39. Kánoa
Pasaron otro rato en silencio, admirando el paisaje y dejando sus pensamientos correr suaves y silenciosos como la niebla.
Pareciera imposible, pero la relación de Kimiosea y Tólbik comenzaba a mostrar una semilla de luz. Lo más cercano que habían estado fue cuando comprendieron su compañerismo en la misión, pero poco pasó para que el ánimo decayera y las palabras con que se hablarían o pensarían en el otro, estuvieran escritas con tinta más espesa.
De repente, la hermosa paz que los rodeaba se rasgó por un tierno sonido. La rubia y el guerrero se miraron al mismo tiempo y despegaron las manos de la fría piedra del barandal.
El sonido que acababan de escuchar se repitió, era un muy suave tintineo, casi como el de una campana miniatura. La rubia fue la primera que decidió caminar para volver al castillo, volver sobre sus pasos para saber de dónde provenía aquel curioso sonido.
Tólbik se había visto tan atraído por aquel misterioso evento que olvidó por un momento la enorme tristeza que traía consigo y avanzó detrás de Kimiosea.
El tintineo, a pesar de no ser visible, daba la impresión de moverse enfrente de ellos. Un camino imaginario era lo que estaban siguiendo, sin dudas, un camino que los cegaba y ensordecía con cada paso que daban, como si estuvieran totalmente hipnotizados.
Los pasillos del castillo parecieron quedar totalmente vacíos, como si el inconsciente de todos los que rondaban por ahí, los hubieran alejado para dar paso a esa extraña escena.
La melodía se hacía un poco más íntima, una posible señal de que se acercaban a su origen, aquello pareció confirmarse cuando pasó de ser música verdaderamente atractiva a sonidos, aún hipnotizantes, pero molestos y chillones.
Tólbik abrió los ojos un poquito más cuando notó que toda esa caminata los había llevado a una parte del castillo un tanto misteriosa. Se empezaba a sentir un frío particular que no pasó desapercibido. Una suave luz azul acariciaba las paredes de piedra, poco a poco el estrecho pasillo por el que transitaban descendió hasta convertirse en una escalera.
De a momentos parecía que ambos despertaban de aquel sueño, sólo para hacerse un gesto extrañado o para asegurarse de que el otro aún continuaba acompañándolos.
Como siempre cuando algo es realmente importante, la espera parecía eterna. Daba la impresión de que por cada vuelta que avanzaban por la estrecha escalera de caracol, otra más se agregara al final de esta, con la simple intención de molestarlos.
Cuando terminar de bajar parecía lo más imposible, la escalera se acabó para dejar como recompensa, una pileta redonda de color azul intenso, que no mostraba nada ni a nadie dentro de ella y que se encontraba rodeada por paredes de hielo imponente.
En cuanto los ojos de ambos se fijaron en ella, la pileta parecía afirmar que era ella quien los llamaba por medio de los sonidos de campanas, volvieron a notarse muy fuertes y agudos.
—¿Qué crees que signifique? —preguntó Tólbik, volviendo a mostrar interés en algo.
—No tengo ni la menor idea... pero probablemente alguien que vive aquí lo deduzca.
Los dos se miraron acordando aquella solución y regresaron sobre sus pasos para acudir a la oficina de Esmeralda.
No llevaban mucho en ese lugar, pero ambos tenían ya tan desarrollado su sentido de la ubicación que parecía pan comido encontrar una simple pieza en un castillo.
Kimiosea intentó llamar a la puerta educadamente, pero aquello se quedó en un ligero golpeteo de la rubia antes de que su compañero la rebasara para entrar abruptamente.
—¿Qué hay en la pileta en las profundidades? —cuestionó Tólbik con voz fuerte.
La oficina de Esmeralda tenía un suave olor a cerezas (cosa que no sorprendió a la rubia), transmitía además, un ambiente magnífico.
Recién pronunció esas palabras, ambos se dieron cuenta de que acababan de interrumpir lo que parecía una reunión.
Esmeralda los miraba perpleja desde su bonito escritorio, y el hombre que parecía estar explicando algo a la dirigente tenía el entrecejo a punto de tapar sus ojos, en señal de molestia por la inoportuna interrupción.
—Volveremos más tarde —dijo Kimiosea avergonzada.
—No —insistió Tólbik dando un paso adelante con ímpetu—. Esto no puede esperar.
