• CAPÍTULO 1
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THE BLACK SISTERS
IMPERIO
I. Las señoritas de sociedad.
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— ¡Niñas! ¡Andrómeda, Narcissa! ¿Quieren bajar y dignarse en venir a desayunar? — Druella Black estaba sentada en la mesa, exactamente en la cabecera. Esto sólo sucedía cuando su esposo – Cygnus Black – no estaba en casa. Se frotó la sien ya que no le gustaba tener que gritar, más era la única manera de hacer que sus hijas se dieran prisa.
Suspiró y se puso de pie, porque la estaban haciendo perder la paciencia –las señoritas de sociedad – no hacían esperar a sus mayores durante las comidas, menos a la hora de desayunar que era el ritual más importante de una familia. Se dirigió a las escaleras cuando sintió un alboroto venir desde la planta alta, eran sus retoños.
— ¿Por qué han tardado tanto? — les regañó su madre, poniendo un tono severo en su voz — ¿Tengo que gritarles para que se comporten acaso? — dijo mirándoles enojada. — ¡Y tú Andrómeda! Deberías dar el ejemplo, eres la mayor.
— Lo siento madre. — a la niña de cabello rizado, color castaño chocolate no le quedó más que disculparse y agachar su cabeza.
— Tu hermana hoy entra a la escuela, no deberías distraerla con tonterías.— sentenció con una mirada penetrante. — Ahora por favor, tomen asiento y desayunen, Bellatrix las ha esperado más de diez minutos.
Andrómeda y Narcissa Black tomaron asiento en sus respectivos asientos. Puestos que se les asignaron desde que nacieron. La mesa del comedor de la casa Black era enorme y de madera negra, repleta de manjares y de comida variada.
— ¡Nibur! — llamó Druella de manera elegante.
El elfo doméstico apareció en segundos ante la dueña de casa. Llevaba una túnica limpia por lo menos, ya que la ama no permitía que estuviera sucio y que diera mala imagen ante las visitas que llegaban a la Mansión.
— Ama, Nibur está aquí.
— Trae el té para Andrómeda y Narcissa rápido. — ordenó — no quiero más demoras. — volvió a a mirar amenazadoramente a sus hijas.
— Como ordene, ama. — asintió el elfo y partió de inmediato rumbo a la cocina. Llevando y trayendo artículos de porcelana fina para servir a las niñas.
Druella Black era una de las mujeres más respetadas dentro de la sociedad mágica de Londres. Desde que la familia Rosier se había unido a los Black habían hecho una alianza poderosa entre los magos de sangre pura, aumentando su prestigio y su poder. Druella había sido fuerte y hábil desde pequeña y se había encargado de educar de la misma manera a sus hijas –como las señoritas de sociedad a la que pertenecían – sin errores, sin improperios y sin faltas.
— Narcissa. — le dirigió la palabra a la menor de las tres. — Hoy entras a la escuela y quiero que tengas el mismo comportamiento que han tenido tus hermanas en la escuela. — señaló — Espero que te comportes como la dama que eres, que resaltes entre los demás por tus habilidades mágicas y claro por tus calificaciones, recuerda que eres una Black y una Black siempre sabe que debe ser la mejor.
La nombrada levantó la vista de su plato de avena cuando su madre dirigió sus palabras. Narcissa era una niña adorable en todo sentido. Poseía tal belleza como si la hubiera sacado de un cuadro de Edgar Degase. Era rubia, de piel palida como la porcelana, de pómulos suaves y de ojos celestes. Era la menor de las tres hijas y la joya de la corona de sus padres.
Obviamente ellos se regocijaban de tener unas niñas tan hermosas, a las que les sacarían el mayor partido. Pero Narcissa había nacido privilegiada con rasgos mucho más bellos y sus padres lo aprovecharían como si de una muñeca de porcelana de exhibición se tratara.
