Capítulo 4
Gian
Me toqué el labio inferior sin dejar de mirar la brillante ciudad. La luna se asomaba y los edificios pasaban rápidamente ante mis ojos mientras la limusina aceleraba. Kiara asomó el cuerpo en el techo abierto y Luciano la alentó quitándole el corcho al champagne y soltándole silbidos a su esposa. Estaban muy enamorados.
Ellos disfrutaban la vida y no perdían el tiempo. Yo me había convertido en un cascarón vacío. Un hombre despechado que pasaba sus días dentro de una oficina o mataba a aquellos que desafiaban mi autoridad. Tan malditamente perdido en mi trabajo. Cualquier cosa para distraer mi cabeza de aquel recuerdo horroroso que había experimentado. Se puso peor cuando leí el periódico esa mañana, una nota sobre la fiesta que organizó el primer ministro de Rusia y ella estaba presente con su nuevo amante. El padre de su hijo. Su esposo. El hombre por quién me había apuñalado sin pensarlo dos veces.
—Has estado muy callado desde que abandonamos el club—comentó Luciano, tendiéndome la copa de champagne y sacudí la cabeza. Mi consumo hacia el alcohol había disminuido de manera admirable—. Pensé que estarías un poco entusiasmado con la pequeña periodista.
La sonrisa vino a mis labios sin que pudiera evitarlo.
—La convencí de ir a entrevistarme en mi pent-house. Así que eso es incluso mejor de lo que esperaba. La tendré a mi completa disposición.
Luciano no parecía de acuerdo con esa decisión. Estaba a la defensiva con cualquier mujer que se me acercara. No era su problema, pero él sentía la obligación de protegerme. Razonable porque me había visto en mi punto más bajo. Conocía al Gian destruido que estuvo a punto de renunciar. Drogas, alcohol, depresión, pensamientos oscuros sobre el suicidio. Me estremecí y apreté las manos en puños. Nunca regresaría ahí. Nunca me romperían de nuevo el corazón.
—¿La invitaste a tu casa? —preguntó incrédulo—. Ni siquiera la conoces.
Me encogí de hombros con indiferencia. No le debía explicaciones de mi vida. No le debía nada.
—Es hermosa.
Se mofó por la corta respuesta. ¿Qué otra explicación debía darle? Nara era la única mujer que me había maravillado desde mi última decepción.
—¿De verdad, Gian? Pensé que habías aprendido la lección después de lo sucedido con Liana.
La rabia regresó como algo espinoso, desgarrándome pieza por pieza. No me gustaba ese recordatorio ni que condenara a cualquier chica que tuviera mi interés. No todas las mujeres eran iguales. De hecho, consideraba estúpido ese dicho. El problema era una sola persona. Nadie más.
—No necesito tu permiso si quiero follarme a una mujer, Luciano. Ocúpate de tus asuntos.
—No es lo que quise decir y lo sabes.
—Nunca he cuestionado absolutamente nada de tus acciones. Espero que tú tampoco empieces a hacerlo conmigo o me veré en la obligación de recordarte tu lugar.
Hizo una mueca y bebió de la copa.
—Ella es... extraña—dijo—. Es periodista.
—Está interesada en la corporación y mi nombre. Hice que Danilo la investigara—mascullé—. No es para tanto.
Kiara, mareada y borracha, saltó al regazo de Luciano y le llenó el cuello de besos. Él se ablandó en su presencia y artículo la palabra "lo siento" con los labios. Su esposa me miró con un mohín antes de sonreír. Solo ella podía calmarlo.
—¿Otra vez te está molestando?
Le devolví la sonrisa.
—Ya sabes como es Luciano. Se toma muy en serio el papel de hermano mayor.
—Oh, sí, llega un punto dónde se convierte en un absoluto idiota.
—Estoy aquí, cariño—Le recordó él poniendo los ojos en blanco.
Kiara lo ignoró.
—Sabes, me encanta que quieras conocer a esta chica. Pienso que es muy dulce y terriblemente preciosa. Entiendo porque se ganó tu atención en primer lugar—Me guiñó un ojo y mi sonrisa se amplió—. Ve por ella, campeón.
