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07 de marzo, 1658
La bella provincia de Isparta era gobernada por un şehzade con pocas posibilidades de pisar el trono: Mahmud. Su nombre no era tan resonado como el de sus hermanos pero contaba con el apoyo de Mustafa, esposo de su hermana Gülbahar. Asimismo lograba crear conflicto cuando se lo proponía, como aquella vez que le hizo creer a Nehir que Gevherhan era la culpable de la muerte de su mejor amiga de la infancia.
Un suave golpe en la puerta de los aposentos del şehzade lo hizo reaccionar de sus pensamientos de su siguiente jugada. Él ordenó que entraran, encontrándose con Hülya Hatun, su única favorita y madre de su fallecida hija de nombre Bala. Ella le hizo una reverencia para posteriormente sentarse a lado del hombre.
— ¿Qué haces aquí, Hatun?
—Vengo con malas noticias, şehzade.
— ¿Él bebé está bien?
La mujer negó, comenzando a llorar.
— ¿Ya cuántos son?
—Tres —murmuró entre lágrimas —. Lo siento tanto, şehzade. Usted merece un heredero.
—De igual modo no me sirve de nada, sino muere en tu vientre entonces lo hará a manos de uno de mis hermanos.
—Usted es fuerte.
—Pero no soy considerado digno para el trono. La única razón por la que sigo respirando es por la protección de Mustafa, y de tu sobrino, que es amigo de un paşa.
— ¿Puedo hacer algo por usted?
— ¿Qué tanto te gustaría arriesgarte?
—Lo que usted me pida.
—Bien, prepárate para ser mi testigo.
— ¿Por qué? ¿Qué hará?
—Ya lo hice —sonrió —. Hice una alianza con el mal para terminar con un enemigo en común y tú dirás que yo no tuve nada que ver porque me encontraba contigo.
— ¿Con quién se unirá?
—Hüseyin.
Hülya tragó saliva, temiendo por la vida del şehzade, que si bien no lo amaba, podía caer y la arrastraría con él.
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Olcay caminaba con entusiasmo por el patio de los hombres Sarmiento junto a Martín, el apuesto hijo de Lorenzo. En esos escasos días habían conseguido formar un vínculo de amigos puesto que ambos compartían el sentimiento de sentirse presos en sus respectivos imperios. La Sultana encontró un amigo con el cual compartir sus penas, cosa que le fascinó ya que no se sentiría tan sola.
—Hasta que los encuentro —sonrió Lorenzo.
— ¿Qué deseas, padre?
—Hay alguien en tu alcoba que quiere verte, viajó de muy lejos para estar a tu lado.
El joven lo miró con confusión.
—Anda, ve.
Martín hizo reverencia y después partió, dejando a su padre con la Sultana.
—Temo que tendrá que pasar un tiempo conmigo.
—No hay problema, Lorenzo Bey.
— ¿Sabe? No quiero meterme en asuntos que no tienen que ver con mi persona, pero usted es muy joven como para enamorarse de un agâh que nunca podrá darle hijos.
—Uno no decide a quién entregarle el corazón, pero de igual modo gracias por sus consejos. Lo tendré presente.
Lorenzo asintió, notando la incomodidad de la Sultana.
—Hace un mes perdí a mi esposa —confesó, observando unas rosas que se encontraban a su paso.
—Espero y su dios la reciba con gracia. Mis condolencias.
—Gracias, Sultana. Ella era mujer muy hermosa e inteligente. Siempre tenía como pasatiempo coleccionar perfumes traídos desde Francia. Me gustaría que usted los aceptara, Sultana.
— ¿Yo? Me temo a que sea una falta de respeto, puede y se los quiera regalar a una hija suya.
—No tuvimos hijas, lo más cercano es una sobrina de nombre Sofía pero no le gusta el olor que desprenden y quisiera que estuvieran con alguien que sí los usa. De ese modo me ayudaría con mi pena. Sería difícil respirar y recordar que ella ya no está conmigo. Unos se los puede quedar usted y otros los puede regalar.
