42. Un brindis en Nitris
Todo parecía un sueño, un sueño indiscutible. Probablemente aquella fuera la razón por la cual ambos tardaron tanto en reaccionar, o quizá fue tan sólo su percepción. Esa sensación de quedarse suspendidos en el tiempo mientras recogían los pergaminos del suelo tratando de evitarse la mirada, les resultaba tan fantasiosa que pidieron con sus corazones que aquello se tratara de un espejismo.
—Kimiosea —interrumpió Ezra extendiéndole la mano para recibir los pergaminos.
La rubia se los dio y Naudur extendió los que había levantado. Ezra se quedó observando la escena un momento, las manos de ambos temblaban y las mejillas de Kimiosea estaban pintadas de un rosa intenso.
—Eh...emm... hola —tartamudeó Naudur levantándose por fin.
Kimiosea se levantó lentamente ignorando con sutileza la mano que el joven le había extendido para ayudarla. Naudur realmente se veía bien. Sus ojos eran más brillantes que nunca y su oscura y preciosa piel desprendía un aura dorada.
—Buenos días —saludaron Iniesto y Dimitri entrando a la cocina con una energía que desentonaba con resto del ambiente.
Caminaban con ímpetu buscando fruta o pan para comer, cuando se detuvieron en seco tras observar la escena que comenzaba a llamar la atención de todos los que estaban alrededor.
Kimiosea les observó avergonzada. Sentía como si todo el mundo hubiera sido espectador de su historia y ahora formaban parte de la comitiva que la juzgaba con severidad.
Todos seguían comiendo de sus platos, picando alguna cebolla o revolviendo fruta, pero parecían hacerlo lo más sigilosamente posible para mantenerse atentos a lo que parecía ser un incómodo encuentro.
Las miradas fueron quedando poco a poco encima de Kimiosea, aún cuando la mayoría de los ahí presentes no tenían ni la menor idea de qué era lo que sucedía en aquellos dos protagonistas.
Aquel momento, aquella tensión sobrepasó en sobremanera la resistencia de Kimiosea, así que sin pensarlo demasiado, apartó a todos de su camino y salió corriendo hacia fuera del castillo.
Naudur quería salir corriendo tras ella, sin emabrgo, sus músculos se detuvieron al instante.
—Majestad —interrumpió Din acercándose a Ezra—, ¿será que podemos recoger nuestros niros?
Ezra salió del pequeño trance en que habían entrado todos por observar el reencuentro de Kimiosea y Naudur.
—Por supuesto —dijo el joven acomodando los pergaminos para entregarlos a Kivia—. Ve a la bodega, entrega los sobres a los encineles en su área de trabajo, pide a los guardias que te ayuden.
—Buenos días —saludó la señora Fibi a caótica cocina—. La reina ya está lista para la audiencia matutina. Ha pedido que el jefe de los encineles los acompañe.
—También llevaré a Naudur —dijo Di con voz tranquila, como si no supiera que aquella frase podría alterar más los nervios de todos.
—No, señor, no es necesario —respondió Naudur respetuosamente a su jefe.
—Naudur, es muy importante que vengas conmigo, tengo algo que hablar con la reina sobre ti —concluyó el líder de aquella compañía y Naudur asintió.
—Estaré en el bosque —anunció Tólbik sin darle la más mínima importancia a la situación.
—Suerte —desearon Iniesto y Dimitri a Ezra.
El guardián se levantó de su banco y salió de la cocina con toda la tranquilidad que los demás habían perdido.
Parecía como si alguien tomara un hilo invisible y los jalara a la oficina de Esmeralda, porque de ser por voluntad propia, jamás hubieran dado siquiera un paso.
Esmeralda estaba terminando de sellar la última carta a enviar antes del medio día, cuando Din, Ezra, Naudur y Celta junto a otros tres hombres que parecían muy avanzados en edad, entraron por la elegante puerta de madera.
—Gracias por venir —expresó Esmeralda sin levantar la vista. Realmente aquella era una reunión que repetían día con día y la atención que aquella requería era cada vez menor.
