• CAPÍTULO 19
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THE BLACK SISTERS
IMPERIO
XIX. Deseos irrefrenables de morir
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Andrómeda se encontraba con la mirada perdida en el gran ventanal de su mansión, sus pies yacían en medio de un taburete blanco que le otorgaba mayor altura.
¿Cuánta tensión tendría la viga en el techo?
—¿Andrómeda, estás oyendo? Muévete, la diseñadora no puede esperar a que despiertes ¿No recuerdas cuánto costó que Madame Lacroix viniera de París a tomar tus medidas? Colabora por favor, deberías estar agradecida.
La aludida pestañeó para volver a la realidad, a su triste realidad.
—Tu devrais etre content, Androméde —le regañó la diseñadora al ver la expresión apática y sombría que mantenía Andy.
Continuó con su mirada sin fijarse realmente en las telas que tenía sobre ella y en los arreglos que la dama realizaba con la varita en su cuerpo. Se supone que la prueba del vestido de novia era una de las ocasiones más esperadas de una chica a la hora de casarse; sin embargo Andrómeda se encontraba inexistente y trataba de no concentrarse en lo que sucedía realmente, no quería estar presente en ese salón. De cierta forma con ese simple acontecimiento su arreglo matrimonial se volvía real, se concretaba, no era posible pensar en que se cancelaría.
—Au moins il a une bonne silhouette— farfulló entre dientes la mujer en cuestión. Andrómeda entendía el francés a la perfección; por lo que le fue imposible reprimir sus comentarios.
—Tu n'as pas le droit de commenter mon corps — le espetó a sabiendas del regaño que eso le causaría; no obstante detestaba que las personas opinaran sobre su cuerpo como si fuera su único atributo destacable.
—¡Andrómeda!—exclamó su madre con asombro pues no eran comunes estos arrebatos en su hija— Excusez ma fille s'il vous plait,elle est nerveuse.
—No estoy nerviosa, madre— recalcó— Y no le pidas disculpas, ella fue indiscreta y quiero que se vaya, estoy harta de esta situación, de este vestido y de tener su varita sobre mí— señaló enojada— Así que si me disculpan iré a quitarme esta porquería.
Druella no daba crédito a la vergüenza que su primogénita le había hecho pasar y ya se podía imaginar los rumores que esto levantaría en medio de la sociedad francesa, pues los Black también eran conocidos allá. Trató de disimular y de seguir excusándose con la mujer mencionando que su hija se hallaba histérica con todo lo que tuviera relación a su enlace y que estaba de pésimo humor desde hacía varios días. Tras despedir a la mujer volvió hecha una furia por la actitud maleducada y sin sentido de la muchacha.
—¿Se puede saber qué demonios está pasando contigo, Andrómeda Black?¿Nosotros no te hemos criado para ser una chiquilla insolente? ¡Cómo se te ocurre hacerle ese tipo de desaire a Madame Lacroix! Ella es una mujer demasiado influyente. . .
—¿Ese es el problema no es así? Que aquella maldita mujer pueda hablar mal de la antigua y siempre pura familia Black — mencionó con sarcasmo.
Druella dejó escapar un suspiro de fastidio, soltó el oxígeno que estaba reprimiendo y observó a Andrómeda con desafío.
—Te diré una sola cosa, no quiero ver ni escuchar esas palabras nuevamente — Aquella mujer era implacable y de cierta forma tenía poder sobre su hija, uno de hacerla sentir miserable y como si fuera un títere manejado por alguien más —Debes dejar de comportarte como una niña, asume que tendrás nuevas responsabilidades, una nueva familia y un esposo al cual tienes que honrar.
—¿A qué precio? ¿Soportando que abuse de mí y no tome en cuenta mi opinión?
—¿Crees que tienes derecho a opinar, Andrómeda? Agradece que él no rompió el arreglo matrimonial después del espectáculo del otro día.
Las palabras de su madre continuaron abriendo las heridas que ella estaba esmerándose por olvidar, por dejar de lado. Sin embargo el sentimiento de soledad que la embargaba en cada ocasión no hacía más que empeorar al notar las displicentes maneras de la bruja para con ella.