— ¿Está seguro? No quiero que su hijo se enoje.
—Él y yo ya habíamos hablado sobre esto y está de acuerdo. Si no está ocupada, podemos ir por ellos ahora mismo para que pruebe cuál quiere y cuál no.
Olcay asintió y comenzó a caminar junto al hombre hasta que llegaron frente a una gran habitación.
—Lo espero aquí, no me gustaría que se malinterprete mi visita a su aposento.
—Si gusta dejamos las puertas abiertas.
—Me parece bien.
Los guardias obedecieron. La Sultana entró junto a Lorenzo. Él pronto acercó los perfumes para que la mujer comenzara a oler y eligiera el de su agrado pero de entre las cajas salió un collar de perlas.
—Era el favorito de ella —recordó a su difunta esposa rubia —. Pruébelo y si le gusta, se lo queda.
—Creo que es mejor que esté en manos de su sobrina.
—Aún así pruébelo, no pierde nada. Tal vez y le gusta y le pide al Sultan que le haga uno.
Olcay sonrió y posteriormente se puso el collar.
—Lorenzo Bey, llegó un hombre con una carta urgente y dice que sólo se la dará a usted.
— ¿De parte de quién es la carta?
—El Sultan.
—Será mejor que vaya —animó la Sultana.
—Diré que cierren las puertas para que tenga privacidad, Sultana.
—No hay problema con dejarlas abiertas.
—Insisto.
—De acuerdo.
Lorenzo hizo reverencia para después partir.
Olcay observó por el espejo que el collar le quedaba lindo a lo cual sonrió al recordar a Ayaz, quien le había confesado que su verdadero nombre era Andrew. Creyó que a él le gustaría verla con ese accesorio. La Sultana se puso un poco de perfume, pensando en cómo vender esos perfumes para ayudar a Ayaz a huir.
La mujer se cansó de esperar de pie a lo cual se sentó en una silla que encontró cerca a la par que su destino se selló. De pronto, la puerta se abrió, dejando ver a una melena oscura de ojos grandes. La mujer vio a la Sultana con el collar de su tía, usando el perfume que una vez se puso la señora que la crío como una hija y sentada en el lugar que era de la difunta esposa de su tío.
— ¿Qué haces aquí? —le preguntó apunto de explotar.
— ¿Tú quién eres?
— ¿Quién soy? ¿Quién soy? —rio, acercándose a Olcay — ¿¡Quién eres tú para usar eso!? —le gritó, enseñándole la caja de perfumes — ¿Cómo entraste, estúpida?
—Cuida tu boca.
— ¿O qué? —retó —. Eres una ladrona, eso eres.
—Te dije que...
La mujer tomó con brusquedad a la Sultana y entre jalones la sacó del lugar. Los criados a cuidado de la Sultana intentaron detener a la mujer pero ella también tenía criados que forcejearon para impedirlo. La melena oscura siguió empujando a la Sultana mientras ésta intentaba hablar pero los gritos de la otra no la dejaban. Para suerte de la paz del imperio, Lorenzo apareció en el camino de las mujeres.
— ¿Quién es ella? —exigió saber mientras incrementaba su fuerza en el brazo de la Sultana.
—Suéltala.
— ¿Quién es?
— ¡Que la sueltes!
—Yo sí sé quién es. Te creí fiel a mi tía y tan pronto muere traes a tu amante para que tome su lugar —gritó para posteriormente darle una cachetada a la Sultana y después aventarla al suelo.
— ¡Silencio! —le gritó el varón.
— ¡Eres una prostituta!
Lorenzo temió por todo el caos que podía armar un malentendido a lo cual, conforme más gritos se escuchaban, él enfurecía por lo que en un acto de desesperación le dió una cachetada a su sobrina que la dejó perpleja.
— ¿Pones a tu amante encima por tu propia sangre?
—Ve a tus aposentos, Sofía —ordenó enojado.
Sofía obedeció no sin antes escupir a lado de la mujer que aún se encontraba en el suelo.