—¿Qué rayos les pasa? —preguntó Celta admirando la tensión en la mayoría de los presentes.
Ninguno respondió, pero inclusive ese silencio afirmaba que aquel asunto estaba todavía vigente en la habitación.
—Lamento la tardanza —dijo Esmeralda colocando el sobre a un lado y levantando finalmente la mirada.
La muchacha tuvo que voltear a mirar dos veces porque su mente no alcanzaba a aceptar que Naudur estuviera ahí, en frente de ella.
—Naudur —expresó finalmente levantándose de la silla para caminar directo hacia él—. No puede ser, qué alegría verte de nuevo.
El moreno muchacho abrazó a Esmeralda y se sintió feliz de que alguien en aquella habitación sintiera su presencia como grata.
—No sabía que vendrías aquí hoy.
—Bueno, a decir verdad, yo sí sabía que tú estarías aquí —confesó Naudur pasando su mano por la nuca—. Escuché rumores sobre el nuevo reinado y no pasó mucho para que escuchara tu nombre entre esos rumores.
—Te ves estupendo —concluyó la monarca quedándose de pie para saludar con la cabeza al resto de los asistentes.
—Majestad, es un gran honor estar con ustedes en esta reunión —dijo Din haciendo una profunda reverencia.
—Gracias a usted por venir. Le pedí que subiera para que estableciéramos los puntos necesarios para el espectáculo de esta noche.
—Majestad, tengo todo en orden justo aquí —explicó el hombre extendiendo un bonche de papeles hacia la joven mujer—. Si me permite mencionarlo, con los antiguos gobernantes siempre consultábamos los nombramientos y recomendaciones para las compañías encineles.
—Honestamente, no estoy muy informada al respecto y lo lamento. ¿Quisiera discutir algún nombramiento ahora? —preguntó Esmeralda.
Di sonrió y sacó de su sombrero otro pequeño pergamino.
—Cada que una compañía termina sus servicios al reino, es su noble familia la que señala al siguiente dirigente —explicó Di entregando el pergamino—. Esto es algo que no le he dicho a mi compañía, pero estoy cercano a retirarme. El nombre de la compañía "CaZel" desaparecerá conmigo y un nuevo nombre será elegido por un sucesor, como marca la tradición.
—Lamento escuchar eso —expresó Esmeralda amablemente.
—¡Para nada, majestad! Realmente estoy ansioso por descansar y vivir en una pequeña casa que tengo junto a la montaña... Amo lo que he construido. CaZel se retirará como una de la compañías con mayor potencial de crecimiento. Estoy seguro de que en su renovación dará el gran salto y no puedo estar más orgulloso. Sé que puede parecer imprudente —dijo admirando de reojo a todos los presentes—, pero tengo a la recomendación ideal si es que decide tomarla en cuenta para el nombramiento del siguiente líder de mi compañía.
—Adelante —expresó Esmeralda mirándolo con interés.
—Naudur Terlina —anunció finalmente el hombre provocando una sonrisa en la monarca y en joven al que pertenecía tal nombre—. Lleva relativamente poco tiempo en la compañía y la ha hecho crecer de todas las maneras posibles. Jamás había estado más seguro de que alguien tomara las riendas de CaZel, quién más sino este talentoso joven. Pero, poco será describírselo, usted misma lo verá esta tarde.
—Señor, estoy muy honrado —respondió Naudur con una sonrisa de oreja a oreja—. No tengo cómo agradecerle.
—Bueno, parece que todo está dicho —anunció Esmeralda regresando a su escritorio para tomar asiento—. Naudur tiene todo mi apoyo para convertirse en el siguiente líder de esta compañía.
Din y Naudur explotaron en felicidad antes de que recobraran la cordura y se detuvieran para agradecer a la reina.
—Están invitados a la cena de esta noche —anunció Esmeralda recibiendo otra dosis de enormes sonrisas—. Eso es todo lo que tenía que hablar con ustedes. Revisaré estos papeles y los firmaré. Los veré en el espectáculo de esta noche.
Ambos personajes se fueron de la oficina y en cuanto se encontraron solos comenzaron a dar vueltas en el pasillo con una emoción desbordante.
