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44. Síndermun

El reino de las estrellas lucía verdaderamente angelical. Cuando Kimiosea abrió los ojos, observó los alrededores llenos de brillos distintos al resplandor de una joya.

Ante ella, la mujer más bella que había conocido estaba observándola, con una impresionante corona llena de resplandor sobre su platinada cabeza.

—Llegaste —dijo la reina sonriendo con inocencia.

—Majestad —expresó reverenciando respetuosamente—. Espero no haber llegado tarde.

—Te estuve llamando para que vinieras justo el día de hoy —anunció soltando una risa al tiempo que juntaba sus manos alegremente.

Cuando las separó, un precioso brillo se formó dentro ellas, dicho que extendió hacia Kimiosea.

—Aquí tienes —expresó emocionada—. Cuídala, porque la amo aunque no haya visto sus ojos.

—Regresará contigo sana y salva.

—Cuando tenga veinte años mortales, estará conmigo. Mientras tanto, sé que esta profeta le encontrará un buen hogar —comentó la reina Keidi confundiendo a Kimiosea.

—¿Profeta?

La reina soltó una risa infantil y después dio un paso hacia atrás.

—Tus poderes ya están completos con ayuda de esta misión. Cada que escribas algo se cumplirá y tus viajes serán muy importantes para ayudar a quien más lo necesite... Pero vete ahora, no quiero que nada le pase a ella —exclamó la monarca reverenciando a Kimiosea.

—Gracias por confiar en mí —dijo la rubia sonriendo.

—Hasta pronto, mi niña

Aquello fue lo último que Kimiosea escuchó antes de que todo se volviera blanco y pudiera observar el círculo místico esperando a recibirla.

Miró sus manos, pero ahora, en lugar de un destello misterioso, tenía en los brazos a una preciosa bebé. Su piel era color porcelana y su poco cabello era rizado y platinado, como el de su madre. Parecía el ser más sublime visto alguna vez, envuelto en encajes y divinas telas.

Kimiosea estaba llena de paz y calma mientras bajaba a la tierra con la niña en los brazos, pero aquello duró muy poco, porque Derenida aún no se había rendido y buscaba robarse a Kimiosea para entregarle la bebé al reino del fuego.

En cuanto su brazo la alcanzó, aventó a Kimiosea y a la princesa hacia el pasto, afortunadamente, la rubia realmente se había comprometido con su misión y había logrado proteger a la bebé del golpe, aunque ésta ya había comenzado a llorar.

—¡No podrás con nosotros! —gritó Dimitri desesperado por querer ganar la batalla.

—Me llevaré a Kimiosea porque hice un trato con él —dijo Derenida señalando a Tólbik—. No pueden librarse. ¡Me prometieron un alma!

El tiempo era demasiado duro como para reclamarle algo a Tólbik, así que todos regresaron a sus infinitos intentos de proteger a Kimiosea y ahora a Síndermun.

Los labios sangraban y las piernas ya estaban flaqueando como nunca. Era imposible ganar esa batalla.

—¡Es una niña, déjala vivir! —gritaba Kimiosea al intentar huir de Derenida enfurecida.

—No me iré sin tu alma —pronunció la criatura levantando la mano para capturar a Kimiosea.

—Entonces toma la mía —interrumpió una voz que nadie esperaba.

Escondido entre los arbustos, salió Dreikov, que también había sido transportado por el amuleto al círculo místico.

—Mi alma puede ser aceptada por cualquier otra, esa es la verdad —expresó el joven quitándose su piedra del destino para lanzarla a los pies de la bestia—. Ese es mi destino, morir por algo más y aquí estoy. Deja tranquila a esa bebé.

Kimiosea estaba sin palabras.

Ahí estaban todos sus amigos derrotados en el pasto y Dreikov de pie ofreciendo su alma a una sirena.

—No puedes negarte —dijo Dreikov determinado—. Es el destino que debe cumplirse.

Derenida miró la piedra y la comprendió de inmediato. Era cierto que un alma como la de Dreikov podía y debía ser aceptada por la de cualquier otro, así que la bestia soltó un grito ensordecedor al cielo antes de tomar del cuello a Dreikov.

—¡Te llevaré! Pero no iremos solos a la muerte —exclamó Derenida arrebatándole el bebé a Kimiosea para correr hacia el abismo que daba fin al círculo místico.

—¡No! —gritó Kimiosea, pero la bestia se lanzó antes de que pudiera alcanzarla. Detrás de ella, con una velocidad impresionante por la cantidad de moretones y cortes que tenía, Tólbik se lanzó sin pensarlo dos veces detrás de ellos—. ¡Tólbik! —exclamó la rubia lanzando su amuleto hacia el abismo.

El viento soplaba más fuerte de lo que su alma pudiera soportar. Se comenzó a desvanecer hasta llegar al frío suelo, pasó sus manos temblorosas sobre su rostro, como tratando de taparlo.

Ahí estaba la muchacha, sentada al borde de ese abismo. Su rubio cabello, volaba con el viento enmarañándose frente a los ojos de la chica; ahora era se sentía más libre de lo que jamás había sido.

Miró incrédula al horizonte con aquellos ojos miel que enmarcaban su alma. El abismo soltaba una deliciosa brisa como la que corre cerca de una playa, sólo que mucho más fría, congelada.

