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Capítulo 8

Nara

¿Qué pensaría Gian si supiera que también había memorizado el aroma de su perfume? Era todo lo que percibía cuando estábamos juntos. Quería sostener su camisa con mis puños e inhalarlo. Eso sería muy extraño, pero me encantaba como olía. Era adictivo y embriagador. Incluso me atrevería a decir que el hombre era lo más cercano a la perfección. Desde su brillante cabello rubio, sus expresivos ojos grises, su mandíbula bien afeitada y una sonrisa que debilitaba mis piernas. Yo no pensaba con claridad a su lado.

Me costaba concentrarme mientras me explicaba algunas funciones del personal y me llevaba directo a su oficina. Varias personas lo detenían a mitad de camino y él respondía siempre sonriendo, palmadas en la espalda y comentarios triviales. No era la única que lo miraba maravillada. Otras mujeres compartían la misma emoción. La más obvia fue Simona Barone. La directora de Recursos Humanos.

—Simona, ella es Nara—Me presentó Gian. Sentí el calor de su mano cuando lo colocó en mi espalda baja —. Mi nueva secretaria.

Simona era una bonita mujer de cabello oscuro y ojos jade. Me saludó con dos besos en ambas mejillas. Adoptó una postura totalmente profesional. Nada de sonrisas o pestañas agitándose. Me hizo sentir como si hubiera interrumpido algo.

—Mucho gusto, Nara—murmuró—. Gracias a Dios que estás aquí. El pobre hombre vivía estresado porque no tenía a nadie que le sirviera su café favorito por las mañanas.

Sonreí.

—Suerte para él que soy buena con el café.

Gian soltó un suspiro de alivio.

—Sabía que era un hombre muy afortunado por contratarte —Me guiñó un ojo y mi corazón se saltó varios latidos—. Pero servirme el café no será tu obligación.

Me encogí de hombros. Le llevaba café a De Rosa todas las malditas mañanas y el hombre era incapaz de darme las gracias. Gian, en cambio, había sido más que amable conmigo. Me trató con respeto y delicadeza. Él se merecía el mejor café del mundo.

—¿Cómo te gusta el café? —pregunté.

Sus ojos grises brillaron.

—Macchiato. La empresa cuenta con una cafetería.

—Perfecto—dije—. Mi misión del día será traerte uno.

—Gracias, preciosa—Gian miró a Simona—. ¿Puedo contar contigo para el contrato de Nara?

Las mariposas se volvieron locas en mi estómago ante la mención de esa simple palabra. Preciosa.

—Por supuesto—Simona avanzó hacia la puerta—. Que tengan un buen día.

Se marchó dejándonos solos. Gian se quitó la chaqueta y lo colgó en el respaldo de la silla. Le eché un vistazo a la pulcra oficina. Había un enorme armario a la derecha y otra puerta que probablemente dirigía al baño. El negro predominaba en el espacio con mucho cristal, obras de arte y diplomas en las paredes. El resto era industrial y elegante, aunque un poco aburrido para mi gusto.

—Aquí—Gian escarbó en el cajón de su escritorio y me entregó una tableta con audífonos Bluetooth—. Vamos a comunicarnos mayormente por correo electrónico. También hay una serie de datos que necesitas leer. Tu primera misión del día será traerme un café y ponerte en contacto con Jean Bernoit. Pídele más detalles del proyecto. Estamos expandiendo la empresa en París.

—De acuerdo—presioné la tableta contra mi pecho y me aclaré la garganta—. ¿El café con azúcar o sin azúcar?

—Sin exceso de azúcar —respondió—. Tienes un mapa a tu disposición en caso de que te pierdas —Su celular sonó y me ofreció una sonrisa de disculpa—. Necesito atender esto.

—De acuerdo—dije—. Uh... estaré cerca.

Sentí sus ojos en mí todo el tiempo cuando me marché. Cerré la puerta y me dirigí a mi escritorio que estaba ubicado cerca de su despacho. Era mejor de lo que esperaba. Desde mi posición tenía una excelente vista a la ciudad. También había estantes de libros, enciclopedias y un ordenador portátil. Ya decoraría el espacio a mi antojo otro día. Ahora quería familiarizarme y preparar el bendito café de mi jefe.

Agarré mi bolso, subí al ascensor y bajé en la primera planta. Al ver rostros sonrientes, personas bromeando, hablando y compartiendo me hizo sentir optimista. Había una notable diferencia con mi antiguo empleo. Estaba segura de que disfrutaría muchísimo mi estadía aquí.