Aquel sonido parecía despertar algo dentro del muchacho, como si una vela que hubiera estado apagada, ahora se atrevía a dar un poco de luz.
Kimiosea quería insistir en retirarse, porque la fuerza de siempre querer hacer lo correcto siempre le presionaba pero, por esta vez, parecía que su corazón gritaba aún más fuerte: "La misión es más importante". Finalmente dió un paso adelante corroborando que estaba de acuerdo con su compañero.
—No hay problema —expresó Esmeralda desconcertada—, de cualquier forma estábamos a punto de terminar.
El hombre que había sido interrumpido retiró los pergaminos que se encontraban sobre el escritorio de Esmeralda, y caminó a la salida con clara molestia, pero una elegante forma de ocultarla.
Esmeralda esperó a que la puerta se cerrara detrás de él, después se giró hacia sus invitados, adoptando una pose de interés.
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó mirando a ambos fijamente.
—¿Qué hay en la pileta de las profundidades? —repitió Tólbik provocando que la Reina subiera las cejas sorprendida.
—Bueno, es interesante que lo preguntes —dijo levantándose de su asiento para caminar más cerca de ellos—. Anoche te conté un poco sobre Ciro, Kimiosea.
La rubia asintió y Tólbik realizó una pequeña mueca de desesperación por sentir lentitud en las palabras de la Reina.
—Bueno, una de las grandes atrocidades que hizo fue atrapar sirenas y mantenerlas cautivas en ese lugar que visitaron. Las obligaba a revelar el futuro, cosas importantes sobre el reino... ¿qué fue lo que ustedes hallaron?
—Es difícil de explicar, pero algo parecía llamarnos ahí, Esmeralda, esto puede ser una señal para la misión de Tólbik y mía —dijo la rubia angustiada—. También te dije que estoy en una misión de vida o muerte, pero no te conté a detalle que también es una tarea contrarreloj.
—¿Qué es lo que le pasó a esas sirenas? —preguntó Tólbik impaciente—. ¿Qué hicieron con ellas?
—Las liberamos, por supuesto —dijo Esmeralda asintiendo con la cabeza—. Fueron puestas en libertad con tesoros de parte del reino como signo de disculpa.
—¿A qué tribu pertenecían? —cuestionó Kimiosea.
— Zelvian —respondió la Reina colocando su mano en la barbilla—. Kimiosea me contó sobre la reina Ildímoni y el mundo espiritual, pero no alcanzo a comprender cuál es el objetivo central de la misión.
—Majestad —comenzó a decir el joven refiriéndose por primera vez así a Esmeralda—, es muy peligroso hablar de cada detalle de la misión aquí. A Kimiosea se le fue dicha en el reino de mi reina, Ildímoni, un sitio con muchas más protecciones que este lugar. —Al pronunciar la última palabra hizo una mueca de desagrado.
La misión seguía, aunque su corazón estuvo roto, aunque todo en lo que alguna vez encajó se había ido volando por la ventana. Esa dulce y misteriosa melodía le había traído a la memoria lo importante que era aquella tarea, la gran fidelidad que la tenía la reina Ildímoni y lo que pasaría si él simplemente abandonara todo. Era eso, era esa chispa de microscópica esperanza la que necesitaba, tal vez por eso quería resolver este misterio, lo más rápido posible.
—Ven con nosotros —dijo la rubia regresando a Tólbik a la realidad —, Esmeralda, no sabemos si quiera el acertijo de la última prueba, pero sabemos que eres tú la que nos ayudará, eres la única pista.
Esmeralda asintió de inmediato y movió la mano frente a ella para invitar a sus invitados a guiarla.
Ni Kimiosea, ni Tólbik volvieron a escuchar melodía alguna en su camino a la pileta abandonada, y así se mantuvo todo aunque ya hubieran llegado al punto en cuestión.
—Desapareció —dijo Esmeralda observando el sitio con escalofrío—, sin embargo, concuerdo con ustedes. Se puede sentir una energía rara en este lugar.
—¿Nos quedaremos así sin hacer nada? —preguntó Tólbik desesperado.
—Por el momento, no puedo otorgarles más información o ayuda sobre este sitio, sin embargo... Creo que estoy recordado un lugar cuya biblioteca está compuesta por múltiples volúmenes de historia y modales —afirmó Esmeralda notando cómo Kimiosea volvía a la realidad repentinamente—. Esta pileta no la construyó Ciro ni... mis padres —expresó Esmeralda un poco conflictuada por llamarlos así—. En realidad fue un regalo de Kánoa cuando el primer castillo de Nitris se construyó después de la Gran Guerra.
