Capítulo 11
Gian
Ignoré las llamadas perdidas de mi padre y fui directamente a la Corporación sin darle chances de manipularme. Pensé que mi última amenaza había quedado grabada en su cabeza. Estaba ardiendo de rabia. A él no le importaba prostituirme con tal de sacar un beneficio. Ya lo había hecho antes, pero no lo permitiría de nuevo. Que lleváramos la misma sangre no significaba que quedaría impune. Había arruinado mi felicidad en el pasado. Esta vez no ganaría. Estaba equivocado si creía que sería el títere que él esperaba.
Apagué la radio del auto y cerré con un portazo. Le entregué las llaves al valet que se encargó de estacionarlo de la manera adecuada. Me ajusté la corbata y chequeé mi reloj. Era mediodía y tenía que hacerme cargo de las tareas de Luciano por cubrirme la espalda. Mi malhumor se volvía peor y solo hablar con alguien podía solucionarlo. Algunos empleados de la empresa me saludaron amablemente y respondí con simples asentimientos. Otros se mantuvieron alejados al ver mi odiosa cara.
Entré al ascensor y presioné impaciente el botón. Conté los segundos hasta que las puertas se abrieron y aceleré los pasos. Nada me preparó para la escena que vi a continuación. Apreté la mandíbula con tanta fuerza que empeoró el dolor de cabeza y todos mis instintos asesinos despertaron.
El maldito Filippo Spinelli estaba sobre una indefensa y aterrada Nara. Ella se veía conmocionada mientras los ojos de él brillaban de emoción. Era un jodido depredador que disfrutaba atormentar a su víctima. Me aclaré la garganta y vi el momento en que ella casi sollozó de alivio. Tuve el impulso de esconderla detrás de mi espalda y protegerla, pero me enfoqué en el cerdo que lucía convenientemente inocente.
—¿Todo en orden por aquí? —pregunté. Mi voz sonaba despacio, ocultando la tormenta que se desataba dentro de mí. Estaba muerto.
Nara dudó y Filippo aprovechó su silencio para poner la situación a su favor.
—Gian, querido —sonrió ampliamente —. Me estaba presentado con tu secretaria. Le dije que podía contar conmigo si necesitaba cualquier cosa. Es encantadora.
No le creía ni una mierda. Fijé mis ojos en Nara.
—¿Te está molestando?
Ella frunció el ceño.
—Estoy bien.
—No es lo que pregunté. Dime si está molestando.
Las fosas nasales de Filippo se agitaron y desabotonó tres botones de su chaqueta que parecía a punto de asfixiarlo.
—Gian, querido. Creo que estás malinterpretando la situación. Yo sería incapaz de hacer algo así.
La irritación me punzó la piel como una hiedra venenosa. Si volvía a llamarme «querido» una vez más le rompería la puta boca.
—Soy tu superior y vas a dirigirte a mí con respeto. ¿Entiendes? Para ti soy señor Vitale.
Asintió y tragó saliva.
—Lo siento, señor.
—Ahora déjala respirar —La aparté de Nara con un empujón sin consideración y su espalda chocó contra la pared. Filippo sacó un pañuelo de su chaqueta y se limpió el sudor de la frente. Bastardo repulsivo.
No quería poner a Nara en una situación que la comprometería así que tenía que averiguar por mí mismo qué diablos había ocurrido antes de mi llegada. Conocía muchos métodos, pero sobre todo, sabía muy bien quién era Filippo Spinnelli.
—Regresa a tu puesto, Nara.
Ella me miró aliviada.
—Sí, señor.
Agarré su delgado brazo y esbocé una sonrisa que la relajó. Miré las dos tazas de café que sostenía entre las manos.
—¿Es para mí?
—¡Oh, la olvidé! —Me tendió la taza con una expresión avergonzada —. Debe estar frío.
—No te preocupes. Responde los correos y yo me ocuparé de Filippo. ¿Está bien?