No fue muy difícil encontrar la cafetería. El aroma celestial a café me llevó directamente allí. Al igual que el resto de la corporación era abierta y luminosa con una gran variedad de menú. Me acerqué a recepción dónde un joven simpático me atendió. Pedí crema batida con una pequeña porción de cheesecake. El azúcar era mi gusto culposo.

Estaba pagando cuando fui abordada por dos mujeres intrigantes. Ambas altas, escotes blancos y faldas estilo tubo. Me quedé de piedra, confundida por la interrupción. Ellas se codearon entre sí, debatiendo quién hablaría primero.

—Disculpen—dije, sosteniendo las bolsas con el pedido—. Necesito llegar a la oficina de mi jefe antes de que se enfríe el café.

La pelirroja de pequeña nariz y ojos marrones me sonrió.

—Te hemos visto subir al ascensor con Gian Vitale. Así que oficialmente ha conseguido una nueva secretaria—canturreó con un mohín—. Varias moriríamos por el puesto. Soy Lorena Ramos y ella es Betina Gallo. Un placer conocerte...

—Nara Lombardi—respondí, removiéndome—. Les daría la mano, pero estoy un poco ocupada. Fue bueno conocerlas.

Betina me dio la sensación de que era tímida, pero saludó con una pequeña sonrisa.

—No te preocupes. Venimos aquí todas las mañanas en la hora de descanso y podemos coincidir en cualquier momento. Tenemos que ponerte al día con los chismes más jugosos de la corporación.

Parpadeé confundida. El chisme no era lo mío, pero sería agradable tener nuevas amigas. En Diurno todo era profesional y no sentí conexión con ninguna excepto Thomas. Fue el único que mostró interés en conocerme.

—Gracias por el incentivo, chicas—murmuré y levanté las bolsitas con el café de Gian y mi pedido—. Las veo pronto.

—Cuando quieras, Nara.

Sonreí antes de apresurarme al ascensor. Quería darle una buena impresión a Gian. El café caliente me sumaría puntos extras. No tenía experiencia para este empleo, pero le demostraría que contratarme valió la pena. Yo podía aprender. Era una experta superando retos y este era uno. Pensé un segundo en De Rosa. El desgraciado sufriría un ataque cuando supiera que ahora trabajaba con uno de los hombres más importantes del país e influí para que esa entrevista no se publicara. Mi lado rencoroso anhelaba ver a su empresa en la quiebra y a él destruido.

Bajé en el último piso y caminé con cuidado. Usaba mis tacones de diez centímetros y lo que menos necesitaba era caerme. Toqué la puerta de Gian tres veces, pero cuando no respondió decidí entrar sin permiso.

—¿Señor Vitale? —pregunté. Él me pidió que lo llamara solo Gian, pero no me parecía apropiado mientras estuviéramos en la oficina. Era mi jefe.

Nada.

Suspiré y coloqué la taza de café sobre su escritorio. Miré la pared a la izquierda que estaba iluminado por un proyector. Mostraba un gigantesco edificio ubicado en París junto al apellido Bernoit. La puerta se abrió de repente y Gian entró acompañado de Luciano. Su hermano llevaba un impecable traje negro y unos zapatos recién pulidos a juego. Unos ojos azules helados parpadearon en mi dirección y frunció el ceño. No le caía bien. Era evidente.

—¿Aún quieres cerrar el trato con Bernoit después de todo lo que dije? —cuestionó Luciano en tono duro—. Su reputación no es algo que le convenga a la corporación.

Gian arremangó su camisa hasta los codos y me sonrió mientras se sentaba en su sillón. Miró mis piernas más tiempo de lo necesario y me sonrojé. Luciano, por supuesto, lo notó y rodó los ojos.

—Harás lo que te pedí exactamente, Luciano. Sabes que no me gusta rendirle cuentas a nadie.

—Es demasiado arriesgado...

—Sé lo que hago. Ocúpate de la estabilidad de nuestras acciones.

—Bien —Luciano apretó la mandíbula y volvió a mirarme—. Hola, Nara. Veo que mi hermano no perdió el tiempo.

Me aclaré la garganta. ¿Cómo debería tomar eso?

—Hola, Luciano. Es un gusto verte.

Gian señaló la puerta con la barbilla.

—Hablaremos luego, hermano.

Luciano asintió y salió sin decir otra palabra. Empecé a acercarme a Gian para sacar yo misma el café de la bolsa. Al inclinarme sus ojos cayeron en mi escote y Dios mío, me puse demasiado nerviosa.