Tólbik tenía toda la intención de ir al bosque como había anunciado en la cocina con seguridad; sin embargo, fueron ellas las que frenaron su camino y lo volvieron hacia el sitio al que debió ir en primer lugar: la pileta.
Esas campanas le aceleraban el alma y no comprendía totalmente su significado, pero moría por saberlo, moría por comprender cómo cambiaron su depresión a pasión en unos segundos. ¿Qué era lo que escondía esa agua turquesa?
Se sentó en el borde con las piernas cruzadas y cerró los ojos con la intención de meditar.
"Tólbik".
"Tólbik".
La piel del muchacho se erizó por completo (otra de las sensaciones que le molestaban de ser mortal) y parecía que su espíritu le pedía poner atención a la voz que se colaba por entre las paredes y que daba la impresión de no tener nada que ver con la pileta, y al mismo tiempo, querer hablar de ella.
"Tólbik".
El muchacho intentó poner atención a lo que escuchaba y poco tiempo pasó para que abriera los ojos impresionado por haber reconocido la voz que le llamaba.
—¿Majestad? —respondió él colocándose de pie con la mayor rapidez posible.
La que ahora era, para el muchacho, claramente la voz de la reina Ildímoni, volvió a retumbar en las paredes, chocando con cada roca hasta alcanzar la mente de Tólbik.
—Estoy aquí, majestad —anunció arrodillándose abruptamente.
Sus ojos no podían mirar nada a excepción de la pileta que se encontraba frente a él. Pronto, el agua comenzó a pintarse de los mismos brillos que había visto Kimiosea; sin embargo, esta vez, Tólbik sí sabía de qué se trataba todo aquello.
—Usted no es la reina Ildímoni —declaró observando con cautela el agua—. Usted es la reina Keidi.
El agua comenzó a girar velozmente hasta formar el remolino que había formado con Kimiosea.
Tólbik volvió a levantarse, pero esta vez lento y respetuoso. Sabía que los brillos que presenciaba no eran menos que los espíritus de las estrellas que se manifestaban en ese momento.
Era la reina de todas las estrellas, el corazón de toda su misión en ese instante se le manifestaba.
—Tólbik, el tiempo se acaba —dijo la voz que ahora parecía mucho más lejana.
—Majestad, ¿qué tenemos que hacer? —preguntó Tólbik tratando de obtener una dirección precisa de la monarca.
Su esperanza cayó al mismo tiempo que el agua se detenía y regresaba a su estado de reposo, sin estrellas, sin señales. A pesar de que aquello acababa de sucederle, la fuerza con la que quería resolver el acertijo incrementó bestialmente.
Salió corriendo con toda su energía sin pensar un segundo en Kimiosea, Ezra o cualquiera que estuviera interesado en ello. Él iría en ese instante a la biblioteca de Kánoa y resolvería el misterio.
Sus manos sostenían el último poema escrito. Los protagonistas eran desconocidos, sin embargo, algo en ella le impedía tomar ese escrito como una simple coincidencia.
Las lágrimas que habían estado fluyendo como un río hirviente, ahora estampaban sus mejillas como dos bofetadas de paz que acunaban su alma.
Todo parecía estar en estricta calma, hasta que el viento empezó a mover las hojas de los árboles, como indicándole que era momento de levantarse del suave pasto y afrontar su realidad.
La muchacha trató de limpiarse las lágrimas lo más rápido posible, pero solamente logró acariciar sus mejillas, ya que el dulce líquido amargo ahora formaba parte permanente de su piel.
—Kimiosea —dijo una voz conocida que la alcanzaba desde el otro lado del jardín.
—Hola, Dimitri —saludó la chica tratando de disimular su alteración.
—¿Cómo estás? —cuestionó el capitán mirándola con un cariño inmensurable.
Kimiosea intentó mentir, pero la familiaridad con la que Dimitri la miraba le impedía decir otra cosa que no fuera la verdad más pura de su corazón.
—Siento que mi corazón ha vuelto a romperse —explicó la rubia abrazando a su amigo—. ¿Qué puedo hacer ahora?
