29. En el aire sagrado
Los ojos de la muchacha se empezaron a abrir poco a poco. Parecía que llevaban milenios suplicándole que despertara para admirar ese increíble sitio que les daba la bienvenida.
La cabeza de la chica no parecía estar muy de acuerdo con aquello, ya que se resistía fervientemente a dejar que cualquier pensamiento se aclarara en la mente de Kimiosea.
Cuando la guerra entre su mente y cuerpo parecía no tener fin, algo muy suave rozó la mejilla de la muchacha, antecediendo una curiosa voz que finalmente la despertó.
—Bienvenida —dijo la voz mientras su dueño extendía la mitad de un coco a manera de cuenco.
—¿Qué está pasando? —Su cerebro aún no terminaba de procesar todo lo que sucedía, así que sin pensarlo demasiado tomó el cuenco y comenzó a beber de él rápidamente.
Cuando el cuenco quedó vacío, su mente se aclaró. Sus ojos se abrieron un poco más para dejar que contemplara plenamente aquel paisaje.
Las nubes ya no estaban inalcanzables en el cielo, sino que ahora formaban una suave y transparente alfombra. A través de ella se admiraban los picos de las montañas, las águilas planeando y lejanos, pero muy lejanos, los árboles del bosque de Nitris.
Kimiosea recordó repentinamente a Tólbik y de inmediato se incorporó para buscarlo con la mirada.
—Él ya está adentro —afirmó el hombrecillo asintiendo.
La muchacha se levantó y pudo observar que su salvador era del tamaño de un niño. Deslizó sus ojos hacia él, en su tranquilo rostro reposaban unos lentes de madera que parecían muy antiguos. Kimiosea estaba a punto de hacer una pregunta, pero se detuvo. En su lugar, el paisaje parecía reclamar de vuelta su atención.
Kimiosea sintió el aire dándole la bienvenida, al tiempo que su mente comenzaba a cuestionar cómo es que Tólbik siempre despertaba antes en sus extrañas expediciones.
Sus palmas se llenaron de tierra cuando las recargó en el piso. La piedra era fría y aún así, te hacía sentir que estabas en tu hogar.
El pequeño hombrecillo que los había recibido le dirigió una sonrisa y la invitó a seguirlo hacia dentro del templo que se levantaba humilde ante sus ojos. No fue una sonrisa común, sino como si aquella poseyera toda la bondad del mundo.
La muchacha intentó devolverla, pero era complicado imitarla. Le resultaba verdaderamente extraño. Ella siempre había sido caracterizada por su bondad, pero, ¿por qué en ese momento preciso, esta parecía desvanecerse con preocupante facilidad?
Los pies de Kimiosea conducían a su dueña por hermosos pasillos de piedra, mientras aquellos pensamientos invadían su mente.
Preciosas enredaderas que abrazaban las paredes fueron testigos del momento en que se encontraron con Tólbik.
El joven se encontraba en una mesa de piedra, con un semblante tan arrogante como el primer día que se había encontrado con Kimiosea, aquello tampoco pasó desapercibido por la rubia, sin embargo, algo extraño le impedía contestar cualquier cosa. Parecía que las palabras seguras se le habían escapado de los labios, como si alguien sostuviera su lengua con la fuerza del acero.
—Es un gusto tenerlos aquí —dijo el hombrecillo invitando a la chica a la mesa.
—¿Podría hablar rápido? Ya quiero terminar con esta tonta misión —expresó Tólbik mirando fijamente a su anfitrión. Seguramente buscaba enfurecerlo, pero en su lugar, una suave risa tan pura como el aire del templo, rebotó en las paredes alcanzando a acariciar las vivaces enredaderas..
—No tienes que preocuparte —le dijo a Kimiosea al notar su gesto de angustia—. Es normal que se sientan un poco extraños.
El hombrecillo colocó su mano sobre el brazo de Kimiosea antes de que ella pudiera responder cualquier casa.
—No es sencillo conseguir lo que han venido a buscar —expresó sonriente—. Veo que se han esforzado en su viaje, pero para que el siguiente símbolo se encienda, necesitarán ser sinceros con ustedes mismos.
Tólbik frunció el ceño desesperado y miró hacia su anfitrión lleno de furia.
—¿Cómo sabes que no somos sinceros? —replicó el hombre autoritariamente.
