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38. Un hermoso castillo

AVISO: ¡Hola! Antes de leer este capítulo quiero aclarar algo importante :P. En próximas ediciones de este libro en físico quisiera agregar una línea del tiempo que me permita dejar en claro el orden de los sucesos, por lo mientras, intentaré hacerlo por acá con una breve explicación. Este libro inicia temporalmente justo cuando las chicas se gradúan del Coralli. Todo lo que acaban de leer sucede mientras Esmeralda vive las aventuras del primer libro. Ahora, que se vuelven a cruzar los caminos, estamos ubicados unos meses después de que el reino se ha restaurado en el penúltimo capítulo del primer libro. Es decir, este encuentro entre Kimiosea y Esmeralda ocurre entre la victoria del primer libro y el relato que indica "un año después" en el penúltimo capítulo. Esto es lo que sucedió durante ese año antes de la boda de Esmeralda.

Bueno jeje, aclarando esto, los dejo con el capítulo. Cualquier duda pueden dejármela en los comentarios :3.

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La noche se pasó rápidamente para las chicas. Cada estrella se unió a las carcajadas y anécdotas de las muchachas durante su primera charla en años.

Ambas se encontraron verdaderamente sorprendidas con lo que había sucedido con la otra. Por un lado, Kimiosea podía sentir los escalofríos que te recorren cuando te das cuenta de algo asombroso, cada que pensaba que todo lo que había escuchado sobre la nueva Reina, en realidad hacía referencia a su amiga Esmeralda, acercaba a su mente a creer en lo irreal.

Todo aquello se sintió como volver a casa.

El sol se encontraba de un humor particularmente bueno ese día. Decidió disipar la neblina un poco y permitir que el agua de lluvia que había quedado sobre el césped, se evaporara hasta causar un delicioso aroma que despertó a toda la región con una sensación hermosa en el corazón.

Kimiosea volteó a ver la preciosa vista que se alcanzaba a ver desde el balcón de Esmeralda.

Deleitar sus ojos con ese precioso bosque le recordó todo el tiempo que ella misma formó parte de la naturaleza. El tiempo en que ella era uno con el caos y la armonía que formaba el mundo tal y como era.

Entre aquellas reflexiones, volcó su atención hacia dentro de la habitación. Era cierto que la habitación de Esmeralda no era la mitad de lujosa que la de sus antecesores, pero las bonitas sábanas bordadas, las preciosas cortinas, collares y escudos que resaltaban terminaban de hacer entender a Kimiosea que su realidad, nuevamente, había cambiado en un abrir y cerrar de ojos.

La rubia disfrutaba del vaivén de sus pensamientos cuando alguien llamó a la puerta.

—Amanece, majestad —dijo una voz a través de la puerta.

—Gracias —expresó Esmeralda soñolienta mientras despertaba—. Pronto estaré lista.

Kimiosea sonrió amigablemente a su compañera antes de que esta comenzara a estirarse teatralmente para espabilar.

—Una cosa que extraño de Lizonia es retozar entre el pasto —agregó saliendo de la cómoda cama—. Aquí hay que levantarse siempre temprano.

—Esmeralda, no tengo ropa que combine con tu castillo —indicó Kimiosea un poco apenada—. No sé que deba usar.

La Reina posó sus ojos adormilados unos segundos en ella y luego sonrió. Así de natural, era fácil traerla a la memoria como era en los viejos tiempos, todo era diferente cuando se colocaba esa ropa fina y una brillante corona sobre su cabeza.

—Puedes vestir como te plazca, pero tengo muchos vestidos si es que quieres uno —respondió Esmeralda mientras entraba a su armario para tomar un bonito vestido amarillo—. Mira, este te quedaría hermoso.

La rubia trajo a su memoria todas las lecciones que había aprendido en clase de la profesora O'Kris. Aquel vestido no lucía lo suficientemente tradicional o formal. Más bien parecía cómodo y festivo, como siempre había sido el gusto de Esmeralda.