—Macchiatto sin exceso de azúcar—forcé una sonrisa—. Justo como lo pediste. Espero que sea de tu agrado.

Mis manos temblorosas eran torpes y estúpidas. Dejé la taza en el borde de la mesa y fue un error. El líquido caliente se volcó y salpicó el pantalón de Gian. Me aparté con un grito horrorizado y con la boca abierta.

—¡Oh, Dios! —exclamé—. ¡Lo siento tanto!

Gian se puso de pie con una maldición. Rogué que el café no le provocara una quemadura grave. Era tan estúpida.

—Relájate. Estoy bien.

Tomé una servilleta de su escritorio y me arrodillé para limpiarlo rápidamente. El aroma a cafeína saturó la oficina y la mancha oscura se expandió en su elegante pantalón de vestir. Quería que la tierra se abriera y me tragara.

—Déjame arreglarlo—insistí—. Puedo arreglarlo. Estarás como nuevo en un minuto.

Soltó una respiración profunda.

—No es necesario, Nara.

Pero era tarde. Antes de que me diera cuenta llevé la servilleta justo en su entrepierna y empecé a frotarlo con intensidad. Oh, Dios mío. Había perdido la cabeza. Estaba completamente loca.

🌸

Gian

Cerré los ojos con fuerza, como si eso pudiera ayudarme a reunir un poco de paciencia e ignorar la erección que resaltaba en mi pantalón. Nara no era consciente de lo mucho que me estaba afectando con sus inocentes toques. Verla así, arrodillada entre mis piernas y el largo cabello castaño cayendo hasta su pequeña cintura me hizo imaginar el escenario más sucio posible. Ella chupándome y ahogándose con mi semen. Joder. Era un maldito pervertido, pero la mujer me había atormentado desde que nos conocimos.

—Nara—Le advertí, pero no parecía escucharme.

De hecho, me ayudó a sentarme y oculté mi rostro caliente con las manos mientras ella continuaba limpiando mi pantalón. Esta chica, maldita sea... Si era otra persona en su posición la hubiera despedido. Tenía una junta en diez minutos y apestaba a café. Por no hablar de la erección que me dolía como el infierno y solo una ducha fría me ayudaría a calmarlo. Estaba jodido.

—Debes pensar que soy una incompetente—Se lamentó aún arrodillada entre mis piernas abiertas—. Lo siento tanto, Gian. Te prometo que no era mi intención.

No quería burlarme de ella porque sonaba muy angustiada, pero no podía dejar de reír. No olvidaría este espectáculo en días. Me tenía sufriendo una erección. Me estaba volviendo loco con su torpeza.

—Tengo ropa de repuesto—Traté de explicarle y le sujeté las manos—. Hay un armario como te habrás dado cuenta. Deja eso.

Levantó la mirada y el alivio brilló en sus ojos marrones. Se veía preciosa arrodillada. Quería apreciarla en la misma posición pronto, pero por otras razones completamente diferentes. La imaginé desnuda, con los labios hinchados y la piel cubierta de sudor. Detente ya, Vitale.

—¿No vas a despedirme?

—¿No crees que estás exagerando? Ten más cuidado la próxima vez.

Se mordió el labio y sus ojos se desviaron a mi entrepierna. Fue ahí cuando notó el verdadero problema y su bonito rostro adquirió un profundo rubor. Tartamudeó varias veces y reprimí la carcajada. Ella no comentó nada mientras se incorporaba y tiró hacia abajo el diminuto vestido.

—¿Quieres que vaya por otro café? Volveré en un minuto.

—No, amor. Ponte al día con lo que te pedí—Me acerqué al armario y saqué un pantalón—. Lee los correos de Bernoit y dile que la propuesta sigue en marcha.

—Claro—Acomodó un mechón de su cabello—. Llamaré al servicio de limpieza.

—Gracias —dije—. Puedes irte tranquila.

Nara me tendió una dulce sonrisa y se retiró. No perdí la oportunidad de observar su perfecto trasero. Cristo, ese vestidito era realmente corto. Tendría fantasías con ella esa noche y las siguientes. Necesitaba sexo pronto y muy sucio. La abstinencia de casi tres años me tenía desesperado.

