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32. En el reino del silencio

Sus oídos comenzaron a sentirse extraños. No era una sensación conocida y tuvieron que pasar unos cuantos segundos para que entendieran que lo que percibían era un absoluto silencio.

No les parecía que hubieran dormido, pero tampoco recordaban cómo había sido el proceso de viajar desde aquel templo majestuoso hasta un nuevo sitio tan extraño y diferente.

Ambos se voltearon a ver de inmediato, desde su última aventura, realmente habían interiorizado que el otro era su compañero.

—¿Dónde crees que estemos? —preguntó la rubia de una vez.

Su voz no producía eco ni alteración alguna en la pacífica neutralidad del ambiente.

—No lo sé —respondió Tólbik tratando de tocar el suelo sobre el que estaban parados. Aún habiendo habitado en uno de los reinos espirituales jamás percibió una sensación parecida.

No era un piso duro, tenía una consistencia tan extraña que se movía como las olas del mar de vez en cuando, pero al caminar sobre él era más firme que cualquier material antes conocido.

Ambos comenzaron a avanzar sin saber con exactitud su destino.

Los alrededores estaban llenos de una particular neblina, extremadamente densa, pero de un color verde pálido.

Sus cuerpos se sentían tan extraños que empezaron a temblar sin darse cuenta.

Caminaron por un tiempo de esta manera, hasta que el sonido de lluvia los detuvo. Ambos se preguntaban cómo era posible que semejante tormenta se escuchara cerca de ellos, cuando no caía ni una sola gota de agua en sus cabezas.

La rubia trató de esforzar la vista para ver si notaba el origen de la lluvia, pero parecía que la única explicación disponible era que la tormenta se encontraba sobre ellos, pero no se podía ver ni sentir.

La neblina comenzó a acercarse y por cada centímetro se volvía un poquito más asfixiante. El oxígeno se iba a momentos y de pronto regresaba de sorpresa, como si intentara asustarlos.

Kimiosea miró un segundo hacia arriba, pareciera que buscaba algo de consuelo cuando un ruido fortísimo inundó todo el lugar y provocó que éste comenzara a desaparecer.

Los alrededores ahora se asemejaban a un lago que había sido agitado y que al mismo tiempo comenzara a evaporarse. Sin pensarlo demasiado, la rubia tomó la mano Tólbik y la apretó fuerte al sentir que quedaban un segundo en el vacío.

El aire se volvió más pesado y unos pequeños brillos comenzaron a aparecer lentamente. Ahora el cielo brillaba de un color verde botella, largos bambúes café claro comenzaron a aparecer a diestra y siniestra.

—Lo lamento —expresó Kimiosea al darse cuenta de que tomaba la mano de su compañero.

—Creo que hemos subestimado esta prueba —respondió Tólbik sin darle la menor importancia al suceso.

—Me parece tan raro —comentó ella mirando alrededor. Cada tanto algo nuevo aparecía y, al mismo tiempo, otro objeto aleatorio desaparecía—. Tólbik, no creo que debamos seguir avanzando. Pienso que la siguiente pista puede estar aquí.

El muchacho pasó su mirada por cada elemento que se encontraba a su alrededor, por un momento sintió la necesidad de explotar y decir a Kimiosea: "¡qué tontería!, pero ese algo que le impacientaba poco a poco iba cediendo. La mente de ambos estaba enfocada en entender lo que sucedía.

Si aparecía una roca llamativa, un sonido especial o un detalle deslumbrante, los muchachos sentían su corazón latiendo por pensar que aquella era la respuesta, sin embargo, a los pocos segundos ese elemento maravilloso desaparecía y era reemplazado por otro totalmente diferente.

Kimiosea y Tólbik comenzaron a temer por su destino, ¿y si jamás lo encontraban? ¿Y si tenían que pasar el resto de su vida atrapados en un sitio como ese?

—Kimiosea —dijo Tólbik abriendo un poco más los ojos. Cuando decía el nombre de la muchacha sonaba de lo más especial—, eso no se ha movido en todo este tiempo —anunció señalando los bambúes que eran acariciados por una brisa imperceptible.