—¿Y el velo? —preguntó Kimiosea al tiempo que Esmeralda sacaba un bonito vestido color gris azulado.

—No llevo mucho al mando, pero quiero cambiar algunas cosas. No significa erradicar tradiciones, sino avanzar —explicó la muchacha mientras llevaba su ropa al vestidor—. Tampoco solicité damas de compañía. Creo que habrá otros castillos en donde puedan aprender más cosas que aquí.

Kimiosea se dirigió al baño con el vestido en las manos. Al igual que al observar por la ventana, sentía la gran diferencia entre su vida de antes y lo que se encontraba viviendo en ese momento.

Trató de recordar todos los pasos para ataviarse correctamente para la realeza. Era cierto que Esmeralda había sido su amiga desde la infancia y que se respiraba un aire informal en los pasillos de aquel lugar, pero eso no eliminaba la sensación de querer impresionar, de querer retribuir de alguna manera las atenciones y el cariño, al menos, con el hecho de lucir presentable en aquel sitio.

Pasó un poco de agua por su cabello seco e intento peinarlo con un cepillo que se encontraba cercano. No pasó mucho para que su cerebro comenzara a recordar con mayor frescura todo lo que ella necesitaba para lucir como la Kimiosea de antes.

Todos esos pasos que ella hacía cada mañana y que nunca llevó a la conciencia, pero que ahora afloraban como si su esencia volviera a surgir de entre las aguas.

Finalmente las chicas terminaron de ataviarse y comenzaran a avanzar por los largos pasillos del castillo de Nitris.

—Espero que hoy podamos hacer las visitas correspondientes —dijo Esmeralda mientras entraba a su despacho, el que alguna vez fue de Ciro.

—Majestad —dijo un hombre que entraba realizando una reverencia—, ha llegado una carta de Noif.

Esmeralda asintió y se dirigió a sus escritorio con urgencia para abrir el bello sobre sellado que se hallaba esperándola.

Comenzó a leerlo y poco a poco terminó sentada con sus codos bien apretados sobre la mesa y el ceño fruncido.

De un momento a otro, recordó que Kimiosea estaba ahí, así que suspiró profundamente y la miró con la menor preocupación que sus ojos pudieron reflejar.

—Tengo un asunto que resolver, nada grave, pero, aún me cuesta trabajo controlar todos estos asuntos administrativos —confesó la muchacha rascándose la cabeza—. ¿Te molestaría ir a dar una vuelta por el castillo?

—Claro que no —indicó Kimiosea amablemente—. Aunque preferiría hacerlo acompañada, ¿sabes en dónde es que está Tólbik?

—Cierto, seguramente está desayunando con Ezra y todos los demás. Lo siento, Kimiosea, puedo ya ser una reina pero sigo siendo la misma chica despistada.

La rubia sonrió y pidió indicaciones para encontrar a su compañero.

El sol se colaba tranquilo, como siempre cuando recién ha salido. Los pasillos despertaban en Kimiosea una extraña sensación, lucían como cálidos huéspedes que invitaban a la chica a sentirse en casa.

Aquello le parecía de lo más extraño, ¿cómo pasó de considerar al Coralli su hogar a vivir con Naudur, luego con Dreikov, a perderse en el bosque y después de muchos viajes finalmente encontrarse en el castillo de Nitris, sintiéndolo tan hogareño?

Las indicaciones de Esmeralda para llegar a aquel lugar eran importantes, sin embargo, el verdadero guía de Kimiosea en aquella ocasión fue su olfato.

Casi podía saborear los deliciosos platillos que se estaban sirviendo en el comedor: pan recién horneado, mermeladas caseras y un increíble aroma que la chica no alcanzaba a identificar, pero que tenía notas de vainilla que hacían a su estómago solicitar que acelerara el paso.