Lorenzo rápido actuó y ayudó a la Sultana a levantar.
—Le pido una disculpa, Sultana. No hay excusas para lo que sucedió, sólo puedo decirle que mi esposa y yo criamos a nuestra sobrina y Sofía consideraba a mi mujer como su madre. Le ruego que nos perdone por todo lo que sufrió.
Olcay se sintió enojada por el trato de una simple española, sin embargo, analizó lo ocurrido.
—Usted guardó mi secreto y yo guardaré el suyo —habló para después marcharse.
En el camino, la Sultana se encontró con su preciado Ayaz, al que abrazó en cuanto se acercó y sólo después de perder a sus sirvientes. De lejos, Lorenzo observaba con inquietud.
—Es él —murmuró el español —. De él me advirtió el Sultan.
Ahora Lorenzo se encontraba en un dilema sobre informar al Sultan o no. Después de todo la joven podía cavar la tumba de él y su hijo.
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Hüseyin era el hijo mayor varón vivo de Raziye que la hizo volver al juego después de la muerte de su primogénito a manos de una enfermedad que en realidad sirvió para poner al Sultan en contra de Şahihuban. Había ocasiones en las que la rubia se preguntaba qué hubiera pasado de no haber tomado esa decisión de mentir. Se imaginaba tantos escenarios pero siempre terminaban con Mihriban robándole el amor del Sultan.
— ¿En qué piensa, şehzade? —le pregunto Hatice, la madre de su hija Nigar.
—Te mencioné que me uní con el hijo de Zeynep para deshacernos de Cihan, ¿no?
—Así es, Alteza.
— ¿Crees que sería prudente que alguien más participe?
— ¿A quién tiene en mente?
—Kasım.
— ¿El hijo de Şahihuban Hatun?
—Sí, tiene alianzas que podría beneficiarnos.
—Es verdad, intente que se una a la causa. No creo que no quiera participar, él ama a su hermano.
—Bien, entonces que Cihan tiemble porque lo que se avecina es tempestad.
Todo tenía que ser perfecto para los şehzadesi. Nada podía fallar o todos sus esfuerzos serían en vano. Sabían que era peligroso, pero era más peligroso que Cihan siguiera con vida. Él era el mayor, que aunque no era nada a comparación de cualquier hijo de Mihriban, tenían que comenzar a deshacer de alguien para que el Sultan nombrara un heredero y de esa formar acabar con él.
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Handan Sultan tomaba aire en el jardín junto a Mahienver, su gemela Sanavber y su madre. El día era fresco a lo cual junto a un buen libro era el día perfecto. La Sultana por un momento dejó de lado su libro para tomar agua; cuando sus ojos captaron al francés que había conocido el día anterior.
— ¿Qué ves, Handan? —interrogó su madre ya que la joven no le quitaba los ojos de encima al hombre.
—El paisaje, Haseki —respondió, mirando a otro lado.
— ¡Qué... apuesto paisaje, Sultana!
Handan de sonrojó, volviendo a su libro mientras su mamá reía por debajo.
—Te atrapó —murmuró Mahienver, sonriente.
— ¿Ha sabido algo de mi hermano Mehmed? —preguntó, cambiando de tema.
—Llegó ayer.
— ¿Ya decidiste qué hacer con Lera? —interrogó Mahienver.
Mihriban sonrío, deseosa de completar su objetivo.
—Se irá antes de que Mehmed regrese.
— ¿Qué? ¿Por qué?
— ¿Creías que en verdad los dejaría juntos? ¡Ay, querida Handan! No todos tienen un cuento de hadas, o mejor dicho, no todos están en el cuento correcto. Lera se equivocó de página al igual que tu hermano.
— ¿No temes su furia?
— ¿Por qué lo haría? Yo no tomaré la decisión de abandonarlo.
— ¿Abandonarlo? ¿Por qué ella lo haría?
—Porque se equivocó de príncipe —respondió sonriente.
Handan miró con angustia a su madre, sintiendo pena por ese par de enamorados, sin imaginar que el futuro le tenía preparado algo similar.