La rubia lo miró con una enorme sonrisa en los labios y ambos se dispusieron a alcanzar esas hermosas y extrañas plantas.

Cuando se vieron ahí, no sabían exactamente qué hacer, así que simplemente comenzaron a avanzar entre los bambúes.

A simple vista parecía que caminarían por diez o doce columnas de bambú, pero pasaron minutos y segundos y parecía que aquel plantío era interminable.

Kimiosea y Tólbik comenzaron a sentir un cansancio extremo y se preguntaron cuántas horas habían pasado ya.

De un momento a otro todas las fuerzas de la rubia parecieron desvanecerse y cayó al suelo provocando un estruendo escalofriante.

Tólbik se abrió paso entre los bambúes rápidamente para poder auxiliar a su compañera.

No pasó mucho para que Kimiosea despertara y sus ojos se clavaran en el bello cielo que ahora se veía. Ya no era verde botella, sino de un negro intenso salpicado de diminutas estrellas, nebulosas y colores interminables.

—¿Estás bien? —preguntó Tólbik ayudando a Kimiosea a levantarse.

—Tólbik, no estamos en nuestra dimensión, ¿cierto? —cuestionó la muchacha recibiendo una afirmación—. Significa que las reglas de este mundo, seguramente no tiene nada que ver con lo que conocemos.

Ahora fue Tólbik el que sonreía, una sonrisa nunca antes vista durante ese viaje.

Kimiosea plantó sus pies bien firmes sobre el extraño suelo y después miró a Tólbik con duda.

—No sé si esto funcione, pero por si acaso, necesito que hagas exactamente lo mismo que haré yo —indicó la muchacha.

Hubo un pequeño silencio antes de que Kimiosea suspirara. En ese suspiro, la blanca joven dejó ir cada pesar en su interior para dejarse tan ligera como una pluma. Acto seguido colocó sus pies en puntillas y alzó las manos hacia ese universo en miniatura que se admiraba sobre sus ojos.

Cuando no podía estirarse más, Kimiosea se impulsó suavemente sobre la punta de sus pies, como si fuera a dar un salto.

Cada una de las estrellas sobre ella comenzaban a hacerse más y más grandes, al tiempo que la muchacha empezaba a flotar en el aire hacia ellas.

Sus tiernos ojos voltearon hacia abajo y notaron que Tólbik venía justo detrás de ellos con una expresión de maravilla. Era extraño ver esa expresión en él, considerando el mundo del que provenía y las cosas asombrosas que habían deslumbrado a Kimiosea ahí.

Mientras más ascendían, pudo observar que lo que parecía un sembradío de bambú a lo lejos, era en realidad un sólo bambú y de todas las cosas que aparecían y desaparecían, quedaba únicamente la extraña neblina que los había recibido.

Las estrellas se acercaban a ellos, estaban tan próximas que podían notar su propia existencia reflejada en ellas. Kimiosea no sabía precisamente lo que sucedería cuando alcanzara aquel precioso universo, estaba segura de que no podía recordarlo o se desvanecería, como solía suceder en todas las pruebas; pero no. No sucedió nada de eso.

Kimiosea y Tólbik llegaron a tal punto para encontrarse con el privilegio de ver toda una galaxia a tres centímetros de sus rostros.

Los muchachos pasaron sus manos por cada estrella, admiraron felices cada cometa y contemplaron con alegría la magnificencia de cada planeta. Tan pequeño era todo que las estrellas parecían puntos de un libro y los planetas como alguna golosina dulce que Kimiosea seguramente había comido de niña.

Las risas que ambos emitían no denotaban burla u orgullo, sino más bien, una tremenda y pura humildad y sorpresa.

Se sentían como pequeños niños descubriendo el mundo, maravillados y valientes.

Ninguno de los dos repuso en el tiempo invertido en jugar con algún camino de estrellas o seguir la trayectoria de un pequeño cometa; sin embargo, cuando el momento fue adecuado, Kimiosea alcanzó a notar que el cielo no terminaba en aquel lugar, sino que era la entrada a otro espacio aún más hermoso.

