Capítulo 1
Actualmente. Palermo, Italia.
Nara
El cálido aroma a café recién hecho me despertó de la breve siesta que había tomado sobre el escritorio. Mi rostro estaba aplastado contra pilas de papeles y mi espalda crujía por la incomodidad. Llevaba días sin dormir bien.
En mis sueños de niña ingenua jamás había imaginado que lidiaría con tantas responsabilidades. Solo quería viajar por el mundo y contar historias grandiosas a la sociedad. Perseguir la verdad y transmitir mis propias opiniones. En cambio, ahora trabajaba en una oficina aburrida con un jefe mediocre. No me malinterpreten, amaba mi profesión. Estudié comunicación social y me había graduado en el área de periodismo con excelentes notas académicas. Mis maestros solían decirme que tenía un gran futuro por delante.
Lamentablemente vivía en una constante decepción. Un título no te garantizaba un trabajo decente. Quería tomar un rumbo distinto y buscar nuevas aventuras. Excepto que no podía irme porque aquí tenía a la única familia que me quedaba. Mudarme significaba dejar atrás a mis nonnos y no me lo perdonaría.
―Café con crema y sin azúcar ―La voz de Thomas me instó a abrir los ojos―. Te ayudará a mantenerte despierta las siguientes tres horas.
Acepté la taza caliente y le dediqué una sonrisa agradecida. Olía delicioso. Thomas era uno de mis mejores amigos. Manteníamos una relación profesional y de confianza mutua que muchos envidiarían. Nos apoyábamos en todo. Él celebraba mis logros y yo los suyos. Lo había conocido hacía dos años cuando fui admitida en unas de las revistas más importantes de la ciudad. A veces notaba la forma que me miraba. Secretamente esperaba que nunca me dijera como se sentía. Eso arruinaría nuestra amistad y no quería perderlo.
―Eres el mejor―dije y bebí un sorbo.
Dejé la taza sobre el escritorio y busqué el pequeño espejo en mi bolso. Miré mi reflejo con una mueca. Mis ojos marrones lucían cansados y nublados. El labial rojo había manchado la comisura de mi boca y mi cabello era un desastre enredado. Tenía suerte de que el señor De Rosa no entrara a la oficina. Ese hombre no podía ver a una mujer desarreglada.
―¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? ―preguntó Thomas―. Me preocupas, Nara.
Peiné mi cabello con los dedos y me apliqué una nueva capa de maquillaje para disimular la palidez de mi rostro. Debido a mi color de piel tenía una abundante cantidad de pecas en el puente de mi nariz. El señor de Rosa los odiaba. Según él era lo primero que muchas personas notaban cuando los entrevistaba y eran una distracción. Patético, ¿no? No entendía a mi jefe. Era un imbécil con aires de superioridad. Me sorprendía que hubiera durado tanto tiempo en este trabajo. Su carácter no era agradable y me hacía sentir inferior cuando algunas cosas no me salían bien. Aguantaba la humillación porque necesitaba el dinero. Era la mayor fuente de ingresos en mi hogar.
―Sigue trayéndome café todas las mañanas ―bostecé de nuevo―. Es más que suficiente.
Thomas sonrió y se recostó contra el escritorio.
―Puedo hacer cualquier cosa que me pidas, Nara. Estoy a tu completa disposición.
Ahí estaba de nuevo las insinuaciones y coqueteos. Lograba evadirlas con una sonrisa falsa o fingía que no había escuchado. Era egoísta de mi parte no dejarle claro mis sentimientos. No lo veía de esa forma. No me sentía atraída y dudaba que fuera posible algún día. Thomas era atractivo, inteligente y buena persona. Tenía el cuerpo ejercitado, cabello castaño, ojos verdes y una amable sonrisa, pero a mí no me generaba mariposas en el estómago, no aceleraba mi pulso y no me hacía sonrojar.
―Tu amistad es más que suficiente ―dije, esperando que captara el mensaje.