—Bueno... —reflexionó su amigo regresándole el abrazo—. Si yo pudiera estar con Shinzo una vez más, como lo estás tú ahora con Naudur. Sin duda hablaría con ella. Juro que daría mi brazo derecho por hablar con ella una vez más.
La rubia sollozó unos cuantos minutos antes de separarse del abrazo con su amigo y mirarlo directamente a los ojos.
—¿Sabes en dónde está? —preguntó Kimiosea.
—La última vez que lo vi iba rumbo a la oficina de Esmeralda —dijo el muchacho caminando con su amiga de regreso al castillo.
—Dimitri, tengo que encontrarlo...
—¡Capitán! —gritó un soldado que corría en dirección a Kimiosea y a Dimitri—. La reina me ha pedido un favor especial.
—Habla ahora —indicó el apuesto líder mientras que el soldado tomaba una postura fuerte para decir su encargo.
—Su majestad quiere que ambos estén presentes en el espectáculo y la cena de hoy —anunció provocando que Dimitri girara los ojos.
—Vaya, qué importante —comentó con ironía viendo a Kimiosea—. Parece que tendrás tu momento para hablar con él.
—Claro que no, tengo que hacerlo antes de estar rodeados de personas—aclaró ella suspirando—. Nos vemos en un rato.
—La mejor de las suertes.
Kimiosea le dirigió una sonrisa y comenzó a correr en dirección al castillo.
El palacio de Kánoa era uno de los más seguros del reino, sin embargo, las habilidades de Tólbik no se veían intimidadas por lanzas lujosas ni armamentos decorados con joyas.
Esperó a que fuera el momento más apropiado para escabullirse como las sombras. Fue en ese momento, que sentía la adrenalina correr por sus venas que sintió una enorme diferencia en la manera en que se sentía, en que pensaba y, en general, en la manera en que su corazón se movía.
Poco tiempo pasó para que ya se encontrara sobre pisos de mármol y alfombras con hilo de oro. Su pulso acelerado parecía indicarle justo en qué pasillo girar y, en determinado momento, qué puerta abrir.
El guerrero esperó a que pasara un grupo de mucamas que parecían avanzar muy apuradas con toallas finas y un hampón vestido, todo aquello le parecía una barbaridad, para poder avanzar hacia la biblioteca y cerrar las enormes puertas detrás de él.
—¿Qué tiene este sitio? —dijo para sí en susurro—. Siento algo extraño en estas paredes y en el suelo.
Aquello no era mentira. El ambiente resultaba inquietante para el muchacho y despertaba algo distinto en él. Algo que no alcanzaba a diferenciar.
Dio un último vistazo por encima de su hombro antes de comenzar a revisar los lomos de cada ejemplar. Algo encontraría. Ese día, en ese instante.
Kimiosea pensaba que el amor era una experiencia maravillosa. Nada igual a una caminata de la mano del ser amado, una linda poesía escrita antes de dormir o la sensación del corazón suspendido en el tiempo, esperando por una señal para seguir latiendo.
Ahora comprendía que aquello último no se reducía a los días más perfectos del amor, sino también, a esos que podrían parecer caóticos, pero que eran necesarios para vivir.
Su corazón estaba en esos momentos de tal forma, flotante, inerte... casi inexistente por admirar a ese chico de tez morena, sentado en un pequeño banco que habían colocado en la cocina para permitir a los encineles desayunar con calma.
No pasó demasiado para que el joven volteara y su fresca sonrisa desapareciera para dar un paseo por el lugar más lejano que pudiera antes de dejar que el muchacho se levantara para clavar sus preciosos ojos sobre Kimiosea.
La rubia no quería dar un paso más, pero sabía que era necesario, así que decidió dejar un momento sus miedos en la mesita de a un lado y caminar hacia Naudur, como si lo hubiera seguido haciendo cada día después de irse de su hogar en Beroa.
—Vamos a caminar —expresó ella con voz entrecortada.
Naudur asintió de inmediato y volteó a sus compañeros para despedirse con la mente y seguir a la rubia por los enormes pasillos del castillo.