—De acuerdo.
Avanzó hacia su escritorio mientras arrastraba a Filippo a mi oficina. El viejo tendría un infarto pronto si no calmaba sus latidos. Había abusado de mi confianza desde que ganó una demanda que impuse. Era un excelente abogado, pero también un maldito pervertido. Cerré la puerta con una patada detrás de mí que lo puso nervioso. Cincuenta años y no sabía afrontar las consecuencias como un hombre adulto. Ya no soportaría sus mierdas en mi empresa. Lo quería fuera de mi equipo.
—¿La estabas acosando? —inquirí, aflojándome la corbata y dejé la taza de café sobre la mesa. Seguía humeante así que bebí un sorbo. Nada mal.
Su mirada se encontró lentamente con la mía.
—¿Yo? No. Me presenté y ella no desaprovechó la oportunidad de coquetear conmigo. Me sorprendió mucho su actitud —Liberó una carcajada poco agraciada —. Sabes como son las jovencitas de su edad. Se arriman al primer postor para escalar una mejor posición.
Me quité la chaqueta y la coloqué en el respaldo de la silla sin demostrar la verdadera ira que sentía. Le había dado la oportunidad de ser honesto conmigo y prefirió verme la cara de estúpido. Nara nunca se fijaría en un viejo decrépito como él.
—Permití que te acostaras con Loretta porque ella dio su consentimiento, pero no permitiré que acoses a Nara. Mantente jodidamente alejado de ella. Esta será la única advertencia que tendrás de mi parte, Filippo. No vuelvas a mirarla o te mataré.
Se rió nerviosamente y dio un paso atrás.
—Estás siendo extremo.
—Estoy siendo bastante considerado de hecho. No es mi estilo dar una segunda oportunidad a los cerdos como tú.
—Gian...
—Señor Vitale para ti—apreté los dientes.
Asintió.
—No volverá a ocurrir, señor Vitale.
Bebí otro sorbo de café y me senté en la silla con la espalda recta.
—Más te vale o le harás compañía a mi vieja secretaria, tu gran amor—sonreí—. Ahora lárgate de mi vista. Tengo trabajo y me estás haciendo perder el tiempo.
Filippo prácticamente huyó como un perro asustado y rodé los ojos. Flexioné los puños antes de abrir el ordenador y buscar el historial de las cámaras de seguridad. Encontré las grabaciones de hoy y retrocedí un par de minutos para ver exactamente qué ocurrió.
El vídeo empezaba con Nara a punto de abrir la puerta de mi oficina mientras sostenía las tazas de café cuando fue abordada por el degenerado de Filippo. La siguiente escena cambió sobre él acorralándola y ella luciendo asustada y confundida. La expresión en su hermoso rostro me daban ganas de quemar el mundo. No podía creer que eso había sucedido en mi empresa. Se suponía que este sería un lugar seguro para ella.
Hijo de puta.
A la mierda las segundas oportunidades. Filippo estaba muerto.
Estaba enojado conmigo mismo, furioso con esa chica que apareció de repente en mi vida y demandó toda mi atención. Mis pensamientos estaban llenos de ella y no podía sacarla de mi cabeza por más que lo intentara.
Nara Lombardi había llegado para quedarse.
🌸
Nara
Segundo día de trabajo y había llamado la atención de un pervertido. Hubiera sido más fácil contarle la verdad a Gian, pero no quería empeorar la situación y darle la impresión de que era problemática. Esperaba no volver a cruzarme con Filippo.
Me mantuve ocupada con los correos electrónicos que no dejaban de picar en mi bandeja de entrada cada pocos minutos. Eran informes sobre reuniones, próximos eventos y planes que tenía Gian para almorzar y cenar con sus inversores. Lo normal en una Corporación, pero también bastante abrumador. Anoté todos los detalles sin perderme nada. Ya confirmé el viaje a Francia al señor Bernoit y me pregunté por qué Gian querría invertir en una empresa que estaba en quiebra y siendo investigada por lavado de dinero.