—Vaya, alguien ha estado estudiando historia —expresó Kimiosea restándole formalidad al momento.
—Ciertamente de eso me hablaba el hombre al que interrumpieron, sobre la necesidad de un consejero o hechicero para ayudarme con mi reinado —dijo Esmeralda reposando su preocupada mirada sobre el agua.
—No nos desviemos —soltó Tólbik indiferente a las preocupaciones de la Reina—. Si esto fue un regalo de ese lugar, hay que ir a averiguar de inmediato.
—Convenientemente, hoy tenía programada una audiencia con la Lirastra.
—Vamos en este instante —dijo Tólbik decidido.
—No creo que sea muy conveniente —confesó Esmeralda con recato—. Las reglas de etiqueta en Kánoa son muy estrictas, considerarían una burla de nuestra parte que llegáramos a la reunión con una persona que no conoce el mínimo de protocolo.
—Esto es mucho más importante que esas banalidades. Son simples inventos de los mortales, tenemos que completar esta misión.
El corazón de Tólbik comenzó a latir rápidamente, como nunca lo había hecho. Le parecía extremadamente raro porque en realidad, nada, además de lo que estaba sucediendo, había irrumpido la monotonía de las cosas.
Se quedó un momento absorto, como si el agua volviera a llamarle, pero esta vez sin sonidos, solo con sensaciones.
—Les propongo algo —expresó Esmeralda desviando la atención a las extrañas expresiones que estaba realizando Tólbik—: Mandaré a un mensajero a Kánoa de inmediato, para adelantar mi reunión con la Lirastra. Mientras tanto, le diré a Ezra que te ayude en las investigaciones correspondientes sobre la pileta y las sirenas... ¿Estás de acuerdo?
Tólbik hubiera respondido que "no" en cualquier otro momento o con un "me da lo mismo" apenas unos minutos atrás, sin embargo, la corazonada que acababa de tener le hizo asentir con elegancia, al desear el hecho de quedarse a investigar la pista más importante que tenía sobre su misión.
Los tres regresaron a la oficina un poco distintos. Tólbik tenía esa adrenalina corriendo por el cuerpo, hambrienta de respuestas; Kimiosea parecía intrigada y atenta a cualquier cosa que pudiera ayudarle a impedir un mal mayor en el mundo; Esmeralda, lucía simplemente ausente.
—Escribiré la carta ahora mismo —dijo la Reina tomando un poco de papel para comenzar su curso.
—¿En dónde crees que podamos encontrar a Ezra? —cuestionó Kimiosea tranquilamente.
—Probablemente...
—No puede ser —interrumpió una voz conocida por la rubia—. ¡Era cierto!
—¡Son ustedes! —gritó Kimiosea al percatarse de que Iniesto y Dimitri sonreían desde la puerta acompañados por Ezra.
Los tres encabezaron una escena de lo más conmovedora, enmarcada por Esmeralda, quien levantaba la mirada de la carta de vez en cuando para sonreír enternecida, y por Ezra, quien no dejaba de admirar a su novia con gesto preocupado, sumergido en sus propios asuntos.
—Jamás creímos que te volveríamos a ver hoy —expresó Dimitri dándole un fuerte abrazo fraternal.
—¿Dónde has estado? ¿Qué ha sido de tu vida? —preguntó Iniesto alborotándole el cabello.
—En este momento —interrumpió Tólbik—, hay cosas más importantes.
Esmeralda sonrió discretamente, le divertía que Tólbik fuera tan serio, como si cada asunto que se le presentara fuera sumamente crucial; borró su sonrisa un instante al cruzar por su mente la idea de que tal vez todo aquello le parecía exagerado por el simple hecho de que no conocía en su totalidad la misión.
Cerró la carta rápidamente y la selló, al tiempo que se levantaba para encontrarse con Kivia que custodiaba la puerta.
—Que el mensajero la lleve a Kánoa lo más pronto posible —indicó la Reina, la muchacha asintió y se dió media vuelta para emprender su camino en búsqueda del joven mensajero—. Ezra —continuó la monarca—, ¿acompañarías a...?