Pasaron largos minutos en silencio, pero los pasos de ambos parecían ser un pequeño empujón para que decidieran a abrir la boca de una vez por todas.
—Kimiosea —inició Naudur sin poder evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas—. Lo siento —expresó limpiándose rápidamente las lágrimas.
—No tienes por qué disculparte —dijo la rubia avergonzada—. En todo caso, soy yo la que debo hacerlo.
—Jamás pensé que estarías en este castillo —expresó Naudur tratando de evitar entrar de lleno al tempo que les concernía.
La rubia se detuvo en seco y se asomó por una de las enormes ventanas para evitar la mirada de su acompañante.
—Tampoco creí volver a verte... No quería hacerlo, al menos —confesó la rubia provocando que el corazón de Naudur se encogiera un poco.
—Entiendo —dijo tratando de contener el llanto.
Kimiosea volteó inmediatamente al darse cuenta de su error y negó con la cabeza para después girar todo su cuerpo hacia el muchacho.
—No por ti... No fui una buena persona y eso me avergüenza —expresó sinceramente la chica pasándose un mechón de cabello hacia adelante, como intentando protegerse aún más—. Ten por seguro que cada lágrima que he derramado en todo este tiempo, tenía un poco de ti. Aunque intentara borrarte. No se puede.
Naudur suspiró y admiró a Kimiosea el tiempo suficiente para ponerla nerviosa. Parecía una persona distinta, ahora no despedía inocencia y dulzura, sino una salvaje independencia, como si antes hubiera sido una bella flor y ahora simplemente decidiera convertirse en un bosque entero lleno de ellas.
—Luces... asombrosa —comentó Naudur sin poder evitar mencionarlo—. No te atormentes con mi recuerdo, por favor. No quiero hacerte mal en ninguna forma.
Kimiosea lo observó por varios minutos. Si no lo hubiera abandonado, no habría tenido que sufrir todo lo que había vivido, sin embargo, si se hubiera quedado con él tampoco se hubiera topado de frente, tan crudo con su destino.
—Sé que pido mucho, pero lo único que deseo es que no seamos enemigos. No quiero que nuestros corazones estén volteados contra el otro —dijo la rubia parpadeando prolongadamente para evitar que se le notaran las lágrimas.
Naudur imitó aquel movimiento y la envolvió en un largo abrazo.
Ambos sentían dos cosas en ese momento, que habían logrado algo muy importante entre ellos, pero también que faltaban kilómetros, miles de kilómetros para que pudieran decir que todo había quedado atrás. Sabían que aquella era una charla superficial y que tarde o temprano tendrían que sentarse a hablar de frente, a llorar en serio y a dejar que su cabeza se remontara a aquel momento tan terrible.
Sin embargo, aunque fuera por ese instante, durante ese abrazo, ambos pudieron decir que su corazón volvió a latir de verdad.
—Muchas gracias por atender a esta reunión, como todos los días —decía Esmeralda a los asistentes de su larga reunión matutina.
Ezra observaba cómo todos comenzaban a salir de la habitación con la intención de acercarse con cautela a su novia.
—Esmeralda...
—Celta, olvidé pedirte los nuevos planos que diseñaste para los campos de entrenamiento —dijo la mujer levantándose precipitadamente para alcanzar a su amiga.
—Los mando al rato con esa niña Kivia —aclaró Celta observando el nerviosismo de Ezra con desconfianza.
—Esmeralda —repitió el joven tratando de profundizar su voz.
—No puede ser, ¿dónde dejé el sobre que tengo que enviar a la familia de Beroa? —dijo la monarca regresando a su escritorio para buscarlo con desespero.
—Esmeralda...
—Majestad —interrumpió ahora un guardia que llegaba con un sobre—. Es para usted.
—Espero que sea lo que pienso —expresó Esmeralda recibiendo el sobre para leer el remitente—. ¡La respuesta de mi madre! Gracias, puede retirarse.
—Un placer, majestad.
—Ezra —enunció Celta antes de que el muchacho volviera a insistir—. ¿Puedo hablar contigo un segundo?
