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Capítulo 19


Nara

El viaje a París resultó ser una absoluta locura. No esperaba que esa ansiada reunión de negocios terminara así, menos por mí. Lo que sucedió a continuación fue un borrón. En cuanto las puertas del ascensor se cerraron, me empujó contra la pared con una mano en mi garganta y la otra en mi cabello. Sus labios me devoraron, su lengua se entrelazó con la mía y me saboreó como si no pudiera vivir sin mí. Amaba como me tocaba. Amaba como me besaba. No era suave o dulce. Era intenso, abrumador. Quería ser destrozada y consumida. Quería que se hundiera en mi piel y se sintiera hasta en mis huesos.

Mi mente se quedó completamente en blanco, todas las dudas y miedos desaparecieron. Cada terminación nerviosa gritaba por él. Mi cuerpo vibraba, mi clítoris latió con una necesidad desesperada. Nunca había sido besada así. Nunca había sentido una excitación tan ardiente al punto de que creí que iba a morirme si se detuviera. Tenía calor. Muchísimo calor.

—Gian... ―Se me escapó un pequeño quejido mientras lo veía ponerse de rodillas ante mí—. Por favor...

Los espejos del ascensor me dieron la vista más erótica: Gian entre mis piernas mientras subía mi vestido hasta mis caderas. Mi cabeza golpeó la fría pared y ahogué otro gemido. Era un sonido lleno de angustia y anhelo. Él hizo una pausa, dándome la oportunidad de evitar que sucediera, pero no quería que parara. Lo mataría si se atreviera. Hundí mis dedos en su sedoso cabello rubio, acercándolo más. Sabía que podía notar la humedad entre mis piernas y me sonrojé.

Pero no había lugar alguno para la vergüenza. No cuando me miraba como si fuera la única mujer en su vida.

―Qué hermosa ―susurró, tocando los finos lazos de mi ropa interior de encaje blanco y me chupé los labios―. Súbete el vestido, Nara. Quiero ver todo.

Sus palabras me llevaron al borde del abismo y obedecí sin pensarlo dos veces, sosteniendo la falda del vestido. En ese momento haría lo que él quisiera. Tomé una bocanada de aire cuando me levantó una de las piernas y la colocó sobre su hombro. Vi cómo guardó mi pequeña tanga en su bolsillo antes de que su lengua lamiera mi sexo. Era un milagro que pudiera mantenerme de pie. Mi cuerpo estaba temblando, mis manos también mientras me aferraba a su cabello para anclarme y me retorcí contra la pared. Oh, Dios... mío.

—Tan dulce —Lo oí decir y me tapé la boca para suprimir los vergonzosos gemidos que escapaban de mis labios.

Lo que estaba sintiendo era algo de otro mundo, diferente a lo que había experimentado. Gian me estaba consumiendo como si estuviera muerto de hambre. Yo era suya. Mi cuerpo le pertenecía y podía quedárselo. De alguna manera, sabía que nunca volvería a ser la misma. No después de esto.

—Gian —Mi voz sonó más alto, más exigente—. Te necesito, por favor. No te detengas.

Me pareció oírlo reír suavemente, sin embargo, mis súplicas lo animaron. Mantuvo el contacto visual mientras su lengua lamía y chupaba. Mi espalda se arqueó, pero él me obligó a quedarme quieta cuando introdujo un largo dedo dentro de mí. La combinación fue alucinante y balanceé mis caderas contra su rostro.

Todo lo que necesitó era un movimiento de su ágil boca y la succión de sus labios para llevarme al límite. Sus dedos bombeaban dentro y fuera de mí, presionando el punto perfecto. Mis músculos se contrajeron, mis piernas se aferraron a su cara mientras él continuaba su asalto y grité su nombre. Mi respiración sonaba dificultosa en el espacio reducido. Mi piel ardía en llamas, mis pezones dolían. Necesitaba más. No era suficiente. Nunca lo sería.

