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Capítulo 9


Nara

Cada ojo curioso nos observaba cuando regresamos a la Corporación Vitale. Gian no les dio importancia mientras continuaba sonriéndome y contándome sobre el viaje a Francia. Una parte de mí estaba emocionada por esta nueva aventura, pero esa vocecilla inquietante en mi cabeza me decía que era una pésima idea. ¿Qué podría salir mal? Era una mujer adulta y confiaba en él. Mi antiguo jefe me había cortado las alas y me había arrebatado muchas oportunidades. Era momento de volar y demostrar mi capacidad. Quería conocer el mundo, quería nuevas anécdotas que contar en mi blog de periodismo, sobre todo, quería pasar tiempo con Gian.

Esa admisión me tenía temblando y un poco ansiosa. Maldita sea. Mi cabeza se estaba imaginando cosas absurdas y no era profesional. Corría el riesgo de perder mi trabajo. Era estúpido suspirar por él cuando había mucho en riesgo.

—Recuerda que estoy aquí si tienes dudas —dijo Gian cuando las puertas del ascensor se abrieron y nos dirigimos a su oficina —. Haz todas las preguntas que quieras. Prefiero responder cada una antes de que lo arruines. Tendrás en tu poder documentos importantes y es indispensable que te mantengas atenta a cada detalle.

Asentí y apreté la Tablet contra mi pecho.

—Entendido.

Gian le echó un vistazo a su reloj.

—Tengo una reunión con Luciano en diez minutos y está organizado. Puedes tomarte el resto del día libre y estudiar un poco más sobre la empresa de Bernoit. Ha sido suficiente por hoy. Dudo que necesite beber otro café.

Me sonrojé al pensar cómo toqué deliberadamente su entrepierna con la servilleta en un intento ridículo de arreglar mi desastre. ¿En qué estaba pensando cuando cometí tal estupidez? ¡Dios mío! No olvidaría ese momento tan embarazoso y bochornoso.

—¿Estás seguro?

Esbozó una sonrisa que hizo resaltar sus hoyuelos.

—Seguro. Te veré en la noche, Nara.

Me quedé mirándolo boquiabierta hasta que él se rió más ampliamente y sacudió la cabeza antes de girarse. Le agarré el brazo con las mejillas rosadas y el corazón martilleando en mi caja torácica.

—Disculpa... me gustaría saber si tienes alguna preferencia con la comida. Mi nonna es una excelente cocinera y amarás cada bocado, pero lo importante es que te sientas a gusto y me harías un favor evitar otro error. Tal vez eres alérgico al maní. No sé.

De acuerdo. Ahora estaba divagando. Cualquier cosa para retenerlo.

—Quiero disfrutar la experiencia de comer por primera vez la comida de tu nonna —dijo con suavidad —. No tengo ninguna preferencia porque amo la gastronomía italiana. Tampoco soy alérgico al maní o cualquier cosa.

Mis hombros se hundieron con alivio.

—Genial. Te veo más tarde.

Me guiñó un ojo.

—Seré puntual.

Lo vi irse sin echarme otro vistazo y solté un suspiro. Este hombre me hacía soñar despierta.

🌸

Pasé por la tienda y compré algunas especias que le darían un gusto exquisito al estofado de mi nonna. Estaba nerviosa porque era la primera vez que traía a un hombre en la casa. Ni siquiera había considerado esa opción con mis antiguos novios. Mi nonno tenía la costumbre de avergonzarme. Esperaba que se comportara como un caballero esa noche. Gian le devolvió su libertad y era lo mínimo que podía hacer por él. Lo positivo del arresto era que le habían incautado a Gregoria y no cometería más locuras con su intimidante escopeta.

Crucé las calles con adoquines y me precipité a entrar. Cleo saltó del sofá en cuanto notó mi presencia y me ronroneó. La música clásica sonaba en el viejo tocadiscos y mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa al oír a mis nonnos bromear. Ellos se amaban intensamente como el primer día. La mejor prueba de amor.

—¡Estoy en casa! —anuncié mi llegada un poco más eufórica de lo que pretendía y dejé las bolsas en la cocina.

Avancé hacia nuestro jardín dónde los encontré sentados en el banco de roble y compartiendo una deliciosa torta de ricota. El día era hermoso a pesar del clima otoñal. Mi nonna vestía su vestido floreado favorito. Mi nonno, por su parte, amaba ese sombrero de fedora. No había nada en el mundo que lo obligara a quitárselo.

