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Capítulo 3

Nara

Se necesitaba reservación para ingresar a unos de los clubes más prestigiosos de la ciudad, pero esa noche todos éramos privilegiados debido a la demanda que imponía una fecha tan especial como lo era Halloween. Me quedé maravillada mientras miraba con asombro el interior. Thomas, a mi lado, compartía la misma emoción.

La decoración era tan elegante que le quitaba el espíritu al aclamado 31 de octubre. Aún así tenía mucho material para escribir en mi próxima nota. Mis dedos picaban deseando sacar el bolígrafo de mi bolso y no me quedé con las ganas.

—Jesús, Nara—Se quejó Thomas a medida que nos movíamos entre la multitud ruidosa—. ¿No es más fácil sacar fotografías con el celular?

Las pequeñas bolas de cristal en el techo rodaban, iluminando el salón con distintos colores. Me mordí el labio y anoté los primeros detalles. El lugar era increíble y entendía por qué todos los jóvenes de Palermo querían asistir. No se trataba solo de la comodidad o los lujos, aquí había diversión garantizada.

—Me gusta lo tradicional—respondí y observé a los clientes eufóricos y disfrazados. Eran muy ingeniosos con sus atuendos. Si no viniera aquí por cuestiones de trabajo no dudaría en unirme a ellos.

La banda de rock en el escenario sabía cómo animar una fiesta. La guitarrista estaba en sostén mientras hombres y mujeres le daban nada más que ovaciones. La miré hipnotizada, preguntándome cuando fue la última vez que había tomado un descanso y perdía el control como una chica de mi edad.

Mis días en la oficina eran rutinarios y aburridos. Me deprimí al pensar que ninguno de mis correos solicitando empleo en otras empresas de comunicación fueron respondidas. Ese sueño se sentía demasiado lejos desde que mi jefe aceptó sin vergüenza que había saboteado mi futuro.

—¿Quieres tomar algo? —preguntó Thomas—. Me estoy muriendo de calor y este disfraz no ayuda en nada.

Solo a él se le ocurriría disfrazarse de Michael Myers. Ese mono azul cubría la mayor parte de su cuerpo y la máscara era escalofriante. A diferencia de mí su ropa coincidía perfectamente bien con la fecha. ¿Llamaría incluso la atención de mi principal objetivo? El disfraz de conejita tenía su encanto.

—Soda con hielo está bien—dije.

—¿Segura? —Thomas entrecerró los ojos detrás de su máscara.

—No podré hacer mi trabajo si estoy ebria—Lo despedí con la mano—. Nada de alcohol.

—Quédate aquí—murmuró antes de retirarse.

Moví mis hombros de un lado a otro mientras disfrutaba la canción y luego me puse a hacer lo mío. Escribí lo mucho que me encantaban las luces y algunos puntos negativos sobre cómo este lugar no debería ser tan glamorosa en Halloween. Mastiqué la punta del lápiz y eché un vistazo a la fotografía de Gian Vitale en mi celular. De repente una preocupación vino a mi mente.

¿Cómo iba a reconocerlo? ¿Cuál era su disfraz? Tenía que llegar a la zona VIP y solicitarle al orangután que me dejara pasar. Imposible. Observé hacia las escaleras que conducían al segundo piso y vi a mujeres sensuales con sus minis vestidos de diablas. No dejaban nada a la imaginación. ¿Lo gracioso? Fueron despedidas por los custodios. ¿Qué me esperaba a mí si ellas no tuvieron ninguna oportunidad?

Hice un mohín y me reprendí por haber rechazado el vaso de whisky. Tal vez con el alcohol en mi sistema me sentiría valiente y seduciría a Gian Vitale. Una mujer extrovertida tenía más oportunidades que una tímida. Maldije a mi jefe. Yo no era la indicada para este trabajo.

Thomas regresó y sentí su aliento en mi nuca. Me sobresalté.

—¿Te asusté? —bromeó—. Un poco de soda para la dama.