Justo así su sonrisa se esfumó dejando un rostro serio en su lugar. Siempre me había preguntado cómo sería su reacción cuando le dijera que nunca tendríamos el tipo de relación romántica que él esperaba. Me había cerrado al amor y por ahora no pretendía tener un novio pronto. ¿La razón?
Destrozaron mi corazón hacía unos meses. Fui lo suficientemente estúpida para enamorarme de un hombre casado. Yo no lo sabía, por supuesto. El bastardo se aseguró de ello y no pretendía decírmelo en un largo tiempo. Tuve que descubrirlo por mí misma. Sucedió una noche cuando fui al cine con mi nonno. Fue tan vergonzoso verlo con sus manos sobre ella, besándola mientras esperábamos en la fila para entrar en la sala. ¿Lo peor? No parecía culpable ni incómodo de que descubriera sus mentiras. De hecho, me presentó a su esposa como si fuera lo más normal del mundo y le dijo que era una vieja amiga de la universidad.
Quería responderle a la pobre mujer, contarle que su marido era un desgraciado que había jugado con ambas, pero todo lo que hice fue quedarme de pie con la boca abierta y asentir. Estaba conmocionada. Me hallaba llena de rabia, amargura, dolor... Y cuando se alejaron me quebré en los brazos de mi nonno en medio de un montón de desconocidos que me juzgaban. Fue una experiencia abrumadora y me había costado superarlo. Ahora era feliz siendo soltera por el bien de mi cordura.
―Nara, yo... ―La voz de Thomas me sacó de mis oscuros pensamientos, pero no tuvo oportunidad de decir nada más.
La secretaria del señor De Rosa entró como un rayo en la oficina. Su ceño fruncido era habitual en su rostro de porcelana mientras me miraba. Su escote era tan pronunciado que me hizo sentir un poco avergonzada de mi aspecto. No podía permitirme sus ropas de marcas, mucho menos esos increíbles zapatos Christian Louboutin. Al menos mi puesto como columnista en una revista no me daba esos privilegios. La semana pasada había armado un nuevo currículum con la esperanza de encontrar algo más digno de mis estudios, pero no había recibido ninguna respuesta. Eso me resentía muchísimo. Cuando obtuve mi ansiado título creía que sería una reconocida periodista y me llovería propuestas de trabajo. Qué estúpida fui.
―El señor De Rosa requiere tu presencia ahora mismo―informó Viviana.
Me puse de pie inmediatamente y el escritorio se sacudió con el brusco movimiento. La taza de café salpicó algunos papeles y quise morirme en ese instante. Me tensé mientras Thomas me miraba con pena y Viviana suspiraba con fastidio. ¿Por qué la vida me odiaba tanto?
―Él no puede verte así―Viviana apretó los dientes―. Arregla ese maldito cabello y endereza la postura. Lo que va a decirte probablemente será la mejor propuesta que obtengas. No lo arruines por culpa de tu incompetencia.
Abrí la boca y volví a cerrarla. Responderle a esta mujer sería un error muy grande. Podría costarme el trabajo. ¿Por qué? Tenía influencia sobre nuestro jefe. Ella no solo respondía sus llamadas o enviaba correos. Sus servicios iban mucho más allá de lo profesional. Sentía pena por Viviana. Estuve en la misma posición y era humillante ser la otra.
―Lo siento.
―Cinco minutos y no te olvides de tocar la puerta antes―Miró a Thomas con una ceja arqueada y le sonrió con dulzura―. Ven conmigo.
Thomas la siguió con un silbido y me guiñó un ojo. Su función era crucial en la revista. Como fotógrafo le tocaba unas de las partes más emocionantes. Nadie conseguía imágenes tan exclusivas, mucho menos de buena calidad. Él era muy bueno en lo que hacía.