—Tólbik —completó Kimiosea sacándola del apuro.
—A Tólbik a la zona en donde estaban las sirenas —completó recibiendo como respuesta una lenta y elegante afirmación con la cabeza, parecía casi una reverencia y era muy característico de Ezra.
Tólbik siguió al muchacho y ambos se retiraron de la oficina.
—Pero qué aguafiestas —expresó Dimitri cruzando los brazos.
—Podría parecer, pero tiene razón —aclaró Kimiosea con mirada suave—. Estoy en una misión muy importante, tan importante que resultó realmente difícil creer que yo era parte de ella.
—Bueno, en ese caso, debemos apresurarnos para llegar a Kánoa —expresó Esmeralda con voz firme—. Mira cómo te han dejado. —Esmeralda rio despreocupadamente por el ahora enmarañado cabello que Iniesto le había dejado a Kimiosea. Parecía como si la primera parte de aquella oración la hubiera dicho la reina de Imperia y la segunda, la chica que todos conocían—. No crean que quiero arruinar este momento, claro que Kimiosea nos debe una larga charla.
—Si es posible para ustedes —dijo Iniesto sonriente—, Nereida y yo podríamos recibirlos mañana en nuestra casa para que podamos hablar. Estoy seguro de que ella también muere por charlar con ustedes.
—Es una estupenda idea —respondió Kimiosea agradecida por el gesto.
Los chicos caminaron afuera de la oficina y esperaron a que Esmeralda terminara de cerrarla para despedirse. Dimitri e Iniesto se fueron hacia la cocina para comer un poco de fruta antes de la segunda ronda del encuentro; Kimiosea y Esmeralda avanzaron hacia la habitación de la última.
Esmeralda, a pesar de ya estar arreglada, necesitaba cambiar su atavío por uno más adecuado a la región que visitaría.
Kánoa era una región de tradiciones, a pesar de que el reinado de Esmeralda se caracterizaba por ser modesto y sencillo, y que el rango de Esmeralda era superior por mucho, el simple hecho de acudir a una reunión en un vestuario tan sencillo como el que traía puesto, podría parecer una gran falta de respeto hacia la Lirastra y toda su corte. Algo diplomáticamente inaceptable
Esmeralda le permitió a Kimiosea elegir un vestido de los que tenía guardados en la bodega del palacio.
Cuando la chica asumió el trono recibió muchos regalos de distintos dirigentes, telas, joyas, vestidos y todo tipo de adornos que, honestamente, a Esmeralda no le gustaba ver alrededor de su habitación, por eso, había mandado a guardar en una bodega.
Ambas buscaban algún vestido que quedara adecuado para la visita en Kánoa. Buscaron en silencio, en parte por la importancia de la reunión que procedía ese pequeño momento, Kimiosea daba por hecho que aquella era la razón; sin embargo, los pensamientos de Esmeralda iban un poco más allá de aquello.
Inclusive a ella le parecía poco propio de sí misma, y aún así, últimamente un sólo sentimiento acompañaba la mayoría de las horas de la joven monarca: el miedo.
Si se pusiera a analizar todas las cosas que había estado viviendo, cualquiera podría pensar que se requeriría de una gran cantidad de valentía, era por lo tanto, aún más extraño que una sensación de escalofrío se apoderara de ella a cada momento, comenzando desde su nuca y extendiéndose por todos sus brazos terminando en las yemas de sus dedos, vibrante y perturbador.
No lo había comentado con nadie, pero era una sensación que la molestaba constantemente, que en ocasiones, inclusive, le quitaba el apetito o, cuando se sentía demasiado intenso, el sueño.
Aquello no le parecía digno de mencionarse, en especial cuando se trataba de una dirigente tan importante. Podría parecer signo de debilidad, que la reina de Imperia estuviera atrapada en ese tipo de conflictos.
Los pensamientos de Esmeralda continuaron mientras caminaban de regreso hacia la habitación principal del castillo. Cuando abrieron la puerta, las dos creyeron que habían sido suficiente y la rubia rompió el silencio.
—Realmente es algo molesto tener que hacer esto —comentó Kimiosea peinando con sus manos la trenza que se había hecho en la mañana.
—¿Sabes una cosa? —dijo Esmeralda sentándose en su cama con los pesados vestidos a un lado —. Creo que te quedaría bien un peinado diferente.
