correcta. Pero si nos saltamos todo aquello que era un poco de relleno y represión se llevaba hasta el punto donde aparecían todos los crímenes que te llevarían a Azkaban en uno condena de varios años o de lleno de forma perpetua.

¿Acaso alguien pensaba realmente en hacer todos aquellos actos perversos?

Sí, Lord Voldemort.

Él era capaz de realizar los actos más viles con tal de conseguir hacerse del poder en el mundo mágico, sólo que muchos aún no lo sabían y los que lo hacían pensaban como él. Las pocas veces que el señor tenebroso interactuó con Bellatrix, bastaron para que ella creyera que él estaba en lo correcto, que él tenía la razón y ponerse de su lado no era una equivocación.

Una de las ocasiones en las que «el que no debía ser nombrado» se reunió con algunos aspirantes a sus filas, les instó a desafiar los estatutos de la ley mágica.

—Ellos sólo quieren controlarlos, no les permiten hacer y demostrar todo lo que son capaces de lograr —siseó —El ministerio protege a los impuros por sobre nosotros, los protege del poder de los magos cuando nosotros no deberíamos de privarnos de nada —relató con un montón de ojos puestos en él —Por eso deben morir, por eso debemos acabar con ellos; no son más que una plaga que ha infectado al mundo.

Bellatrix le hallaba razón.

Desde niña había crecido en un entorno que le inculcó que los sangre impura eran una abominación y que tan sólo el hecho de compartir con ellos era un acto prohibido, asqueroso y repugnante.

Eso convertía a Bella en una de las  aliadas más manejables y leales a futuro. Si bien todavía Voldemort no le había dicho nada al respecto, sabía que había quedado impresionado con la magia que había demostrado, impresionado con la poderosa varita que tenía e impresionado con la capacidad que tenía para adaptarse en los ambientes hostiles.

Estar entre tantos hombres era hostil y ella lograba llamar la atención de todos ellos. No tan sólo por su belleza, si no también por algo mucho más importante, por sus habilidades mágicas e inteligencia. Siendo tan joven había vencido a magos expertos en el duelo, colocándola en la cúspide de la pirámide del señor oscuro.

—Si quieren ser mis aliados, deben aprender a usar la magia más perversa y oscura —susurró ante ella—Deben aprender a dominar las artes oscuras a la perfección y efectuar las maldiciones imperdonables de manera intacta, sin errores.

A la bruja jamás le habían parecido tan malas como todos lo pensaban. Prácticamente era un crimen nombrar alguna de ellas en voz alta y quien preguntara sobre ellas en clases, de inmediato levantaba sospechas sobre supuestas actividades ilícitas en contra de las leyes mágicas.

El maleficio Imperius servía para manipular a las personas bajo tu voluntad. El afectado no era capaz de resistirse ni de razonar bajo el efecto del hechizo. Provocaba que hasta el mago más experimentado perdiera el juicio y fuera orillado a hacer los actos más viles si es que quien lo ataque lo desea.

Una mente psicopata disfrutaría de aquello.

Una mente como la de Bellatrix Black.

Sin embargo hubo uno que llamó más su atención. Dentro de sí, sabía que no estaba bien disfrutar del sufrimiento humano, pero ella jamás tuvo el más mínimo respeto por una vida que considerara inferior o con menos valor que la de ella.

El Cruciatus era el maleficio torturador. Servía para causar tal dolor en tu oponente que podría dejarlo loco de por vida o clamando para exigir la muerte. Una de las condiciones para que resultara era desearlo, desear el sufrimiento ajeno, disfrutar del momento de la tortura.

Y finalmente el peor, el Avada Kedavra; el maleficio asesino. Que irónico era que tan sólo dos palabras fueran suficientes para acabar con la vida de alguien; que una persona desarmada no pudiera hacer nada en el momento que el rayo de luz verde impactaba con su cuerpo. Sin defensas, sin escape, tan sólo el rayo y un cuerpo ingravido.

Y se acababa todo, nada más de luz; todo oscuridad.

Ojos abiertos que miraban sin ver en realidad.