—Este templo guarda uno de los tesoros más grandes en todo el universo —explicó el hombrecillo con tranquilidad—. Grandes guerreros han venido aquí en busca de esa grandeza, por ello, cada que alguien toca este suelo las mentiras que se ha dicho a sí mismo desaparecen. Sólo queda lo que realmente son. —El hombrecillo movió las manos y ante la mirada de todos la gruesa mesa de piedra desapareció—. Mi destino es recibir a todo aquel que venga a este templo, sin embargo, sólo aquellos que logren salir de aquí con un alma equilibrada podrán recibir la llave de la sabiduría.
Kimiosea y Tólbik se miraron un instante con vergüenza. Lo que verdaderamente eran se asemejaba demasiado al inicio de su travesía. Por un instante les parecía que todo el trabajo que habían hecho ahora lucía como una piedrecita insignificante.
—¿Qué es lo que tenemos que hacer? —preguntó Kimiosea temblorosa.
—Sígueme —respondió el hombrecillo chasqueando los dedos.
A la rubia le parecía curioso que en medio de todo aquel caos, desesperanza y sorpresa, su anfitrión, el protector del templo, mantuviera la tranquilidad de quién sabe qué sucederá después.
El piso en el que antes yacía la mesa de piedra, ahora se había venido abajo, como una rampa que llevaba hacia un lugar subterráneo que extrañamente estaba lleno de luz.
Por las paredes, también escurría agua cristalina. Había más enredaderas, algas, flores y árboles de todo tipo en este lugar. La fauna de todos los mundos parecía vivir ahí, tan sólo para que se pudiera saber que alguna vez un coral y un pequeño cactus estuvieron juntos.
Algo que también llamaba la atención al instante era lo imposible que era caminar por ahí sin encontrarse con tu propio reflejo.
Como en un cuarto lleno de espejos, cada charco, cada ligera corriente de agua, todo siempre mostrando una sola cosa: tu rostro.
Su guía finalmente se detuvo ante lo que parecían dos pequeñas entradas.
—Bien, ha llegado el momento de separarse —anunció seriamente.
Tólbik tomó la entrada de la derecha, al tiempo que Kimiosea sintió su corazón explotarle mientras ella misma pasaba por la misteriosa entrada de la izquierda.
Una suave luz azul la recibió. Parecía realmente imposible pero una enorme cueva llena de agua se extendía frente a ella. Lo único que sobresalía de aquel magnífico lago era un precioso camino lleno de florecillas silvestres que conducían a un pequeño trozo de tierra flotante.
Kimiosea quería regresar, pero de inmediato recibió la sensación de que ya no había vuelta atrás.
Sus piernas avanzaron tímidamente por el camino y su alma se preguntó qué era lo que sucedería una vez que llegara a la pequeña isleta.
En el aire flotaban ligeros brillos, parecía que buscaban tranquilizar a Kimiosea mientras ésta se sentaba en el fresco pasto y cerraba suavemente sus ojos.
No estaba segura de lo que debería hacer, pero su mente comenzó a sentir una armonía diferente. Una armonía digna de cualquier tributo hermoso, como una canción.
La rubia empezaba a sentirse cómoda cuando un sonido casi inaudible acarició su tranquilidad hasta provocarle abrir los ojos rápidamente.
Un bello y enorme espejo había aparecido.
Kimiosea no se sorprendió, sentía como si lo hubiera estado esperando por mucho tiempo.
Su reflejo era nítido, la mostraba sólo a ella. Parecía que el resto de aquella cueva desaparecía ante los ojos del espejo.
Ella comprendió enseguida la tarea. Se estremeció un segundo, pero después tomó un poco de aire y se acomodó firme frente al espejo.
Era el momento de enfrentarse a sí misma.
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¡Hola, chicos! Ufff, si me siguen en mi canal sabrán todo lo que pasó con esta historia y por qué hasta ahora han regresado las actualizaciones :(. En resumen, tuve un súper bloqueo, pero ya he logrado poner todo en orden, ¡finalmente! Me alegra mucho estar de regreso con este capítulo, aunque sea muy corto. Mañana mismo subo otro capítulo que ya tengo listo :3. Los estaré esperando con mucho cariño. ¡Mil gracias por estar aquí!
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