45||Secreto
14 de marzo, 1658
No es secreto que desde siempre el bienestar de un hijo lo es todo para su madre. Da igual el tiempo que pase, ese amor nunca se extingue, o al menos así lo tenía presente Mihriban. Ella estaba consciente que Mahienver y Cihangir no eran sus hijos de sangre, pero los amaba del mismo modo que Beyhan aún amaba a Ahmed. Era una tristeza que Rümeysa no lo hacía. Para ella, Osman y Safiye lo eran todo. Su dedicación por ellos la cegó y separó de sus verdaderos hijos. Por esa razón, en los libros de historia se le recordaría a la hija de Rümeysa como la hija de Mihriban.
La Haseki Sultan se encontraba en sus aposentos y frente a ella, su hija Mahienver.
— ¿A qué se debe su llamado, madre?
—Mi querida Mahienver —sonrió con delicadeza —. Sabes que te amo mucho y que no dejaría que nadie se metiera contigo.
—Lo sé, eres mi mamá, pero, ¿por qué me lo dices como si hubiera hecho algo malo?
Mihriban suspiró, imaginando la reacción de la mujer.
—Rümeysa Hatun me mandó una carta donde me pide intervenir entre tu enemistad con Safiye Sultan.
— ¿De qué hablas?
—Rümeysa me dijo que acusaste a tu hermana con el Sultan de cometer adulterio.
— ¿Qué? Yo no hice eso. Debes creerme, mamá.
—Te creo, sin embargo, el rumor llegó a oídos del Sultan, el cual está furioso.
—Pero yo no hice nada —repitió con voz quebrada — ¿Por qué Rümeysa hace todo tan grande?
—Está cegada por esos dos, mi amor.
— ¿Sabes? No importa, tú eres mi mamá. Poco debe interesarme lo que piense esa Hatun.
—Ella también es tu mamá, cariño. Es normal que duela.
—Ella dejó de ser mi madre el día que nos abandonó a Cihangir y a mí.
—No dejes que el odio ciegue el amor que sientes por ella.
—No hay amor, madre. Mejor dime cuál será mi castigo.
—Tienes prohibido ver a Özkan durante unas semanas.
—No, madre. El castigo debe ser peor.
— ¿Por qué?
—Asesinaré a ese par de arpías. Ellos intentaron asesinarme y no estaría aquí de no ser por Özkan.
— ¿Qué? ¿Por qué no estaba enterada?
—Hice hasta lo imposible para que nadie dijera una palabra.
—Le hice un juramento a Rümeysa de no tocar a esos dos —recordó.
—Pero ellos intentaron matarme, mamá.
—Sabes bien que cumplo con mi palabra. Pero yo no soy responsable de los actos de mis hijos.
— ¿Qué sugieres?
—En el palacio existe el cisne más temible de todo el imperio, puedes unírtele y acabar con el enemigo en común.
—Gevherhan —murmuró con una sonrisa en el rostro.
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La querida del gobernante era la mujer más bella del imperio. Todo hombre que la veía deseaba estar en su corazón.
Los libros de historia hablaron de su belleza durante muchos años, comparándola incluso con la famosa Burcu Sultan, hija del actual Sultan del siglo XXI.
Gevherhan Sultan terminó de responderle en una carta a su amado, expresándole las ganas de querer recibir una mirada de él, con la intención de que lo suyo permaneciera en secreto. La única persona que estaba consciente de los sentimientos de la Sultana era su hermana Turhan que la había descubierto mirando a Korkut.
—Hola, hermana —interrumpió la ya mencionada, entrando a los aposentos sin aviso alguno.
—Turhan —sonrió —. Creí que estabas en tu palacio.
—Lo estaría si no tuviera un esposo moribundo.
La más joven sonrió, consciente de la situación.
— ¿Qué pasará con su amante?
—Será casada con el Viejo Rüstem.
— ¿El Viejo Rüstem? —preguntó con sorpresa — ¡Eso nos beneficia!
— ¿Por qué crees que se lo sugerí al Sultan? El Viejo odia a las rubias.
— ¿Quién no lo haría después de ver cómo su papá asesinó a su mamá por culpa de una?