—¿Qué significa Avada Kedavra? —preguntó el señor tenebroso ante ellos —¿Alguien sabe? ¿Ninguno? Qué deprimente.

—Avada Kedavra viene del arameo, es una conjunción de palabras —habló la bruja ante la atenta mirada rojiza del hombre —la maldición hace alusión a la palabra Abrakadabra que significa crear al hablar, sin embargo se observa la palabra kedavra que significa cadáver, por lo que podría traducirse una combinación que equivale a «crearé cadáveres al hablar» — resolvió —No es algo tan difícil.

El hombre atento a las palabras sonrió de manera irónica. Aunque no quisiera admitirlo ella lo sorprendía cada vez más, Lestrange no se había equivocado en llevarla ante él, pues estaba seguro de que había encontrado a un diamante que siendo pulido de la manera correcta sería su más preciada joya de la corona.

Veía en ella determinación, astucia, lealtad y ambición.

Por lo que no dudaría en hacer lo que fuera por ser poderosa. Como ella misma le había confesado que quería ser.

—Pueden irse todos ¡Largo! —vociferó con el característico cambio de humor que solía poseer—Todos menos tú, Black— determinó —Hay un montón de cosas que estoy seguro puedes demostrar.

Cuando ambos estuvieron solos, los latidos del corazón de Bellatrix comenzaron a enaltecerse, haciéndose notorios; por más que tratase de disimularlos no le era posible.

—Estás demostrando debilidad, Bellatrix —declaró el mago—Y eso no debe suceder nunca —siseó en su oído, provocándole un cosquilleo en el cuello —Es un error.

La muchacha se tensó y le dedicó una mirada fría y gris. No hizo contacto visual con él, temía que se enfadara y terminara asesinandola igual que a los ratoncillos que hace unos momentos había matado. Ella quería demostrar que era fuerte y decidida, no una estúpida jovencita que se encandilaba por las habilidades de su mentor.

—Dime, Bellatrix ¿Qué es lo que te hace ponerte tan nerviosa?

Estaba jugando con ella, él ya había descubierto la debilidad que la joven tenía hacia él. Lo veía como una figura a seguir, con admiración y además estaba jugando en el umbral donde todos esos sentimientos comenzaban a distorsionar la realidad. Donde las personas comenzaban a pensar que sucederían cosas que no pasarían jamás, y eso la volvía un blanco fácil para vulnerar, para usar para su provecho.

—No ser lo suficientemente buena, no ser lo que se necesita para eliminar todos los estorbos del mundo mágico.

Eso fue lo primero que se le ocurrió decir. Su mente estaba nublada ante la cercanía y la seductora voz que usaba el mago para con ella. Él estaba probando hasta donde podría resistirse, hasta donde aguantaría y también hasta donde estaba dispuesta a llegar.

—Mientes, Bellatrix —le dijo en el oído —No es eso lo que te tiene tan nerviosa ¿Por qué no le dices a tu señor la verdad?

Las palabras salían de la boca del hombre como una petición innegable, era claro que estaba usando toda su influencia para hacer caer a una joven como ella. A una joven que creía que tendría oportunidad ante la poderosa magia de un mago experimentado en artes oscuras, pero Thomas Riddle desde un principio aprendió a leer a las personas, aprendió a decir, a expresar y a lograr que las personas actuaran como el quería sin siquiera pedirlo.

—No estoy mintiendo —balbuceó como pudo.

—¿Ah sí? —Voldemort se colocó frente a ella a una escasa distancia y ella no fue lo suficientemente fuerte como para resistirse.

Se lanzó hacia él, envolviendo sus brazos en el cuello del mago y estampó sus hambrientos labios en los de él. Sintió como el vértigo la inundó al percibir la manera en que le estaba besando y al notar la forma en la que él correspondía. Jamás había besado a nadie así y si hubiera sido necesario se habría entregado a él sin pensarlo.

Sí el hubiera querido tomarla ella no habría opuesto resistencia alguna. Los labios de ella eran sumamente inexpertos en comparación a los de él, que habían provocado en ella un torrente de sensaciones nuevas y su interior exigía mayor contacto, por lo que trató de aferrar su cuerpo con urgencia al de él.

