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33. Rétimen


Tólbik se acercó sigiloso a Kimiosea, no sabía exactamente cómo actuar ante Rétimen, así que simplemente realizó una imperceptible reverencia.

—No te regocijes aún, pequeña guerrera —dijo el escarabajo al notar la ligera sonrisa que comenzaba a asoma por los labios de Kimiosea—. La prueba aún no ha terminado.

—Estamos dispuestos a hacer lo que sea —indicó la muchacha recibiendo una de las estruendosas risas del escarabajo.

—Así es. Ya lo sé... Sin embargo ambos deberán probarme algo muy importante. —El escarabajo comenzó a caminar hacia atrás, con él, el paisaje pareció seguir a su líder y comenzó a desaparecer, como si todo el tiempo hubiera estado pintado sobre una enorme tela.

Tólbik y Kimiosea caminaron tras Rétimen hacia lo que parecía un enorme vacío.

—Para entender lo que yo les pido, necesitan saber quién soy.

Sin más, el escarabajo se dejó caer a aquel vacío. Su figura se perdía tan rápidamente que pronto causó una sensación de vértigo a los muchachos.

—Vamos —exclamó Kimiosea regalándole a Tólbik una mirada reconfortante.

Los dos tenían el miedo del universo atrapado en su pecho y aún así tomaron el impulso necesario para saltar de una vez por todas hacia la guarida de Rétimen.

Mientras caían, Tólbik volvía a reflexionar sobre las sensaciones que experimentaba... Esas que le acercaban a la mortalidad cada vez más.

Una pequeña guerra comenzó a crecer en su mente y en su corazón, pero estaba decidido a no dejarse vencer por nada del mundo. Esa misión era suya.

La caída se sentía particularmente corta y en menos de lo que pensaban, el escarabajo había vuelto a su tamaño normal y los miraba frente a frente en una superficie plana con el horizonte color negro intenso.

—Yo nací un segundo después de que todo lo que conocemos fuera creado —comenzó a explicar Rétimen. Su voz seguía siendo poderosa, no parecía corresponder con su tamaño—. Puede que aún no reconozcan esta dimensión, porque han pasado por ella sin ser conscientes de ello.

—¿Quieres decir que ya conocemos este lugar? —preguntó la rubia acercándose un poco hasta Rétimen.

—Para los mortales, este es el lugar en donde los destinos son entretejidos —respondió el escarabajo sin moverse—. Una parte de ustedes fue enviada a sus almas desde aquí, pero, como ya dije, eso es sólo para los mortales. —Al pronunciar estas últimas palabras, sus ojos se fijaran en Tólbik—. Aquí no sólo sucede esto, los reinos espirituales, el círculo místico, todo tiene que ver con mi hogar.

—¿Por qué aquí las cosas no parecen tener sentido? —cuestionó Kimiosea.

—Como tú misma dijiste. Todo aquí se rige por su lógica individual, al mismo tiempo, se mantiene fluyendo con la intención de volverse indescifrable para el visitante común.

Rétimen abrió sus alas para posarse sobre el amuleto de la rubia.

—Si realmente quieren que encienda ese símbolo, necesitarán demostrarme lo que valen —exclamó repasando el amuleto con sus patas—. Ciertamente, es muy sencillo decir que se merecen algo, pero demostrarlo, demostrarlo es lo que pone a prueba esa verdad.

—¿Qué tenemos que hacer? —preguntó Tólbik dejando que la desesperación comenzara a ganar la batalla.

—Es diferente lo que cada uno probará y para acompañarlos tendré que dividirme en dos.

Una tenue luz envolvió al pequeño escarabajo hasta que un ser idéntico a él apareció para después ir a posarse en el hombro de Tólbik.

—Buena suerte —exclamaron los escarabajos al unísono antes de que el suelo sobre el que estaban parados desapareciera.