Escribí en el blog de notas cuando un perfume sofisticado y dulce inundó la habitación. Confundida, miré a la dueña de dicho aroma. Era una mujer de cabello castaño y ojos oscuros. Un ajustado vestido marrón claro acentuaba sus curvas y sus pechos enormes se agitaban con su respiración. ¿De dónde había salido? Era una clásica belleza italiana. El tipo de rostro que abundaban en las revistas de moda.
―Disculpe, señorita... ―carraspeé―. ¿Necesita algo?
Ella me miró de arriba bajo y luego un ceño fruncido apareció en su delicado rostro.
―Estoy buscando a Gian Vitale ―dijo.
Oh. Me puse de pie rápidamente y la enfrenté. Ella tocó la pulsera de oro en su muñeca mientras estudiaba la habitación con cierta intriga y fascinación.
―El señor Vitale se encuentra en una reunión justo ahora. ¿Tiene una cita con él?
Su labio se curvó en una sonrisa y me miró como si fuera estúpida. De acuerdo, me hizo sentir un poco incómoda.
―No necesito ninguna cita con él. Dígale que Mercedes Bellucci está aquí y quiere verlo.
Su respuesta de repente trajo una pizca de intriga a mis pensamientos. ¿Quién era? ¿Una amiga? ¿Un familiar? Ella sonaba como si fuera dueña de su tiempo.
―Repito, señorita. Está en una reunión y no puedo interrumpirlo ―señalé el sillón a la izquierda―. Puede esperarlo si gusta. Anunciaré su presencia cuando termine.
―Bien ―cedió, ajustando el bolso contra su hombro y se sentó con las piernas cruzadas.
Regresé a mi escritorio mirándola de vez en cuando. Ella se entretuvo con el celular, sacándose varias selfies como si estuviera presumiendo. Era joven. Quizás la misma edad de Gian. Solo por curiosidad puse su nombre en el buscador y aparecieron alrededor de diez mil resultados. Era hija de Davide Bellucci. Uno de los médicos más prestigiosos del país y dueño de hospitales y líder en la industria farmacéutica. ¿Qué la relacionaba con mi jefe? ¿Y por qué me importaba tanto?
Escuché murmullos y cerré el ordenador cuando Gian apareció con su hermano. Luciano susurraba algo a lo que él negaba con la cabeza. La tensión aumentó en el instante que se percató de la mujer sentada en el sillón y me miró con ojos entrecerrados. No parecía feliz.
―Señor Vitale ―dije y forcé una sonrisa―. La señorita Mercedes Bellucci quiere verlo. Le informé que no puede presentarse sin ninguna cita, pero ella insistió. Lo siento.
Sus rasgos se endurecieron y Luciano empezó a toser. ¿Me estaba perdiendo de algo? Mercedes se puso de pie haciendo que sus pechos fueran más turgentes. Gian ni siquiera le sonrió. Se veía agobiado y fastidiado con su presencia. ¿Por qué me consolaba tanto? ¿Qué me pasaba?
―No te preocupes, Nara ―Finalmente observó a Mercedes con un suspiro―. Estoy ocupado aquí. No puedes venir a molestarme en horario de trabajo.
Ella hizo un mohín.
―Me evitaste hoy en el club. Me preocupaba que tuvieras algún problema conmigo.
―Tengo mucho trabajo qué hacer y me estás interrumpiendo. ¿La próxima vez puedes llamar y solicitar una cita?
―Tu padre me dijo que no sería necesario.
―Mi padre no tiene votos sobre mi agenda.
Se estaba poniendo sumamente incómodo. Luciano empezó a alejarse a hurtadillas y dejó solo a su hermano. Me hundí en el escritorio, mis dedos apretando el bolígrafo.
―Discúlpame si he venido en un mal momento, pero no puedo irme sin hablar contigo. Por favor, Gian. Solo serán un par de minutos.