Pero él la separó con violencia, sacó su varita y la apuntó.

—¡Crucio!

El rayo rojizo impactó en su cuerpo sacándola completamente de la excitación que sus músculos habían iniciado a sentir. El dolor era punzante, penetrante; sin embargo en su retina aún estaba latente el fuego que había sentido ante el contacto con Tom.

—Veo que aprendes rápido— susurró —Eso, no sabes cómo me gusta verte resistirte —habló el señor oscuro con una voz aterciopelada que habría provocado hasta a una roca —Me gustas, Bellatrix; me gusta como toleras el sufrimiento, como lo gozas, como lo disfrutas.

Era sorprendente la manera en que ella había aprendido a canalizar el dolor.

—¡Crucio! — En esa ocasión ella emitió un alarido y se contrajo en el piso por la sensación —Me excita ver cómo disfrutas del sufrimiento que te provoco.

Sin duda había una parte muy enferma en ambos. Una parte tan dañada que ambos habían comenzado a potenciar al conocerse. No era normal que un hombre hablara en ese tono con una adolescente. No era normal que una adolescente disfrutara de ser dominada por un mago que a todas luces era un sádico en potencia, capaz de lograr lo que quisiera manipulando todo a su alrededor.

Y allí estaba, agitada ante la tortura que había recibido; sin embargo no tenía la intención de irse a ninguna parte.

—No debes volver a hacer lo que hiciste ¿Me oyes? —le amenazó— No a menos que yo te lo pida.

—Sí, mi señor.

Las palabras surgieron de sus labios como si hubiera nacido para decirlas. Le salían tan naturales que prácticamente causaron un efecto cósmico en el señor tenebroso.

—Quiero que practiques, que practiques tu magia y todo lo que puedes conseguir con ella —le dijo mientras se plantaba delante de ella —No te reprimas, Bellatrix; si lo consigues créeme que vas a disfrutar mucho, de muchas cosas.

Bella estaba obsesionada con él.

Sabía que era mayor, un mestizo y alguien que la mataría sin dudarlo en caso de ser necesario. Y aún así estaba allí sonriendo mientras volvía a la escuela de la cual se había fugado para ir a encontrarse con él.

No era normal que no se sintiera preocupada por el hecho de que McGonagall la descubriera y por consiguiente la suspendiera. Tampoco le importaba que su padre fuera por ella y la regañara delante de todos.

Una vez en su casa, Cygnus la enfrentó.

—¿Qué demonios se supone que haces? Tú único deber es estudiar y entrar en la academia para ser auror —vociferó —¡Dónde demonios estabas!

Bella enfrentó la severa mirada de su padre y suspiró.

—Haciendo lo que tú deberías hacer por dejar en alto el nombre de los sangre pura, estaba dejando en alto el apellido Black.

Su padre no entendía lo que su hija decía.

— ¿De qué hablas?

—Los rumores de que hay un mago que quiere reinvindicarnos y darnos el poder que merecemos son ciertos—susurró —Le conozco y cree que soy un prodigio, que soy una de las brujas más poderosas que ha conocido a lo largo de su vida.

—Lo más probable es que sea un loco, Bellatrix.

—No, es el hombre más imponente que he conofico; estoy segura de que sin duda llegará a ser el mago más poderoso de todos los tiempos y si debo ayudarlo a convertirse en eso, pues encantada le ayudaré a ser poseedor de ese título.

A los Black les importaba el poder y el estatus. Por eso no dijeron nada con respecto a los motivos de la suspensión de Bellatrix. Ella comenzó a practicar tal como Lord Voldemort le había dicho, tal como le había pedido.

Hechizo tras hechizo, maleficio tras maleficio.

Ella poco a poco se iba empapando del tóxico poder del señor tenebroso.

Y no quería que él dejara de usarlo en ella en ningún momento.

Haría todo lo que él le pidiera, todo lo que quisiera.

Sería su más fiel súbdita.

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