Con delicadeza, Kimiosea colocó sus suaves manos sobre Tólbik y le señaló entusiasmada aquello que existía por sobre la galaxia.

Ambos flotaron suavemente hacia el cúmulo de nubes rosa pastel.

Parecieron nadar por un instante en ellas, refrescados por la brisa que rozaban su rostro al atravesarlas.

Sus corazones no deseaban que aquello terminara jamás, querían seguir explorando hasta el final, continuar con aquellas maravillas para poder hablar de todo eso después de milenios y que sus hijos y nietos lo revelaran a su descendencia; sin embargo, el mar de hermosas nubes terminó y ante ellos se mostró un espacio color lavanda.

De a poco comenzaron a aparecer algunas cosas, como árboles, flores silvestres, algunos animales y delicado pasto que creía en círculos.

Kimiosea y Tólbik despertaron de aquel trance que había provocado su breve viaje .

Ambos comprendieron de inmediato que aquel era el momento adecuado para comenzar a buscar a Rétimen.

Nuevamente se encontraban perdidos. ¿Cómo encontrar algo que no sabes cómo luce? Si acaso era un objeto, un espíritu, un animal o una persona.

Kimiosea repasó con la mirada cada elemento que acababa de aparecer. Su cerebro intentaba encontrar una solución pero a simple vista parecía imposible.

Tólbik se encontraba en la misma situación cuando otro sonido volvió a irrumpir en el lugar, era el sonido de una risa.

—Debe ser él —dijo Kimiosea tratando de averiguar de dónde provenía aquella risa.

Los muchachos sentían una extraña sensación en su estómago, como de mariposas revoloteando, muy parecido a cuando estás enamorado.

La risa volvió a sonar por cada centímetro de aquel sitio, como un eco que se repetía en distintas zonas del lugar. Eso volvía las cosas aún más difíciles.

La risa provenía de ningún lado y de todos lados a la vez. Parecía que de ese gran embrollo ninguno de los dos se salvaría.

La muchacha comenzó a sentir que la desesperación se apoderaba de ella, sin embargo, no se dejó vencer. Sabía a esas alturas que la desesperanza podía nublar fácilmente el pensamiento de cualquiera, así que tomó un gran suspiro para seguir buscando.

El hermoso color que que antes inundaba los alrededores ahora estaba cubierto por enormes plantas, bellísimas hojas que parecían tener talladas inscripciones indescifrables.

Nada desaparecía en ese lugar, por el contrario, cada cosa parecía importante y misteriosa, guardiana de algún secreto milenario.

Tólbik se acercó a Kimiosea con cautela y le puso su mano en el hombro.

—Es imposible —exclamó él mirándola con derrota.

Kimiosea fijó los ojos en cada elemento una vez más: un puñado de rubíes, una vela encendida, un banano creciendo, unos gatos jugando y... La rubia se detuvo en seco.

En el pasto, cerca de unas margaritas, cinco gatos jugaban entre ellos. Todo parecía normal a simple vista, exceptuando que la oreja de uno de los gatos pelirrojos tenía en la punta un escarabajo.

—Nada de lo que existe aquí tiene sentido —comenzó a explicar la muchacha—, pero todo existe en su propia lógica individual. Crece un banano junto a un cedro, pero el banano no da manzanas. Dime entonces, ¿qué haces tú sobre la oreja de un gato, Rétimen?

En cuanto dijo su nombre, el escarabajo desapareció y cuando la rubia volteó, volvió a encontrarlo en un tamaño gigante, el exacto de un elefante.

—Qué grato, querida—dijo el escarabajo—. Me han encontrado.


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:( Me pasé muchos días la hora de actualización y la actualización en sí :P. Hoy no descansaré hasta adelantar suficientes capítulos para siempre mantener esta historia activa :3. 

Por cierto, espero que les haya gustado el capítulo. ¡Los quiero mucho! 

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