Durante ese tiempo, Gian siguió acariciándome, haciéndome bajar lentamente del intenso subidón. Cuando su mirada encontró la mía, me perforó con las pupilas dilatadas. Besó mis muslos húmedos, lamiendo restos de mi excitación y saboreándome.

―Por favor...

—Shh... me tienes, preciosa. Te juro que me tienes.

Las palabras quedaron atascadas en la punta de mi lengua cuando las puertas del ascensor se abrieron hacia el vestíbulo y me levantó sin esfuerzo. Me encantaba lo fácil que le resultaba cargarme, lo pequeña, sexy y segura que me sentía en sus brazos. Volvimos a besarnos mientras era vagamente consciente de que me llevaba al comedor, depositando mi cuerpo sobre la mesa de mármol.

—Mierda, Nara—gimió con dolor—. Nunca nadie va a compararse contigo. Entiende eso.

Bajó las tiras de mi vestido, primero uno y luego otro. Alcé mis caderas para arrastrar la fina prenda por mis piernas con ayuda de Gian y él la arrojó al suelo. Sus manos seguían temblando como las mías y de algún modo fue reconfortante saber que no era la única desesperada. Ahora estaba solo en sujetador de encaje frente a él y también se aseguró de quitármelo.

La fría superficie de la mesa hizo que mi piel se llenara de escalofríos. Mi pecho subía y bajaba. En su mirada brillaba la posesividad y la lujuria. Estudió cada centímetro en silencio, con la mandíbula tensa y ojos oscuros. De repente, me sentí tímida ante su evaluación e intenté cubrirme con los brazos.

―No ―me advirtió―. Déjame verte. Quiero verte.

Aparté los brazos de mis pechos lentamente y él exhaló, aflojándose la corbata mientras mis dedos apretaron los bordes de la mesa. Se acercó pasando los nudillos por mi ombligo y mis pezones se estremecieron ante su tacto.

―¿Muy sensible, amor?

Asentí.

―Tienes mucha ropa ―protesté.

La expresión seria de Gian de repente se transformó en una sonrisa maliciosa.

―No planeo quitármela. No aún.

―¿Qué...?

―Esta noche solo se trata de ti. Quiero hacerte sentir bien.

―Pero...

―Silencio o me detendré.

Tragué duro y me relajé en la mesa, con la vista fija en el techo. Su aliento cálido me puso la piel de gallina mientras se tomaba su tiempo conmigo, tentándome, provocándome. Separó mis muslos aún más y lamió la parte interna, dándome un pequeño mordisco que me hizo sobresaltar de placer.

―No puedo tener suficiente de ti, Nara ―dijo, lamiéndome de nuevo―. Me declaro adicto a tu sabor.

Me quitó los zapatos hábilmente y me besó las pantorrillas, siguiendo la línea hasta mis piernas y regresando a mi sensible clítoris. Me mordí los labios cuando sus grandes manos acunaron mis pechos y se llevó un pezón en la boca, mordisqueando con suavidad. Estaba aturdida, perdida en sus caricias. No dejó una parte de mí sin tocar.

―Amo tu cuerpo, cariño―susurró sin aliento―. Es jodidamente precioso.

Me encantaba que hablara y me alagara todo el tiempo. Él quería borrar cualquier inseguridad y estaba funcionando. Cuando decía cosas como esas me hacía flotar en las nubes. Recordaría sus palabras incluso si termináramos. Me tensé ante el pensamiento. Gian lo notó.

―Dime lo que estás pensando.

Negué con la cabeza y me enderecé en la mesa, cubriéndome los pechos de nuevo.

―No es nada.

―Estás rígida. No me mientas ―Acarició mi mejilla con el pulgar―. Dime que está sucediendo en esa cabecita para que pueda solucionarlo.