Kimiosea volteó a verla con una sonrisa amistosa y procedió a deshacerse el peinado completamente.
Podría parecer una tontería, pero quitarse ese peinado recatado, le hacía sentir una enorme satisfacción, una gran liberación extraordinaria que sentía al observar su cabello rubio volver a su naturaleza.
Soltó una pequeña risita traviesa al tiempo que revolvía su cabello con las manos y ambas comenzaron a vestirse.
El carruaje de Esmeralda se veía realmente hermoso bajo la luz del Sol, en especial en combinación con los preciosos detalles y paisajes de Kánoa.
Por la ventana del carruaje, las muchachas pudieron observar a la Lirastra Fidanchena, a la Lirastra Bisnia y a Diesta que estaban esperándolas con postura inmaculada en la entrada del palacio. Recibir a los visitantes directamente en la puerta era un protocolo que sólo se ejecutaba cuando la familia real de Nitris visitaba aquella región.
Los ojos calculadores de la Lirastra Fidanchena miraron con discreción el carruaje. Para ella había sido muy extraño que la que en algún momento fue dama de compañía de su hija, ahora fuera la reina de toda Imperia.
Era un hecho que le sorprendía y molestaba al mismo tiempo.
Unas trompetas sonaron al tiempo que el carruaje real se detenía. Un paje abrió la puerta con elegancia
Esmeralda descendió mostrando el hermoso vestido verde con bordados dorados que había elegido. Adornando el vestido, la hermosa corona de esmeraldas remarcaba el estatus de la joven mujer, al igual que el precioso collar de diamantes que traía sobre su cuello.
Seguida de ella, venía Kimiosea, quien bajó de aquel carruaje sintiéndose maravillosa, paso a paso se acercaba a lo que todos anhelan en algún momento de la vida: ser la versión más auténtica de uno mismo.
Portaba un precioso vestido color bronce, con ligeros y elegantes brillos en la tela, y el cabello suelto y ondulado con dos pequeñas trenzas que se había hecho a los lados de su cabeza.
Las Lirastras reverenciaron prolongadamente hasta que las chicas respondieron, Kimiosea con una reverencia igualmente larga y Esmeralda con una brevísima como su rango ameritaba.
—Majestad —comenzó la Lirastra Fidanchena llena de falsa cortesía—, es un verdadero honor tenerla aquí. Disculpe, por favor. Como no la esperábamos tan pronto, no tuvimos la oportunidad de preparar un banquete digno de su presencia.
Aquel tipo de situaciones eran las que desataban en Esmeralda un montón de disgustantes emociones, sin embargo, era imposible que pudiera demostrarlas sin posibles consecuencias.
—Acepto su disculpa, Lirastra. Comeremos lo que hayan preparado sus cocineros —respondió con suma calma.
La anfitriona hizo una pequeña reverencia en agradecimiento por su clemencia, acto seguido giraron sobre sus hampones y ostentosos vertidos para dejar paso a las invitadas hacia el palacio.
Kimiosea había estudiado mucho sobre la cultura y costumbres de Kánoa, sin embargo, entrar en ese enorme palacio le resultaba verdaderamente impresionante.
Probablemente la Lirastra no la recordaba y eso alegraba a Kimiosea, sería incómodo y difícil de explicar, por qué pasó de ser un alma penitente que buscaba desesperadamente trabajo en su palacio, a la acompañante de la reina de Imperia.
Caminaron perfectamente coordinadas hasta llegar al enorme y lujoso comedor en donde Esmeralda solía quedarse de pie por horas, vigilando a las hijas de la Lirastra, por si necesitaban algo; ahora, las que se encontraban ahí eran Nana (a quien Esmeralda deseaba saludar) y una joven de cabello gris que se mantenía perfectamente quieta, seguramente la nueva dama de compañía de la Lirastra Bisnia.
El tiempo que había transcurrido entre el viaje del mensajero y el viaje en carruaje, había bastado para que la hora de comer llegara.
Las mucamas arribaron silenciosas con un plato de humeante crema de queso con pan recién horneado para abrir la comida.
—Agradezco, majestad, por las hermosas telas que ha mandado a mi palacio el mes pasado —indicó la Lirastra Fidanchena inexpresiva—, Será un gran privilegio vestir prendas hechas con tela de su honorable región de origen.