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Por el enorme palacio de Topkapı se hallaba Hafsa Sultan, la mayor del difunto Selim. La linda mujer caminaba rumbo a los aposentos de su abuelo cuando chocó con Bezmiâlem.
—Fíjate al caminar, Hafsa.
—Créeme, me limpiaré el brazo.
La Sultana rio.
—Al contrario, deberías presumir que pudiste tocarme. Todos saben que soy el centro de atención desde el día de mi nacimiento.
—No eres más que el títere de nuestra abuela.
—Al menos sí sabe de mi existencia —sonrió para después marcharse.
—Maldita —murmuró con lágrimas en los ojos.
La pobre Sultana siempre era desplazada por su prima, por más que intentaba encontrar amor en sus tíos o abuelos, sabía que nunca obtendría nada de ellos. Siempre se esforzaba por hacer las cosas bien, no obstante, al mínimo error la reprendían con severidad. Su vida estaba marcada para la tristeza. Sólo deseaba que en su próxima vida tuviera una familia amorosa.
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Turhan Sultan miraba con una enorme sonrisa a su esposo que se encontraba inconsciente. Ella comía una uva cuando se percató que Kemankeş comenzaba a abrir los ojos.
—Buen día, esposo mío.
—Zorra.
—Lo es tu amante, esposo —rio.
— ¿Qué me hiciste?
—Sólo seguí órdenes. ¿Sabes? Deberías agradecerme que sigues con vida.
— ¿Órdenes de quién? Dime para que lo mate.
—Del Sultan.
— ¿Él sabe...?
— ¿De tu traición? Por supuesto. Bien sabes que sus hijas somos preciadas y aún así te atreviste a verme la cara.
—Ella es más mujer que tú.
—Dime, ¿de qué sirve que ella sea mejor si ya no te puede complacer? —sonrió —. Vales lo mismo que un eunuco —rio.
—Maldita.
—Por cierto, no saldrás de este lugar en mucho tiempo ya que debo encargarme de tu amante.
— ¿Qué le harás?
— ¡Uh! Me pondré celosa. Te preocupa tu amante. No te preocupes, pronto sabrás de ella.
—Dime qué planeas.
—Fácil, hacerlos pagar —sonrió de manera escalofriante —. Nadie en el mundo se atreverá a manchar mi honor. Tu hombría es lo que menos te debe de preocupar porque a partir de hoy serás reemplazado como Gran Visir.
—No puedes hacerlo, me necesitan a su lado.
—Error, el Sultan dirá que accedes tu puesto debido a tu edad.
—Lo negaré.
—No, accederás. Lo tienes que hacer o de lo contrario todo mundo sabrá que ya no eres hombre.
Kemankeş miró con enojo a su mujer. No tenía opción, tenía que irse con su honor intacto. Estaba acabado.
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El curso de la historia siempre sufría cambios que creaban una línea alterna a como la conocemos. Dicho cambió pasó cuando Roxelana nunca llegó al palacio ya que logró escapar de la esclavitud junto a su familia y de ese modo Mahidevran pudo ascender y convertirse en madre del Sultan Mustafa I. A raíz de eso todo cambió por completo, incluso el destino de las sucesoras de la pelirroja, tal era el caso de Anastasia. Aquella dulce niña nunca llegó a Estambul por lo que pudo formar una familia, sin embargo, el destino de su descendencia estaba ligado al imperio otomano del cual ella pudo evadir, excepto su familia, siendo más específicos: Selenia Amiroutzés.
La linda melena rubia corría por el prado junto a su pequeña sobrina mientras el viento soplaba a su favor a la par que desde lejos eran observadas por un lado por la familia de ella y por el otro miraban Korkut y Mehmed.
—Creí que su corazón lo tenía una melena castaña.
— ¿De qué hablas?
—No soy ciego para no ver cómo mira a la bella dama, Alteza.
— ¿Y cómo la miro?
—Diferente al resto. He estado a su lado durante muchos años y nunca había visto esa mirada, parece que le robó el corazón.