Los hombros de Gian se hundieron y le hizo señas para que entrara a su despacho. Mercedes me echó un último vistazo con un resoplido, pisando fuerte con sus tacones rojos. Puse los ojos en blanco y mordí la punta del bolígrafo. Ella olía a problemas. Podía percibirlo.
Miré impaciente el reloj. La reunión ni siquiera duró diez minutos cuando Mercedes salió del despacho hecha una furia. No volvió a mirar en mi dirección. Ella entró al ascensor y desapareció tan pronto como había llegado. Mierda, eso fue rápido.
El teléfono sonó.
―Corporación Vitale. ¿En qué puedo ayudarle?
―Ven a mi despacho. Ahora ―ordenó Gian y la línea se cortó.
¿Qué? Puse el teléfono en su lugar y seguí la orden de mi jefe. Era obvio que no había tenido un buen día y la visita de Mercedes lo hizo peor. Entré a su despacho sin tocar y lo encontré concentrado en el ordenador. No levantó la vista al verme.
Esperé a que terminara de escribir mientras evaluaba la fría oficina. El gris predominaba con mucho cristal y toques negros. Su gran escritorio era de un cálido color caoba que daba vida al entorno, pero el resto seguía siendo industrial y deprimente.
―¿Puedes quedarte una hora más hoy? ―preguntó―. Necesito hablar contigo de algo importante.
―Claro ―dije sin dudar.
Quería escribir una nueva entrada en mi blog, pero eso podía esperar. Gian señaló un documento sobre la mesa.
―Aquí tienes tu contrato. Simona lo redactó para ti ―masculló―. Si quieres cambiar puedes decírmelo sin dramas. Tienes tiempo hasta mañana para leerlo y firmarlo.
―De acuerdo. Gracias.
―Otra cosa, Nara.
―¿Sí?
Finalmente me miró. Sus ojos grises eran como dos témpanos de hielo.
―Si Mercedes vuelve aquí despáchala y dile que no es bienvenida.
Vaya... Me esperaba cualquier cosa menos eso. ¿Por qué rechazaría la visita de una mujer tan bonita?
―Como ordenes. ¿Algo más?
Negó con la cabeza.
―Puedes irte.
Apoyó la barbilla en una mano y centró toda su atención en el ordenador. No había indicios de comida en su escritorio. Las líneas de tensión destacaban en su rostro y de repente quise hacer algo por él. Alegrarle el día. Me despedí de Gian con el contrato en la mano y me dirigí al restaurante cerca de la oficina. El hombre tenía su trasero tan metido en el trabajo que no se preocupaba por comer.
Metiendo mi teléfono, llaves y tarjeta bancaria en mi pequeño bolso negro, salí del edificio y crucé la calle para llegar al bar La Ostería. Según las reseñas de Google la comida era excelente y esperaba que a Gian no le molestara. Empujando las puertas dobles, entré y agradecí al cielo que no estuviera tan lleno a esta hora. La mujer con delantal detrás del mostrador no tardó en atenderme y le pedí dos platos Chapsui de pollo con pastas y verduras.
Me senté en el taburete y tomé un vaso de agua mientras esperaba a que mi comida estuviera lista.
―¿Nara Lombardi?
Me giré y contemplé a la persona que pronunció mi nombre. Observé a la mujer rubia acompañada por una pelirroja. Eran las mismas que me abordaron en la cafetería de la Corporación. Lorena y Bettina.
―Hola ―saludé con una sonrisa―. ¿Todo bien?
―No esperábamos encontrarte aquí ―dijo Lorena, la pelirroja―. ¿Comida para el jefe?
Tomé otro trago de mi agua y dejé el vaso en el mostrador.
―Eh... sí. Está tan ocupado que olvidó comer así que le llevaré algo caliente y delicioso.
―Eres tan tierna―murmuró la rubia―. Me alegra que hayas durado más de un día.