—Mis regiones de origen siempre serán Alúan y Lizonia, Lirastra. Las telas que he enviado son de Nitris —respondió Esmeralda sin demostrar su molestia.
La Lirastra Fidanchena claramente quería contradecir lo que acababa de escuchar, sin embargo, la imponente corona de Esmeralda le hizo retroceder su lengua para simplemente mantener su frustración dentro de sí.
La conversación continuó sobre temas banales, como siempre. Comer en Kánoa estaba resultando muy contrastante con las comidas que había tenido Kimiosea en Nitris.
La tensión se respiraba en cada bocado, en cada crujir del pan (quien parecía reprimirse de hacer demasiado ruido). Kimiosea volteaba a ver a su amiga de vez en cuando con suma delicadeza y discreción pero con la suficiente claridad para que Esmeralda comprendiera sus gritos de ayuda.
Como ella llevaba mucho tiempo sin practicar las grandes reglas protocolarias, prefería mantenerse en bajo perfil, definitivamente desencajaba en ese lugar. Sabía que su alma ahora parecía pertenecer un poco más el bosque que a aquella porcelana fina.
Al finalizar la poco placentera comida, Esmeralda informó a la Lirastra sobre el motivo de su urgencia y solicitó el uso inmediato de su biblioteca por Kimiosea.
La Lirastra accedió, aunque, de acuerdo al protocolo, era imposible para ella rehusarse a una petición de Esmeralda. Mientras que la Lirastra y la Reina se retiraban para tener su audiencia privada, Kimiosea era escoltada por un ejército de mucamas hacia la enorme y lujosa biblioteca.
Ni siquiera la gigantesca biblioteca del Coralli podía ser comparada con aquel sitio. Preciosas ediciones de antiguos libros con cubiertas en colores cremas y pastel inundaban los estantes, eran ediciones especialmente hechas para el palacio de Kánoa.
Kimiosea pasó sus dedos por los libros y realizó una pequeña seña con su cabeza para indicarle a la mucamas que retiraran.
Cuando se vio totalmente sola, tomó el primer libro que llamó su atención para comenzar a hojearlo.
Necesitaba encontrar cualquier cosa sobre el descubrimiento que había hecho junto a Tólbik en el castillo de Nitris, pero no sabía por donde empezar.
Todos los títulos lucían algo sosos y aburridos. Muy a pesar de que en el Coralli no se veían cubiertas tan bonitas cubriendo las estanterías, lo que esa biblioteca sí tenía y esta no, era alma propia.
De hecho, esa impresión daba el resto del palacio, como si los tesoros y los joyas no pudieran compensar la falta de espíritu en los pasillos.
Kimiosea sacó otro libro más, uno de preciosas hojas de color rosado, y comenzó a leerlo:
"... es por ello que Kánoa es la única región que se encuentra protegida del mundo espiritual, gracias a..."
—No encontrarás nada interesante —dijo una vocecita que provocó que Kimiosea soltara el libro.
—Hola —saludó la rubia nerviosa—. No te había visto.
—Acabo de llegar —respondió la niña sonriendo—. Mi nombre es Diesta, ¿eres amiga de Esmeralda?
—Así es. —Kimiosea regresó el libro a su lugar. Lucía muy hermosa para ese momento. Tan segura de sí.
—Los libros de aquí son aburridos —expresó la pequeña pasando su vista rápidamente por ellos—. No creo que haya algo de verdadero valor.
—Estoy buscando un libro de historia —expresó Kimiosea.
La niña soltó un suspiro. Caminó con su vestido enorme hacia dentro de la biblioteca para después señalar un estante de mármol reluciente.
—Estos son los libros de historia sobre Nitris —indicó con la mirada cansada—. Eso buscas, ¿cierto?
—Vaya, muchas gracias —dijo la rubia tomando el primer libro que su mano eligió—. ¿Cómo lo sabías?
—No especificaron mucho los detalles sobre su misión, pero sé que no vendrían desde Nitris con tanta urgencia si no fuera porque necesitan información específica sobre su región... Esmeralda odia estas reuniones, me lo ha dicho.
Kimiosea sonrió enternecida mientras comenzaba a hojear el libro. Aquel no parecía ofrecerle lo que buscaba, sin embargo, por primera vez parecía estar muy cerca.
Tólbik detestaba tener compañeros. Ezra no fue la excepción al inicio, a pesar de ser un acompañante muy distinto a Kimiosea, parecía más un observador, como si confiara en Tólbik, aunque quisiera aparentar lo contrario.