—Es griega, Korkut. Odio a los griegos. Nunca me atrevería a tocar a un griego a menos que sea para matarlo.
—Nunca diga nunca, şehzade. Recuerde que las promesas están hechas para romperse y el odio para ser cegado ante el encanto de la pureza.
—Lindas palabras, pero no van con mi historia. Ella es sólo una niña.
—Sus hermanas se han casado a los pocos años de nacer.
—Sabes a lo que me refiero.
—No pierde nada con acercarse. Nadie sabrá que traicionó su promesa. Lo que suceda en Tinos no saldrá de la isla.
— ¿Acaso me estás sugiriendo que niegue de mis palabras?
—Sólo sugiero que se permita amar una vez. Olvide que es un şehzade, sólo piense que es un hombre enamorado. Nadie asegura que la volverá a ver.
Mehmeh analizó las palabras de su amigo. En verdad le gustaba ese mujer. Desde el día anterior no pudo dejar de pensar en ella. Era diferente a Lera en todos los sentidos. La melena castaña lo hacía pasar un buen rato y su corazón palpitaba de forma insistente, pero con la rubia todo era distinto, la admiraba en todos los sentidos, desde la increíble manera por sonreír ante el mínimo gesto de alguien, hasta su forma de vivir la vida con entusiasmo y su increíble voz que siempre quería escuchar. Con ella su corazón palpitaba con fervor. Su único problema era ser griega.
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En la familia real de los otomanos era bien sabido que la muerte rondaba todos los días, sin embargo, no siempre se hallaba al culpable. Un caso era la muerte del şehzade de oro y cuyo mérito era para Safiye Hatun. Dicha mujer se encontraba en los aposentos de su hijo, discutiendo como cada día por el mismo pendiente.
— ¡Ya dije que no! —gritó Abdullahziz, jalando su cabello.
— ¿Por qué? No te ha podido dar un varón.
— ¡Porque Nurgül es mi favorita!
—Necesitas un niño.
—Amo a mis hijas y eso es más que suficiente.
—Dame una sola razón por la que no deba mandar a otra mujer.
—Porque la quiero.
—Sí, tu padre también quería a Mihriban cuando se acostó con Rabia Hatun.
—Yo no soy él.
—Entiende que es tu pase al trono.
—Mi padre ascendió al trono sin heredero alguno.
— ¡Tu padre era el único hijo con vida!
— ¡Yo seré el único!
— ¿Cómo, eh? Hümaşah le vendió tu alma a Mihriban.
—Ishak me protege y es todo lo que importa. Gracias a él estamos en tregua con Mahmud.
—De igual modo no me agrada la relación con Mustafa, el esposo de esa Sultana.
— ¡Qué lastima! Acostumbrate, madre.
—Entiende que lo hago por tu bien.
— ¿Qué haz hecho por mí? Todo se lo debo a mi hermana.
—Yo te protegí de una manera que nunca sabrás.
—Entonces para mí nunca me has protegido.
—Me llené las manos de sangre por ti, hijo.
— ¿A quién mataste?
Ella negó, comenzando a llorar.
—Vete, por favor. Necesito pensar en cómo deshacerme de Mehmed.
Safiye asintió, dejando solo a su hijo. Por su parte, el hombre no sabía qué hacer, necesitaba asesinar a Mehmed porque era un cachorro con potencial, pero le era casi imposible. Por ende, decidió atacar a alguien más: Hüseyin.
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Şehzade Mustafa. Su nombre causaba furor en España por el simple hecho de que un español estaría en el trono otomano. El hombre caminaba por su palacio en encuentro con sus hijos pero en su camino halló a una melena de color chocolate.
—Fatma —sonrió, corriendo a abrazar a su hermana.
—Hermano —lo abrazó con fuerza.
— ¿Qué haces aquí? ¿Cuándo llegaste?
—Eso no importa. Lo único que debe importar es que estaré aquí por nueve meses.
— ¿Estás embarazada?
— ¡Sí!
—Felicidades, hermana.