Mi sonrisa vaciló.
―¿A qué te refieres?
Las dos compartieron una mirada cómplice. Bettina bajó la voz como si estuviera contándome un secreto.
―Normalmente sus secretarias no son jóvenes como tú. La última tenía unos cuarenta años quizás ―Se encogió de hombros―. Dicen que escoge mujeres mayores y no tan atractivas para evitar follarlas.
Soltaron risitas divertidas, pero a mí no me hizo mucha gracia. No me parecía profesional hablar así de tu jefe.
―Oh, lo siento ―Lorena carraspeó al notar mi seriedad―. Gian Vitale ha cambiado mucho desde su ruptura ―añadió con pesar y continuó hablando como una cotorra―. Su ex novia era tan bonita y se veían perfectos juntos. Nunca supimos por qué rompieron, aunque según las malas lenguas él le fue infiel.
―No me sorprendería ―añadió Bettina ―. Ese hombre no puede guardárselo en sus pantalones. Es uno de los solteros más codiciados de la ciudad, pero nadie ha podido atraparlo. Le aterra los compromisos y las relaciones serias. Por eso sigue solo. Las mujeres son un simple accesorio de entretenimiento para él.
Lorena hurgó en su caja de papas y se llevó un puñado en la boca. Habló mientras masticaba.
―Es muy bueno en los negocios, eso sí. Una lástima que sea un prostituto.
No soportaba seguir escuchándolas hablar así de Gian. Afortunadamente, mi comida estuvo lista y caliente para llevarla. Le pagué rápido a la mujer sin mirar a las dos chismosas detrás de mí que seguían cuchicheando. Envolvieron los platos y me deleité ante su aroma celestial.
―Que lo disfrutes ―dijo la mujer, entregándome los platos bien envueltos con aluminio y me tendió varias servilletas.
Le sonreí.
―Gracias ―Miré a Lorena y Bettina―. Las veo pronto, chicas.
―Venimos aquí a comer todos los días ―dijo Lorena mientras me alejaba―. Eres bienvenida a unirte a nosotras.
Me limité a asentir y salí de ese restaurante con prisa. Dios mío. Quería amigas, pero prefería ocuparme de mis asuntos antes que estar pendiente del resto como ellas. No me importaba las antiguas relaciones de Gian o su vida personal. No me parecía correcto unirme a las especulaciones.
En cuanto estuve cerca de su puerta, toqué dos veces y me dio permiso para entrar. Lo encontré del mismo modo en que lo había dejado. Ocupado y estresado. Estaba sentado con la chaqueta del traje colgada en la silla detrás de él, la corbata aflojada, las mangas de la camisa blanca arremangadas hasta los codos. Su cabello rubio despeinado, como si hubiera pasado las manos cientos de veces por él.
Dejé la bolsa delante de él y apoyé mi cadera contra el borde del escritorio. Golpeé la superficie con mis uñas y le dediqué una pequeña sonrisa. Las líneas duras de su boca se suavizaron cuando percibió la comida.
―Dios, eres un ángel ―dijo con voz ronca.
Saqué los papeles de su escritorio e hice a un lado el ordenador. Después destapé la botella de agua para servirle en un vaso de plástico.
―¿Olvidas comer todos los días? ―pregunté con el ceño fruncido. Sonaba como mi nonna.
Gian sonrió.
―A veces.
―Eso no es sano. ¿Qué te tiene tan ocupado para olvidar comer?
―Siéntate y come conmigo ―murmuró a cambio y obedecí. Me acomodé frente a él y desenvolví mi propio plato. La comida olía increíblemente bien. Piqué con el tenedor de plástico un trozo de pollo y mastiqué despacio. Mmm... la salsa blanca era una maravilla―. Estamos llevando a cabo el desarrollo de una nueva tecnología. Luciano y yo hemos trabajado en ello durante meses y no me permito un descanso.
Su empresa era tan grande que no podría enumerar todos los servicios que ofrecía.