Se abrazó a sí misma mientras temblaba y de sus ojos comenzaban a brotar lágrimas.

—Kimiosea —la llamó Dimitri al tiempo que colocaba su mano sobre el hombro de la chica.

Ella soltó un grito de dolor que rebotó por el infinito paisaje de aquel místico lugar. Giró temblando para mirar al hombre que estaba tras de ella y susurró "no la pude salvar" para después cerrar los ojos y que todo se volviera negro.

Los cuerpos magullados de todos se acercaron al abismo. ¿Cómo y por qué una sirena estaría tan determinada en matar a una inocente bebé?

El llanto comenzó a hacerse presente, no sólo el desgarrador de Kimiosea, sino el triste de Iniesto, Ezra y Dimitri, el fúrico de Celta y el temeroso de Esmeralda que abrazaba a Ezra como nunca lo había hecho.

Sus almas comenzaban a pudrirse en sentimientos negativos y lágrimas, cuando el círculo comenzó a iluminarse. Todos giraron sus rostros a aquel momento y temblaron al observar una silueta aparecer con gesto orgulloso.

¡Era Tólbik! Cuyo cuerpo volvía a resplandecer en un brillo blanco y en cuyos fuertes brazos reposaba la princesa de las estrellas.

—¡Lo hiciste! —gritó Kimiosea corriendo para abrazarlo.

El guerrero mostró el collar de la rubia y suspiró aliviado entregándole la niña y el amuleto a su compañera.

—Pude alcanzarlo y el amuleto se encendió de nuevo —explicó Tólbik sonriendo.

—Tólbik —empezó a decir Kimiosea, notando que ya no tenía rasguños, que no sudaba ni parecía padecer como el resto de ellos.

—Lo sé —respondió Tólbik sonriendo—. He vuelto.

La muchacha hubiera deseado quedarse mucho más tiempo festejando la victoria, pero aún quedaba el más importantes de los cometidos: resguardar a la princesa.

Bastó con que Kimiosea se concentrara lo suficiente, para que el amuleto los regresara al sitio en donde estaba la pileta, ahora no había nada más que un enorme hueco lleno de inscripciones.

—¿A dónde la llevaremos? —preguntó Esmeralda corriendo junto a todos por los pasillos del castillo.

—Esmeralda, necesito a Armania, ahora —indicó la rubia y su amiga de inmediato buscó a Kivia para que fuera por la yegua.

Justo a tiempo, cuando todos habían llegado a la entrada, Kivia llegó con Armania y un gesto preocupado.

—Iremos sólo Tólbik y yo —dijo Kimiosea una vez arriba de Armania.

—¿Necesitan otro cabello? —preguntó Esmeralda al tiempo que Tólbik y la rubia se miraban riendo.

—No, regresaré pronto. Tenemos que darnos prisa.

El bosque era testigo de una rubia cabalgando a toda velocidad con un bebé en brazos y su acompañante vuelto luz que flotaba cerca de su hombro ansioso por cumplir con esa misión.

Ambos sabían a dónde se dirigían aún sin hablar y comprendían que era la decisión más adecuada para cuidar por veinte años a la princesa.

—¡Qué osadía! ¡Qué falta de respeto! —expresaba la Lirastra Fidanchena mientras caminaba hacia la entrada para recibir a la fuerza a Tólbik y a Kimiosea—. Jóvenes, aunque estén bajo la protección de la Reina, no pueden presentarse sin invitación, ni aviso anticipado, ni...

—Lirastra —expresó Kimiosea solemnemente—. Ella es Síndermun.—La rubia mostró a la pequeña y frágil bebé. Lucía tan indefensa, tan especial y mágica—. Proviene del reino espiritual de las estrellas.

—Podemos hablar aquí porque es una tierra protegida —aclaró Tólbik confundiendo a la Lirastra, que por primera vez, escuchaba atentamente.

—Kánoa es el único sitio que es bueno para ella. El resto de los reinos espirituales quieren robarla para causar caos y desastres en el universo entero. —Kimiosea comenzó a acercarse para entregarle a la bebé—. Escuche bien, Lirastra. Esta pequeña, no podrá dejar Kánoa hasta que cumpla veinte años; será hasta entonces que su alma no podrá ser corrompida y regresará a su reino.

—¿Por qué me eligen a mí? —preguntó la Lirastra tomando a la bebé en sus brazos.

—No hay lugar más seguro en el reino —expresó Kimiosea sintiendo paz en su alma.

Llegaron caminando rectas y elegantes las hijas de la Lirastra para colocarse a cada lado de su madre.

—¿Quién es ella, madre? —preguntó la Lirastra Bisnia mirando al bebé.

—Es tu hermana —respondió la mujer con toda la seriedad que el asunto requería.

Kimiosea observó con alegría aquella escena y se acercó a Diesta que miraba a Tólbik recordando el pequeño incidente vivido hacía poco tiempo.

—Me dijiste que querías una misión importante —dijo Kimiosea sonriendo con ternura—. Ha llegado tu momento. Son la nueva familia de la princesa Síndermun.

A pesar de que no eran la familia más cariñosa y sentimental del reino, las tres sintieron una emoción genuina, una estrella depositada en sus destinos y una importancia mas allá del dinero y los títulos que alguna vez pudieron tener.

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