— ¿Me has oído Cissy? — volvió a repetir su madre.
— Sí madre, lo tengo claro. — asintió. — Voy a seguir el ejemplo de mis hermanas y dejaré muy bien puesto el nombre de la familia, de eso no te preocupes, confía en mí. — sonrió.
Para Narcissa, ser perfecta y complacer a sus padres estaba entre sus prioridades.
Druella asintió y sonrió. A la mujer le gustaba que todo marchara sobre ruedas, que nada saliera de su radar y entre esas cosas estaba el comportamiento de sus hijas. Ellas debían ser perfectas, como las señoritas de sociedad que eran.
— Madre. — otra de las niñas habló de manera educada. — Creo que de verdad hubiera sido mucho mejor que nos hubieran cambiado de escuela.
— Bellatrix, por favor no vayas a empezar con eso otra vez, ya dije mi última palabra y fue no.
Ahí estaba la hermana del medio. En muchas familias se creía que la hermana del medio no tenía mucha relevancia, que era un ser de bajo perfil y bastante desapaercibido. En el caso de las hermanas Black no era así. Bellatrix era una niña que desde muy pequeña mostró cuál era su personalidad, desde niña se mostró desafiante y de carácter sumamente fuerte, Bellatrix no toleraba que las cosas no salieran como quería, que las personas no hicieran lo que ella deseaba, Bellatrix no permitía que sus ordenes no fueran cumplidas, eso podría esperarse de los magos comunes, no para los Black y para Bellatrix ser una Black la hacía prácticamente de la realeza.
—Madre, déjame decir que aún hay tiempo, en Durmstrang las clases aún no comienzan, por ende aún podrías hablar con el director Karkarov. — sonrió de manera manipuladora — deberías acceder, la educación de Durmstrang es muy distinta a la que tenemos en Hogwarts, por favor.
— No discutiré contigo a esta hora, la decisión la tomé con tu padre cuando decidimos mandar a Andrómeda a Hogwarts, ustedes también asistirán y se graduarán allí. — declaró — en caso de que nosotros veamos alguna falencia en su educación, lo consideraremos, pero no quiero oír más.
— Pero madre.. — volvió a insistir Bellatrix, ella no podía tolerar un no como respuesta en ningún caso, ni siquiera un no de parte de su madre.
— Basta. — dijo su madre, zanjando el tema. — más te vale que no hagas ninguna cosa para que te expulsen, si llegas a hacer algo así con tu padre nos veremos en la obligación de enviarte con mi familia, no quiero problemas contigo ¿Me oíste?
— Sí, madre. — contestó a regañadientes, obedecer no era para ella, obedecer no era para una Black.
Pero las señoritas de sociedad hacían caso sin replicar.
— Andrómeda. — volvió a hablar su madre. — Espero que subas tus calificaciones este año, no quiero ninguna materia que no tenga un Extraordinario, lo sabes, si no tienes notas altas jamás podrás conseguir un empleo decente y que tu padre tengs influencias no quiere decir que puedas relajarte.
Andrómeda Black, a pesar de ser la mayor, ella se veía totalmente opacada, opacada por sus hermanas. Narcissa desbordaba belleza, Bellatrix no dejaba indiferente a nadie y ahí estaba ella, ella no resaltaba como solía hacerlo su familia. Era como si no encajase en la popular vida de su familia.
— Subiré mis calificaciones en pociones madre, le pediré al profesor Slughorn que me oriente si es necesario. — comentó — quizás puedo tomar un intensivo o una clase extra.
A ella no le gustaba causar problemas, no le gustaba sobresalir, no le incomodaba ser invisible, le apetecía pasar tiempo a solas y no bajo el ojos de toda la burguesía mágica.
Ella era muy distinta a lo que las señoritas de sociedad solían querer.