—Llegaste temprano —comentó él un poco aliviado.

Puse los ojos en blanco.

—No habrás pensado lo peor de Gian, ¿verdad?

—Ya sabes mi opinión sobre él —sostuvo.

—No la comparto. Ha demostrado ser un buen hombre—dije —. Decidió venir a cenar con nosotros esta noche. Te suplico que seas amable, por favor. No suelo pedirte favores, pero es importante, nonno. Hazlo por mí, ¿sí?

Su mandíbula se tensó mientras mi nonna me daba una brillante sonrisa. Ella apoyaba cada una de mis decisiones siempre y cuando me hicieran feliz. Sabía que este nuevo trabajo era el comienzo de muchas oportunidades. No podía permitir que nada saliera mal.

—¿Te dijo cual es su comida favorita? —preguntó mi nonna.

—No. Prefiere ser sorprendido —sonreí —. Pero ama los cannolis y tú preparas las mejores en Palermo.

—Oh, mi niña. Ese hombre no querrá comer nada más cuando pruebe mi comida —afirmó con seguridad y arrogancia.

—Espero que así sea, nonna —Me incliné y le besé las mejillas. Olía divino como de costumbre. Lavanda y paz. Era mi lugar seguro —. ¿Nonno? —Le batí las pestañas a Aurelio e hice un mohín.

Ese gesto lo instó a rendirse. Cedió con un gruñido tosco y asintió sin mucho entusiasmo.

—Más vale que sea puntual y se retire en un horario adecuado. No lo quiero aquí hasta tarde.

Hice un saludo militar.

—Gian es muy educado. No te molestará —Le besé la mano y me puse de pie sin dejar de reír —. Gracias a ambos. ¡Los quiero mucho!

Mi abuela compartió mi felicidad, mirándome con dulzura y gentileza. Aurelio, por el contrario, parecía que en cualquier momento buscaría el reemplazo de Gregoria. No le hice caso y me apresuré a mi habitación para buscar el atuendo perfecto que usaría. Quería impresionar a Gian. Quería que después de esa noche pensara solo en mí.

🌸

Después de ayudar a mi nonna con la comida, pasé más tiempo de lo que esperaba arreglándome, pero estaba satisfecha con el resultado final. Mi largo cabello castaño y lacio caía hasta mi cintura. Mi flequillo perfectamente recto y me había pintado los ojos con delineador y sombras suaves.

La falda amarilla era corta, aunque me sentía cómoda y bonita con ella. Lo combiné con una blusa blanca que dejaba visible mi ombligo y el pequeño tatuaje de corazón en mi hombro derecho. Terminé de ponerme los tacones justo cuando escuché a un auto estacionarse y mis latidos se aceleraron. ¡Mierda! Ya era la hora y no me había dado cuenta. Cleo maulló desde mi cama al notarme alterada.

Tranquila, Nara.

Me acerqué a la ventana y aparté las cortinas para ver a Gian bajar de su impresionante Bugatti negro. Esta vez no trajo a su chófer con él. No había momento que no lo considerara atractivo, pero verlo vestido con un simple pantalón jeans y chaqueta de cuero trajo una ola de cosquilleo a mi piel. Su cabello rubio estaba despeinado por la brisa de la noche. Me mordí el labio cuando dirigió sus ojos a la ventana donde lo miraba como una estúpida y me dedicó una sonrisa seductora. Lo saludé con la mano y fingí que no me afectaba. Necesitaba actuar normal. Era una cena cordial para agradecerle su ayuda. Nada más.

—¡Nara! —gritó mi nonna y me aparté de la ventana —. ¡Tu amigo está aquí!

Le eché un último vistazo a mi atuendo y me apliqué mi perfume favorito antes de recibir a Gian. Tuve cuidado al bajar los escalones mientras me dirigía a abrir la puerta. El dulce aroma a ternero y especias recién horneado llenaba el ambiente. Mi nonna seguía trabajando en la cocina y mi nonno se aseguraba de que el antiguo tocadiscos funcionara.

Planté una sonrisa en mi rostro y abrí la puerta. Gian estaba de pie con una bolsa en la mano. El aroma de su perfume impedía que me concentrara, pero casi le di las gracias. Mi mayor debilidad siempre sería un hombre que olía tan bien.

—Gian.

—Hola, Nara.