— ¿Ya le dijiste a tu esposo?
—Sí, viene en camino para acompañarme en esta nueva etapa.
—Me alegro por ti felicidad.
— ¿Y Fatihyrmak?
—Salió a una de sus fundaciones.
—Muchos me han contado que le tienen aprecio porque se preocupa por los necesitados. Eso les sorprende porque ella es española.
—No hay nadie que se compare con ella, ninguna otra mujer atiende sus necesidades como ella.
—Exepto la Haseki.
—Ella es lo de menos —aseguró —. Sólo puedo decirte que yo seré el que pise el trono.
— ¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque de lo contrario habrá una guerra.
— ¿Qué planes hiciste?
—He hablado con el rey de España y juntos hemos tomado la decisión de tomar el trono por la fuerza.
— ¿Cuándo?
—Pronto.
—Ten cuidado, si el Sultan se entera...
—No temas, todo comenzará con algo ligero.
— ¿A qué te refieres?
—Los griegos sufrirán y un şehzade pagará las consecuencias.
— ¿Quién?
—Aún lo estoy decidiendo, pero se aceptan sugerencias.
—Es mejor que te retractes. Nadie sabe lo peligroso que puede llegar a ser.
—Tranquila, todo está controlado —aseguró con malicia.
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En los imperios de Europa era muy conocido el término de incesto debido a que deseaban mantener su linaje puro aunque eso traía consecuencias. Sin embargo, para la familia otomana no era muy bien visto. El problema era algo frustrante para el Sultan en turno al punto que enloqueció cuando se enteró que su hijo Selim tenía algo con su prima. ¡Pobre del Sultan! Cosas peores se le avecinan en el imperio.
Una mujer impulsiva se logró escabullir en el palacio de Karaman para encontrarse con su amante. Todo le fue fácil puesto que le hizo creer a todos que visitaría a una amiga. La ojos claros sonrió en cuanto sintió que le cubrían los ojos.
—Te extrañé —confesó la mujer, dando vuelta.
—Y yo a ti —habló Hüseyin, besando la frente de la mujer.
— ¿Con qué excusa lograste huir de tu madre?
—Con una muy tonta, pero por ahora no soy su prioridad así que no hay problema.
— ¿Quién es su prioridad?
—Fatma.
— ¿De nuevo sientes celos, Mahpare?
—Para nada.
—Dime, ¿qué haces aquí? Te esperaba en la siguiente luna. Tu carta dijo que era algo urgente.
La Sultana borró su sonrisa con rapidez.
—Me temo es que grave.
— ¿Qué pasó?
—Estoy embarazada.
— ¿Qué?
—Sé que esto arruina tu felicidad, el futuro y nuestros planes.
— ¿Arruinar? ¡Estás embarazada! Soy el hombre más feliz.
— ¿Feliz? ¿Cómo podrías estar feliz, Hüseyin? ¡Soy tu hermana! ¡Tu hermana!
—Yo sólo tengo dos hermanas y son rubias.
— ¡Sigo siendo tu hermana! Ahora dime, ¿qué haré? Mi madre querrá sacarme al bebé.
—Ten a nuestro hijo y dile que te case con Ömer paşa. Él es mi amigo, te cuidará y no dirá nada sobre el bebé. Lo puedes hacer pasar por su hijo.
— ¿Estás seguro?
—Lo estoy. Ese bebé es fruto de nuestro amor.
—Un amor mal visto ante los ojos de nuestro padre.
—No pienses más en él, concéntrate en nuestro hijo.
Mahpare asintió, sonriente ante la buena actitud del şehzade.
Ambos sabían que todo era prohibido. Tenían en mente que nada era bueno, no obstante, al tocarse olvidaban todo eso. No les importaba otra cosa que estar juntos y entregarse uno al otro.
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La hermosa mujer rubia de nombre Selenia cargaba al pequeño hijo de su primo que dormía cómodamente en sus brazos.
—Mi hermana es una gran mujer —admitió Anastasia, llegando con el şehzade —. Será una gran madre, pero primero debe aceptar el cortejo de un caballero.