Agradecía que mi cabello castaño fuera lacio y que no me complicara la situación. El flequillo resaltaba mis ojos rasgados y mis pómulos. Sonreí al recordar que mi nonna decía que me parecía mucho a mamá. La mujer había sido mi inspiración durante años y no la olvidaría jamás. La echaba de menos. Sus recuerdos eran borrosos y ya no recordaba cómo era su rostro. Lo único que conservaba de ella era una vieja fotografía y el collar con dije de flor cerezo que colgaba en mi cuello. Era todo lo que se me permitió tener.
Sacudí la cabeza y salí de la oficina una vez que estuve segura. No era momento de deprimirme. Viviana dijo que era una propuesta importante y no lo echaría a perder por culpa de los sentimentalismos. Ya no vivía del pasado. A pesar de los nervios, logré llegar a la oficina del señor De Rosa y toqué la puerta. Esperé unos dos minutos hasta que dio la confirmación de que podía entrar. Mi jefe masticaba la punta de un bolígrafo cuando me vio de pie y arrugó la nariz.
Quizás en su juventud era un hombre muy guapo. Tenía unos llamativos ojos azules y su cabello rubio estaba cubierto de canas. Los trajes que usaba costaban un mes de mi aguinaldo y sus zapatos eran brillantes, bien pulidos. Lástima que su horrible actitud le quitaba el atractivo. No era solo un viejo amargado, también un cerdo repugnante que coqueteaba con jovencitas. Aunque yo había sido una excepción y le agradecía al cielo. Lo que menos quería era el interés de este degenerado.
―¿Me llamó, señor? ―Mantuve la voz uniforme y la postura recta.
―Cierra la puerta y siéntate.
Capté la orden sin rechistar y me senté frente a su escritorio con las manos en mi regazo. Los bordes de mi falda de tubo me llegaban hasta las rodillas y sus ojos fueron a mis pechos. Probablemente creía que las mías no eran tan bonitas ni grandes como las de Viviana. ¿Pero qué importaba? Estaba feliz con mi cuerpo. Mi trabajo no era ser una supermodelo. Venía aquí a escribir increíbles artículos sobre la sociedad de Palermo.
―No tengo tiempo para los detalles así que seré breve―expuso―. Hemos tenido una increíble recepción y difusión en las redes sociales gracias a tu visión, pero pienso que podías hacer más. Necesito que llegues al público juvenil.
Mi opinión sobre el gobernador Adriano Ferraro obtuvo muchos clics en la página web y la mayoría de los comentarios eran positivos. Como columnista solo había dado un punto de vista y los usuarios se sintieron identificados. Había algo mal en Palermo relacionado al crimen organizado y nadie tenía intenciones de solucionarlo.
―La juventud de hoy le da más importancia a la política. Las últimas elecciones fueron una prueba. Están cansados de las ideas anticuadas que representan nuestra sociedad. Si hay un cambio es porque los más jóvenes han intervenido.
El señor De Rosa arrugó la nariz.
―Deberías dar las gracias de que el gobernador sea un hombre tolerante.
―Nadie está excepto a las críticas, no todos van a halagarlo por hacer su trabajo. Ha cometido errores y lo correcto es hacérselo saber al público.
Me sobresalté cuando golpeó el escritorio con su palma.
―Escúchame con atención, Nara. No importa lo que tú quieras. Adriano Ferraro se ha ganado la simpatía de la población y tu punto de vista le está dando una mala imagen―Dio una breve vuelta en su silla giratoria―. No niego que has tenido una buena recepción gracias a tus opiniones, pero tienes que parar. Al menos un tiempo.
Su sugerencia me ofendió y clavé las uñas en mis palmas. ¿No era eso el trabajo de un periodista? ¿Encontrar la verdad? Odiaba que mi opinión fuera silenciada porque un poderoso no quería que sacaran a relucir sus trapos sucios en la revista social y local. Palermo era conocido por tener grandes conexiones con La Cosa Nostra al igual que Sicilia. Nadie me sacaba de la cabeza que Adriano Ferraro estaba involucrado.
―¿Cuál es el punto de todo esto si quiere callar mi voz? ―escupí.
Apretó la mandíbula.