—No olvides que nuestra madre ayudó en la recuperación de su hija Mah.
—Sí, el Viejo nos tiene gratitud.
—Sólo hay que esperar que todo se ponga en su lugar, hermanita.
—Rezo porque nunca seas mi enemiga.
— ¡Oh, vamos! Ambas sabemos que de las dos, tú eres la peor.
Gevherhan sonrió con satisfacción.
—No sé por qué no has desaparecido a Nehir.
—Nehir no es más que una molestia en los zapatos, no vale la pena mientras el dolor no se vuelva más grande.
—Esperemos y siga como una pequeña molestia porque de lo contrario ganaré la guerra por ti.
—Sabes que puedo sola.
—Lo sé, pero no voy a tolerar que la mantengas con vida por compasión hacia nuestro padre.
—Sabes que él la ama.
—Ama a todos sus hijos, pero su vida también implica la muerte de nuestros hermanos.
—Tranquila, prometo actuar si Nehir no se controla.
—Gracias.
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España era un imperio popular entre las
potencias del mundo, no sólo por su riqueza obtenida de otros países si no por su unión con el imperio otomano. No era secreto que la Infanta Catalina era propiedad del Sultan Cihangir, cosa mal vista entre el imperio, pero que sabían que era un pequeño sacrificio para que España siguiera fuerte por medio de Mustafa. De la honorable Gizem ya no quedaba nada, sólo estaba Şahihuban, una mujer que tuvo que dejar su rectitud para que sus hijos siguieran con vida.
La famosa Hatun tuvo que dejar de lado sus principios para trasladarse hasta Mersin, provincia del şehzade Süleyman, amante de Demir e hijo de Raziye Hatun.
Şahihuban ignoró la advertencia de los guardias que se encontraban en la entrada del palacio del şehzade, entrando al lugar junto a sus hombres. Ella sabía a lo que iba y no iba a perder el tiempo porque la decisión ya estaba tomada. De pronto, se encontró en los pasillos a quien tanto deseaba ver.
— ¿Qué haces aquí, Hatun?
La mujer sonrió, sin querer esperar más.
—Lo que haces es un acto de traición hacia el Sultan. No puedes entrar con tus hombres de esa manera.
— ¿Por qué estaría traicionando al Sultan, niño?
—Cuida tus palabras, Hatun.
—Tranquilo, pequeño. No vengo a matarte, sólo quiero hablar contigo.
—Entonces habla.
—Es mejor que sea en tus aposentos.
— ¿Por qué?
—Lo que te diré es grave.
—Dirígete con respeto, Hatun. Recuerda que soy hijo del Sultan.
—Como quiera, mi şehzade —sonrió con hipocresía.
Süleyman caminó de vuelta a sus aposentos, seguido por la Hatun mientras él se mantenía confiado puesto que sabía que los hombres de la mujer no eran rivales ante su destreza.
La mujer no dudó en mirarlo de forma retadora cuando llegaron a su destino.
—Habla, Hatun.
— ¿Por qué la apuranza, şehzade? —sonrió con malicia —. Creo que el joven Demir puede esperar un poco más.
— ¿De qué hablas?
—No tienes que ocultarlo, pequeño león. Ambos sabemos lo que haces con ese joven.
—No sé de qué hablas.
— ¿Seguro? Porque sería una pena que el rumor se difunda. No sólo morirías tú, también Demir e incluso tu favorita de nombre Afife.
—Habla bien, maldita sea.
—Tranquilo, yo no diré sobre todo lo que haces con Demir.
Süleyman sabía las intenciones de la mujer. Nada podía salir bien.
— ¿A cambio de qué?
Ella rio.
—Envenena al Sultan.
— ¿Qué? ¡No! Es mi padre.
— ¿Y qué importa? ¿Crees que él te aceptaría si supiera tu verdadero ser?
—Él me ama.
—Sí, y también me amaba a mí hasta que la zorra de tu madre lo puso en mi contra.
—Si de verdad te amaba, te hubiera creído.
— ¡Oh! Al parecer conoces esa historia.
—Sí. Tú asesinaste a mi hermano Orhan.