—Le agradan los niños.
—Son su adoración.
—Joven Anastasia, la llama su madre —informó un sirviente.
—En un momento le vuelvo a hacer compañía, şehzade.
Mehmed asintió en lo que la mujer se marchaba. El hombre no apartó la mirada de la rubia que le había robado unos cuantos suspiros, sin embargo, el rostro de Lera aparecía cuando quería intentar olvidar a Selenia. Su amigo Korkut se dio cuenta y sonrió, sabiendo que el hijo de la Haseki estaba enamorado.
La ojos azules se percató de la mirada del varón. Él desvió la mirada, apenado.
Amiroutzés entregó a su sobrina a una criada para posteriormente ir con el hombre ya que en ese momento no se encontraba alguien que la vigilara y su curiosidad por Estambul era grande.
—Şehzade —saludó, haciendo reverencia.
—Selenia Amiroutzés —miró a otro lado, temiendo que la mujer se pudiera percatar que ella era su debilidad.
— ¿Puedo hacerle una pregunta?
—No, me harás perder el tiempo —respondió queriendo evitar un acercamiento.
La rubia borró su sonrisa, miró desanimada al piso y seguidamente dio vuelta.
«Eres un idiota. Ya no la volverás a ver en tu vida».
— ¡No, espera! —pidió Mehmed, dándose cuenta de su error.
Selenia regresó con él.
—Perdón por mi comportamiento, no soy alguien que le gusta conversar con personas que no conoce.
— ¿Y por eso es tan grosero? —se atrevió a interrogar en un tono que hizo notar su molestia.
—Pido su perdón, bella dama —se atrevió a decir.
Korkut miró la escena con sorpresa puesto que en su vida había escuchado a Mehmed decir esa oración.
— ¿Puedo saber lo que me ibas a decir?
—No quiero hacerlo perder el tiempo, şehzade.
—Tú nunca me harías perder el tiempo.
Selenia contuvo un suspiro, tornándose roja ante las palabras del şehzade. En ese momento no sabía qué decir ya que nunca le habían dicho algo similar.
— ¿Cómo es la vida en el centro del mundo? Pregunto porque me gusta conocer lugares a través de anécdotas de las personas —preguntó después de unos cuantos segundos en silencio.
—Es un lugar hermoso con paisajes que no verás otra vez en tu vida. Yo gobierno la provincia de Edirne y hay majestuosos árboles que han sido testigo de grandes hazañas de mis ancestros.
—En un tiempo tendré que desposar a un varón que ame y con el que pueda formar una linda familia, será entonces que viajaré a la capital con su compañía. Espero que en ese día usted pueda guiarnos por el lugar, si no es mucha molestia, claro.
—Serás feliz, Selenia —se prometió —. Ten por seguro que te acompañaré en tu viaje.
—Gracias, şehzade.
—Todo sea por verte feliz.
La rubia volvió a sonrojarse a la par que Korkut sonreía por su amigo.
—Con su permiso —hizo reverencia para después partir.
— ¿Por qué no la lleva con usted?
— ¿No escuchaste? Le prometí que sería feliz.
—No comprendo.
—Llevarla conmigo implicaría dolor. En la familia real todo es sufrimiento. No tendría paz y mi amor por ella es tan profundo que la dejaré ser feliz aunque no esté a mi lado.
—Me alegra que confiese sus sentimientos.
—Lo pensé mejor y debo aprovechar el tiempo que esté con ella.
— ¿No cree que la joven Anastasia sienta celos por su hermana?
— ¿Por qué lo dices?
— ¿No se da cuenta que todos los aquí presentes quieren que usted y ella estén juntos?
—No me había percatado, pero nada que una mención de Lera pueda arreglar. Hablando de ella, la dejaste protegida ¿Verdad?
—Nadie podrá sacarla del palacio.
—Gracias.
—Mejor disfrute su tiempo con la joven Selenia.
—Hasta el último momento.