―¿Quieres conservar el trabajo? ―preguntó a cambio―. Sé que tu abuela fue diagnosticada con leucemia el mes pasado y el seguro médico no cubre todas sus medicinas. También es de mi conocimiento que no has recibido ninguna propuesta desde que enviaste tu currículum a las competencias.
La rabia hizo latir mis sienes y mis uñas rasparon mi piel. ¿Cómo lo sabía? Al ver su sonrisa maliciosa me di cuenta de que la respuesta era obvia. Él se había asegurado de que ningún periódico local me aceptara. Tal vez dio una mala opinión sobre mi trabajo y no me recomendaba. Hijo de puta... Casi me desmoroné ahí mismo, pero contuve el ardor de las lágrimas y solté un aliento entrecortado. Si antes lo odiaba ahora lo hacía incluso más.
―Ya nos estamos entendiendo―sonrió con suficiencia cuando no respondí―. Vamos, cambia esa cara. Te estoy dando la oportunidad de demostrar lo buena que eres. Tus compañeras matarían por tener esta propuesta, pero ellas no cumplen con los requisitos.
Me aclaré la garganta e ignoré el resentimiento que me quemaba por dentro. Quería golpear su estúpida cara de viejo presumido, pero esto no se trataba solo de mí. La jubilación de mis nonnos tampoco cubría todos los gastos de la casa. No era ideal quedarme sin trabajo ahora, menos cuando Renzo De Rosa estaba empeñado en hacerme la vida imposible.
―¿Puede decirme de qué trata esa propuesta?
―Por supuesto―dijo―. No hay nada más llamativo que un atractivo joven multimillonario que ha invertido en nuestra ciudad. Su familia tiene cadenas de restaurantes y hoteles en toda Italia, pero él ha decidido construir su propio imperio. Estoy seguro de que has oído hablar de los Vitale.
Obviamente sí. Como el hecho de que Luca Vitale estaba relacionado con el difunto gobernador Fernando Rossi y en varias obras de caridad. Hacía dos años había desaparecido del ojo público y ya no había noticias sobre él. Pero eso no era lo más curioso. Las malas lenguas decían que su fortuna no era limpia y aquí entraba el punto importante. La Cosa Nostra. No me sorprendía en absoluto.
―¿Cuál de todos ellos? ―cuestioné.
El señor De Rosa me entregó una fotografía y tragué saliva, con la respiración entrecortada. El hombre de la imagen me dejó sin palabras. Su rostro me resultaba familiar. ¿Quién no conocía a los Vitale en Palermo? Eran apuestos, populares, multimillonarios. Estaban involucrados en muchos temas sociales que eran interés del público en general. Tanto de jóvenes como adultos. Luca había tenido un papel importante, pero desde que había desaparecido su primo era el centro de atención.
Gian Vitale.
Todo en él gritaba poder y peligro. Irónico porque el hombre tenía un rostro de ángel. Pero Lucifer también lo fue alguna vez, ¿no? Llevaba el cabello dorado impecable, con algunos mechones sobre su frente. Pálidos ojos grises, vello facial bien cuidado y una boca curvada en una sonrisa con perfectos dientes blancos. El esmoquin negro realzaba sus músculos definidos. No me dejaría llevar por su fina apariencia. Las peores personas se ocultaban detrás de sus trajes caros.
―¿Qué buscamos de él exactamente? ―Mantuve la voz uniforme y la expresión en blanco―. ¿Una nota en particular? ¿Una entrevista?
El señor De Rosa golpeó el bolígrafo contra los bordes del escritorio.
―Él no acepta entrevistas―dijo.
Resoplé.
―No estoy entendiendo mi tarea si ese es el caso.
―Quiero que tú le convenzas de aceptar una.
―¿Por qué yo? Hay muchas mujeres capacitadas en este departamento.
―Tú y yo sabemos que tienes un increíble talento para convencer a las personas. Mira, sigues aquí a pesar de tu altanería ―Se mofó―. Eres muy buena en lo que haces, Nara. Vitale se sentirá atraído por una cara bonita como la tuya.