Mis ojos se desviaron detrás de él dónde el enorme ventanal de su suite nos daba una impresionante vista de la Torre Eiffel. Se alzaba imponente en el horizonte, iluminada por miles de luces que lo hacía parecer un sueño irreal. Todo era hermoso, pero nada se comparaba al hombre frente a mí. Lo rodeé con mis brazos, acercándolo con un suspiro. Su aroma exquisito llenó mis pulmones y lo inhalé, deseando quedarme así para siempre con él.

―Me asusta ser yo quién sienta más, pero no es tu culpa que sea insegura. No es tu culpa que todos te miren.

Sonrió, colocando un mechón de pelo detrás de mi oreja.

—Mi mayor propósito de ahora en adelante será dejarte claro que tú eres la única que veo.

—Lo siento. Soy una tonta.

—En absoluto, amor. Me encantan tus celos. Es adorable —Me besó despacio y lo abracé con mis piernas—. Yo, en cambio, estoy bastante seguro de que mataría al primer hombre que te mire demasiado. Me convertiría en un monstruo.

La exageración de sus palabras se sintió extrañamente confortante. Me di cuenta de que estaba jodida por él. Quería que fuera territorial y celoso conmigo. Quería que se volviera loco ante la idea de que otro hombre me observara porque eso significaba que yo era más que una follada casual.

Gian permaneció en silencio cuando desabroché su cinturón y le di una mirada nerviosa. Deslicé la mano dentro, rodeándolo con mis dedos y tragó saliva. Contuvo un aliento brusco mientras lo agarraba. Estaba duro, grueso. Sus ojos grises eran cautelosos, curiosos. Presioné un beso en su cuello y su pecho.

—Haces que esto sea muy difícil. Me está costando resistirme, Nara.

Me eché hacia atrás, frunciéndole el ceño.

—No quiero que te resistas—Moví los labios a su garganta y lamí su piel—. Quiero sentirte dentro de mí el resto de la noche. Quiero ser tuya, Gian. Hazme tuya.

Nos besamos, un choque de nuestros labios mientras me agarraba de las caderas y me llevó hasta la habitación con mis piernas envueltas alrededor de él. Me dejó caer en la cama suavemente y prosiguió a quitarse la camisa. Me apoyé sobre mis codos, impresionada por la visión de su cuerpo. Enorme, tatuado y tonificado, sus abdominales marcándose con cada movimiento. Amaba sus anchos hombros, la definición de su mandíbula. Pero sus brazos eran mi debilidad.

—Me encantan tus tatuajes.

—Me alegra saberlo, preciosa.

Mis ojos siguieron con avidez sus manos que bajaban lentamente su pantalón de vestir. Arqueó una ceja ante mi expresión hambrienta. Me sonrojé porque estaba siendo demasiado obvia. Era insoportable y abrumador, casi de otro mundo lo mucho que lo deseaba.

—Eres perfecto —dije.

Me mostró un hoyuelo con una mirada juguetona.

—Estoy lejos de serlo, pero lo intento cuando estoy contigo —Se cernió sobre mí en la cama e intenté no perderme en él, en lo sexy que se veía con el cabello rubio revuelto—. Quiero pedirte un favor.

—¿Sí?

Hizo una pausa, los nervios visibles en su rostro.

—Si hacemos esto, tienes que prometerme que no voy a perderte, Nara. Prométeme que estarás aquí mañana cuando despierte y nada cambiará entre nosotros.

No había manera que las cosas siguieran igual después de esto.

—No iré a ningún lado, Gian. No vas a perderme —afirmé—. Tienes mi palabra.

Asintió y se apartó un segundo a buscar en la mesita de noche. Al ver que sacaba un condón me sentí agradecida porque yo había olvidado por completo la protección. Mierda, no estaba pensando. No con él. Entonces entendí cómo la pasión podía hacer que una persona cometiera cosas estúpidas, irreflexivas y dementes.

Yo también sería capaz de romper mis límites por Gian.