Lo miré con mala cara.

—No vuelvas a hacer eso—Le arrebaté el vaso y tomé un breve trago—. Ya estoy lo suficiente estresada y no quiero empeorar la situación. ¿Realmente crees que Gian Vitale accedería a hablar conmigo? Mírame.

Thomas evaluó mi cuerpo de arriba abajo y sentí un escalofrío recorrerme la piel. Por supuesto que me había mirado desde que fue a recogerme en su viejo Mustang. Ni siquiera se intimidó cuando mi abuelo amenazó con dispararle si no regresaba intacta a casa.

—Pienso que Vitale sería un completo estúpido si no acepta tu entrevista—Se quitó la máscara y pasó una mano por su cabello. Lucía guapo esa noche—. Pero te advertí que nadie lo ha logrado. Ni siquiera Matilde Ávila.

Terminé la soda de un trago y solté un gemido de frustración. Matilde era una reconocida periodista en los medios de Palermo. Había entrevistado desde actores hasta políticos. Yo era una novata en comparación a ella. La envidiaba y la odiaba.

—¿Sabes qué? —espeté y le tendí el vaso—. Cambié de opinión. ¿Puedes traerme un vaso de whisky?

Thomas esbozó una sonrisa y asintió.

—Claro, lo necesitarás para el resto de la noche.

Le guiñé un ojo.

—Eres el mejor.

Thomas me aseguró que estaría de regreso en unos minutos mientras yo avanzaba hacia una esquina opuesta, rechazando a algunos hombres que me invitaban a bailar. Tenía un par de horas para escribir con muchos detalles sobre Vitale Club. Sería perfecto si el dueño respondiera a mis preguntas personalmente.

Mordí la punta de mi bolígrafo, concentrada en las paredes desnudas sin ningún tipo de gracia. Alguien chocó contra mi hombro y acepté sus disculpas sin girarme. ¿Por qué no había tantos artículos relacionados a este lugar en internet? ¿Cómo podía ser tan concurrida sin publicidad? Las redes sociales tenían mucho poder.

—La mayoría de las personas que asisten a mi fiesta no quedan indiferentes —La voz a mi espalda sonaba áspera y con un toque de diversión—. ¿Qué tiene de interesante las paredes?

Enderezando los hombros, me giré boquiabierta para observar al dueño de la rica voz. ¿Él había dicho "mi fiesta"? En la foto que me mostró mi jefe tenía un esmoquin negro elegante, pero ahora, obviamente iba vestido para la ocasión. Todo lo que pude pensar fue maldita sea...

Mis rodillas flaquearon e hice lo imposible para mantenerme firme y profesional. La máscara de calavera en blanco y negro cubría su boca y su nariz. Sus ojos plateados destacaban como un día lluvioso y tormentoso. Su camisa con corbata gris era sencilla, pero él lo hacía lucir tan intensamente masculino que no podía apartar la mirada. Cabello rubio, anchos hombros, estrecha cintura, abdominales definidos detrás de la tela.

Di algo, Nara. Deja de mirarlo cómo una estúpida.

—La decoración es muy bonita—solté lo primero que se me ocurrió—. Aunque yo hubiera agregado otros detalles.

No sabía si estaba sonriendo detrás de su máscara, pero sus ojos grises me decían que sí. Sentí que el calor inundaba mis mejillas.

—¿De verdad? —inquirió en tono burlón—. ¿Cómo cuáles?

—Alguna imitación de sangre...

Extendió su mano y estrechó la mía. No podía dejar de ignorar lo grande que era. Me obligué a tomar aire y traté de calmar mi frenético corazón. Era la emoción, sí, se trataba de eso. Había creído que era una misión imposible conseguir la atención de Gian Vitale, sin embargo, él estaba aquí. Oh, Dios...

—Puede que en otra ocasión acepte tu sugerencia—dijo—. Soy Gian Vitale. Es un placer conocerte.

