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23. Una audiencia especial


Cada objeto que cruzaba su mirada pasaba demasiado rápido. No tenía idea de dónde estaban sus ojos en ese momento, pero lo que sí sentía claramente Kimiosea era a Tólbik que aún tomaba su mano. Le parecía extraño, se habían transformado en luces y aun así sentía sus cálidos dedos envolviéndola.

Justo cuando comenzaba a sentirse algo incómoda, un jaloneó pareció despertarla de un sueño. La cabeza le punzaba, como si acabara de recibir un golpe en plena frente y los ojos buscaban en donde enfocar, siendo lo primero que aquellos vieren, las manos de la chica.

Era humana de nuevo.

—¿Tólbik? —preguntó la chica levantándose del rocoso suelo en el que estaba.

La mirada del muchacho parecía muy diferente a la que Kimiosea estaba acostumbrada a ver. Observaba algo frente a él que le resultaba tan imponente que a la rubia la daba miedo voltear.

De la nada, Tólbik dejó su lanza a un lado y se inclinó sobre la tierra a manera de reverencia.

Kimiosea empezó a respirar rápidamente, mientras escuchaba cómo un extraño dialecto inundaba el sitio en el que se encontraba. Su valentía no pudo más y cayó desmayada.

Aquellos que habían provocado toda esa escena apuntaban con sus flechas luminosas hacia Tólbik y la rubia. Su apariencia asemejaba a la de los trolls, pero con tantas características humanas que ponían en duda la naturaleza de su especie.

—¿A qué has venido, siervo del bosque? —dijo la que parecía ser su líder.

—Mi señora —expresó el aprendiz colocándose en una rodilla—. No merezco estar en su reino, pero hay un gran peligro que amenaza la paz de este universo.

—¿Hablas de la guerra que han desatado las reinas Asturia y Kinema? —cuestionó aquella imponente guerrera colocándose más firme en el suelo—. De esa guerra no hay marcha atrás.

—Se nos ha entregado una profecía...

—No digas más —interrumpió clavando su lanza luminosa en el suelo para después decir algo a sus seguidores en su lengua nativa—. Son ustedes a quien el supremo ha estado esperando.

Tólbik esbozó una sonrisa imperceptible y después miró a la rubia que seguía tendida en la tierra.

—Se habló de fuertes y valientes guerreros —dijo la líder observando divertida a Kimiosea—. Despiértala y síganos.

Mientras los anfitriones comenzaban a avanzar, Tólbik colocó una mano sobre la frente la chica. Los tiernos ojos de Kimiosea volvieron en sí. Pudo admirar finalmente el extraño lugar en el que se encontraban.

Le recordó un poco a la estructura del palacio en el reino del bosque, pero este estaba totalmente integrado de túneles de piedra y tierra.

Podía parecer burdo y simple, pero realmente tenía muchos detalles. Inscripciones en las paredes, decoraciones con raíces, todo aquello que hacía que el estómago de Kimiosea sintiera que estaba en un sueño.

Tólbik le ayudó a moverse hasta que se encontró totalmente recuperada para después darle una simple explicación sobre lo que había pasado durante su desmayo.

Aquellos que encabezaban la travesía parecían estar poco sorprendidos por su llegada. ¿Qué tipo de poderes podía albergar un reino ancestral que había estado oculto?

Kimiosea pensaba que aquellos túneles eran eternos cuando una deslumbrante luz les anunció su llegada. La líder sacó de sus extraños ropajes una piedra preciosa y la deslizó por las orillas de lo que parecía una puerta.

Un fuerte aroma a tierra mojada e incienso los recibió. Aquello parecía una antesala de lo que realmente era el reino. Había muy pocos seres realizando tareas, quemando hierbas y preparando extrañas mezclas. Todo estaba siendo iluminado por una serie de cristales verdes y azules que brillaban con alegría.

En la cima de aquella escena, se encontraba un anciano que observaba todo con calma. Su nariz era gigante y sus ojos pequeños como dos luciérnagas. La líder que los había llevado hasta allí se acercó a los pies de lo que parecía un altísimo trono de musgo y colocó una de sus gruesas y toscas rodillas sobre el suelo.

Ppah, inotoa de veh. Qhuelc' e shue —pronunció solemnemente.

—Ellos son —afirmó el hombre levantando una temblorosa mano—. Ellos son los que yo he visto.