Respiré entrecortadamente cuando se quitó el bóxer y vi su erección por primera vez. Mi piel se llenó de escalofríos. Sabía que sería grande. Lo sentí varias, pero en ese momento parecía intimidante. Aunque nada de eso apaciguó el calor que me abrazaba. Lo quería dentro de mí. Estaba febril, deseándolo con una intensidad que amenazaba con romperme si no se ponía en marcha pronto. Estaba sufriendo mucho.

Abrió el paquete con los dientes, sacándolo y deslizándolo sobre su pene con facilidad mientras lo observé hipnotizada. Ese hombre no tenía idea de que la espera me estaba matando. Quería verlo perder el control.  

—¿Ansiosa? —preguntó sonriendo y un poco jadeante.

—Mucho.

Dudó un segundo antes de acercarse.

—Quiero que me digas si te sientes incómoda. Quiero que disfrutes de esto tanto como yo y para que eso suceda la comunicación es importante. Tu consentimiento siempre será importante, Nara.

—De acuerdo.

Su peso me presionó contra el colchón, me cubrió por completo, instándome a rodear mis piernas alrededor de su cintura mientras me besaba y me reclamaba al mismo tiempo que empujaba dentro de mí muy despacio. Jadeé contra su boca, disfrutando la plenitud. Me dolió un poco ya que había pasado mucho tiempo desde que estuve con alguien de ese modo tan íntimo.

—¿Eso está bien?

Asentí con dificultad.

—Más—dije—. Más.

Crucé mis tobillos en su espalda y él profundizó la penetración, arrancándome un gritito de placer. Dios... era agonizantemente bueno. Ambos soltamos gemidos estrangulados mientras Gian cerraba los ojos con la mandíbula tensa. La expresión en su hermoso rostro era más allá de gratificante.

—Te sientes tan bien, cariño—gimió. El sudor resbaló por sus sienes y se humedeció los labios—. Te juro que nada se sintió mejor en toda mi vida. Eres perfecta —Miró nuestros cuerpos unidos—. ¿Ves? Encajamos muy bien.

—Sí.

Mis dedos exploraron los contornos de sus fuertes hombros, sus brazos y lentamente arrastré las uñas por su trasero hasta que siseó de placer y ahogó un gemido ronco en el hueco de mi cuello. Sus músculos se estremecieron cada vez que me penetraba y amé la sensación. Sacudió mi mundo entero, borrando todo el significado que tenía antes sobre el sexo. No sabía que podía ser así. Tan arrollador. Tan intenso.

—Gian...

Lo sostuve de la nuca mientras me follaba. Me invadió una sensación de euforia. Me sometí a él. No solo le entregué mi cuerpo esa noche. También mi alma y una parte de mi corazón.

—¿Sí, preciosa?

—Yo... solo —Me mordí el labio—. Necesito que te sueltes. No te contengas.

Esa petición desencadenó algo en su control. Se movió más fuerte, duro. Golpeó en lugares profundos, haciéndome ver estrellas. Era tan bueno que se me humedecieron los ojos y mordí su hombro para suprimir los sollozos. Gian me agarró de la mandíbula y me besó mientras se movía dentro y fuera. Los gritos y gemidos se mezclaron con los sonidos que hacían nuestros cuerpos unidos. Eran obscenos, sucio. Las sensaciones que me causaba me tenía temblando debajo de él como si tuviera fiebre. Mi piel ardía por el fuego de su pasión, dejando a su paso un hambre que solo Gian podía saciar. Extendí las manos para acunar mis pechos, tirando de mis pezones.

Me miró fijamente mientras dijo:

—Mierda, Nara. Eres mía. Solo mía.

Estiró una mano para frotar mi sensible clítoris y el orgasmo se construyó rápidamente, hasta que me corrí con un grito y su nombre en mis labios hinchados. Gian continuó moviéndose en busca de su propia liberación. Observé cómo la agonía de su éxtasis desgarraba su rostro, su cabeza echada hacia atrás, marcando los tendones de su cuello mientras llenaba el condón y maldijo con los puños apretados en el colchón. Nunca había visto algo tan excitante o más hermoso. Este hombre era mío. Solo mío.