Entré al baño, refresqué mi rostro y me cambié de ropa. Al regresar a mi escritorio lamenté que Nara desperdiciara mi bendito café. Un poco de cafeína me habría ayudado a mantenerme despierto en la junta. La compañía de Bernoit estaba a punto de quebrarse y mi idea era invertir en ella. Luciano pensaba que era una mala decisión, pero yo confiaba en mis instintos. No daría marcha atrás.

El problema de Luciano se debía a Alexandre Belmont. El líder de la mafia francesa. París era su territorio y no estaría de acuerdo en que un italiano expandiera sus negocios ilícitos. Ya me haría cargo de él. Mi hermano era el director financiero y tenía todo el derecho de dar su opinión. Pero intentar detenerme era un límite. No me equivoqué cuando decidí negociar con los Ozaki. Esta no sería la excepción.

🌸

Nara

No quería pensar en la situación embarazosa que había provocado con mi estupidez. ¿Buena impresión? A la mierda. Gian probablemente creía que era una tonta. Gracias al cielo el incidente no pasó a mayores. Solo una mancha en su ropa y un detalle que me negué a reconocer. Tal vez me lo imaginé.

Sacudí la cabeza y seguí las instrucciones de Gian. Respondí llamadas y correos que no dejaban de picar en la bandeja de entrada. Había informes sobre reuniones, eventos, viajes, acuerdos comerciales y planes para comer y cenar. Un hombre tan joven con tantas responsabilidades. ¿Se relajaba alguna vez? Entonces recordé los rumores que leí sobre él en internet: fiestas, drogas, mujeres y una vida con mucho escándalo. No lo conocía como supuse.

Mastiqué la punta del bolígrafo y tomé algunos apuntes. Al parecer Jean Bernoit era dueño de una empresa dedicada a la moda y solicitó un encuentro en París con Gian la próxima semana. ¿El problema? Tenía graves acusaciones de lavado de dinero. Ahora entendía por qué Luciano estaba tan reacio a negociar con él.

Recosté mi codo en la mesa y terminé tirando un tazón de lapiceras. Gruñí en voz baja mientras me agachaba a recogerlos. La sombra de una figura y una ráfaga de perfume fresco invadió mis fosales nasales. Me paralicé cuando mis ojos encontraron los de Gian. Tragué saliva con una sonrisita culpable.

—¿Te pongo nerviosa, preciosa? Porque tienes el hábito de tirar cosas en mi presencia.

Sabía que estaba bromeando por la forma en que sonreía, pero no pude contener el estremecimiento ni el sonrojo que subió a mis mejillas por milésima vez en el día. Era una tonta a su alrededor. ¿Qué me pasaba hoy? Que pronunciara el apodo mí no ayudaba tampoco.

—La suerte no está de mi lado hoy—respondí.

—Deberías relajarte—Me ayudó a levantarme y miró el escritorio con el ceño fruncido—. ¿Qué tal tu día? Te veo estresada.

—Ha sido un poco abrumador, pero nada que no pueda manejar. Lo resolveré—Puse el tazón de lapicero en su lugar —. ¿En qué soy buena?

Gian le echó un vistazo al reloj en su muñeca.

—Es la hora del almuerzo y quiero que me acompañes a comer.

—Yo... no creo que sea buena idea.

¿Hacía lo mismo con el resto de sus empleados? No quería dar una imagen equivocada en mi primer día. Ya había hecho suficiente dándome el puesto sin ninguna entrevista y con mi poca experiencia.

—No aceptaré un no como respuesta—Me sorprendió cuando alcanzó mi brazo con cuidado y me atrajo más cerca de su cuerpo. Por un momento no reaccioné y solo miré sus ojos grises. Él apartó el cabello lacio de mis hombros y pasó su pulgar por mi mejilla. Era un toque muy íntimo—. Necesitas comer y tomarte las cosas con calma. Será el momento perfecto para ponernos al día. ¿De acuerdo?

¿Cómo podría negarme con él mirándome así? Quería decirle que sí a absolutamente todas sus peticiones.

—Está bien—cedí.

Su sonrisa parecía iluminar la habitación.

—Te llevaré a un restaurante privado fuera de la empresa si te sientes más cómoda así.

Resoplé.

—Nos verán salir juntos de todos modos. Qué considerado de tu parte.

—Eres mi secretaria, Nara—Colocó su mano en mi espalda baja y traté de fingir que no me importaba—. Iremos a varios eventos juntos, incluso a viajes fuera del país.

Me tensé.

—¿Eso es debatible?

—Para nada—contestó divertido—. De hecho, quería comentarte algunas cosas respecto a esto en el almuerzo. Soy un hombre con muchos compromisos y necesito a alguien que me ayude a sobrellevarlo.