Su voz era cansada, pero fuerte y segura. Tólbik y Kimiosea reverenciaron de inmediato, provocando ésta última, que el collar que le había dado la reina Ildímoni se saliera de la ropa y quedara colgando durante su muestra de respeto.

—Veo que han traído el amuleto —dijo soltando una risa satisfactoria—. Necesito hablar con ustedes.

—Aquí nos tiene, majestad —respondió Tólbik con profundo respeto.

—No, quiero hablar con cada uno, por separado —aclaró el anciano y volteó a ver con amabilidad a la líder de los guerreros—. Ppali, ikohne abah okoelo. Qhuelma i shue.

—Estarás conmigo —respondió ésta última dirigiéndose a Kimiosea.

La rubia asintió sin comprender y después fue conducida por la líder de los guerreros hacia la salida de aquella sala. Tólbik se quedó sólo con el rey de aquel sitio.

En todos sus años de servicio, había aprendido a respetar la audiencia que un monarca había convocado. Sabía que era todo un honor ser el primer en hablar con el líder, y por eso mismo, no podía evitar sentirse nervioso acerca de lo que diría o haría.

—Acércate, mi querido Tólbik —expresó el anciano caminando elegantemente por el recinto. Apenas movió el bastón que portaba cuando sus súbditos comprendieron que debían dejarlos solos.

—Gracias por recibirnos —dijo el muchacho tan pronto notó la sala vacía.

—Tólbik, sé que aquello que mueve tu corazón no es salvar a la princesa de las estrellas. —El hombre le señaló un pequeño cuenco en el que se admiraba un agua cristalina, con un par de peces dentro, que fluía tan suavemente que podía hipnotizarte—. Me corresponde a mí responder tus preguntas.

—Mi señor —dijo Tólbik avergonzado—. La seguridad de la princesa es...

—Es inexistente —interrumpió con una tranquila sonrisa—. En tu mundo, los líderes poseen el débil poder de saber eventos futuros. Yo soy el único con el poder de leer los cristales. Algún día se lo heredaré a mi hija y ella también podrá el pasado, presente y futuro de todo el universo. Incluido el tuyo.

Tólbik se quedó dudado un segundo para después observar fijamente los ojos del sabio.

—En este instante te puedo decir lo que tienes que hacer para que tu inmortalidad vuelva a ti. Lo que la reina Ildímoni quiere —dijo provocando que uno de los peces saliera del cuenco protegido por una esfera de agua—. O puedo regresártela ahora mismo y no tienes que continuar la misión. —El segundo pez fue elevado del agua como ilustración de la segunda opción—. ¿Qué crees que calmará las aguas de tu mente?

El aprendiz observó el cuenco. Ya no poseía el mismo efecto hipnotizante, ahora el agua se notaba quieta y aburrida, como un cubo de hielo o una silla.

—No elijo ninguna —expresó con seguridad—. Si me quedo estancado, como el agua al sacarle los peces, no me servirá de nada. Necesitaría un milagro para recuperar la fluidez.

El Rey sonrió y volvió a colocar los peces en su sitio. Tocó con su bastón una rama provocando que comenzara a brillar mientras soltaba un sonido llamativo.

—¿Ha terminado la audiencia conmigo? —preguntó Tólbik al notar que aquello parecía un llamado a su hija.

—Así es.

—¿Pasé la prueba? —cuestionó el joven sonriente.

—¿Cuál prueba? —Una risa atacó al anciano y le dirigió una mirada divertida a Tólbik—. No era una prueba. Era para que comprendieras la gravedad de lo que hiciste.

—¿Qué fue lo que hice?

En ese momento se escucharon los pasos de la hija del Rey y Kimiosea, que se aproximaban a la entrada.

—No olvides, orgulloso aprendiz, que las sirenas siempre obtienen lo que quieren.

El rostro asustado de Tólbik fue lo primero que recibió a Kimiosea. En contraparte, ella le sonrió, pensando que tal vez estaba un poco nervioso, sin saber que aquello sólo incrementó el sentimiento de culpa en su estómago.

—Ahora tú vendrás conmigo —le indicó la princesa tomándolo del brazo.

—En el momento menos esperado —dijo el anciano mientras Tólbik comenzaba a seguir a su hija. En cuanto sus pasos se volvieron inaudibles y el rostro del muchacho angustiado ya no divertían al hombre, el Rey volteó hacia la rubia para soltar una carcajada final—. Tengo tanto que decirte, mi futura reina espiritual.


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