Cuando terminó, se desplomó en mi pecho con la respiración jadeante y el cabello lleno de sudor. Sentí que mi cuerpo poco a poco se relajaba mientras los temblores de mi clímax disminuían. Entonces fui golpeada por el impacto de mis sentimientos. Estaba enamorada de Gian Vitale. Lo quería en mi vida. No solo como amigo o mi jefe. Si no todo de él. Incluso sus piezas rotas.

—¿En qué piensas? —preguntó descendiendo por mi cuerpo agotado, pasando los dedos por mi estómago.

Forcé una sonrisa y me aclaré la garganta.

—Qué estoy hambrienta—respondí sin aliento—. No comí mucho desde la reunión.

Levantó la mirada para encontrarse con mis ojos.

—¿Quieres comer algo especial?

—Cualquier cosa —Aparté los rizos rubios de su frente sudada—. Tengo la sensación de que ninguno dormirá el resto de la noche.

Sonrió, besándome el ombligo.

—Estás con la persona correcta —Se lamió de mí y protesté por la falta de calor. Lo vi quitarse el condón que luego lanzó en el tacho de basura. No entendía de dónde sacaba la energía suficiente. Yo estaba muerta de cansancio—. Te cocinaré unas deliciosas pastas.

Traje las sábanas a mi pecho mientras Gian se movía desnudo por la habitación. ¿Había mencionado que su trasero también me encantaba?

—No es necesario que lo hagas. Podemos pedirle algo de comida al servicio del hotel.

Me miró como si lo hubiera dicho la ofensa más grande.

—He probado la comida de tu nonna y es genial, pero ahora te toca a ti comer mis pastas—Avanzó hacia el baño—. No está en discusión, cariño.

Negué con la cabeza sonriendo. Era la chica más afortunada del mundo.

🌸

Después de ponerme su camisa, me reuní con él en la cocina. Me detuve al llegar en el umbral de la puerta. El sexo con Gian fue increíble, pero sin dudas nada se comparaba a la excitación que me provocaba verlo cocinar. Sonreí mientras miraba la suave piel dorada de su espalda que estaba cubierta por mis arañazos. Sus musculosos brazos se flexionaban a medida que trabajaba y tarareaba una canción.

Cortó las verduras con experta precisión, hirvió las pastas y apenas notó mi presencia mientras me acercaba a él por detrás, presionando mis pechos contra su espalda. Mis manos recorrieron sus abdominales, sin pasar por alto la erección que crecía con cada caricia. Estallé en risitas. Apenas lo estaba tocando.

—Culpable —dijo en tono burlón, tirando las verduras cortadas en la sartén caliente—. Vas a compensarme después de la cena.

—Se lo merece, señor Vitale —Besé su hombro.

Gian se giró y me levantó de las caderas para sentarme sobre la isla. Agarré una manzana verde del frutero, dándole un gran mordisco. Todo olía divino. Desde la salsa hasta las crujientes papas fritas en el horno.

—¿Quién te enseñó a cocinar? —pregunté, metiendo el dobladillo de su camisa entre mis piernas.

—La chef familiar. Se llama Clarice y es una genia en la cocina. Cuando era niño me gustaba verla preparar los mejores platillos. Ella me contaba sus trucos mientras me daba bocados —Se rió con nostalgia—. Las pastas no son mi única especialidad.

Mastiqué la fruta dulce.

—De eso no tengo ninguna duda —coqueteé.

Gian se inclinó y me robó un beso breve antes de proseguir a terminar la cena.

—Ayúdame a preparar la ensalada.

—Por supuesto, cariño.