No sabía cómo tomar su último comentario. Siempre criticaba mi maquillaje o mi aspecto. Desde que había empezado a trabajar aquí me vi obligada a usar ropas un poco más reveladoras por sus exigencias. Yo era una excelente costurera y tejedora. Me ahorraba mucho dinero porque me hacía cargo de mi atuendo. En otra vida me hubiera encantado ser diseñadora de moda, pero por ahora tenía que conformarme con esto.
―¿Cuándo empiezo?
Miró el calendario en la pared que tenía una ilustración del Coliseo Romano.
―Ha rechazado todas las citas que solicité así que deberás ser muy original. Me han informado que estará presente en la fiesta de Halloween que se llevará a cabo en su club nocturno. Es el anfitrión ―masculló―. Tienes unas pocas horas para escoger el disfraz perfecto. Sugiero que sea sensual y atrevido.
Lo miré boquiabierta. Indignada y enojada. ¿Qué tipo de mujer creía que era? Mi trabajo era ético y profesional. No involucraba las pasiones mucho menos la manipulación. Siempre fui transparente.
―Señor...
―Te pagaré el doble―me interrumpió―. Si él accede seremos la primera revista del país que tendrá una entrevista de Gian Vitale. Su nombre involucrado aumentará la popularidad de Diurno. No arruines esto, Nara. Es más, puedes retirarte ahora si eso te da más tiempo para organizarte con antelación ―Sacó dinero de su billetera y me entregó un billete de cien euros como si fuera una limosna generosa―. Cómprate algo bonito para esta noche ―señaló la puerta―. Retírate.
No me dio ninguna chanche discusión. La conversación estaba terminada. Me molestaba muchísimo, pero necesitaba el dinero y negarme sería estúpido. ¿Qué demonios podría salir mal? Le vería el lado positivo a la situación. Iría a una fiesta de Halloween, tenía una propina de cien euros y si conseguía la dichosa entrevista el siguiente pago sería aún más generoso.
Puedes con esto, Nara.
Tú puedes.
Al salir de la oficina, vi a Thomas y Viviana a través de las paredes de cristales. Estaban en una cómoda conversación. Ella le batió las pestañas y le tocó el pecho. Ahora entendía la razón de su odio. Le gustaba mi mejor amigo y me veía como una amenaza. Genial.
―Nara―Thomas dejó a Viviana a un lado y se acercó con la correa de su cámara colgando de su cuello―. ¿Cómo te fue?
No me pasó desapercibido como la secretaria me dio una mirada tan fría que me hizo estremecer. ¿Cuál era su problema de todos modos? Ella se acostaba con nuestro jefe.
―Bien―respondí sin ánimos―. Quiere que entreviste a Gian Vitale.
Estrechó los ojos.
―Sabes que nadie lo ha conseguido, ¿verdad?
―Ajá. Cree que yo puedo hacerle cambiar de opinión esta noche en la fiesta de Halloween. ¿Irías conmigo? No me siento segura con nadie más.
Frunció el ceño.
―Ni loco aceptará tu entrevista de esa forma―murmuró―. Menos con la reputación que le procede. Dicen que está ebrio o drogado la mayor parte del tiempo. Alguien así no podría dar su consentimiento.
Lo único que me faltaba. No fue lo que el señor De Rosa me comentó exactamente. Habló de Gian como si fuera un perfecto hombre de negocios.
―¿Dónde escuchaste eso?
―Conozco a gente que ha ido a sus fiestas, no es muy discreto.
Solté un suspiro. Nada esto era lo esperado, pero tenía que intentarlo.
―Discutiremos su carácter cuando tenga el placer de conocerlo. ¿Puedo contar con tu apoyo?
Thomas respondió sin titubear.
―Siempre.
