45. La poeta viajera
Cuando Kimiosea y Tólbik emprendieron el viaje hacia Kánoa, ya era muy tarde. Es por ello que al llegar nuevamente al castillo de Nitris, el sol del siguiente día, ya se posaba sobre sus pieles.
Bajaron de Armania sintiéndose como héroes. Habían completado su misión de la mejor manera y ahora podían tomar las riendas de su destino con toda la confianza existente.
—¡Kimiosea! —saludó Esmeralda al verla entrar por la puerta principal del castillo—. ¿Qué ocurrió?
—Kánoa tiene a su primera princesa —dijo Kimiosea sonriente.
—¿Qué? —cuestionó la monarca señalando el interior del castillo para que pasaran a instalarse.
—No —dijo la rubia firme—. Esmeralda... he comprendido mi destino, tengo que viajar y ayudar por todos los mundos y todos los reinos que ahora son visibles para mí.
La monarca asintió comprensiva y miró a Tólbik.
—Él podrá volver a su... —comenzó a decir Kimiosea.
—No, yo también he comprendido mi destino —admitió Tólbik admirando el cielo—. La reina Ildímoni lo sabía, estoy seguro. Y ahora necesito ayudar a Kimiosea a lograr un bien mayor que yo mismo.
La rubia lo miró orgullosa. Cuánto tuvieron que pasar para comprender la vida bajo esa perspectiva.
—Quisiera despedirme de todos, pero es imposible. Sólo hay una persona con la que quiero hablar —dijo Kimiosea—. ¿Dónde está Naudur?
Esmeralda la abrazó antes de responderle y una lágrima le resbaló por la mejilla.
—En las caballerizas —respondió tomando la mano de su amiga—. ¿Te volveré a ver pronto?
—No lo sé —dijo con honestidad—. Pero quiero que le digas a los chicos que los quiero mucho y a tu madre que la adoro. Explícale a los padres de Dreikov que él ya cumplió su destino y que lo ha hecho muy bien.
Esmeralda asintió apartándose de Kimiosea para empezar a caminar hacia las caballerizas.
—Iré sola, porque después de hablar con él me iré. Siento que algo me llama en otro sitio desde este momento —aclaró la rubia y le dio otro abrazo a su amiga—. Dile que sí —susurró finalmente tocando su dedo anular—. Oh, y por cierto, creo que necesitarás esto. No me preguntes por qué, aún soy nueva, pero creo que te ayudará a comprender algo en un futuro.
Kimiosea extendió el pergamino con su poema hacia ella y Esmeralda lo recibió sin tener palabras en la lengua además de "gracias".
—Te quiero amiga —dijo sonriente y se fue rumbo a las caballerizas.
El chico no quería parecer extraño. No quería estar preocupado por Kimiosea cuando claramente no iban a estar juntos jamás, así que él y Pirplín se encontraban distrayendo su mente junto a los caballos de la familia real.
—Ese luce valiente, ¿no, Pirplín? —decía el chico mientras que su mascota imitaba una patada de combate—. ¿Cómo haces para ser valiente? —cuestionó el chico al caballo que acariciaba.
—Yo también quisiera saberlo —expresó Kimiosea asustando a Naudur.
Pirplín se puso a chillar de la emoción y se lanzó con tanto impulso que logró aterrizar en la panza de Kimiosea aún cuando la rubia no estaba tan cerca de Naudur y de él.
—Pequeñín, yo también te extrañé —confesó Kimiosea abrazándolo.
—¿Cómo les fue? ¿Qué tal salió todo? —preguntó Naudur tratando de parecer tranquilo.
La rubia estaba tan llena de valentía en ese momento que pudo desmoronarse, como sólo la gente que ha madurado puede hacer.
—Lo siento —soltó abrazando a Naudur fuertemente—. Lo siento, lo siento. No te lo merecías.
—No hay problema —mintió Naudur tratando de contener las lágrimas, pero cuando la chica se separó para mirarlo directamente a los ojos, no pudo aguantar más y se soltó a llorar—. Fue el día más triste de mi vida... Incluyendo en el que mi tío dejó de hacerme pasteles.
La chica se rió del chiste y después pasó su cálida mano por la tez del muchacho.
—Tengo que irme, mi destino no está aquí —anunció recibiendo una afirmación por parte de Naudur—, pero quiero que sepas que mi corazón sí se queda aquí. Tú eres y siempre serás el amor de mi vida, Naudur. No lo olvides, aunque esté en una montaña y tú en un desierto o yo en un mundo y tú en otra dimensión, te sentiré tan cerca como ahora.
La muchacha le robó un beso que ambos recordaron para siempre como el más tierno y sincero que pudieron recibir.
—Yo también te seguiré amando para toda la vida —dijo el chico acariciándole el cabello—. ¿Puedo escribirte?
—No tengo en dónde recibir las cartas.
Naudur pasó su mano por la oreja de la chica y realizó un sencillo truco de ilusionismo en el que pareció sacar un objeto por arte de magia.
—¿Te olvidas de esto? —Naudur le mostró su broche mensajero, el mismo que le había regalado en el Coralli.
—Pensé que lo había perdido —dijo ella sorprendida.
—Regresó a mí en cuanto lo hiciste —explicó Naudur colocando el broche en el collar de Kimiosea.
—Entonces puedo irme tranquila —confesó la chica y ambos se despidieron con un largo abrazo.
Pronto Naudur y Pirplín observarían a Kimiosea cabalgar por el bosque con una fresca y mara
La vida puede movernos a lugares inesperados, golpearnos, arrebatarnos y dejarnos solos en el suelo sin nada por lo qué luchar; pero esos instantes de guerra pueden ser lo que preparen para el verdadero destino. Y así lo sintió Kimiosea, mientras iba cabalgando con toda la libertad sobre su amiga Armania y su compañero Tólbik, con un rumbo desconocido, pero con un llamado en el corazón.
¿Qué otro poema escribiría? ¿A qué tierras viajaría?
No tenía ni una sola respuesta, y esa incertidumbre, que antes la atormentaba todos los días, ahora era lo que hacía de su vida un sueño realizado.
FIN
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