—Puntual como prometiste —comenté.

Se detuvo un momento a apreciar mi aspecto y su altura se elevó sobre la mía. Era tan alto que su fuerte presencia hizo que mi casa se sintiera pequeña. No se molestó en ocultar que me observaba descaradamente. Sus ojos recorrieron mis piernas antes de que regresara a mi rostro con la típica sonrisa que lo caracterizaba. Esos hoyuelos, maldita sea.

—Te ves hermosa.

Me hice a un lado y lo dejé pasar con el cosquilleo vibrando en mi piel.

—Gracias —sonreí y me enfoqué en la bolsa en un intento de romper la tensión—. ¿Qué has traído?

—Vino—contestó—. Espero que a tu abuelo no le importe.

—Para nada. El viejo pasa sus fines de semana sentado en el sofá y bebiendo sin parar mientras mira sus partidos de futbol —resoplé—. Adora el vino.

—Solo si proviene del mejor viñedo —intervino el anciano en cuestión detrás de mí y colocó las manos en sus caderas—. ¿Antinori?

—Bevagna —dijo Gian con diversión—. Tienen los vinos de más alta calidad.

Mi nonno alzó una ceja.

—Eso lo comprobaremos ahora mismo. Nara —Me miró—. Ve a buscar la quita corcho.

Rodé los ojos por su tono mandón.

—Sí, señor.

Marché a la cocina mientras dejaba a Gian con mi nonno. Thomas era mi mejor amigo y nunca le agradó. Una vez lo pilló mirándome el trasero lo cual fue el crimen más atroz que había cometido el pobre chico. Aurelio lo puso en su lista negra y me aseguró de que algún día intentaría algo conmigo. Yo no lo permitiría, por supuesto. Adoraba a Thomas, pero lo nuestro solo era amistad y no pasaría de allí. Mañana me pondría en contacto él y respondería sus llamadas. Me sentí mal por ignorarlo.

—¿Buscas esto? —Mi nonna se sacó el delantal y me entregó la quita corcho.

Tenía un poco de harina en el puente de la nariz por haber horneado casi toda la tarde. Se veía tan esplendida y animada. A veces olvidaba su enfermedad. Un nudo me apretó el pecho y la abracé en agradecimiento. No pensaré en eso. Ella siempre sería mi nonna, mi segunda madre. Estaría bien mientras siguiera al día con sus medicinas.

—Todo huele divino. Gracias por tu esfuerzo—dije—. Pero es hora de que te tomes un descanso y me dejes a cargo. Yo serviré la cena. No te preocupes.

—De ninguna manera. Tienes que estar pendiente de ese chico —Me sonrió.

El rubor se arrastró por mi cara y toqué el borde de mi falda.

—No es lo que piensas.

—Permíteme dudarlo —Levantó las cejas con suspicacia—. ¿Crees que no noto lo nerviosa que estás? Nara, nunca nos has presentado a tus novios o tus revolcones como quieras llamarlos.

La miré en shock.

—¡Nonna! Es mi jefe —Bajé la voz, rezando para que Gian no escuchara nada.

—¿Y qué? No le veo el problema y por las cosas que ha hecho es obvio que está interesado en ti—Su sonrisa creció y se acercó al horno para sacar la bandeja con el ternero. Me coloqué los guantes y la ayudé—. No te he visto sonreír así en mucho tiempo, querida. Espero que todo resulte bien para ambos.

—Nonna... deja de decir tonterías.

—Y Dios mío es guapísimo —Se abanicó—. Harían una pareja tan bonita.

Solté un suspiro resignado. Esta mujer no tenía remedio.

—Por favor, sé discreta con él y no menciones nada del tema. No quiero incomodarlo.

—Descuida, cielo. Sabes que tu mayor preocupación es el viejo cascarrabias de Aurelio.

Mi nonna se dirigió al comedor a organizar la mesa mientras me uní a los demás en la sala. Mi nonno aceptó la quita corcho y abrió el vino sin ningún esfuerzo. Se tomó su tiempo para oler el dulce aroma que desprendía la botella y asintió en aprobación. Gian ganó varios puntos con esto.

—Buena elección. Algo digno de un Vitale—dijo Aurelio.

Gian sonrió.

—Mi padre es amante del licor, pero mi primo Luca produce los mejores vinos de Italia. Sus negocios se están expandiendo en Europa y hace unos meses logró llegar a América.

—Suenas orgulloso de él.