—¿Ves? —Me dirigí a Luciano—. Tu esposa está de mi lado.
Él suspiró con resignación y levantó una mano en señal de paz.
—Lamento si he exagerado. Intento ahorrarte otro corazón roto.
—Esa no es tu lucha, Luciano. Solo mía.
—Lo sé.
—No es como si ella fuera una terrorista—dije y me reí al recordar su disfraz. Maldita, era sexy de una forma adorable—. Es una joven periodista que me pareció linda.
—Claramente destacaste que no es mi asunto si te quieres follar a una hermosa mujer. De hecho, he cambiado de opinión. Tal vez ella termine con tu abstinencia.
Me serví yo mismo el champagne y bebí un breve sorbo. Kiara cantaba a todo pulmón una canción de Bon Jovi. Estaba tan ebria y desequilibrada.
—Ella me dejó claro que eso no ocurrirá—contesté—. Y tampoco está obligada a nada. Acepté la entrevista porque es preciosa y divertida. Quiero que mi sábado sea entretenido e interesante. No el habitual rutinario dónde debo lidiar con ancianos aburridos sedientos de dinero.
Asintió.
—Mereces un respiro.
—Tú también. Lleva a tu esposa a la playa mañana y no me busques. Todos necesitamos un día libre. El lunes regresaremos a la normalidad. Hay muchos papeles qué revisar y nuevos accionistas que esperan una respuesta.
Le acarició con cariño el cabello a Kiara quién dormía en su regazo y suspiraba.
—Sí, señor.
El chófer dejó a la pareja en mi antiguo departamento. Decidí renunciar a él y dárselo a Luciano como regalo de boda. No había nada en esas paredes que me trajera buenos recuerdos. Los rincones eran dolorosos y quise empezar de nuevo en un lugar diferente. Uno dónde no me hiciera sentir que había desperdiciado años de mi vida en alguien que no valía la pena.
—¿Tuvo una noche ocupada, señor? —preguntó mi chófer personal y mi buen amigo Roberto Greco.
Lo conocía desde que era un niño y nuestra relación era mejor de la que mantenía con mi propio padre. Se aseguraba de que llegara a casa porque a veces estaba demasiado ebrio como para conducir y no confiaba en mí mismo en el volante. Él sabía cuándo callarse o hablar. Era un gran oyente y consejero.
—Hoy fue especial—respondí.
Nuestros ojos conectaron brevemente a través del espejo retrovisor y condujo hasta casa. Él tenía su propio departamento en el mismo edificio. Hubo momentos dónde no quería molestarlo, pero el hombre era terco y sabía cuándo necesitaba un aventón.
—¿Puedo saber la razón?
Le había pedido que me llamara por mi nombre, pero él prefería las formalidades. Era demasiado educado.
—Conocí a una chica interesante.
Roberto me sonrió.
—Me alegra saberlo, señor.
Yo también. Era una sensación extraña porque solo había intercambiado unas pocas palabras, pero de algún modo quería saber más sobre Nara Lombardi. ¿Qué hacía además de trabajar en un periódico local? ¿Dónde vivía? Mi celular vibró con un correo electrónico y leí el informe completo que Danilo me había enviado de su expediente.
Nara Lombardi.
Fecha de nacimiento: 23/09/00
Edad: 23 años.
Lugar de nacimiento: Tokio, Japón.
Hija única.
El nombre de su madre era Allegra Lombardi, pero el de su progenitor un completo misterio. Esa información encendió las pequeñas alarmas dentro de mi cabeza. Ella dijo que fue criada por sus abuelos desde que era una niña lo cuál no tenía nada de raro. Tal vez su padre la abandonó antes de que aprendiera a hablar.
Su estilo de vida era humilde y honesta. Graduada en la universidad de comunicación con excelentes calificaciones y honores. Ningún antecedente penal, tampoco estaba involucrada en algún escándalo. Era una chica buena.
Cerré la pestaña del correo y guardé el celular dentro de mi bolsillo. No podía darme el lujo de meter a cualquier mujer en mi casa debido a mi historial criminal. Nara fue una excepción porque me intrigaba. En un par de horas le contaría sobre mí sin dar tantos detalles y lo que más me convenía.