—Yo no hice nada. Pagué por algo que no me correspondía y del mismo modo lo harás tú.
—No pienso asesinar a mi padre.
—No tienes opción. De lo contrario, me las cobraré con el preciado Hüseyin.
—Hazlo y te mato.
—No lo harás. Si yo muero, mi hijo dirá la razón de mi muerte.
— ¿Mustafa sabe?
—Claro. No haría nada sin que él no estuviera enterado.
— ¿Por qué lo quieren muerto? Todos saben que un hijo de Mihriban va a asumir el trono.
—Ningún hijo de esa mujer podría ante todo el imperio español.
—No subestimes a mis hermanos. Burak y Mehmed matarían a todos ellos solos.
— ¿Ahora sí son tus hermanos?
—Siempre lo han sido.
—Lo dudo. Insisto, niño, ¿qué crees que pensarían sobre ti si se enteran lo que haces con Demir?
—No les importaría.
— ¿Por qué tan seguro?
—Ellos no son monstruos.
—Ajá. Sigue pensando lo que se te plazca, pero tienes dos meses para actuar o de lo contrario todo el imperio sabrá tu secreto.
Süleyman estaba por hablar cuando la Hatun salió victoriosa, deseosa de ver la coronación de su hijo.
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T
inos era un hermoso lugar para vivir. Eso lo tenía claro Selenia, quien caminaba por los pasillos de su residencia mientras Mehmed intentaba alejarse de Anastasia, hermana de la mujer que le había robado su corazón. El şehzade sabía la razón por la que Anastasia permanecía a su lado, cosa que fastidiaba al hombre. Conforme caminaban, él se hartaba, hasta que se encontró de frente con Selenia.
—Şehzade —saludó la menor, haciendo reverencia.
Mehmed cambió su postura, centrando su atención en Selenia.
Anastasia no era ciega para no saber lo que ocurría en el corazón del hombre. En un principio se sintió atacada porque no era secreto que en belleza, ella era la más hermosa de las dos, pero después de meditar se dio cuenta que era una buena oportunidad para no mezclarse con los otomanos que asesinaron a su primer amor cuando este fue a la guerra en contra de ellos. Por ende, no le importaba sacrificar a su pequeña hermana. De igual manera el plan era que todo quedara en familia.
— ¿Papá se desocupó, hermana?
—Sí, está en el jardín.
—Iré a verlo. Te encargo al şehzade —pidió —. Lo veo en un rato —se despidió, haciéndole reverencia a Mehmed.
Anastasia se marchó, dejando solos a los enamorados.
— ¿Cómo la está pasando, şehzade?
—Mejor ahora que te vi.
—Alguien podría escucharlo.
— ¿Y? —retó.
—Mi honor estaría en juego. Dirían que lo seduje.
—Ambos sabemos que el único que intenta seducir a alguien, soy yo.
La mujer se sonrojó ante esas atrevidas palabras. Mehmed rio, sabiendo con certeza que sus sentimientos eran correspondidos porque de lo contrario, ella se enojaría.
—Pronto me iré, Selenia.
—Sí, escuché algo al respecto.
—Espero y seas feliz. Te prometo que si escucho que estás en peligro no dudaré en venir por ti. Hazme un favor y cásate con un hombre que te trate del mismo modo que yo lo haría. Recuerda que ningún hombre es digno de tus lágrimas.
—Lo prometo.
—Si la vida me lo permite, vendré a ti cuando mi padre muera.
— ¿Por qué hasta entonces?
—Mi hermano habrá asumido el trono y yo me daré por muerto para escapar del imperio.
— ¿Cuánto tendré que esperar?
—No lo sé. Por esa razón quiero que te cases con un buen hombre porque en dado caso que mi hermano no sea Sultan, es muy probable que yo esté muerto.
Selenia se paralizó ante la idea. Ella sabía sobre el fraticidio y su corazón dolía de imaginar ese destino para el hombre frente a ella.
—Prometo ser feliz.
Mehmed sonrió para posteriormente sellar su pacto ante un beso de amor.
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¡Holi! Regresé y esta vez para quedarme.
Hagan sus apuestas una vez más.
La era de sangre ha comenzado.
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