—Es un gran hombre.

—¿Un Vitale podría presumir de eso?

—Nonno... —advertí.

Pero Gian no se lo tomó a mal.

—Luca es el hombre más tradicional y familiar que podrá conocer. Renunció a todo por la mujer que ama —continuó sin borrar su sonrisa—. Pero no vine aquí a hablar de él. Tengo que saludar a la encantadora cocinera y darle las gracias por tomarse tantas molestias conmigo.

Mi corazón se derritió en el instante que mi nonna entró en la sala, arreglándose el cabello. Recibió a Gian con la calidez que su esposo le negó.

—Nao Lombardi, mucho gusto—Se presentó dulcemente—. Me pone feliz tenerte aquí y poder saludarte como Dios manda. No tuvimos un buen encuentro la primera vez que nos vimos.

Gian le besó el dorso de la mano.

—Descuide, Nao. Gracias por la invitación. Es muy amable de tu parte.

—¡Es tan caballeroso! —Mi nonna le apretó el brazo y lo guió a la cocina sin prestarnos atención—. Nara me dijo que querías ser sorprendido por el menú.

—Estoy seguro de que así será.

—Me llevó horas cocinar y espero que sea de tu agrado. También preparé cannoli para que te vayas con el estómago lleno. Nadie pasará hambre en mi casa.

—Amo los cannolis.

—Nara me lo dijo...

Mi sonrisa era gigante mientras los escuchaba hablar de comida. Gian asentía a todo lo que decía mi abuela y la halagaba cuando ella mencionaba otras de sus recetas. Aurelio ya no se veía tan tenso ni a la defensiva. Sirvió cuatro copas de vinos mientras yo me encargaba de cortar el ternero y llenar los platos con ensalada.

Minutos después nos sentamos en la mesa con una vieja canción clásica sonando de fondo. Gian se ubicó a mi lado mientras respondía a las preguntas de mis nonnos. No parecía ofuscado ni incómodo. Él disfrutaba totalmente la atención.

—¿No crees que eres muy joven para ocupar un cargo tan importante? —cuestionó Aurelio, llevándose un bocado en la boca.

Gian bebió un sorbo de vino antes de responder.

—Siempre he creído que nací para el puesto. Amo mi trabajo.

—Uno de los tantos que tienes —continuó mi nonno—. Los Vitale no se dedican a una sola cosa, menos cuando se trata de la legalidad.

Casi escupí mi comida. ¿Estaba acusando a Gian de ser deshonesto?

—Nonno, por favor...

—Vamos, Nara, eres periodista—recalcó él—. No actúes como si no hubieras escuchado la reputación de su familia y la Cosa Nostra. Todos en Italia lo han oído.

Conocía la historia como cada habitante de Palermo, pero siempre asumí que eran solo rumores. Sin pruebas no existe tal crimen.

—No me dejo llevar por los chismes—respondí con un encogimiento de hombros—. Y deja de ser grosero—Miré a Gian con una tensa sonrisa—. Lo siento.

—Está bien—cortó un trozo de carne tierna sin inmutarse—. Estoy seguro de que tiene muchos conocimientos sobre el crimen organizado, Aurelio.

Mi nonna se unió a la conversación.

—Oh, sí. Aurelio siempre ha sido un experto en ello, pero no tanto como yo—dijo—. Cuando nos conocimos lo amenacé con una muramasa y jamás tembló.

Empecé a toser porque no esperaba que la conversación tomara ese rumbo. Lo que menos quería era hablar sobre la mafia que relacionaba a mi familia.

—La amé desde que prometió matarme —Mi nonno le apretó la mano y sonrió enamorado. La miraba con adoración.

—Es una gran manera de empezar una relación —bromeó Gian y yo estaba rígida como una tabla—. Te miro y veo a una mujer dulce con excelentes habilidades en la cocina, pero dicen que las apariencias engañan, Nao. ¿Sabes usar una katana?

—Toda mi familia lo sabía —Ella hinchó el pecho con aparente orgullo—. Mi dulce Nara también. Le enseñé a usar cuando era solo una niña. Si fuera tú tendría mucho cuidado. Las mujeres Lombardi somos peligrosas.

Gian me observó con cierto interés que me hizo encogerme.

—Pensé que las muramasas solo formaban parte de las leyendas japonesas.

Me concentré en mi copa de vino y lo giré lentamente.