Salió del salón sin esperar a que su madre terminara de gritar lo que estaba diciendo. Sin duda que no era parte de aquel trágico y perverso lugar llamado hogar. No se sentía parte de ninguna forma –era imposible que su familia fuera a entregarla al hombre que casi la viola de no ser por Aiden–. Ella era invisible, no existía y no había manera de que los rayos de luz penetraran la fortaleza que se había cernido sobre la cabeza de la mayor de las hermanas.
Andrómeda, la heredera de la familia Black estaba sumida en tinieblas que la estaban llevando a su propia autodestrucción.
¿Cómo seguía la vida después de que una persona trataba de hacerte daño a tal nivel?
Sin darse cuenta había llegado caminando hasta la parte céntrica de Londres muggle. Su cuerpo era una cáscara que había perdido todo lo significativo que alguna vez había llegado a tener. Jamás había sentido que sus padres la quisieran realmente, no llegaba a mantener conexión real con alguna de sus hermanas y tampoco encajaba en Hogwarts.
¿Era posible de que estuviera en Slytherin y que se rompiera con tanta facilidad? ¿Que no lograra encontrar su lugar en el mundo de la magia tampoco era una casualidad?
Pues no, solamente indicaba que en el mundo habían dos tipos de personas; las que hacían daño y las que eran dañadas y lamentablemente ella se encontraba en el segundo grupo, era parte de los solitarios que nadie quería y que todos se empeñaban en hundir más de lo que por naturaleza ya estaban.
Su vista se posó en uno de los edificios más altos que en el centro habían. Los profundos ojos castaños de Andrómeda se cristalizaron por un sólo segundo. Después de eso; sus manos comenzaron a temblar, pero sus piernas actuaron por inercia.
Algo había allí, una especie de vértigo repentino que la hizo llegar hasta el último piso de ese rascacielo en medio del atardecer. La azotea estaba sucia y repleta de porquerías y cajas por todas partes. El viento la hizo concentrarse en lo que hacían sus pies en cómo comenzaron a ir hasta el borde de eso que separaba la altura con la gravedad.
¿Qué se sentiría volar por tí misma?
¿Cómo se sentiría la libertad?
Antes de ese día, Andrómeda jamás había barajado la posibilidad de dejar de existir de manera tan abrupta y tan decisiva. Su vida jamás había sido tan insignificante y poco importante como ahora.
Estaba rota y no se había percatado hasta ahora.
No se había dado cuenta lo vacía que se encontraba desde que Edmund Warrington le había quitado su capacidad de sentirse a salvo.
Se sentía como un animalillo herido, como cuando quedaban atrapados en una trampa y se desangraban poco a poco hasta desfallecer. Ella estaba de la misma manera, muriendo poco a poco por la inseguridad que sentía doblando en cada esquina, temiendo que alguien volviera a atraparla para forzarla a entregarse de manera involuntaria.
Esa no era vida, no era manera de sobrevivir.
Por ende jamás había sido tan atractiva la idea de volar desde diez pisos hasta que la gravedad hiciera lo suyo. Quizás sólo serían segundos, a lo más un minuto y necesitaría cerrar los ojos; nada más que eso.
Respiró profundamente y se acercó aún más al borde. Su corazón se aceleró al tratar de apegarse a la vida los últimos segundos que había contemplado para ella. Sus pies subieron al peldaño que la hizo estremecer, se veía toda la ciudad desde allí.
Observó las luces que parpadeaban, no obstante apartó la mirada y se concentró de pronto en lo que había bajo sus pies.
Bajo ellos estaba la nada.
En lo que pronto se convertiría.
—Señorita. . .
Una voz diferente sonó a su espalda y se concentró en no perder el foco de lo que hacía. Tampoco quería tropezar por accidente y no disfrutar del momento. Bajó de pronto el peldaño que la separaba del fin de su sufrimiento y cerró los ojos.
—Déjeme sola, no se acerque —refutó con la voz temblorosa.