🌸
Mientras caminaba por los adoquines, aspiré el aire fresco del otoño, dejando que llenara mis pulmones. Antes de llegar a casa pasé por una confitería. El tiramisú era mi postre favorito y quería saborearlo. El dinero que me había dado el señor De Rosa preferí invertirlo en algunas compras para la nevera. Ya después me estresaría por el disfraz que usaría esa noche. No sabía qué me esperaría allí. ¿Y si fracasaba? Apostaba qué habría muchas mujeres hermosas presentes y con atuendos más llamativos.
Maldita sea, fallar ni siquiera era una posibilidad. Si no conseguía esto era muy posible que perdiera mi trabajo y no podía permitirlo. Negué frustrada conmigo misma y me quedé un rato mirando la hermosa casa de dos plantas y un garaje. Había pasado mi infancia aquí y gran parte de mi adolescencia. Recibí una excelente educación, lejos de todo aquello que despreciaba. La desgracia que me había arrebatado a unas de las personas que más amaba.
Había ocasiones dónde mi mente indagaba y se preguntaba que hubiera ocurrido si elegía quedarme en Japón. Tal vez no sería la chica humilde que vivía en los suburbios de Italia. Mi vida sería oscura y caótica. Llenos de muertes y crímenes. Un destino turbio como la que había tenido mi hermano mayor. Su recuerdo también era un borrón y me dolía que renunciara a mí tan rápido. Cumplió su palabra de olvidarme y no formar parte de mi vida nunca más.
Contemplé un segundo más mi hogar antes de entrar, casi tropezando con Cleo, mi hermosa gata egipcia. Se coló entre mis piernas, ronroneando y acariciándome. Era su manera de decirme cuanto me había extrañado.
―Traje algo para ti―La arrullé y maulló en respuesta.
Sonreí con cariño antes de ir a la cocina. Había adoptado a esta hermosa criatura hacía un año. La encontré en un refugio de animales y fui la única interesada. Fue rechazada debido a su belleza exótica. Los ignorantes la consideraban fea, pero yo no veía lo mismo cuando la miraba. Cleo era una gata cariñosa y leal. Una gran compañera.
―Ten, es tu favorito ―Abrí la lata de atún y llené su comedero.
Vivía con mis abuelos jubilados y no había ningún momento aburrido. Ya no tenía a mis padres, pero ellos se habían asegurado de compensarlo. El ruido de las pantuflas arrastrándose contra el suelo me provocó una sonrisa. Mi abuela Nao se sostuvo a su bastón mientras intentaba llegar a mí para darme la bienvenida. No podían faltar sus besos en las mejillas mucho menos sus abrazos o bendiciones.
―Llegaste temprano hoy, cariño―dijo y abrió los brazos.
No dudé en ir hasta el refugio que proporcionaba. Olía divino. A lavanda y paz.
―El idiota de mi jefe fue amable y me dio el resto del día libre―Me aparté con una sonrisa―. Pero debo trabajar esta noche.
Me miró confundida. Era adorable. Le encantaba lucir bien y arriesgarse con el maquillaje. Se veía saludable y despreocupada. Lo cuál era una fachada. Teníamos prohibido mencionar su enfermedad o entristecernos.
―Es viernes ―dijo.
―Por la misma razón―Me encogí de hombros―. Quiere que consiga una entrevista importante y no confía en nadie más. Prometió pagarme el doble.
Las arrugas se pronunciaron en su frente y la pena rozó sus ojos. Ella odiaba que trabajara tanto tiempo por razones obvias. No le gustaba que dedicara gran parte de mis días a la oficina. Sabía mis motivos y se sentía culpable.
―Podemos cubrirlo, mi niña―musitó con dolor―. Odio que detengas tu vida por mí.
―Nonna―Le apreté las manos―. No hago esto por obligación, amo mi trabajo. Lo de esta noche será un desafío y quiero superarme. Quiero demostrarle al imbécil del señor De Rosa que puedo conseguir cualquier cosa. ¿De acuerdo? No es por ti.
En parte sí, pero ella no tenía que saberlo. Ya se sentía lo bastante mal para agregarle otra preocupación a la lista.