A ella no hacía sentir mejor ser una Black, no le hacía gracia ser asquerosamente rica cuando mucha gente no tenía ni para comer. Ella prefería que las personas alabaran su cerebro, no su belleza física. Pero entre sus hermanas ella siempre quedaba relegada a segundo plano, incluso hasta en tercero. Cosa que honestamente prefería.
— Creo que ya es tiempo de que suban, laven sus dientes y después bajen para que nos vayamos a la estación y por favor no demoren. — volvió a reiterar Druella.
Ninguna de ellas hizo mención para darle ánimo a Narcissa, ninguna le dió una palabra cariñosa para que se sintiera cómoda en su nueva escuela. Nadie hizo comentarios sobre a qué casa quería asistir.
Eso por ningún motivo.
Todas las hermanas Black tenían que ser seleccionadas en Slytherin.
No tenían, debían.
Toda la sociedad purista y los magos que provenían de los sagrados veintiocho asistían a Slytherin, ese era su mayor orgullo, los dones que Salazar veía en ellos eran su mayor trofeo.
Sentirse superiores frente al resto era lo mejor que podían sentir. Ver a los demás magos por encima del hombro era algo que a las hermanas Black les habían inculcado prácticamente desde que las habían engendrado, después de todo, el apellido que gozaban de tener les daba inmunidad y la libertad de hacer lo que quisieran.
Cuando las tres chicas llegaron a la estación 9¾ junto a su madre y sus tres elfos domésticos, muchos magos ya estaban allí dejando a sus hijos. Y en dicho lugar se veía claramente la personalidad definida de cada una de ellas.
— Andrómeda, levanta la cabeza y camina derecha ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? — susurró Druella en el oído de la niña.
Acción que la mayor de las chicas hizo de inmediato, a ella no le gustaba disgustar a su madre. Pero era como si siempre hiciese algo como para que ella hallara un defecto en su persona.
Narcissa ya había ido muchas veces a la plataforma, sus dos hermanas ya asistían a la escuela y en esas dos ocasiones había ido a dejarlas al expreso. Tenía once años y era una cría, pero ya sabía muy bien que tenía que comportarse apropiadamente y sonreír en toda ocasión. Una señorita de sociedad siempre debía de lucir simpática y atractiva a los ojos ajenos.
— Cissy, recuerda que debes ir en el primer vagón junto a todos los niños de primero. — le comentó Andrómeda de manera cariñosa, al verla algo nerviosa. Porque ella la conocía muy bien, a ella y a Bellatrix.
— Gracias Andy. — murmuró la niña rubia. Andy era un apodo cariñoso que había surgido entre ellas, a sus padres no les agradaban los apodos, eso era algo que solían hacer los muggles y ellos no lo eran, eran superiores a ellos. Pero no consiguieron que entre las niñas no los usaran. — ¿Tú donde estarás?
— Bella y yo estaremos en el vagón de Slytherin al final del tren. — le respondió de manera cariñosa, acariciando su cabello. — Si necesitas cualquier cosa debes acercarte al prefecto de Slytherin y él se encargará de todo, así que no te preocupes.
Desde que habían entrado a la plataforma Bellatrix las había ignorado y dejado un poco más atrás, a pesar de no ser la mayor, ella era la que lideraba las acciones de las tres. Su temperamento y carácter sobresalían ante los demás, era una líder nata. A pesar de ir recién a segundo año destacaba y era más popular que muchas de sus compañeras de casa.
Pues claro.
¿Quién en su sano juicio no querría estar cerca de Bellatrix Black?
Todos querían estar cerca de ella, si estando a su lado podrían destacarse también. Una de esas personas era Amycius Carrow y su hermana Alecto.
— Señora Black ¿Cómo se encuentra? — saludó el chico, que era de la edad de Andrómeda, un año mayor de hecho, pero a él le interesaba Bellatrix, como no. — ¿Cómo está el señor Black?
— Amycius ¿Cómo están tus padres? Nosotros estamos muy bien.