En Imperia era muy común escuchar sobre las comidas de las familias reales. Fuera porque algún sirviente que había sido lo suficientemente afortunado para estar ahí, lo contaba o debido a simple imaginación de los habitantes. Kimiosea, por lo tanto, imaginaba un enorme comedor que de punta a punta tendría a Ezra y a Tólbik, ambos demasiado incómodos para poder intercambiar palabra alguna, más que aquellas de cortesía que son francamente ineludibles. Sus ojos se alegraron al encontrara una escena bastante diferente.

El lugar al que las instrucciones de la reina la llevaron era verdaderamente encantador.

Un pequeño jardín, que parecía recién inaugurado, la recibió. Hermosos arbustos con rosas, violetas y magnolias decoraban aquel festivo desayuno.

Una pequeña risa se le escapó a Kimiosea mientras sus pies la iban acercando más y más a la mesa con todos los alegres comensales. Su alma sólo reparó en tanto gozo cuando encontró el rostro de Tólbik abrumado y muy triste, junto a Ezra, cuya expresión parecía más bien incómoda.

La rubia había agarrado suficiente valentía en todos sus viajes, así que no tuvo más problema en acercarse a tan incómodo momento para saludarlos con una fresca sonrisa.

—Buenos días —dijo la chica a ambos.

Tólbik la miró desganado, mientras que Ezra simplemente hizo una ligera y forzada reverencia con la cabeza.

—Gracias por este hermoso festín —dijo Kimiosea al muchacho de ojos grises.

—Esmeralda tuvo la idea —expresó tomando un poco de jugo de moras con incomodidad.

—Sé que mencionaste que no confías en nosotros —expresó finalmente la muchacha tomando un panecillo humeante que se encontraba tentador sobre una canasta—. No puedo pedirte que lo hagas de inmediato, entiendo el sentimiento. Sólo te pido que nos des una oportunidad.

Ezra mantuvo su gesto serio por un momento, sin embargo, recordó las palabras de su novia. Si realmente confiaba en ella, debía confiar en sus invitados. Finalmente esbozó una suave sonrisa y miró a Kimiosea con tacto.

—Disfruten el desayuno —dijo antes de levantarse elegantemente y desaparecer por el jardín.

—Tólbik, quería hablarte desde que llegamos, ¿cómo te sientes? —preguntó preocupada por el semblante de su compañero.

Kimiosea estaba un poco harta de hablar sola, pero Tólbik no parecía querer hablar muy pronto, así que se armó de paciencia y dio una mordida a su panecillo.

—Esmeralda nos ayudará con la siguiente misión, pero creo que tenemos que tener los ojos muy abiertos. Demos un paseo por el castillo después de desayunar, tengo la sensasión de que podemos encontrar algo importante, ¿te parece?

El joven no contestó, así que la rubia siguió disfrutando de la comida.

Había pasado mucho tiempo desde que la rubia se sentaba decentemente a degustar algo que no fueran moras y té improvisado. Durante su viaje había tenido muy poca hambre, pero el estar ahí sentada entre deliciosos platillos y humeante pan, le recordaba el increíble bienestar que puede representar para alguien disfrutar de un festín.

Mientras el alma de Kimiosea se regocijaba en los pequeños placeres terrenales, Ezra se encaminaba al campo de entrenamiento del ejército imperiano.


Es sorprendente como, a pesar de llevar tan sólo unos meses bajo el reinado de Esmeralda, todo se sentía diferente, él también se sentía diferente.

Caminaba por los pasillos del castillo como si siempre lo hubiera hecho, como si vivir ahí hubiera sido un hecho existente en otra vida, en una vida infinita.

Sus días eran tan maravillosos que parecía siempre estar acompañados con una melodía angelical. Una melodía tan dulce que hacía a Ezra sonreír de vez en cuando sin razón aparente e invitaba a su mente a imaginar cada palabra que escuchaba cubierta de seda, cada sonrisa brillante como diamante y la mirada de su amada valiosa y deslumbrante como el oro mismo.

La llegada de Kimiosea le causaba una molestia pequeña, pero lo suficientemente contrastante con el resto de su realidad que era imposible no magnificar el evento.