El şehzade sentenció su amor. Algo crecía dentro de él en cada instante que miraba a la muchacha. Asimismo, se reprendía por ello. Ella era griega, y su enemiga. Tenía que sacarla de su mente por lo que se juró que al regresar al palacio rompería cualquier lazo que tuviera que ver con ella.
— ¿Aún quiere crear tensión entre el Sultan y los griegos?
— ¿Ella saldría afectada?
—Me temo que sí. Su padre es el líder, si él cae, toda su familia también. Puede que la joven Selenia muera, o sea vendida como esclava, en el peor de los casos terminará en un burdel.
Mehmed suspiró. Su sed de venganza era fuerte. Aquel señor que amaba como padre murió por culpa de los griegos y peor aún, por una orden que emitió el papá Selenia. Ella era hija de su enemigo. ¿En verdad podía renunciar a todo por aquella desconocida?
—No haremos nada contra ellos —decidió —. Le prometí que sería feliz y lo cumpliré.
Fue en ese momento que Korkut comprendió, Mehmed estaba bajo el encantado de la inocencia de la muchacha puesto que ella logró lo que la Haseki o el Sultan nunca lograrían: hacer retroceder al şehzade.
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Una de las gemelas más inocentes caminaba con tranquilidad por el enorme jardín. A veces se sentía como una princesa que tenía que ser rescatada por su príncipe azul mientras vagaba por su enorme castillo del cual nunca podía salir.
—Sultana —habló un varón, haciendo reverencia al encontrarse con la mujer.
—Francés —saludó intentando disimular sus nervios.
—Dígame Antoine, por favor.
— ¿Anto, qué?
—Antoine —repitió sonriente.
—Te diré Miraç —informó sin importancia alguna.
— ¿Qué significa ese nombre?
—No recuerdo —mintió — ¿Sabe? Es mal visto que un varón hable con una Sultana cuando no está nadie de su familia junto a ella.
— ¡Qué curioso! De donde vengo es mal visto que alguien entre a tu habitación sin permiso.
Handan rio por lo bajo, intentando no ceder ante el hombre.
— ¿Cómo tienes el descaro de decir esa mentira?
—Mentira no es.
—Nadie te creerá.
— ¿Por qué tan segura? Por lo que oí, siempre hace travesuras.
Handan miró a Antoine con aberración. Si su madre se enteraba, era capaz de casarla para que el honor de la joven siguiera intacto.
— ¿Qué quieres para cerrar la boca?
—Encontrarme con usted todos los días de mi estancia.
— ¿Cómo se atreve a pedirme eso? ¿Sabe quién soy? ¡Soy una Sultana! Si nos ven juntos sería la perdición para ambos.
—Sí, al igual si se enteran lo que hizo —sonrió al imaginar qué pensaría la mujer frente a él —. Usted decida qué le conviene.
—Eres un...
—Cuide sus palabras, Sultana. Ahora está en mis manos.
Handan rio, deseosa de jalarle el cabello al hombre.
—La veo mañana en el atardecer —sonrió para posteriormente irse.
— ¿Qué se cree? No pienso ceder —pensó en voz alta.
—Sultana —la habló una de sus damas.
— ¿Sí?
—No quiero meterme pero si usted cae, también nosotros. Por favor piense en la propuesta del hombre.
— ¿De qué hablas? Intentarán casarme si me descubren con él.
—Nosotros nos podemos encargar que nadie se de cuenta.
— ¡Por Allah! ¿Qué cosas dices?
—Se lo pido, Sultana. No quiero morir tan joven.
Handan soltó un suspiro, se encontraba entre la espada y la pared donde cual fuera su decisión, traería grandes consecuencias.
Lo que la joven no sabía es que la Handan del futuro aborrecía la decisión que tomó en el pasado. Esa decisión que creyó ser la mejor, se convirtió en la peor de su vida.
¡Hola! Mucho tiempo sin leer.
Hagan apuestas, ¿qué şehzade muere primero?
¿Cuál es su ship favorito?
¡Los leo!
¿Sugerencias?
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