7. La decisión de Kimiosea
Los días siguieron pasando, uno tras otro, cada uno igual al anterior. Ya no se sentía con ánimos de arreglar su cabello como antes. Solamente se hacía una simple coleta y comenzaba sus deberes en la casa, ahora todo era diferente.
Todo parecía estar "estable" por largos intervalos, pero había momentos en los que Dreikov llegaba de muy mal humor y trataba a Kimiosea peor de lo que se puede tratar a una persona que repudias con todas tus ganas. A pesar de todas las cosas horribles que vivía la joven, no hubo nada que la motivara a tomar un camino diferente e irse. O al menos nada lo había hecho hasta aquel día.
Dreikov iría a presentar un nuevo proyecto a la editorial de Nitris, con las mismas condiciones que antes. Kimiosea lo despidió contenta, casi olvidando por completo lo que había pasado la última vez que éste volvió de Nitris. Esa vez dedicó mucho más empeño a dejar la casa rechinando de limpia. Estornudó varias veces debido al polvo que soltaban los muebles que estaban siendo limpiados hasta la más inalcanzable esquina que Kimiosea pudiera encontrar.
Técnicamente todo iba bien, hasta que la chica, revisando que nada estuviera fuera de su lugar, quedó frente a la puerta de la habitación de Dreikov. Se quedó un momento clavándole los ojos con intriga. Realmente la única vez que había "entrado" a la habitación del joven había sido cuando le entregó la primera correspondencia. Desde aquella vez, Dreikov le había pedido que siempre dejara los sobres encima de la mesa del comedor y que nunca lo molestara.
Estiraba la mano y después la regresaba al arrepentirse de la acción de girar la perilla. Finalmente cerró los ojos con toda la fuerza que pudo y abrió la puerta.
Justo como lo había visto antes, su cuarto consistía en papeles y papeles que cubrían completamente una cama deshecha y un escritorio desgastado. Kimiosea cerró la puerta tras ella y miró a su alrededor, pensó que Dreikov podría estar muy contento si viera sus borradores acomodados de manera más eficaz.
La rubia se puso manos a la obra. Tomaba uno y otro papel, les daba una leída y después los clasificaba en unas pilas que iba colocando sobre el escritorio que había sido despejado previamente. Dreikov realmente tenía un talento innato. Cada palabra que leía la rubia era exquisita, y cada idea que planteaba era una obra maestra en potencia.
Ya llevaba casi la mitad de los papeles ordenados cuando tomó una hoja y se estremeció al leer en el primer renglón: "Amor mío....". Tal vez lo era, aquello que había soñado desde el primer día, una carta para ella. Tomó asiento sobre la cama que estaba casi sin papeles y siguió leyendo. El corazón se le iba llenando cada vez más de ilusión a medida que sus ojos se desplazaban por las cosas tan románticas que decía. Esbozó una sonrisa cuando se estaba aproximando al final. Le decía todas las cosas hermosas que sentía cuando estaba con ella, con ese toque artístico muy al estilo de Dreikov. Tuvo que parar un segundo para limpiar una pequeña lágrima que se le había escapado. Suspiró y pensó que todo había valido la pena. Cuando de pronto, llegó al final: "Te amo, Tara".
Kimiosea soltó la carta de inmediato y se llevó las manos a la boca. Sintió que el mundo se oscurecía, todo a su alrededor se caía poco a poco en pedazos. No, Tara no era ninguno de sus personajes, lo sabía, había leído ya todos sus borradores.
Se levantó tambaleante y caminó al comedor, la recorrió una corriente fría. Admiró todo lo que había hecho, los trastes limpios y el piso reluciente. Fue entonces cuando se dio cuenta, al fin se dio cuenta.
De un golpe se dejó caer en el suelo y comenzó a llorar tan fuerte como pudo, sujetaba su estómago como si la acabaran de dar un golpe. Dio puñetazos en el piso con todas las fuerzas que encontró, no lo podía creer. Le era imposible imaginar que alguien a quien había atendido como a un rey la pudiera haber traicionado de aquella manera. Pero mucho más importante, ahora no podía comprender por qué había tratado a alguien como a un rey.
Ella esperaba al dulce chico que encontró una vez en el café de Beroa, esperaba volver a sentir aquello que sintió aquella vez. O al menos, como la hacía sentir cuando charlaban juntos, antes de haber tomado la decisión más radical hasta aquel momento.
Ahora lo podía ver todo muy claro. Ella jamás le importó en realidad, nunca había mostrado ni un poco de interés en ella, más que para convertirla en su sirvienta personal. También eso lo tenía claro. Lo entendió mientras se levantaba finalmente con la respiración agitada. Entró a su habitación y se miró en un pequeño espejo que colgaba de su pared. Le daba vergüenza mirarse, ella había sido la burla absoluta de Dreikov todos esos meses, ahora entendía el significado de las miradas de la otra familia.
Comenzó a deshacerse la coleta que tenía con las manos temblorosas al tiempo que lágrimas tibias iban cayendo en el suelo después de acumularse en su blanca barbilla. Regresó a la cocina y tomó unas tijeras, luego volvió a la habitación y se miró con determinación en el espejo. Aquello pudo haber sido un acto insignificante para cualquiera, pero para ella significaba la segunda decisión más fuerte que había tomado.
Tomó las tijeras y cortó su largo cabello hasta que le quedó a la altura de la barbilla. Fue lo único que se le ocurrió.
Tardó un poco en percatarse de que tenía que hacer mucho más que sólo cortar su cabello; así que limpió sus lágrimas mientras daba un gran suspiro y caminaba con largos pasos hacia su habitación. Tomó la misma maleta que tomó para irse con Dreikov, y la comenzó a llenar de sus cosas. Encontró la caja color azul que su madre le había regalado para que le escribiera durante su estancia en el Coralli. La metió tan enérgicamente a la maleta que la tapa de la caja salió volando y su contenido se desparramó por la cama de Kimiosea.
La chica comenzó a tomarlo todo bruscamente para meterlo de vuelta a la caja, de repente encontró una nota arrugada. La desdobló y recitaba: "Bella dama, ojos de oasis, piel como plumaje de garza...". Ella hizo una mueca de dolor y después comenzó a romper la nota con toda la ira que pudo.
—¡Estúpido, estúpido! ¡Estúpido Dreikov! ¡Te odio, te odio! —Gritaba la chica como si tuviera al joven enfrente.
Cerró la maleta de un golpe y la jaló hasta la entrada de la casa.
Esa era la última vez que estaría en aquel lugar. Lo que Kimiosea no sabía mientras cerraba la puerta y comenzaba a caminar por el extenso y solitario camino que llevaba hacia Ífniga, era que detrás de ella no dejaba solamente un montón de cabello en el suelo, o una casa sin sirvienta; si no que detrás de ella, justo en esa casa, había dejado a la antigua Kimiosea y a partir de ese momento nada sería como antes.
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