La revista para la que trabajaba no era de mi agrado. Era conocida por ser un lambiscón con el gobierno. Cuando Fernando había muerto se encargaron de perseguir a Isadora hasta provocarle traumas con las cámaras. Pronto divulgaron notas dónde supuestamente le fue infiel a Luca y que Fabrizio era su amante. No quería darles nada a esas plagas, pero si rechazaba la entrevista no había posibilidad de tener a Nara en mi cama.
Me despedí de Roberto cuando llegué a mi pent-house. Me quité la camisa y solté un suspiro mientras las puertas del ascensor se abrían y me dejaban en mi ático. Mis zapatos negros repiqueteaban contra el suelo de mármol. Tenía dos grandes ventanales de cristal que me daban una vista completa de la ciudad reluciente y un techo abovedado con vistas a las estrellas. Todo era gris y blanco. Una combinación perfecta que me hacían sentir conforme y en paz.
Mi cuerpo cansado se desplomó en el sofá y recé para que las horas de estrés desaparecieran. Me vi en la obligación de eliminar a mi vieja secretaria porque había descubierto que era una espía. Fue inesperado y bastante decepcionante. Ella me agradaba. Robaba información sobre mis negocios y se los vendía a la competencia. Loretta sabía demasiado. No podía perdonarle la vida. Ahora me ocupaba de mi propia agenda, aunque a veces pasaba por alto detalles importantes.
Me sentía orgulloso de mí mismo porque era un hombre inteligente y calculador, pero mi mayor defecto era no poder estar al pendiente de tantos eventos al mismo tiempo. Necesitaba a alguien que me lo recordara constantemente.
El ruido de patitas con largas uñas resonó en el salón cuando fui recibido por Uma y Rocco. Mis flamantes compañías en este inmenso pent-house y mis perros guardianes. Ambos Doberman de raza pura, crías de Laika que había decidido adoptar. Sentía lástima por la persona que intentara asaltar este lugar. Serían pedazos en menos de un minuto.
—Tranquila—Me reí cuando la lengua de Uma lamió mi rostro y Rocco subió al sofá sin dejar de moverme la cola.
Los amaba tanto que los consideraba mis hijos, probablemente los únicos que tendría alguna vez. A mi padre le daría un infarto si supiera que complacerlo no formaba parte de mis planes. Él quería comprometerme con alguna mujer de buena posición con el único propósito de aumentar nuestras conexiones, pero yo no necesitaba al matrimonio, mucho menos depender de nadie en este negocio. Todo el imperio que había construido era por mi mérito propio.
Había cerrado mi corazón.
Y nunca le confiaría la llave a nadie.
Al menos no por ahora.
🌸
Nara
Me desperté con los gloriosos ruidos a la mañana siguiente: la vieja televisión de la sala anunciando el clima del día, las sartenes y las ollas de mi nonna en la cocina. El olor agradable del café se filtró por debajo de mi puerta y sonreí ampliamente mientras me paraba frente al espejo y verificaba mi aspecto.
Anoche Thomas me había dejado justo frente a mi casa después de despedirse con un fuerte abrazo y prometió regresar al mediodía. Fue difícil conciliar el sueño porque todo lo que podía pensar era en mi encuentro con Gian Vitale. Estaba nerviosa y ansiosa.
No quería sacar conjeturas ni sentirme especial, pero parecía fuera de lo común que él invitara a alguien en un sitio tan privado como su casa para una simple entrevista. Ni siquiera Matilde, la mejor periodista que había conocido, obtuvo ese legro. Me imaginé su cara cuando viera mi nombre en los créditos de las notas. Un triunfo en mi carrera que definitivamente no esperaba.
Mi atuendo consistía en un simple pantalón jeans azul claro y un top blanco estilo cuadrado con mangas largas que dejaba al descubierto mis hombros y el pequeño tatuaje de corazón. Algo básico que me hiciera sentir a gusto. No quería ir demasiado formal ni tan informal.
Faltaba cuatro horas para la entrevista, pero me encantaba despertar temprano y pasar la mañana con mis abuelos. Primero tenía que llamar a Thomas para chequear que seguía en pie su ayuda. Era un excelente fotógrafo y necesitaba las mejores capturas. Me estaba aplicando el pintalabios cuando marqué su número y respondió con un toque de mal humor. Fruncí el ceño.
—Hola—dije y alisé mi flequillo—. Lamento molestarte, pero ya sabes cómo soy. ¿Te veo hoy después del mediodía? Debes ser muy puntual, no podemos quedar mal con él. Esta será mi única oportunidad.
Hubo un tenso minuto de silencio que me impulsó a morder mis uñas.
—Planeaba llamarte dentro de una hora... —Se detuvo y se aclaró la garganta—. Sé que esto es importante para ti y no sabes cuanto lo lamento, pero no podré acompañarte.
Mi corazón se desplomó y el miedo se reflejó en mi rostro mientras contemplaba mi reflejo en el espejo del armario. Noté que mi mano temblaba alrededor del teléfono.
—Anoche me dijiste que era seguro. ¿Qué te hizo cambiar de opinión? No puedes hacerme esto, Thomas. Tenemos planes. Dime que es una estúpida broma de mal gusto y te perdonaré.
—Nara, lo siento. Alguien más me necesitaba y no podía fallarle.
—Acabas de fallarme a mí.
De repente escuché un suave gemido femenino y mis ojos se llenaron de lágrimas por la impotencia. Malditos hombres indiscretos y sin palabras. Todos eran unos mentirosos manipuladores.
—Nara...
—Adiós, Thomas. Que tengas un buen día—colgué la llamada y tomé una respiración profunda.
No podía permitir que mis abuelos me vieran en esas condiciones porque harían preguntas y le prohibirían a Thomas entrar aquí. ¿Qué demonios estaba mal con él? Por supuesto que esto no arruinaría mis planes. Iría a la entrevista y sacaría las fotos con mi Samsung Galaxy. No tenía que ser un problema. Gian era el tipo de hombre que no necesitaba una cámara profesional para lucir increíblemente apuesto.
Mi mayor preocupación era el clima porque hoy anunciaba una fuerte tormenta y no me quedaba más opciones que ir en mi motocicleta Vespa. Maldito Thomas. Malditos hombres. Lo tenía en un pedestal y acababa de caerse. ¿Por qué no me dijo que estaba viendo a alguien en primer lugar? Se suponía que éramos amigos y muy unidos.
Sacudí la cabeza y salí de la habitación. Quería despejar mi cabeza y no pensar en ese idiota. Las deliciosas tortitas de mi nonna me recibieron cuando me uní al comedor. El café humeante y de aroma celestial flotaba en el aire. Le di un beso en la mejilla antes de sentarme. Su presencia fue suficiente para relajarme. Amaba mucho a esta fantástica mujer. Era mi ángel.
—Se está enfriando el desayuno—reprochó mi abuelo—. Pensé que la resaca no te dejaría despertarte. Llegaste tarde con ese bambino de cabello raro.
Sonreí con cariño a pesar de lo molesto que era su comentario. Tenía veintitrés años, pero Aurelio Lombardi siempre me vería como una niña consentida. Lo adoraba por cuidarme, aunque a veces sus actitudes de viejo cascarrabias y entrometido me sacaba de quicio.
—La resaca no me afecta—respondí, dándole un mordisco a la exquisita tortita de avena con crema. Mi nonna era una cocinera increíble—. Y el cabello de Thomas no es raro.
—Nadie usa gel hoy—dijo él y su esposa le tocó el hombro con suavidad mientras se sentaba. En la esquina, Cleo se alimentaba y hacía ruiditos—. Pensaba dispararle si demoraba otro minuto.
Tal vez me haría un favor la próxima vez que regresara. Thomas no se quedaría con los brazos cruzados. Trataría de darme alguna patética explicación que no aceptaría.
—No puedes solucionar todo disparando—Rodeé la taza de café con mis manos y bebí un sorbo—. Thomas es un buen hombre. Deja atrás tus prejuicios.
—Es muy temprano para tus berrinches, Aurelio—Se quejó nonna.
Pero Aurelio me habló alto y claro. Sonaba tan determinante que por un segundo casi le creí.
—Él te mira con otros ojos y tú no te das cuenta. Un hombre así nunca es bueno, querida. Está frustrado porque no puede tenerte.
No entendía porque tenía tantas reservas con Thomas. El pobre hombre nunca intentó nada conmigo y era incapaz de obligarme a hacer algo que no quisiera. Me deseaba, sí, pero en silencio. Supuse que era cosa de viejos ser tan paranoico.
—Bueno, no hay razón para que te preocupes tanto—Le guiñé un ojo—. Thomas tiene novia y soy el menor de sus intereses.
Mi abuelo entrecerró los ojos.
—Si le pidieras que terminara con esa muchacha es muy probable que lo hará—Se limpió los labios con una servilleta—. Las alimañas como él no se conforman con una. Quieren a todas.
Ahora daba las gracias de que Thomas me hubiera abandonado a última hora en este proyecto. Si se presentaba aquí mi abuelo era capaz de soltar unos de sus tantos comentarios malintencionados. El anciano no tenía ningún tipo de filtro y atacaba a morir con sus palabras.
—¿Olvidaste tomar tus pastillas, querido? —inquirió nonna en tono dulce.
—No te burles de mí, Nao. Estoy protegiendo a nuestra niña. Quiero que tenga mejores fijaciones cuando se trata de los hombres y no le dé oportunidad a cualquier mequetrefe que le hable bonito. Ella merece a un caballero de la alta sociedad. Rico y con un futuro asegurado.
No me tomaba a mal que hablara tan libremente de mis desastrosas relaciones. Él me había visto llorar por cada uno de ellos y fue mi consuelo. Mi abuelo Aurelio era el mejor hombre en esta tierra. Fiel, buen compañero, gracioso y detallista. Todavía le regalaba flores a mi nonna todos los días. De hecho, los tulipanes adornaban el jarrón de cristal sobre la mesa.
—Estoy enfocada en mi futuro como profesional. No planeo trabajar en Diurno por siempre. Quiero otras opciones que se adapten a mi carrera y no descansaré hasta lograrlo. Sé que merezco algo mejor. Los hombres ahora mismo no me importan. Soy joven y me queda mucho por experimentar.
Él parecía satisfecho por mi respuesta.
—Pero todavía quiero nietos algún día—insistió.
Mi nonna y yo compartimos una mirada agotadora y sonreímos. Aurelio Lombardi no tenía remedio.
🌸
Retoqué mi maquillaje, revisé las preguntas que le haría a Gian y mi itinerario antes de sacar mi motocicleta del garaje y ponerme el casco. El cielo era nublado y las nubes grises anunciaban que la tormenta pronto se acercaría así que aceleré lo más rápido posible. Llegaría con treinta minutos de sobra si el tráfico que había tomado no se complicaba.
Maldije por milésima vez en el día a Thomas. Si viajaba en su auto no me congelaría el cuerpo. La chaqueta que había escogido apenas me mantenía cálida. Mierda. Me negué a pensar en cosas negativas. Todo marcharía bien y cuando terminara mi jefe me pagaría el doble. No podía esperar a ver esa buena suma.
Mi motocicleta avanzaba a trompicones, siendo igual de veloz que una bala y disfruté la brisa acariciar mi piel. Fue un regalo de mi abuelo cuando me había graduado. Tenía tres años de antigüedad, pero la cosa era útil y no la cambiaría por nada.
Cuando finalmente llegué no me sorprendió encontrarme con la zona más lujosa de Palermo. El edificio era de unos diez pisos. Un joven portero me estaba esperando y me entregó una tarjeta de acceso. Tenía el corazón desbocado mientras caminaba hacia los ascensores acristalados y presioné el botón que me llevaba al último piso. Los nervios y la emoción se mezclaban al mismo tiempo. Cálmate, Nara. Cálmate.
Había lidiado con hombres de carácter fuerte. Mi jefe era uno de ellos. Gian había sido encantador conmigo así que no tenía razones para sentirme tan agitada. Llegué a la última planta y dejé salir una larga exhalación. El ascensor me dejó directamente dentro de un pent-house y casi se me vino todo encima. No encontraba una definición exacta para describir lo perfecta que era. Me quedé anonada mientras miraba los impresionantes ventanales con vistas a la ciudad. Todo era blanco y de cristal. Me sentía en una nube. La casa que compartía con mis abuelos podría caber en esa habitación. Era una locura. Al principio creí que estaba vacío, pero a medida que avanzaba escuché la suave música clásica reproducirse. Caminé con cautela examinando mi entorno. No fue necesario anunciar mi presencia.
Me quedé en silencio y miré fijamente al hombre frente a mí. Iba vestido con una simple camiseta blanca desabrochada hasta el pecho y jeans desteñidos. Cabello rubio despeinado, ojos grises muy expresivos y esa brillante sonrisa que ponía débiles a mis rodillas. Me aclaré la garganta dos veces.
—Hola—balbuceé.
—Gracias por venir, Nara.
—Gracias a ti por aceptar la entrevista.
Guardó el celular dentro de su bolsillo e hizo un ademán hacia el sillón acomodado en la sala. Me senté con la espalda recta, pretendiendo que nada me impresionaba. Había dos copas con una botella de vino sobre la mesa del centro. No iba a beber si esa era su intención.
—Me agrada la gente puntual—comentó—. ¿Dónde está tu novio?
Otra vez con lo mismo. Pensé que había sido clara respecto a mi posición con Thomas. Me estaba tomando el pelo.
—Él no es mi novio—volví a recordarle—. No pudo venir por un inconveniente, pero su ausencia no perjudica la entrevista. Espero que no te importe.
Sonrió.
—Para nada—respondió—. ¿Quieres comer o beber algo?
Suspiré de alivio.
—¿Qué puedes ofrecerme?
Sus ojos grises eran brillantes y divertidos.
—Cualquier cosa que desees. Te dije que tengo una grandiosa chef que prepara los platos más exquisitos de Italia.
—Un poco de dulce calma mi ansiedad—admití con demasiada sinceridad.
—Bien, déjame sorprenderte.
Me dio la espalda y no pude evitar que mi atención se desviara a su trasero. Se veían increíbles en ese jeans. Apostaba que era musculoso como el resto de su cuerpo. Mis mejillas se sonrojaron por el pensamiento intrusivo y sacudí la cabeza. Esto no era correcto. No había razón para babear por el hombre. Hoy sería nuestro último encuentro y después no volvería a saber de él. Solo era una cita por cuestiones de trabajo.
Gian regresó con una bandeja que contenía tazas de té y un plato con un trozo de tiramisú. Lo miré fascinada porque sin saberlo me había traído mi postre favorito.
—Oh, dios mío—dije—. Eso luce increíble.
—Espera a probarlo—Se sentó a mi lado y puso la bandeja sobre la mesita—. ¿Sorprendida?
—Mucho.
Me puse nerviosa por su cercanía. Olía demasiado bien y quería inclinarme para saber qué tipo de perfume usaba. El espeluznante relámpago que resonó a la distancia me hizo sobresaltar. Las paredes brillaron un segundo y el escalofrío me rodeó. El clima sería terrible la siguiente hora.
—¿No te gustan las tormentas? —preguntó casualmente, descansando un brazo en el respaldo del sofá mientras me miraba con cierto interés.
—Me encantan, pero me asusta el camino de regreso a casa—expliqué—. Vine en motocicleta y voy a morir congelada.
Ladeó una ceja.
—No te preocupes por eso, haré que mi chófer personal te lleve. Prometo que regresarás en una sola pieza y sin ninguna gripe.
Le di una sonrisa completa.
—Eso sería genial, te lo agradezco. Espero que la lluvia no sea tan mala.
—Lloverá el resto del día y la noche.
Mi estómago cayó.
—Mierda, mi nonna estará preocupada—dije y rápidamente me disculpé por el vocabulario vulgar—. Lo siento, yo... no suelo hablar así.
Ese hoyuelo que se formó en su mejilla me provocó cosas. Era tan atractivo.