Sus ojos se suavizaron ante la palabra afectuosa. Me puse en marcha, alcanzando las hojas de lechuga en el cuenco. Pasamos los siguientes treinta minutos cocinando juntos entre besos y bromas. Nos sentamos en la alfombra cerca de la chimenea cuando las pastas estuvieron listas. Eran deliciosas. ¿Acaso Gian tenía algún defecto?

—¿Entonces mañana regresaremos a Palermo? —Probé un bocado, cerrando los ojos. Era una delicia.

Gian me observó comer, satisfecho de ver que tenía mi absoluta aprobación. Si por mí fuera este hombre podía cocinarme todos los días.

—No, exactamente —respondió—. Todavía hay algunos asuntos pendientes que no mencioné. Asistiremos a un partido de tenis mañana.

Alcé una ceja, dándole un sorbo a la copa de vino.

—Oh. Supongo que Jean no estará presente. ¿O sí? —cuestioné—. ¿Volveremos a verlo?

Se concentró en su plato, noté la rigidez en su cuerpo.

—Nunca más.

—No puedo creer que hayas rechazado un negocio por mí —negué—. Aún estás a tiempo de cambiar de opinión, Gian. No te detendré.

Su mano alcanzó la mía y le dio un suave apretón a modo de consuelo.

—No quiero a alguien como Jean cerca de ti ni de mí. La mejor decisión que pude tomar fue mandarlo a la mierda y no me arrepiento. Créeme.

El gusto amargo inundó mi lengua. No me gustó como sonaba eso.

—¿Por qué?

Apretó la mandíbula.

—Cuando te fuiste... —Gian sonaba incómodo—. Intentó meter las manos dónde no debía.

Me incorporé en la alfombra, mirándolo con horror. Ahora tenía muchas ganas de matar a ese degenerado yo misma. ¿Cómo pudo faltarle el respeto?

—¿Estás bien?

Se encogió de hombros.

—Tengo mis dedos intactos. Él no.

Me incliné hacia su cuerpo, recostando la cabeza en su hombro. No soportaba la idea de que alguien le hiciera daño. Probablemente Jean pensó que mi chico vendería su dignidad a cambio de obtener su empresa. Bastardo asqueroso.

—Deberías denunciarlo por acoso.

Soltó una risa áspera.

—Pronto se enfrentará a todo el peso de la ley —aseguró—. Estaba a salvo gracias a mi intervención, pero se acabó. Me encargaré de hundirlo.

Todavía me sorprendía su influencia, lo poderoso que era.

—Apoyaré cualquier decisión que tomes.

Me sonrió, besándome despacio.

—¿Incluso si quiero follarte toda la noche?

Una fuerte necesidad me golpeó de nuevo, vibrando entre nosotros. Estaba un poco adolorida, pero no dejaría ir la oportunidad de sentirlo de nuevo. Le sacaría el máximo provecho a ese viaje.

—Cuentas con mi aprobación, señor Vitale.

Solté un chillido cuando me quitó el plato de las manos y se posicionó sobre mí en la alfombra. El deseo primario destellaba en sus ojos grises mientras me admiraba, con la luz de la luna filtrándose por la ventana. Lo siguiente que supe fue que me arrancó su camiseta y acarició mis pezones con los pulgares, gimiendo cuando se endurecieron y lo recibí entre mis piernas.

—Tú no sabes lo que me has hecho. Lo arruinado que estoy por ti, Nara Lombardi.

—Muéstrame.

Y se aseguró de hacerlo hasta el amanecer.

****

HOLAAA. Al fin capítulo después de mil años después. Tengo que admitir que me costó un montón escribir la escena sexual. Estaba fuera de práctica, pero ya lo resolví. Espero que les haya gustado tanto como a mí.

P r e g u n t a s

¿Momento favorito?

¿Quieren más escenas así o prefieren las románticas dónde están en modo melosos?

Disfruten porque ya se viene la parte oscura del libro. Preparen esas palomitas.

Nos leemos pronto.

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