—Nara—respondí sin soltar su mano y se me escapó un suave jadeo—. Mi nombre es Nara Lombardi. El placer es mío, señor Vitale.

—¿Señor? No luzco como un hombre viejo, ¿o sí?

Mierda no. Estaba segura de que ambos teníamos casi la misma edad. Tal vez era un año o dos mayor que yo.

—No—Me apresuré a decir—. Solo quería ser formal...

—No es necesario ser formal—murmuró a la ligera y recostó su cuerpo contra la pared de un modo que me cubría por completo y me sentí pequeña. La diferencia de altura entre nosotros era evidente. Era realmente alto—. Lamento tener que decírtelo, pero está prohibida tomar notas sobre mi club sin autorización.

Muy bien, Nara. No podía culparme por jugar sucio. El hombre era inaccesible.

—Lo siento—me disculpé y guardé la libreta en mi bolso.

Sus ojos recorrieron mis rasgos con inquietante minuciosidad, encontrándome, estudiándome, aprendiéndome. Quería huir, pero al mismo tiempo quería acercarme. Era desconcertante. ¿Qué estaba mal conmigo? Mi reacción no era propia de una periodista. Tenía que recordar mi principal objetivo antes de que él se aburriera.

—¿Entonces de qué se trata? —Inclinó la cabeza y me miró fijamente. No podía dejar de apreciar sus espesas pestañas—. De ninguna manera estás haciendo tu tarea aquí, ¿verdad? —Hizo una pausa—. ¿Qué edad tienes?

Bueno, eran muchas preguntas.

—Las notas son parte de mi trabajo—Me aclaré la garganta—. Tengo veintitrés años.

¿Por qué incluso le importaba mi edad? Sus ojos plateados volvieron a recorrerme y sentí como si me hubiera tocado.

—¿Tu trabajo? —cuestionó y la comprensión llegó a su expresión—. Periodista—dijo. No pude descifrar si estaba decepcionado o no.

—Ehh... sí—Apreté el pequeño bolso contra mi pecho—. Trabajo en Diurno, uno de los periódicos locales...

—Sé que es Diurno—Me interrumpió—. Le pedí a mi antigua asistente que rechazara todas las entrevistas.

La decepción hundió mi estómago.

—Qué lástima.

—Pero podría hacer una excepción—masculló.

¿Cuál era la trampa?

—No me acostaré contigo —dije y me cubrí la boca con una mano.

Soltó una risa ronca y me vi atraída por el sonido. Tenía un filo peligroso que me provocaba una sensación ineludible y magnética. Yo era un imán para los problemas. Toda mi vida había huido de ellos y de algún modo lograban atraparme. ¿Lo peor? Gian Vitale me llamaba y no quería correr.

—No busco eso, Nara —pronunció mi nombre lentamente. Su acento italiano era grueso y rico.

—¿Entonces qué?

—Conocerte.

Parpadeé, tratando de comprender si había escuchado bien.

—¿Por qué?

—Quiero saber por qué pensaste que era buena idea entrevistarme disfrazada de conejita—murmuró. Era muy difícil saber si se estaba burlando de mí o no. Mi piel ardía y quise esconderme. Tal vez no era su intención avergonzarme así que añadió con suavidad—: Me gusta. Es adorable y sexy.

El hormigueo recorrió mi cuerpo. El calor se propagaba y tuve que desviar la mirada porque era demasiado. Él coqueteaba conmigo abiertamente y no sabía cómo reaccionar. Cuando entré al club no me esperaba esto.

—¿Gracias?

—Puedes dármelas aceptando una copa.

No podía darme el lujo de rechazar a este hombre. Perdería mi única oportunidad de entrevistarlo y me quedaría sin trabajo. Pero a pesar de todas las razones había una que era real. Yo quería hablar con él. Solo era una chica débil ante un chico atractivo.

—Estaré encantada—cedí.