―¿Segura? ―Sus ojos rasgados lucían suplicantes.
Le besé el dorso de la mano.
―Segura―repetí con una sonrisa―. No será tan malo. El objetivo es asistir disfrazada a una fiesta de Halloween. No iré sola. Thomas me acompañará.
―¿No trabajarás desde tu habitación? ―La preocupación era notable en su tono.
―No y eso lo hace aún mejor. Esta es la excusa perfecta para conocer a chicos guapos. ¿No es lo que querías para mí? Me disfrazaré de conejita y conquistaré a varios de ellos.
Se relajó al instante por mis palabras. Era una abuela moderna y sus consejos estaban fuera de lo común. A menudo me decía que debía experimentar y disfrutar la vida. Beber, divertirme y tener mucho sexo. Siempre y cuando fuera seguro.
―Esa es mi chica ―Bajó la voz y miró la puerta―. No le cuentes todos los detalles a tu abuelo o tendrá lista la escopeta.
Solté una carcajada. Ojalá le hubiera disparado a Darío, el imbécil casado que me había roto el corazón. Me arrepentía por haberlo detenido cuando vino aquí a suplicarme por perdón. No confiaba en la mayoría de los hombres. Mi nonno era la excepción.
―Será nuestro secreto―Besé su mejilla y abandoné la cocina.
Como era de esperarse, mi nonno descansaba en el sofá con el control remoto a mano. Bebía su cerveza favorita mientras miraba un partido de futbol. Era un hombre fanático de los deportes como cualquier italiano y me había contagiado su pasión. En mis días libres nos sentábamos juntos y veíamos los resúmenes en los canales deportivos.
―¿A qué se debe esta sorpresa? ―preguntó sin apartar sus ojos del televisor.
―El señor de Rosa está siendo generoso.
Le dio otro sorbo a su cerveza antes de eructar. Rodé los ojos. Era un hombre tan educado.
―¿Hizo algo que te moleste? Ya sabes que tengo lista a Gregoria si ese degenerado se propasa contigo.
Nunca le comenté lo mañoso y pervertido que era mi jefe con otras mujeres, pero bastó conocerlo una sola vez para que él sacara sus propias conclusiones. Era un hombre sabio e inteligente. Esas mismas cualidades habían enamorado a mi nonna. Vivían el romance más bonito de la historia y esperaba ser igual de afortunada cuando llegara mi turno.
―Se está comportando―mentí―. Prometió pagarme el doble si conseguía una entrevista.
Ese comentario logró que apartara sus ojos de la televisión. Tenía más de setenta años, pero todavía peleaba como un hombre de cincuenta y su fuerza era sorprendente. Intimidaba a la mayoría de los vecinos.
―¿Qué tipo de entrevistas?
―Una que me emociona―fingí una sonrisa―. Nos vemos después, nonno.
―Nara...
Le lancé un beso con la mano y avancé a mi habitación para evitar más preguntas. Cleo me siguió y subió a mi cama. Le encantaba dormir sobre mis sábanas y era un alivio de que no fuera peluda porque de lo contrario tendría sus pelos en todas partes. Mi habitación no era tan grande, pero tenía suficiente espacio para la máquina de coser. Me quité la chaqueta y luego rebusqué en el armario la ropa perfecta que usaría esa noche. A mi favor poseía algunas prendas de estilos sencillos y elegantes. Escogí un pequeño vestido rosa pálido de encaje con medias largas y zapatos. Las orejas de conejita me hicieron sonreír. No era la más original, pero serviría. Lo importante era mi comodidad.
Fui a la cocina de nuevo y me serví el tiramisú mientras googleaba a Gian Vitale. Me sorprendió que no hubiera absolutamente nada de él. Sin información de los negocios que el señor De Rosa había mencionado. Sin redes sociales. Lo cual me dejaba en la oscuridad y no me quedaba más opciones que averiguar por mí misma quién era.
Solo esperaba no terminar decepcionada.
🌸
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