—Tal vez es una réplica. No lo sé —traté de evadir el tema.

—¿De verdad has usado una?

—He perdido práctica—admití.

—Algún día regresarás a tus raíces, querida—dijo mi nonna—. La sangre siempre llama.

Me quedé sin aliento y la miré con reproche e indignación. Me prometió que esta noche sería discreta. Lo que menos necesitaba era que le restregara mi pasado a Gian. Hacía años había huido de esa vida y no regresaría.

—Iré a buscar el postre —me puse de pie sin disimular la molestia y tiré la servilleta en la mesa para ir a la cocina.

Fue una mala idea invitarlo. Confié en que mis abuelos se comportarían y cometí un error al pensar que esa noche sería entretenido. Odiaba recordar la vida que tuve alguna vez, sobre todo, porque extrañaba a mi hermano y mi madre desesperadamente. ¿Lo peor? Ya no recordaba como era la relación que tuve con ellos alguna vez.

—¿Estás bien? —La voz de Gian me sobresaltó mientras ponía los cannolis en los platos.

—Sí, lo siento—musité—. Mis abuelos son un caso perdido y suelen hablar de temas que no deberían.

—No tiene nada de malo que sepas usar una katana—sonrió—. No te consideraba ese tipo de chica.

Ese comentario me puso a la defensiva. Dejé el plato sobre el mostrador y me crucé de brazos.

—¿Qué tipo de chica crees que soy?

Sus ojos cayeron a mis labios.

—Dulce, delicada, suave... no del tipo que usaría una katana, pero no me molesta la idea—Invadió mi espacio personal hasta que mi cadera chocó contra la isla—. La imagen mental que tengo de ti sosteniendo una es alucinante.

Su cercanía le hacía estragos a mi corazón. Lo único que oía era el zumbido de la sangre en mis oídos mezclado con mi propia respiración agitada. Me lamí los labios y me aclaré la garganta que de repente se sentía áspera.

—Hay muchas cosas sobre mí que no sabes, Gian.

—¿Qué podría ser tan malo? —me retó con picardía.

Para él era una broma, pero no lo vería así si supiera que mi padre era el Oyabun del clan más peligroso de Japón y mi hermano era un mercenario despiadado. Mi historia familiar estaba manchada con sangre y tarde o temprano me encontraría de nuevo. Justo como había dicho mi nonna y esa idea me aterraba.

—Olvídalo. Es mejor que no lo sepas—Negué con la cabeza y saqué el paquete de nuez del mueble.

Gian continuó presionando.

—Sabes algo, Nara. Estoy seguro de que ni siquiera tendríamos esta conversación si supieras quién soy en realidad.

Un repentino escalofrío me recorrió la espalda cuando recordé la conversación de hacía minutos. Él nunca había negado las acusaciones que hizo mi abuelo respecto a su familia. ¿La Cosa Nostra? ¿Era verdad todos esos rumores que había oído y leído durante tanto tiempo?

—Vamos, regresemos al comedor —Intenté pasar por su lado, pero me atrapó el brazo y me apretó contra él.

—No me importa tu pasado o lo que fuiste alguna vez—dijo con convicción—. Nada cambiará mi opinión sobre ti.

—¿Y cuál es? —jadeé.

—Eres hermosa, dulce, inteligente, amable. La jodida perfección—Me estremecí cuando me tocó la mejilla—. No te importa mi apellido o las cosas superficiales que dicen de mí. Tengo un pasado retorcido y sucio. Huirías de mí si conocieras todos los detalles.

—No te tengo miedo—afirmé.

En realidad me asustaba más lo que sentía por él. Sabía que me consumiría cuando me entregara y no habría retorno. Gian poseería cada parte de mí y yo le entregaría hasta mi alma.

—¿Ves? Por esa razón es que me siento tan atraído hacia ti—Se inclinó peligrosamente cerca de mis labios. Mi pecho subía y bajaba. Mis latidos se desbocaron y de repente quise ser besada por él. Acariciada, tocada... destruida por este hombre—. Eres tan preciosa.

—Gian...

—¡Nara! —Me aparté rápidamente al oír la voz de mi abuelo y puse una distancia entre ambos.

La vergüenza no me permitió mirar a Gian. Simplemente me aparté de él como si me hubiera quemado y escuché su risa suave detrás de mí. Oh, Dios mío. Ese hombre me arrastraría al infierno y yo ardería con gusto.

🌸


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