—Disculpe, pero no quiero incomodarla; nada más quiero saber si está bien —susurró con la voz más dulce que había oído nunca.
—Si se acerca voy a saltar — amenazó demasiado débil como para que él creyera en aquello.
—Lo siento, no quiero entrometerme —farfulló —Sólo sé que usted no quiere hacer esto.
Andrómeda se giró con cuidado y frunció el celo ante ese comentario. Era un desconocido y creía que tenía el derecho de decirle lo que sentía y eso provocó que el escondido orgullo Black que tenía saliera a flote.
—Usted no me conoce ¿Cómo se atreve a insinuar que sabe lo que siento o pienso? Es un atrevido.
El chico posó sus ojos verdes sobre Andrómeda y tragó saliva, no quería que sus comentarios fueran a alterará y llevarla a tomar una decisión precipitada.
—Discúlpeme porfavor, nunca quise ofenderla —susurró —Sin embargo me dejaría muy tranquilo si se aleja de la orilla.
Andrómeda jamás había conocido a un hombre que pidiera disculpas, menos a uno que al menos fingiera hacerlo con algo de sentimiento. Por otra parte no entendía porqué un joven que no conocía de nada estuviera intentando lograr que ella no se suicidara saltando contra el pavimento si ni su familia se preocupaba por ella.
—¿Qué le hace pensar que haré lo que me pide? Puede irse, no necesita quedarse a ver cómo vuelo por los aires —señaló con sarcasmo.
—Pues me obligas a quedarme aquí para evitar que lo hagas.
—No puedes.
—Puedo, no creas que voy a dejar que saltes así como así.
—¿Por qué, ni siquiera me conoces?
—Pues porque toda vida es valiosa, no creo que algo o alguien valga la pena para que usted quiera hacer esto. . . —indicó sin hacer mención de aquella palabra.
Andrómeda suspiró y se fijó en los masculinos dedos del joven. Él le estaba ofreciendo una mano para que se aferrara a la vida, para que se quedara en el mundo del que sólo quería marcharse hace unos segundos.
—¿Se encuentra bien?—susurró una vez que ella se volvió y caminó dos pasos más atrás, alejándose al menos unos centímetros de su muerte.
Por unos segundos se concentró en el tacto tibio que las manos de aquel joven le ofrecían. Era algo que jamás se había permitido sentir, contacto humano real; ese simple desconocido le había entregado más que cualquiera que conociera hasta ahora.
Y eso le asustó de forma catastrófica.
¿Qué hacías cuando no estabas acostumbrada a una manera tan real de relacionarte?
Pues huyes.
Antes de que él pudiera notar sus más secretos pensamientos y miedos, ella rompió el contacto de sus manos y el de sus ojos. No podía permitirse sentir en este momento y si se quedaba volvería a sentirse más vulnerable.
—Señorita ¿No me dirá su nombre?
—No.
—¿Cómo volveré a encontrarte, cómo podré saber quién eres?
—Es mejor que no lo sepas —dijo Andrómeda antes de que saliera corriendo.
Su corazón había vuelto a latir de forma vivaz antes de que pudiera volver a su casa. Sentía que el fuego se estaba apoderando de ella. No entendía como hace algunas horas se había podido dejar llevar por aquel perverso instinto de autodestrucción, ella necesitaba sentirse hambrienta de nuevas aventuras y no permitiría que ningún hombre se los fuera a arrebatar.
Corrió a casa y todavía su cabeza estaba demasiado frágil como para decidir que haría de ahora en adelante, pero no se dejaría avasallar o al menos lo intentaría. No quería sentirse insignificante nunca más, nunca más a tal punto de que ni ella misma se quisiera.
Al parecer no todos reaccionaban de la misma manera. Sin embargo había que estar en el borde, en el filo de la muerte para volver a mantenerte a salvo.
O ese era el caso de Andrómeda Black.
En ese momento de algo estaba segura, el inicio de las cosas era el que más terror daba, pero sabía que nunca más permitiría que la doblegasen así, que la vulneraran de tal manera.
No permitiría que la hicieran sentir que no se amaba a sí misma.
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