—Ellos están de viaje en Roma, pronto volverán, se quisieron tomar unas vacaciones de tanto estrés en el ministerio. — comentó el chico. — mi madre no daba más. Por cierto chicas, un gusto verlas. — saludó, pero tenía su vista fija en Bella.
Andrómeda rodó los ojos, ella estaba acostumbrada que algunos amigos de su hermana pasaran de ella, ya que su personalidad no encajaba con la de ellos. También no encajaba con las familias amigas de sus padres, no entendía por qué la señora Carrow estaría estresada si solamente pasaba escogiendo papel tapiz para cambiar en su Mansión.
Bella tampoco le hizo mayor caso, sabía que en algún momento debía de casarse, pero no escogería a Amicyus ni en sus pesadillas.
— ¿Qué tal las vacaciones Bella? — Alecto se acercó a saludarla y le dió un beso en cada mejilla, la chica parecía una de esas cortesanas que hacían lo que la reina quería.
En sólo un año Bellatrix había impuesto su soberanía sobre todo Slytherin, es más sobre toda la escuela.
—De lujo, fuimos a Grecia, aprendí a cazar. — se fanfarroneó sin prestarle mayor atención a la chica, que encontraba estúpida y de poco cerebro, más sabía que cerca de su madre debía de guardar las apariencias.
Nibur, quien sin una orden de su ama sabía lo que tenía que hacer. Volvió desde adentro del tren, ya había ido a dejar y acomodar las pertenencias de las chicas.
—Señoritas, sus cosas ya están instaladas ¿Si gustan pueden acompañarme?.
—Gracias Nibur. — accedió Andrómeda.
— ¿Por qué le das las gracias, es un elfo?— le reprendió Bella en ese mismo instante. — No te desgastes, me irrita que hagas eso.
Andrómeda no dijo nada, ya que no quería que su madre oyera lo que Bella le había dicho, pues Druella le hubiera encontrado la razón. Las tres se despidieron de su madre y abordaron al tren. No había ningún afecto o gesto cariñoso, los Black no eran demostrativos, para ellos el afecto era algo secundario, para ellos importaban otras cosas.
Narcissa se integró muy bien junto a los niños de primero en el vagón. Todos eran los niños hijos de los amigos de sus padres, todos futuros Slytherin. Andrómeda se dedicó a leer, hasta que llegó Aiden Parkinson al compartimento, su mejor amigo. Bellatrix estuvo en todo momento rodeada de gente, más bien dicho de súbditos que querían cumplir sus caprichos.
Así había sido el viaje a Hogwarts.
La ceremonia había sido emocionante para Andrómeda, su hermanita pequeña tenía que quedar en la casa de las serpientes, más ella no tenía duda de que lo conseguiría. Narcissa tenía todo para quedar en Slytherin sin problemas.
Recordó lo que ella había vivido hace tres años atrás. Recordó la manera en que el sombrero seleccionador le había hablado. Recordó cómo le había insinuado que quizás Gryffindor sería la casa perfecta para ella. Recordó cómo le había suplicado que le colocara en Slytherin a cómo de lugar. Recordó la tensión previa. Recordó la tranquilidad cuando el sombrero gritó el apellido de Salazar. Recordó lo que hubieran dicho sus padres de ella si hubiera quedado en la casa de los leones.
Decidió borrar esos pensamientos de su mente por el momento y se fijó en su alrededor.
Vió a Bellatrix reír junto a Rodolphus, un chico de su año que jamás había prestado atención a su presencia. Le parecía asqueroso, sabía que pretendía a Bella para casarse, Andrómeda no era tonta.
Vió a su hermanita correr a sentarse a su lado, por lo que le abrazó y acarició su cabello. Estaba feliz ya que haría felices a sus padres.
Andrómeda siguió comiendo de manera educada y comportándose como su madre les había enseñado a las tres.
Cómo unas señoritas de sociedad.
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