Los gritos de Kimiosea acompañaban su camino, la caída esta vez fue diferente. No tenía nada que ver con la última experiencia en la que la sensación era suave y, hasta cierto punto, divertida. Esto fue como caer en una montaña rusa desde el fin del mundo.

Cuando el corazón de Kimiosea sentía que ya no podía soportar tal emoción, todo se detuvo.

Aterrizaron con una fuerza impresionante, pero no levantaron ni una sola partícula de polvo, tampoco provocaron ruidos llamativos y tal vez esa era la razón por lo que ninguna de las personas que caminaban por ahí repararon en su presencia.

El impacto fue tal que le costó un segundo a Kimiosea percatarse en dónde estaban.

Con todo lo que había sucedido, ella pensó que probablemente aparecerían en un reino muy antiguo o en la bóveda más secreta, pero su mente se sorprendió al hallarse en un sitio de lo más común y, al mismo tiempo, de lo más significativo para ella: Gueza.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Kimiosea con la respiración entrecortada.

—Valentía —dijo Rétimen antes de desaparecer por completo.

Kimiosea comenzó a sentir real todo lo que sucedía, había pasado tanto que por un momento tenía la sensación de estar soñando.

Su mirada se detuvo en un punto de referencia. Esa casa de dos pisos que había sido el hogar de sus más temibles pesadillas.

—¡No! ¡Aquí no! —replicó Kimiosea a la nada.

Vínia seguía siento un sitio poco transitado, pero eso no exentó a la rubia de ser juzgada por la mirada de las personas que creían que hablaba sola.

Sentía que sus manos comenzaban a sudar y el cuerpo se volvía lánguido.

Por un momento intentó hacerse la tonta y fingir que no tenía ni la menor idea del objetivo de la misión, pero fue a mitad de su actuación que lo vio, abriendo la puerta de su casa sin preocupación alguna.

Una lágrima sorprendió a Kimiosea al tiempo que su corazón se detuvo. Su prueba era Dreikov.

Tólbik había sido entrenado para la valentía. Le había costado años volverse un experto, pero parecía que el objetivo de Rétimen era retar ese frío y fuerte carácter con sus viajes sorpresivos.

El muchacho se limitó a soltar un pequeño grito que después intentó tapar con la mano.

Cerró la ojos para evitarse al miedo que esa experiencia le provocaba.

De un momento a otro, la sensación desapareció y los ojos de Tólbik se abrieron para admirar un salón lleno de cristales.

—Sentiste miedo, ¿cierto? —preguntó Rétimen volando para colocarse enfrente del muchacho.

—Preséntame mi prueba, señor. Yo la enfrentaré sin titubeos —repuso Tólbik envalentonado.

—Tólbik, te he preguntado si sentiste miedo —repitió causando escalofríos en el joven.

—Así fue y lo lamento, no volverá a suceder.

—Volverá a suceder —dijo solemnemente—, porque esta es tu prueba.

—¿Qué?

Tólbik sintió nuevamente un miedo gigante, así como Kimiosea, un miedo de que Rétimen pronunciara lo que pasaba por sus mentes.

—El miedo es un sentimiento mortal, Tólbik y tú lo sabes bien —explicó el escarabajo tranquilo—. ¿Ves ese lago de allá? Si entras en él, renunciarás totalmente a tu inmortalidad, ya no serás un ser del reino del bosque. Serás un mortal, un imperiano como cualquier otro.

El brillo de los cristales se reflejaba en el lago, un lago transparente, cuya agua tenía detalles rosas y violetas.

Tólbik se sentía destruido, así que volteó hacia Rétimen para intentar apelar a su compasión, pero cuando trató de enfocarlo había desaparecido.

—Renunciar —repitió Tólbik sintiendo una lágrima de su mejilla.

Ahora los corazones de Tólbik y Kimiosea latían sin querer al mismo tiempo, al tiempo del miedo, de la incertidumbre.

Definitivamente, ambos habían subestimado aquella prueba.

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