―Eres el director general ―Crucé las piernas y bebí un trago de agua ―. Toda la responsabilidad está sobre ti.
―Tengo un equipo que me ayuda a sobrellevarlo y ahora a ti ―Me guiñó un ojo―. ¿Cómo vas con mi agenda?
Me reí. Lo mío era insignificante a comparación de lo que hacía él.
―Leí los detalles sobre tu reunión con Jean Bernoit y organicé el viaje del próximo viernes. ¿Jet privado? Vaya, eso es impresionante.
―Es lo que esperan de un director general, ¿no? ―Se burló y vi como masticaba cuidadosamente.
Era estúpido que me pareciera tan atractivo como su nuez de Adán se balanceaba cada vez que tragaba. Era injusto que todo en este hombre me resultara sensual.
―¿Cuántos días estaremos allí?
―Dos o tres días. Depende ―contestó. A mi nonno le dará un infarto―. ¿Emocionada?
―Nerviosa ―admití ―. Soy periodista e hice cosas inimaginables para conseguir la mejor nota, pero esto es una nueva experiencia. Nunca traté con hombres poderosos como tú o Jean Bernoit.
Gian hizo una pausa y se limpió los labios con una servilleta.
―No tienes nada de qué preocuparte. Estoy seguro de que podrás lidiar con la responsabilidad.
Exhalé.
―Eso espero.
―Mañana hay otra reunión y quiero que estés presente para que veas como funciona la empresa y sigas aprendiendo.
―Me encantaría ―Me puse de pie y recogí mi plato de la mesa―. Te dejo comer tranquilo, tengo correos qué responder.
―Gracias por la comida.
―No hay de qué. Cuando quieras.
Me atravesó con la mirada mientras me alejaba y no dijo nada más. Una vez fuera de su oficina cerré la puerta y recosté mi espalda contra ella. Ese hombre era tan intenso que me costaba actuar normal en su presencia.
Las siguientes horas respondí llamadas, hice copias de algunos documentos y leí informes sobre los futuros proyectos. Me detuve en un archivo que me puso rígida al leer el nombre. Era un apellido que me hizo desear huir allí mismo.
Ozaki.
Sentí que mi sistema nervioso dejaba de funcionar y se me nubló la vista. Gian los había mencionado durante la entrevista y creí que se trataba de una casualidad. Ahora ya no estaba tan segura. Hice clic en el archivo con intenciones de leer, pero la puerta del despacho se abrió y mi jefe se quedó de pie en el umbral con los brazos cruzados. Me dedicó una sonrisa cansada que devolví.
―¿Estás lista para nuestra conversación? ―preguntó.
Cerré las pestañas del navegador rápidamente.
―Claro, dame un segundo.
―Bien.
Gian dejó la puerta abierta y regresó a su despacho. Le ordené a mi corazón que se calmara y que mi cabeza se reordenara. Mi nonna tenía razón. La sangre siempre llamaba y era cuestión de tiempo para que enfrentara nuevamente a mi pasado.
Tomé unas cuantas respiraciones y apagué el ordenador. Intenté arreglarme el cabello y la ropa a la vez que entraba a su despacho. Había una sola luz encendida. Empezaba a oscurecer y los rascacielos salpicaban el horizonte con sus ventanas iluminadas. Gian se mantuvo de pie mientras me instaba a que tomara asiento.
―No sé por dónde empezar sin que suene ridículo y anticuado ―Se pasó una mano por el pelo con una mirada burlona y nerviosa. Rodó los ojos como si estuviera regañándose a sí mismo.
―¿Tal vez desde el principio? ―bromeé y se mordió el labio.
―La mujer que vino más temprano no es mi novia mucho menos mi amiga. Mi padre la envió aquí ―masculló, apoyando su cadera contra el escritorio ―. La conocí hace un par de meses, pero nunca entablamos ninguna relación porque no estoy interesado como a ella le gustaría.