De repente, su máscara se había ido y apareció una impresionante sonrisa en su lugar. Era amplia y genuina. Incluso sus ojos tormentosos lucían diferentes. Tan hermoso como el hoyuelo que se formó en su mejilla izquierda. Que Dios me ayudara... Me costaba respirar.

—¿Nara? Lamento mucho haber demorado. Me encontré a alguien conocido y...

Thomas regresó después de lo que parecía horas con mi vaso de whisky en la mano. Entrecerró los ojos al notar que Gian Vitale estaba casi encima de mí y la mezcla de emociones se reflejaron en su rostro. ¿Celos? ¿Confusión?

—No te preocupes—sonreí—. Gracias por el whisky, pero tendré que rechazarla. Gian Vitale acaba de invitarme un trago.

Compartimos una breve mirada antes de que mis ojos se desviaran a Gian. Él no dijo ni una palabra mientras evaluaba a Thomas con cierto interés. No se presentó, mucho menos le dio la misma invitación. Se quedó en silencio.

—Oh... bien—dijo Thomas—. Llámame si necesitas algo, estaré pendiente al teléfono.

Se acercó y plantó un beso en mi mejilla antes de retirarse. No sin lanzarle una extraña expresión a Gian. No necesitaba esto justo ahora. No era momento de marcar territorio. Odiaba que hiciera eso.

—Lo siento, él es...

—¿Tu novio?

—Es mi mejor amigo—expliqué—. Es protector, nada más.

Se tocó los labios en un gesto que me distrajo al instante.

—No parece que sea solo un amigo.

Fruncí el ceño.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Actúa como si le pertenecieras.

—No le pertenezco a nadie.

Sus labios se inclinaron en otra media sonrisa que me desmoronó por completo.

—Es bueno saberlo—Hizo un ademán con la mano—. Ven conmigo.

Avancé hacia adelante y él se mantuvo detrás de mí todo el tiempo mientras nos dirigíamos a la zona VIP. La mayoría de las personas seguían en lo suyo, aunque unos pocos detenían sus bailes para observar al hombre rubio detrás de mi espalda. Llamaba la atención como un faro y no podía culparlos. Gian era hermoso.

Cuando el custodio apartó la cinta subimos al segundo piso que era igual de magnífico como el resto del club. Sofás de terciopelos, alfombras, un bar exclusivo y meseras a nuestra disposición. Aquí no había casi nadie excepto por la pareja que se besaba con pasión.

—Les dije que se buscaran una maldita habitación —Se quejó Gian y puso una mano en mi hombro mientras me guiaba hacia uno de los sillones—. Hoy no quiero presenciar ningún espectáculo. He tenido suficiente de estos dos.

Ningún regaño los detuvo a continuar. Pude ver cómo las manos de él se encontraban bajo la falda de ella y aparté los ojos porque sentía que estaba invadiendo la privacidad de ambos. Era una escena íntima. Gian resopló con fastidio e irritación.

—Pensé que estaríamos solos—Se disculpó.

—No hay problema—Forcé una sonrisa y me senté con el bolso en mi regazo.

Finalmente, la pareja notó que tenían compañía. Lucían perfectos juntos. Me recordaban a los protagonistas de las telenovelas que veía mi abuela. Ella se acomodó la falda mientras él se subía el cinturón. Esto era incómodo.

—Nunca mencionaste que traerías a una invitada—masculló el hombre de cabello oscuro con inquietantes ojos azules—. No lo has hecho en mucho tiempo. ¿Por qué hoy es diferente?

Gian estaba sentado a mi lado con el brazo en el respaldo del sillón. Su aroma me rodeó y medí mi respiración.

—Nara, él es mi hermano Luciano—omitió su pregunta y los presentó—. Ella es Kiara, su esposa.

Levanté la mano a modo de saludo con otra sonrisa forzada. Eran muy jóvenes para estar casados, pero gracias a mis abuelos aprendí que el tiempo no importaba cuando se trataba del amor.

—Hola, mucho gusto.

La chica se precipitó a saludarme con dos besos en las mejillas. Era hermosa y encantadora. Cabello oscuro y ojos grises. Iba disfrazada de Cruella.

—Lamento causar una mala impresión —dijo contra mi hombro antes de apartarse—. Nos tomaste desprevenidos. Gian no trajo a nadie aquí en dos años y fue extraño.

¿Debería sentirme afortunada? Ahora quería saber cada detalle de su vida. No solo en el aspecto laboral. Me interesaba el lado personal. ¿Tenía novia? ¿Él también se había casado? Lo dudaba. Si ese fuera el caso no me invitaría a tomar un trago.

—No te preocupes—musité.

—No les importa si alguien viene o no—intervino Gian—. Les encanta el exhibicionismo.

—No me hagas hablar, hermano—Luciano extendió sus largas piernas y arqueó una ceja en mi dirección. A diferencia de Gian él era mucho más intimidante—. Entonces, Nara... ¿De dónde eres?

Era una pregunta con trampa. Lo capté de inmediato. ¿Por qué creería que yo era una amenaza?

—Ella está aquí por trabajo—respondió Gian por mí—. Es periodista.

Luciano no me quitó los ojos de encima. Kiara regresó a su regazo y él le rodeó la cintura con los brazos en un gesto posesivo. Me dio la sensación de que era muy capaz de matar por su mujer.

—¿Aceptaste hablar con una periodista? —Se rió Kiara—. Definitivamente es muy especial—Me guiñó un ojo.

Enderecé la postura y me uní a la conversación. Tenía que demostrar que era profesional y que valía la pena.

—Trabajo en uno de los periódicos local—intervine—. Todos en Palermo saben que él no ha sido entrevistado nunca siendo uno de los hombres italianos más ricos del país y quise ser la primera afortunada en cambiar eso.

—Tal vez el afortunado soy yo—dijo Gian.

¿Era muy apresurado decir que había un cosquilleo en mi estómago? ¿O tal vez las famosas mariposas?

—¿De dónde eres? —insistió Luciano. Gian le dio una mirada de acero que él ignoró—. Tienes un acento muy marcado.

Mi madre me había enseñado italiano y podía hablarlo con fluides, pero de algún modo todavía me aferraba al acento. Nada borraría quién era realmente. No importaba cuanto lo intentara.

—Nací en Japón—contesté—. Vivo aquí desde que era una niña.

No di muchos detalles y esperaba que él lo dejara pasar. Si indagaba en mi pasado no encontraría ni una sola cosa incriminatoria porque mi familia se había asegurado de ello. Mi expediente era impecable. Yo era inofensiva.

—Siempre quise conocer Japón—suspiró Kiara y recostó su cabeza en el pecho de Luciano—. ¿Lo echas de menos?

La pesades invadió mi pecho y tragué saliva. No me agradaba que sus preguntas se volvieran tan personales. No hablaba de mi vida privada. Ni siquiera con mis abuelos.

—Un poco—acepté.

—Debió ser muy duro dejar atrás todo lo que conocías para empezar de nuevo—dijo Luciano y me tensé.

Sus ojos me escrudiñaban de un modo acusatorio y me puso la piel de gallina.

—La periodista aquí es Nara—Gian me salvó de la situación—. Ustedes pueden continuar con sus actividades en otra parte.

El rostro de Kiara estalló en una sonrisa y de inmediato tomó la mano de Luciano, llevándolo a la pista de baile.

—Lo entendimos, lo entendimos—Se rió ella y me observó—. Espero verte pronto, Nara. Fue lindo conocerte.

—Lo aprecio.

Luciano, por su parte, hizo caso omiso de mi presencia y se retiró con su esposa. Solté el aliento que estaba conteniendo. Eso fue intenso.

—Tengo que disculparme en su nombre—murmuró Gian—. Luciano es...

—Protector—terminé por él—. No te preocupes, supongo que es normal debido a tu posición.

—¿Mi posición?

—Hombre de negocios—Me encogí de hombros.

—Puede ser, pero hay otra razón—Sonó distante—. No confía mucho en las mujeres cuando se trata de mí.

—¿Por qué? —inquirí—. ¿Hay un corazón roto de por medio?

Silencio. Una bonita mujer pelirroja de largas piernas y disfrazada de bruja se acercó con una sonrisa. Ella le batió las pestañas a Gian quién seguía teniendo su atención muy fija en mí.

—Buenas noches, señor Vitale. ¿Lo mismo de siempre?

—Hola, Tania. Champagne con hielo—contestó con amabilidad—. La señorita tomará otra orden.

—Yo pediré lo mismo.

Tania asintió y se retiró. Puse mi bolso en una mesita de cristal y pensé en Thomas. No sabía cuánto tiempo estaría aquí. Esperaba no demorar tanto o me vería obligada a tomar un taxi hasta casa, aunque a mi abuelo no le agradara la idea.

—¿Cuál fue tu primera impresión cuando entraste aquí?

—Todo me pareció impecable y elegante. Ya sabes mi opinión sobre la decoración.

Su labio se inclinó hacia arriba en una media sonrisa.

—¿Te gusta lo grotesco?

—No, exactamente, pero es Halloween. Sangre, terror, tragedia—expliqué lo obvio—. Un par de calabazas es aburrido.

—Lo tengo. Háblame de tu disfraz.

Aparté el flequillo de mis ojos.

—No tiene nada de especial. Es un vestido hecho por mí misma y las orejas la compré en una tienda —Mi intento de parecer desinteresada fue un completo fracaso. Él me miraba como si estuviera desnuda.

—¿Lo hiciste tú?

—Me gusta la costura. Me encargo de fabricar mi propia ropa como pasatiempo.

Parecía demasiado intrigado. Tania regresó y dejó la bandeja con copas de champagne y hielo en la mesa de cristal.

—¿Por qué decidiste dedicarte al periodismo si tu pasión está en otra parte?

—Está en ambas partes—Lo corregí—. Solo que encontré más oportunidades cuando me gradué en la universidad de comunicación y tenía muchas facturas que pagar. La moda es... un sueño lejano.

—¿Qué hay de tus padres?—Volvió a tocarse los labios y bebió un trago—. ¿Ellos no te dieron una mano?

Su condición para aceptar la entrevista era conocerme, pero no sabía si podía soportar sostener la máscara de mentiras. Nunca fui una buena mentirosa.

—Mis padres están muertos —musité—. Quedé a cargo de mis abuelos cuando era una niña y ellos hicieron lo posible para ayudarme.

—Suena a que maduraste antes de tiempo.

—Lo hice.

—Puedo entender eso.

Moví las manos en mi regazo y mastiqué mi labio.

—Pensé que yo era la periodista aquí.

Se acercó a mí lo suficientemente como para que pudiera oler el aroma amaderado de su colonia y sentir su aliento recorriendo los contornos de mi garganta y mi clavícula tras su penetrante mirada gris.

—¿Te asustan las preguntas?

—En realidad, no.

—Veo lo contrario en tus ojos—susurró—. Estás nerviosa e inquieta. Me gustaría saber que pasa por tu mente y que te preocupa tanto.

Me quedé allí sentada, en silencio, admirando los contornos de su apuesto rostro.

—Temo quedarme sin trabajo si no responde a mis preguntas, señor Vitale.

Se tomó el resto de su bebida.

—Volvimos a las formalidades. Es Gian, por favor—dijo—. ¿Te han presionado para conseguir esta entrevista?

—Mi jefe es un idiota—admití con sinceridad.

—Tengo la dicha de ser mi propio jefe.

Bufé.

—Bien por ti. Eres un tipo con suerte por no depender de nadie.

—¿Qué tan malo es?

—¿Qué?

—Tu jefe.

Me encogí de hombros.

—No tendrá compasión de mí si mañana regreso con las manos vacías—Levanté mi copa en su dirección y bebí—. Así que, Gian—hice énfasis en su nombre—. Hazme un favor y dame lo que busco. No me hagas perder el tiempo.

Se lamió la gota de champagne que cayó sobre sus labios con una sonrisa de suficiencia.

—Responderé a todas las preguntas que quieras con sesión fotográfica incluida si lo deseas, pero no aquí. No estoy vestido apropiadamente.

—¿Entonces dónde?

Cogió un trozo de hielo y se lo llevó en la boca.

—Ven a mi casa. Mañana por la tarde.

—Eso es... una locura.

—Supongo que te importa mucho conservar tu trabajo, ¿no? Tú sabrás lo que te conviene.

Imbécil... Odiaba sus manipulaciones, pero todavía era mejor de lo que esperaba. Una fotografía de él con la entrevista era como oro y mi jefe salivaría cuando se enterara de esto.

—Se hará a tu manera, seré puntual—dije—. ¿Puedo retirarme si no necesitas nada más?

Me ponía nerviosa y ansiaba alejarme lo antes posible. Puso los codos en sus rodillas y se inclinó hacia mí. Otra vez estaba embriagada por el aroma amaderado de su colonia. Su aliento olía a champagne y me acarició la piel.

—Puedo hacer que alguien te lleve a casa.

Negué con la cabeza y me puse de pie con el bolso en mi hombro. Dudaba que fuera un asesino en serie, pero él seguía siendo un desconocido.

—Traje compañía y es mi conductor designado.

—Ah. Tu novio.

La irritación me hizo rodar los ojos.

—Ya te he dicho que él no es mi novio. Es mi mejor amigo—expuse—. Trabajamos juntos en la revista. Es el fotógrafo.

Levantó una sola ceja.

—¿También formará parte de tu proyecto?

—Él estará a cargo de las fotos. ¿Eso será un problema?

—Para nada—Su sonrisa maliciosa regresó—. Probablemente él no pueda alardear de lo mismo.

¿Thomas era tan obvio? Cualquiera podía ver que se sentía atraído por mí, pero de ninguna manera haría una escena de celos. Entonces recordé su reacción de hacía unos minutos y la decepción desinfló mi pecho.

—¿Por qué te importa de todos modos? —inquirí—. La entrevista me tomará más de dos horas y cuando terminemos no volveremos a vernos.

—Quería que la experiencia fuera divertida.

—Te prometo que no voy a aburrirte con tantas preguntas.

—Esperaba que aceptaras una cita. A solas. Sin tu perro guardián.

—No es ningún perro. Es mi amigo y se llama Thomas.

Era consciente de cómo su acalorada mirada me recorría, deteniéndose en el colgante que llevaba en mi cuello y finalmente volvió a encontrar mis ojos. Yo ardía en lugares que no debería. Pensé en mis últimas relaciones que habían terminado mal. Mi primer amor fue un vago que solo quería una cosa de mí y me dejó una vez que obtuvo lo que buscaba. Luego estaba el mentiroso compulsivo. Un asqueroso hombre casado que se burló en mi cara y continuó con su vida sin darle importancia al corazón que destrozó. No tenía buenas experiencias con los hombres. ¿Pero qué perdería ahora? Nada. Era una cita sin ningún compromiso.

—Mi chef es muy buena—La voz de Gian me sacó de mis pensamientos—. Cocina las mejores pastas y cannolis. Te agradará comer en mi terraza. Tiene una excelente vista.

Eso me robó una sonrisa.

—Dudo que sea tan buena como mi nonna, pero prefiero comprobarlo por mí misma.

—¿Es un sí?

—Nos vemos mañana, señor Vitale. La cita está aceptada.

—Es Gian—insistió y sonreí. Me giré con intenciones de irme, pero su voz me detuvo—. ¿Nara?

—¿Sí? —Lo miré sobre mi hombro.

Me entregó una tarjeta negra. Ahí estaba su dirección.

—Te veo mañana—dijo.

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