—Es solo una palabra. ¿Te disculpas muy a menudo por cosas insignificantes? Yo maldigo todo el tiempo.
Agarré el plato de tiramisú y probé el primer bocado. No podía resistirme a esta delicia. Estuve a punto de gemir cuando una explosión dulce inundó mi lengua. Oh, dios. Gian no mentía cuando dijo que tenía una estupenda cocinera.
—No es propio de mí—Me encogí de hombros—. Tú, en cambio, luces muy refinado.
Oí la risa burlona en su voz cuando respondió:
—Créeme, estoy lejos de ser refinado—Se fijó en mis labios cuando los lamí y sentía que me ruborizaba como una colegiala. Era patética—. Las personas que me conocen pueden corroborarlo. Me comporto cada vez que estoy en presencia de una mujer tan hermosa—Esa última palabra lo dijo mirando el tatuaje de corazón en mi pecho y alzó una ceja con curiosidad.
Me removí en el sofá y dejé el plato sin terminar en la bandeja.
—Tenemos aproximadamente dos horas para que respondas algunas de mis preguntas y si quieres puedes hablarme un poco de tu vida personal. No es tu obligación, pero sería un plus que me dará dinero extra.
—¿Qué quieres saber de mi vida privada?
—Lo básico y que muchas personas encontrarán interesante. ¿Estás soltero? ¿Eres el tipo de hombre que le gusta las relaciones duraderas? —Hice una pausa—. La siguiente pregunta es demasiado indiscreta y puedes omitir responder. No es indispensable.
—Adelante—me incitó—. No hay nada que me intimide.
—Es algo relacionado a tu sexualidad...
Gian se rió, su sonrisa era amplia y genuina. Incluso sus ojos se veían diferentes.
—Nara, adelante.
—Tienes aspecto de ser un hombre sumamente heterosexual.
—¿De verdad? —Su tono era serio y quise esconderme.
Esa pregunta ni siquiera formaba parte del cuestionario. Había leído cosas en internet. Muchas mujeres especulaban en redes sociales y me dejé llevar por la curiosidad.
—Lo siento, no quise incomodar.
—No, de hecho, estoy decepcionado de que esa sea la imagen que tienes de mí—dijo a la ligera y empecé a toser.
—Oh... —De repente sentí calor así que me quité la chaqueta y lo doblé antes de colocarlo en el respaldo del sofá.
Era un hombre adulto de veinticinco años con reputación de fiestero además del implacable negociador. Tenía bastante experiencia en ese ámbito. Podría apostarlo.
—¿Qué hay de ti? —Desvió la pregunta hacia mí—. Tu aspecto es... muy angelical y conservador.
—¿Eso es malo?
Acortó la poca distancia que había entre nosotros y sus rodillas rozaron las mías.
—Para nada, es tentador—Inclinó la cabeza y el aroma de su perfume me tenía hipnotizada. Me encantaban los hombres que olían tan bien. Era adictivo—. Por alguna razón me hace querer corromperte.
Me enderecé con una fuerte inhalación y exhalación. De repente estaba acalorada en los lugares más indecentes de mi cuerpo y quise correr. Me negaba a reconocer lo excitada que me sentía. Carraspeé y busqué mi agenda torpemente dentro de mi bolso. Gian sonrió con suficiencia mientras yo era nervios y pura vergüenza. Odiaba que me hiciera actuar como una adolescente sin experiencia. ¿Qué tenía de especial este hombre?
—Vayamos a lo importante—Me negué a mostrarme tan débil ante sus encantos y forcé una sonrisa—. Cuénteme como se convirtió en el hombre que es actualmente. El tiempo corre, señor Vitale. Le agradecería su colaboración.
—¿Demasiado rápido? —preguntó con una sonrisa—. Te estoy asustando—asumió.
—No—me apresuré a decir—. Prefiero ir a la parte profesional, por favor.
—Como quieras, preciosa.
Me dio espacio para mi alivio, pero mi corazón latía fuera de control y estaba tan acalorada que era imposible ocultarlo. Oh, bendito dios. Iban a ser las dos horas más largas e intensas de mi vida.
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