El joven se retiró de mala gana con la pelirroja, admirando a Esmeralda volverse loca frente a su escritorio al tiempo que cerraba la puerta tras él.
—¿Qué intentas hacer? —cuestionó Celta autoritaria—. Espero que no sea lo que pienso.
—Celta... Estuve reflexionando anoche, mucho —dijo Ezra seriamente—. Se lo tengo que pedir lo más pronto posible.
—¿En su mejor momento? Y antes de que menciones cualquier barbarie, lo he dicho con ironía. Esmeralda tiene preocupaciones hasta el topa, ¿quieres ser una más?
Ezra se quedó pensativo un segundo antes de que la puerta de la oficina de Esmeralda se abriera abruptamente.
—Mamá viene a cenar —anunció ella contenta—. Bueno, Iniesto me acaba dijo anoche que traería a Nereida para que pudiéramos convivir todos juntos. Una cena amistosa es lo que necesito. ¡Oh, cariño! ¿Querías decirme algo hace un instante?
Ezra miró a Celta de manera casi imperceptible y al sentir su fuerte mirada, sólo regresó a los ojos de su amada acobardado.
—Que no olvides que no estás sola en todo esto —enunció sinceramente el chico y Esmeralda se acercó a él para darle un beso.
—Lo sé.
La monarca se retiró escoltada por Kivia que ya había regresado de repartir los niros a los encineles, pero también por el corazón de Ezra, quien moría por casarse con Esmeralda.
La tarde llegó muy pronto y en menos de lo que imaginaban la carpa para el espectáculo encinel ya estaba lista.
En el palco principal se encontraban Ezra y Esmeralda, separados de todos. Finalmente, aquel espectáculo podía ser lo único que calmara los nervios de la reina.
—Amo que estemos solos—dijo Esmeralda sonriente—. Bueno, casi.
Ambos rieron al admirarse apartados del resto de espectadores, pero al mismo tiempo tan llenos de gente.
—Hace mucho que no estamos verdaderamente solos —comentó Ezra apretando con delicadeza la mano de su novia.
—Es verdad —admitió Esmeralda sonriendo con nostalgia.
Kimiosea se encontraba sentada con Dimitri, Iniesto y Celta. En cualquier otro momento se sentiría un poco fuera de lugar entre la mayoría de los miembros del Ejército Rojo de Imperia, sin embargo, en ese momento sólo podía pensar en una sola persona: Naudur.
Al poco tiempo las luces bajaron y el espectáculo comenzó.
Sin duda, aquello no tiraba al suelo las expectativas de cualquier espectáculo encinel. Los cascabeles, el humo, las risas y el ilusionismo impresionaban a cada uno de los presentes. Inclusive Celta soltaba risas de vez en cuando y levantaba las cejas impresionada por la capacidad física de aquellos artistas.
Finalmente el momento llegó. Naudur tenía el acto principal. Todo estaba en silencio antes de que un tambor resonara lento pero constante para anunciar la llegada del chico.
El ágil joven entró dando asombrosas marometas, al tiempo que aterrizaba en cada una de las pequeñas pelotas doradas colocadas al frente del escenario.
Kimiosea lo observaba, pero no podía concentrarse en el acto, simplemente pasaba la mirada por sus rizos, por su sonrisa y los brillantes ojos que aún resplandecían por debajo de la máscara de porcelana que traía puesta.
—Qué tierno —comentó una soldado que estaba sentada cerca de Kimiosea.
La rubia regresó la vista el espectáculo y notó que había alguien más participando. Alguien que le hizo soltar una pequeña lágrima y voltearse rápidamente para que nadie la viera llorando: Pirplín.
Ahora cada tambor, cada giro era un poco de angustia para la muchacha.
El impecable y brillante piso de la biblioteca ahora estaba lleno de libros abiertos con los bordes doblados para no perder alguna idea importante que hubiera encontrado.
Tólbik sentía que no había mundo fuera de esas letras, ahora su mente estaba totalmente sumergida en esos autores que parecían regalarle respuestas sin miedo ni tapujos.