Al igual que con su vida en el castillo, Ezra no había tardado demasiado para que Iniesto y Dimitri se volvieran sus amigos más cercanos. No estaba seguro si era el hecho de que ambos eran francos, valientes y afectuosos, como todo amigo respetable, o simplemente se atribuía su rápida amistad a que, después de sus experiencias en la infancia, Ezra no había tenido más amigos hasta conocerlos a ellos.


El chocar de las armas pertenecientes al ejército siempre daban la bienvenida a quien entrara al campo de práctica.

Así como el mismo sol que se impone en el amanecer, la corta cabellera pelirroja de Celta resaltaba al centro de la practica, observando a sus soldados sudar con la intensidad de su lucha y analizando a cada sujeto aunque estuviera demasiado lejos para siquiera escuchar sus quejidos.

Iniesto y Dimitri cabalgaban de un lugar a otro dando indicaciones al ejército, corrigiendo ejercicios y demostrando tácticas a los jóvenes que integraban las tropas. Todo lucía verdaderamente solemne.

La derrota de Ciro y los resultados del nuevo reinado habían producido un fuerte sentido de orgullo por pertenecer a Imperia en cada habitante, sin excluir a quienes lo defendían.

El sonido de un cuerno interrumpió el ambiente y todos bajaron sus armas al mismo tiempo, caminando exhaustos hacia el castillo.

—Justo a tiempo para la hora del té con tus amigas, ¿no, Ezra? —gritó Celta desde su lugar.

Dimitri e Iniesto rieron desde sus caballos mientras se acercaban a su general para hacerle una reverencia.

—Los veo en la tarde —expresó Celta caminando hacia el castillo—. Hasta la reunión, renacuajo —añadió al tiempo que pasaba junto a Ezra.

Por su parte, los capitanes del ejército imperiano bajaron con porte imponente hasta donde estaba el chico.

—Bueno, bueno, un príncipe nos visita —dijo Dimitri chocando su puño amigablemente en el hombro de Ezra.

—No soy príncipe, les he dicho —respondió el muchacho sobando inocentemente su brazo.

—Ah, pero eres el caballero encantado de nuestra reina —expresó Iniesto burlonamente al tiempo que jalaba con suavidad las riendas de Trinity—. ¿A qué debemos tan honorable visita?

Para este punto, los tres caminaban con tranquilidad hacia las caballerizas, Dimitri e Iniesto intercambiaron una mirada divertida al notar esa expresión en Ezra, esa en la que algo lo angustiaba demasiado, pero no quería dejarlo salir porque podría parecer insignificante.

—Esa extraña, me preocupa su estancia —dijo Ezra cruzando los brazos.

—¿Extraña? —preguntó Dimitri.

—Anoche llegó una extraña, la que relaté aquel día en el que cuidaba el castillo... Dice que viene por una misión.

—Claro, nuestro general la mencionó vagamente... Si es una completa extraña parece raro que Celta la aceptara porque sí —expresó el rubio muchacho.

—No es una extraña total —aclaró Ezra angustiado—. Una amiga de Esmeralda... Kimiosea, me parece.

—¡Kimiosea! —dijeron al mismo tiempo los capitanes.

—¿Cuándo llegó? —cuestionó Dimitri emocionado.

—¿Ustedes también la conocen? —preguntó Ezra bajando la mirada.

—Oye, ¿podrías llevar a Trinity y Ánimus a sus caballerizas? ¡Tenemos que saber qué ha pasado! ¿Viene con el tonto de las mallas?

—¿Qué? No, bueno, viene con un hombre de piel muy pálida —respondió el muchacho recibiendo las riendas en contra de su voluntad.

—Volveremos en seguida, no tardaremos en...

—¡Esperen! —interrumpió Ezra apretando los ojos para regresarles las riendas—. Sólo un segundo, hay otra cosa... Algo que me angustia, creo que eso es lo que me ha tenido un poco malhumorado.