El guardián estuvo rodeado la pileta unos minutos antes de sentarse sobre el hielo a modo de meditación.
—¿Es esto algo demasiado grave? —preguntó Ezra con suavidad.
—¿Qué dices?
—Lo lamento —expresó sinceramente—. Solamente quiero entender qué tanto riesgo corre este reino.
Tólbik se quedó un momento observándolo, no parecía el tipo de persona que solía desquiciarlo, como Kimiosea, si no más bien alguien serio, que tenía los pies bien puesto sobre la tierra.
—Este y todos las reinos peligran si no descubrimos por qué nos han enviado aquí —explicó el joven observándolo fijamente—. Lo que ves es nuestra única pista, lo único que realmente nos acerca a saber qué hacer.
Ezra se quedó un momento reflexionando. En realidad, no se había visto demasiado involucrado con las inspecciones requeridas cuando capturaron al ahora preso rey Ciro, sin embargo, estaba seguro de que podría recordar algo muy importante sobre tal evento; por lo tanto, se quedó pensando callado un buen rato, mientras Tólbik también parecía depositar toda su concentración en el agua que se movía de manera casi imperceptible frente al guerrero.
El corazón de Tólbik se comenzó a acelerar nuevamente con cada respiración, el aire viajaba por su cuerpo lentamente, pasando por cada fibra de su cuerpo y despertándolo más y más.
De un momento a otro, comenzó a sentir al agua dentro de él, cada centímetro pasando por su piel. Ezra también depositó sus grises y tranquilos ojos sobre el agua y cuando el ambiente llegó a su punto más pacífico el muchacho por fin recordó.
Como era una persona muy prudente, antes de levantar la voz, decidió colocarse a un lado de Tólbik y hablar con el tono más suave que pudo encontrar.
—Recordé un detalle importante —dijo Ezra cerrando los ojos suavemente.
Tólbik volteó con tranquilidad hacia él como aceptando que quería escuchar aquel comentario y Ezra, a pesar de no verlo, continuó.
—Cuando estábamos liberando a las sirenas, algo llamó mi atención... Uno de los soldados tiró sin querer una piedra a esta pileta. Con una pequeña piedrecilla bastó para que la pileta empezara a soltar un brillo peculiar.
—¿Alguien entró para ayudar con las sirenas? —preguntó Tólbik interesado.
—Nadie. Cortamos las cadenas desde fuera. Ellas después salieron a la orilla para que les retiráramos el resto.
El guerrero se levantó lentamente y miró a su acompañante con un brillo en la mirada, para ese punto, Ezra ya abría los ojos y se levantaba de igual manera para presenciar el pequeño experimento de ambos.
Tólbik miró con suma concentración la pileta y comenzó a caminar directo hacia el agua. Ambos esperaban que algo sorprendente sucediera cuando el joven entrara en contacto con la pileta y aquello en parte pasó.
El agua de por sí turquesa brillante, empezó a emitir un brillo sobrenatural, un brillo tan fuerte que provocó que ambos se taparan los ojos de inmediato. Algo maravilloso, debía preceder el momento, sin embargo, el brillo murió repentinamente dejando a Tólbik en medio del agua sin ninguna respuesta.
—Estamos cerca —dijo el guerrero emitiendo una pequeña sonrisa.
Diesta se había dispuesto a ayudar a Kimiosea a tomar libros y revisarlos. La chica le explicó de manera escueta que le indicara cada que pudiera localizar información sobre sirenas, o sobre construcciones antiguas del castillo de Nitris.
Ambas comenzaban a cansarse cuando Diesta dio un pequeño saltito.
—¡Mira esto! —gritó la pequeña entregándole un libro abierto a Kimiosea—. Habla sobre pasadizos, cuartos especiales y secretos sobre el primer castillo de Nitris.
La rubia tomó el libro y comenzó a revisar las páginas. Los fracasos anteriores casi le hacen perder la esperanza muy pronto, sin embargo, cuando sus menos estaban a punto de cerrar el libro, encontró un gran título que se acompañaba de un dibujo exacto de la pileta: "La guarida de las sirenas".
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Chicoooos, no les había podido actualizar porque me enfermé :(. Pero les traje un capítulo escrito con todo mi cariño :3. ¡Nos estamos acercando al final!
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