—"La energía de los portales que pueden abrir más de una puerta hacia los mundos necesita de un punto de apoyo" —leyó en voz alta antes de doblar aquella página y tomar un libro nuevo. Pasó todas las plateadas hojas de aquel brillante ejemplar antes de detenerse en un capítulo lleno de elaborados dibujos—. "Amuletos encantados, protectores y sortilegios ocultos".
Pasaron unos minutos antes de que uno de los dibujos llamara de inmediato su atención.
Era un collar con el escudo de Imperia y cristales que le rodeaban, a pesar de que la monarca de aquel reino portaba para ese entonces varios collares al mismo tiempo, Tólbik lo reconoció de inmediato.
—"El collar del equilibrio, hechizado para atraer energías mágicas y espirituales, abrir pasadizos, trucos, portales y elevar poderes"... Es este. —Tólbik se levantó emocionado, pero a su cuerpo lo detuvo el sonido de la puerta abrirse.
Ante sus ojos, observó a Diesta que lo admiraba con sorpresa, pasando sus abiertos y curiosos ojos por todos los libros regados en el suelo.
El guerrero dio un paso hacia atrás empujando sin querer otro estante, provocando que aquel tirara un pequeño libro con cubierta de oro que recitaba "Kánoa".
Rápidamente y antes de que la niña hiciera un alboroto, Tólbik cerró el libro que leía y tomó el que se acababa de caer para salir por la ventana, trepando tan ágilmente como si la altura de la biblioteca del palacio fuera un reto pequeño como una catarina.
Diesta corrió velozmente hacia la ventana y lo vio irse sorprendida.
—Serás duramente castigada por armar este desorden —anunciaba su madre que iba entrando con Bisnia a la biblioteca—. No debes leer de esta forma, mucho menos doblar las hojas así. Niña irrespetuosa, esto es lo más valioso que tienes.
Diesta ignoró por un momento el regaño de su madre pensando en el extraño que acababa de ver, ¿quién era y qué hacía en la biblioteca de Kánoa?
El espectáculo acabó muy noche y la tan esperada cena estaba a punto de comenzar.
Kimiosea y Esmeralda charlaban en un pasillo cuando vieron llegar a su amiga Nereida con uno de sus hijos tomado de la mano y el otro en sus brazos.
—¡Santo cielo, no puedo creerlo! —gritó Kimiosea corriendo para abrazarla—. Ushán estás enorme —dijo la rubia al pequeño niño que le sonreía.
—Te presento también a Amad —anunció Nereida acercando a su pequeño en brazos.
—Es hermoso, Nereida. ¡No tienen idea de cuánto extrañe estar con ustedes! —expresó Kimiosea mirando a Nereida y a Esmeralda—. Esta cena será muy especial.
—Eso dicen —expresó alguien que venía entrando por el pasillo que desembocaba al comedor.
—¡Mamá! —gritó Esmeralda, a pesar de la que quería gritar y brincar por todo lo alto y lo ancho del reino era Kimiosea.
—Pequeña, hace tanto que no te veo —dijo la mujer extendiendo sus brazos a su hija—. ¿Kimiosea? —preguntó al fijar su mirada en la rubia.
—¡Señora Daar! —gritó abrazando a la muchacha con cariño.
—Querida, estaba preocupada por ti —expresó la mujer causando ternura en Kimiosea, saber que al menos alguien esperaba su bienestar le conmovía el corazón—. ¿Qué ha sido de ti?
—Será mejor que nos cuentes todo en la mesa. Tengo invitados muy especiales que estoy segura que querrán escuchar cada una de tus anécdotas —dijo Esmeralda moviéndose para extender su mano hacia el comedor.
—¿Quieres decir que a ti no te ha contado nada? —preguntó Nereida comenzando a avanzar hacia el comedor.
—Bueno, algo así —respondió Esmeralda sonriendo.
Kimiosea le había relatado su pérdida de trabajo, su encuentro con Tólbik y otros detalles menores, pero con respecto al corazón de su misión y a los sucesos entre Naudur , Dreikov y ella, todo había sido pasado por alto.