—¿Cuestiones hormonales? —preguntó Dimitri riendo.

Su amigo no respondió nada, en cambio, metió sus manos a los bolsillos del saco azul rey que traía para sacar una pequeña caja de madera. Se las extendió a sus amigos y posteriormente la abrió para dejar mostrar un precioso anillo de diamantes.

—Oh, no me digas que te arrodillarás.

—Dimitri —dijo Ezra tratando de refrenar un poco la risa de los jóvenes—, es para Esmeralda.

—Vaya, un rey nos visita entonces —comentó Iniesto con un poco de seriedad en sus palabras.

Ezra cerró la caja y volvió a colocarla en su saco. Su pose, aunque Iniesto y Dimitri siempre bromearan sobre el asunto, realmente había adoptado algo diferente.

—Me asusta —confesó carraspeando con la intención de desviar la atención de sus anteriores palabras—. No sólo el hecho de proponerle a Esmeralda casarse conmigo, sino... todo lo demás. Lo que viene.

—Amigo, ¿no crees que es muy pronto? Llevan relativamente poco tiempo de conocerse en un sentido distinto a la amistad —expresó Iniesto con esa voz de padre responsable que salía por sus labios cuando se lo proponía.

Dimitri se quedó callado, porque consideraba poco sabio opinar sobre algo que desconocía, pero inmediatamente después colocó una mano sobre el hombro de Ezra. Realmente lo habían notado un poco diferente desde hacía unas semanas.

—Esmeralda dirá que sí, yo lo sé —afirmó el rubio regresando la mirada a Iniesto—. Yo pienso que, hablando únicamente de lo que te angustia, no tienes de qué preocuparte en ninguno de los dos sentidos.

—Nadie desconfía de las habilidades de Ezra para gobernar, Dimitri.

—Ese es el punto —dijo el muchacho girando sus ojos hacia el cielo azul—. Nadie, ni yo mismo las conoce. Esmeralda lo hace muy bien, como si toda la vida hubiera reinado. El pueblo es feliz, las leyes son justas y las que no lo son van cambiando día con día. ¿Quién soy yo para tener potestad sobre la vida de esta gente?

Dimitri se llevó una mano a la cabeza e Iniesto suspiró al tiempo que se acercaba al angustiado joven.

—Aprecio tu consejo —dijo Ezra antes de que su amigo reiterara sus palabras—. Sé que eres un hombre de familia respetable.

—¿Lo ves? Ya hablas como un rey —comentó Dimitri dirigiéndole una amable sonrisa.

Ezra sonrió suavemente y los tres siguieron caminando hacia la caballeriza. Dimitri e Iniesto morían de ganas por hablar con Kimiosea, pero sabían que su amigo requería de su presencia por un rato más.

El muchacho de ojos grises estaba consciente de que la llegada de la rubia no era tan grave como parecía, era la espuma sobre el agua que le oprimía, que no lo dejaba en paz.


Una vez que la hora del desayuno terminó y el jardín quedó intacto de la pequeña celebración por el inicio del día, Kimiosea y Tólbik tomaron un pequeño camino que conducía hacia el lado oeste del castillo.

Sin tener un destino en especial, ambos avanzaron, por indicación de Kimiosea, a través de un pasillo de piedra que desembocaba en un largo puente.

Cualquiera que hubiera pasado tanto tiempo junto a otra persona se sentiría dentro de una relación, sino familiar, al menos cercana y amistosa. Kimiosea y Tólbik no estaban en esa situación, parecía nuevamente que se hubieran conocido aquel día en la mesa del desayuno; peor aún, lucían como la pareja que había sido relegada por el resto de los comensales infinitamente más compatibles que ellos.

Kimiosea levantó la mirada cuando sus pies los llevaron al puente. La vista que ofrecía era maravillosa. Estaba convencida de que las mañanas siempre estaban llenas de un hechizo y también sabía que ese hechizo seguramente cubría a cada uno de los reinos del universos dotándolos de la paz que entraba por sus pupilas en esos momentos.