Mi confianza flaqueó por sus palabras. Quería que me viera digna del puesto, pero no estaba capacitada. Lo sabía. Él también.

—Soy torpe.

—Es tu primer día de trabajo, es normal que te sientas nerviosa—dijo él—. Aprenderás con el tiempo. Creo en tu potencial.

No podía fallarle. Independientemente de las razones por la cual me había contratado. Él confió en mí y quería corresponderle. Estuvo a mi lado cuando más lo necesitaba a pesar de que no era su obligación. Se tomó tantas molestias conmigo.

—Gracias—susurré—. Por todo. Espero ayudarte en lo que esté en mi alcance.

Apretó mi hombro.

—Lo harás.

Llegamos al restaurante, un precioso local tradicional y el maître nos sentó al instante. Gian había reservado antes, pero si no lo hubiese hecho, estaba segura de que no tendríamos que esperar. Rezumaba poder y cualquier persona quería complacerlo. Yo pedí lasaña y Gian pasta con salsa de cebolla. Él se encargó de ordenar un delicioso vino blanco, pero preferí un vaso de agua. Era muy mala con el alcohol. Unos pocos sorbos me nublaban la mente y no me arriesgaría a cometer más errores en mi primer día de trabajo.

—Estoy intrigado de saber tu opinión sobre la empresa—Gian tomó un sorbo de vino.

Mastiqué un trozo de lasaña y tragué despacio antes de hablar. Estaba deliciosa, no tanto como la comida de mi nonna. Nadie superaría a Nao Lombardi cuando se trataba de la cocina.

—Tus empleados han sido muy amables. Me dieron la impresión de que les gusta trabajar en equipo.

—Es el mensaje que queremos fomentar—respondió—. Trabajo en equipo.

Me encantó oír eso. De Rosa, por el contrario, apoyaba la competencia entre sus propios empleados. Ni siquiera debería hacer una comparación tan absurda. Gian era un hombre honesto y ético.

—Lo están haciendo excelente.

—Es agradable tener tu aprobación—sonrió—. Sé que no me equivoqué sobre ti, Nara. Tu talento es excepcional. Hablas tres idiomas y será de mucha utilidad en el futuro. Será bueno contar con una traductora que domine el francés y el japonés. Quizás sea apresurado para ti, pero te necesito conmigo la próxima semana. Debemos viajar a Francia.

Los nervios me pusieron ansiosa. Toda mi vida había sido protegida y de un día a otro estaba expuesta. Pero ya no era esa niña asustada que se escondía de los problemas. Era una adulta y no podía huir por siempre. Tenía que afrontarlo y salir de mi burbuja.

—Nunca estuve en Francia—respondí con una sonrisa—. A pesar de que es un país vecino no he visto la Torre Eiffel de cerca.

—¿Entonces es un sí? —Gian me miró con expectativa.

Le di un cuidadoso sorbo al vino y no contesté a la primera.

—Lo haré con una condición.

Él enarcó una ceja. Un mechón de cabello rubio se le había caído en la frente y de repente me dieron ganas de apartarlo con mis manos. Sentir la suavidad entre mis dedos.

—Te recordaría mi posición si se tratara de otra empleada, pero tú eres la excepción a cualquier regla, Nara.

—No es gran cosa así que no uses la carta de jefe conmigo—Lo señalé con el tenedor—. Mi nonna quiere organizarte una cena para darte las gracias por haber ayudado a su esposo. No estás en la obligación de aceptar, pero a ella le hace mucha ilusión conocerte. Te considera un héroe por lo que hiciste.

Gian ni siquiera dudó.

—Me encantará ir—respondió de inmediato.

Yo misma había comprobado que tenía una agenda apretada, pero que se tomara un tiempo por mí significaba muchísimo.

—Gracias. Ella estará encantada de verte. Mi abuelo es un poco tosco y me disculpo de ante mano por su actitud. Es un hombre desconfiado y sobreprotector. Nada personal en tu contra.

—Él y yo tenemos muchas cosas en común entonces—Me guiñó un ojo y apretó mi mano a través de la mesa—. Quiero conocer todo lo que a ti respecta, Nara. Eso incluye a tu familia.

Sonaba muy serio y debido a mis experiencias fallidas con los hombres sabía que no era bueno caer demasiado rápido. ¿Pero cómo podría evitar enamorarme de Gian Vitale? Era una tarea casi imposible. 

🌸

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