El comedor estaba bellamente decorado. Esmeralda explicó que había ciertos días en que elegía temas para invitar expertos y discutir decisiones y planes importantes para el reino relativos a ello . En aquella ocasión el tema había sido el arte y se había encargado de mandar cartas a los mejores artistas del reino con la intención de discutir propuestas y futuros programas para impulsar la creación en Imperia.
La silla principal fue ocupada por Esmeralda, seguida de su madre, Nereida y Kimiosea. Kivia se había llevado a los pequeños de Nereida para que jugaran con algunos niños del reino que estaban reunidos para cenar en los jardines.
Pronto llegaron Ezra, Dimitri e Iniesto, quien se sentó junto a su esposa. Celta también había sido invitada, así que tomó una de las sillas cerca del borde derecho de la mesa. La tensión pareció aumentar un poco cuando llegaron Din y Naudur con trajes de terciopelo naranja y flores moradas decorando todo su atuendo.
—Gracias por invitarnos, majestad —dijo Din haciendo una reverencia junto al asiento de la monarca.
—Por favor, siéntanse en su hogar —expresó la chica señalando un par de sillas vacías.
Din eligió su asiento primero, así que a Naudur no le quedó otra opción que sentarse a un lado de él y casi enfrente de Kimiosea.
El resto de los invitados comenzaron a llegar, los nobles que habían visitado a Esmeralda el día anterior, un escultor muy reconocido en el reino, un maestro de arte, un pintor, un músico y otro encinel.
La mesa estaba casi llena, sólo faltaba una silla por ocupar.
—No tuve tiempo de contarte, pero intenté invitar a alguien muy especial a esta cena —dijo Esmeralda a su rubia amiga.
—¿Si te respondió? —preguntó Nereida que estaba enterada del asunto.
—Esta mañana recibí su respuesta.
—No lo van a creer. ¿Recuerdan a Esmeralda en el Coralli? —preguntó Nereida sonriendo.
—Puede que si aparece se pueda desmayar —comentó Dimitri soltando una risa para después voltear a ver al novio de la reina—. Cuidado amigo, ha pasado más tiempo con sus libros que contigo.
Los que estaban al tanto soltaron una risa y Ezra sólo les respondió negando con la cabeza.
—¿De qué hablan? —preguntó Kimiosea tomando un poco de pan que las mucamas acababan de poner sobe la mesa.
—Esmeralda al parecer logró que viniera a la cena su autor favorito —dijo Nereida tomando un poco de agua de la copa que acababan de llenarle.
—¿Qué? —respondió Kimiosea dejando el pan a un lado.
—¡Al "cazador de ideas"! —gritó Esmeralda explotando de emoción.
—¡¿Qué?! —cuestionó la rubia levantándose de un solo impulso.
—Buenas noches. —Esa voz. Esa voz que creía haber dejado atrás con la última prueba de Rétimen—. Majestad.
Dreikov entraba al comedor con un porte sumamente elegante. Caminó directamente hacia Esmeralda, ignorando el hecho de que Kimiosea era la única de pie mirándolo con la boca abierta.
Cuando llegó al asiento de la monarca le dirigió una larga reverencia para después tomar delicadamente su mano y besársela hasta provocar que Ezra se acomodara en su asiento para remarcar su presencia.
—Es el más grande de los honores, su alteza —anunció con esa falsa galantería que podría engañar a cualquiera.
—El honor es todo nuestro, por favor —respondió Esmeralda sonrojada mientras señalaba el único asiento vacío y peligrosamente cerca de Kimiosea.
—¿Dreikov? —preguntó la baronesa Asir que acomodaba sus lentes con marco de plata.
El muchacho reparó en su presencia para dejar mostrar tan sólo un segundo un poco de debilidad. Eran ellos, justamente eran ellos.
—Hijo malagradecido, no hemos sabido nada de ti en meses —expresó el barón de Mer golpeando el suelo con el bastón que portaba.
La señora Fibi entró contenta al no comprender lo que sucedía en ese momento en la mesa, así que se aclaró la garganta para anunciar con festejo: "¡Espero que disfruten su cena!"
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