Levanté una ceja.
―No entiendo a dónde quieres ir con esto.
Gian suspiró.
―Mi familia es anticuada, Nara. Durante años han celebrado los matrimonios concertados con el único propósito de aumentar nuestras riquezas. Mi primo Luca estuvo expuesto a esa mierda dos veces, pero afortunadamente encontró a la mujer ideal y rompió el molde―continuó y permanecí en silencio―. Luciano y yo nunca estuvimos de acuerdo con esto. Nos negamos desde el principio. Él está casado y no puede ser sometido a nada.
―Tú sí ―susurré.
―Mi padre no va a descansar hasta verme atado a una mujer ejemplar y tradicional. Espera que deje atrás mi antigua vida y me dedique a ser un hombre de familia. Él nunca ha respetado mis verdaderos deseos ―Su voz se fue apagando y apartó la mirada―. Jamás aprobó lo que quiero.
―Lo siento por ti, Gian. Pero sigo sin comprender qué estás tratando de decirme.
Alzó una mano y me enderecé en la silla, preparada para lo que vendría. Gian tomó algunas pausas antes de volver a hablar.
―Quiere que me case con Mercedes. Ha intentado metérmela hasta por los ojos durante las últimas semanas y estoy cansado de su insistencia. Necesito que pare. Realmente necesito que pare. El compromiso y yo no vamos de la misma mano. He perdido a alguien importante por la misma razón ―Se detuvo y apretó la mandíbula―. Sé que no es de tu incumbencia saber todo esto ni cómo funciona mi vida personal, pero eres la única que puedes ayudarme, Nara.
Se me puso seca la boca y parpadeé muy lentamente, todavía tratando de procesarlo. Gian me miró a través de sus gruesas pestañas rubias.
―¿Cómo podría ayudarte? ―inquirí―. ¿Cuál sería mi papel en todo esto?
―Mi novia ―soltó y me quedé muda―. Necesito que finjas ser mi novia.
El shock repentino fue como un baldazo de agua fría. Esto era absurdo y ridículo.
―Yo...
―Te pagaré el doble. Te daré el jodido mundo si me lo pides ahora mismo. Cualquier cosa que quieras, Nara ―Entonces se puso de cuclillas y me agarró de las manos―. No te lo pediría si no fuese importante. ¿Me has visto? Soy un hombre desesperado.
Puse los ojos en blanco.
―Pídeselo a alguien más.
―No ―sentenció―. Con otra sería difícil fingir. Tú, en cambio, eres espontánea y divertida. Todo es más fácil cuando estás cerca. Sé que mi padre dejará de fastidiarme cuando te vea. Tu aspecto angelical es capaz de convencer al mismísimo demonio―Su sonrisa se ensanchó y las mariposas revolotearon en mi estómago―. No dudará de ti.
Sonaba como una locura, pero había demasiadas emociones estrellándose dentro de mí. ¿Qué podría salir mal de esto? Nada si estábamos fingiendo y no llegáramos tan lejos. Él fue claro conmigo. No le gustaban los compromisos y necesitaba recordármelo. El corazón me martilleaba en el pecho, pasó al menos medio minuto sin que ninguno de los dos dijera nada hasta que cedí. Era mi turno de devolverle el favor. Le debía mucho.
―De acuerdo ―susurré un poquito nerviosa.
Gian liberó un suspiro de alivio.
―Mierda, gracias.
Me las arreglé para mantener mi voz firme y determinante.
―Pero primero debemos discutir algunas cláusulas de nuestro acuerdo. Hay líneas que no podemos cruzar y quiero que lo tengas claro.
Puso una distancia entre ambos con la sonrisa más radiante que había visto y las manos en alto.
―Todo se hará a tu manera, preciosa.
🌸
Instagram: JessiR17
Facebook: Jessica Rivas
X: JessiRivas17
Tiktok: Jessica_Rivas17
Pinterest: JessiRBooks
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro