Bosque Elfin - California, 25 de Diciembre 1996, 3:00 am

Las llamas del fuego no dejaban de reflejarse en aquellos ojos oscuros.
Llevaba una especie de daga en una de sus manos, a su lado se encontraba otro joven tomándolo de la mano guiándolo por un pequeño sendero hasta dar con una puerta de hierro gigante, cuando estuvo a punto de ingresar, el misterioso hombre lo toma por el hombro diciéndole algo al oído.

- Esto es lo que eres, un demonio, y esto es lo que los demonios hacen.

Se quedó mirándolo por unos segundos y sin dar respuesta alguna terminó por ingresar, un fuerte sonido terminó por cerrar la puerta por completo.

A lo lejos se podía divisar una cadena de mundanos caminando al filo de una hoguera, personas de todas las edades, hombres y mujeres, todos caminando como si estuvieran programados, con un vacío en sus ojos, era como si hubieran perdido todo tipo de sentimiento, simplemente no sentían.
Una mesa en el centro de aquella habitación robó mi atención, una recién nacida yacía sobre una cuna de paja, no paraba de sollozar; tenía los ojos demasiados negros, era más blanca de lo normal y su cabello era negro como el ébano.

- Tú - Un hombre alto, musculoso, con un enorme báculo, más grande que su torso dirige su mirada hacia mi señalándome - Acércate, llegó tu turno. 

Me encontraba cubierto por una túnica roja que llegaba hasta el piso, y una máscara para que ningún mundano pudiera reconocerme.
No tenía idea que era lo que tenía que hacer, solo sabía que en mi mano llevaba aquella daga de plata, y no sabía para qué.
Confundido comencé a dar pasos lentos, hasta llegar al centro de aquella enorme sala.

- Mátala, ¿Qué esperas? - Me grita aquel hombre.

Todos los seres que se encontraban en aquel lugar en ese momento comenzaron a aplaudir diciendo en coro: MÁTALA, MÁTALA, MÁTALA ...

¿Qué se supone que debía de hacer? ¿Matarla? ¿Enserio? ¿Podría huir? Yo creo que no tenía más opción que hacer caso.
Cuando estaba apunto de introducir mi daga en su hermoso cuello mi mano comenzó a temblar cada vez con más fuerza, estaba sudando de nervios, no sabía hacia dónde mirar, cuando en eso alguien se asoma entre la multitud y comienza a hablar en voz alta.

- ¿Cómo no eres capaz de hacer algo tan sencillo? - Dice Clark a lo lejos - ¿Acaso te has humanizado? - Comienza a reír a carcajadas en modo de burla.
- Es una recién nacida, apenas comienza a respirar, no puedo hacerlo - Respondo con furia.
- No es cuestión de poder o no poder, es tu obligación hacerlo Azael, así que saca la puta daga y mátala.

Sin poder hacer más nada, tomo la filosa daga y la introduzco con fuerza dentro de su delicado cuello, un grito desesperante sale de su boca dando su último respiro.

Toda la sala se queda en silencio por unos segundo hasta que de pronto se comienzan a oír voces, demonios aclamando y alabándome   en diferentes idiomas, todos sobre sus rodillas.
Cada uno llevaba una túnica con un símbolo diferente en su frentes, una marca que los identificaba.

La sangre no dejaba de correr sobre aquella mesa, y yo me sentía sucio.

Esa noche fue mi primer sacrificio.