—Tólbik —dijo la muchacha con el valor renovado por el hechizo de la naturaleza—. Creo que necesitas hablar de lo que pasó.

Un larguísimo silencio llegó después de esas palabras. Tólbik se había acercado a la pequeña pared de piedra que separaba al puente de las montañas para recargarse en ella. Miraba todo con una mirada apática, como lo había hecho todo ese tiempo, hasta que finalmente decidió romper el silencio.

—No lo entenderías —expresó con voz queda.

Kimiosea también decidió tomarse un momento para responder y después acompañó a Tólbik mientras observaba la suave neblina matutina pasar por los árboles, tan suavemente como el humo del té cuando está recién servido.

—Realmente no, pero, creo que llegamos a estar cerca de una conexión en este tiempo, ¿no te parece? —preguntó ella, provocando que la mirada de Tólbik se desviara un momento del horizonte.

—No lo sé —confesó el muchacho—. Desde que regresamos de aquel lugar todo es diferente, parece que ya nada vale la pena.

Otro silencio se hizo presente, pero esta vez fue Tólbik el que decidió romperlo definitivamente.

—¿Qué significa ser tú misma? —cuestionó el joven a la muchacha.

—¿De qué hablas?

—¿Qué aspecto de ti te vuelve lo que eres, esa diferencia de entre todos los demás? —replanteó Tólbik.

Kimiosea se tomó un momento para pensar. Su crecimiento personal había sido innegable desde que toda la aventura comenzó, pero... ese tipo de preguntas siempre la ponían algo nerviosa. ¿Qué era lo que la definía?

Después de unos minutos en los que la rubia buscaba y buscaba en su mente, Kimiosea bajó la mirada y se sonrojó. Increíble... todo ese tiempo y aún no estaba segura de quién era.

—Entiendo —dijo finalmente la chica—, la inmortalidad te definía. No todos somos así de afortunados como tú.

—¿Afortunados? —preguntó bruscamente el hombre—. ¿Te parece que mi situación es afortunada?

—Tólbik, este momento es simplemente un fragmento negativo dentro de magnificencias siquiera imaginables para cualquiera que tenga la posibilidad de respirar. —Kimiosea fijó la mirada en el hermoso cielo y su acompañante la siguió sin siquiera pensarlo—. Mira todo esto que tenemos frente a nosotros, ¿te parece insignificante?

Tólbik no respondió, pero su silencio lo hizo por él. Era atroz aunque fuera sugerir que aquel paisaje podía ser insignificante.

—Ya no tienes tu inmortalidad, es cierto, pero no creo que eso te definiera. Posiblemente... y sólo posiblemente, no pude pensar en una sola cosa que me definiera porque no hay manera de hacerlo. No hay un sólo aspecto que pueda definirnos, un sólo paisaje, una sola memoria o consejo que dicte quienes somos. —Kimiosea hablaba para Tólbik pero también para sí misma y eso lo notó su compañero de inmediato.

—Es interesante —afirmó mirando de reojo a la chica. Le parecía curiosa, siempre le había parecido así, aunque nunca quería aceptarlo—. Supongo que, tendría que pensar más a fondo en ello.

—Gracias por escucharme —dijo Kimiosea esbozando una profunda sonrisa.

—No lo superaré pronto, yo lo sé, pero... aprecio que te intereses. —Las palabras que salían por los labios de Tólbik parecían lastimarle, pero finalmente pareció derrumbar, aunque fuera un poco, sus murallas al pronunciarlas.

—Somos compañeros, no lo olvides.

Esa sonrisa, esa sonrisa de Kimiosea regresó. El sol volvió a reflejarse en cada uno de sus dientes para dejar sentir su calidez como antes lo hacía. Esa expresión de amistad e interés puro parecía el perfecto equilibrio entre la Kimiosea de antes y la de hoy.

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Trataré de subir el próximo capítulo lo más pronto posible :3. ¡Los quiero!

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