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21. La biblioteca de Charóz

Los nervios de la rubia nublaron su mente. No podría más que admirar aquella enorme edificación y sentir el peso del mundo sobre sus hombros. Si cualquiera le hubiera preguntado en aquel momento, ni ella misma hubiera entendido a ciencia cierta por qué se sentía así. Sólo dejaba que la angustia la envolviera mientras se acercaba con su caballo a la entrada.

Los pacíficos ojos de la muchacha se angustiaron cuando, al voltear a sus lados, encontró que el consejero de la Reina ya no se encontraba ahí.

—Tólbik —dijo ella con un tono de voz asustado—. Tólbik, ¿en dónde estás?

Kimiosea miró alrededor hasta que se topó con el joven recargado en un árbol cercano afilando su lanza.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué no estabas caminando conmigo? —preguntó ella mientras corría hacia él. La mirada de Tólbik la recorrió hasta que envió la señal de libertad a su risa descarada.

—Soy el aprendiz de la reina Ildímoni, monarca de todos los bosques. No puedo mostrarme así ante cualquier persona. No son dignos de mi presencia —expresó él regresando a su labor—. Tendrás que ir sola.

—Esta misión nos fue dada a los dos. No sólo a mí —expresó la rubia apartando suavemente la lanza de su compañero.

El consejero sintió dentro de sí algo que lo impulsaba a creer que lo que decía Kimiosea era cierto, sin embargo, había vivido tanto tiempo pensando en los mortales como a seres inferiores que le resultaba verdaderamente extraño asistir a una audiencia con una completa desconocida.

—Derié Donur es prácticamente de la realeza, Tólbik —insistió Kimiosea tratando de mostrarse compasiva—. No pasará nada malo, sólo le pediremos unas cuantas respuestas.

Tólbik sujetó con fuerza su lanza y después repasó el Coralli con su mirada. Otro paso hacia la mortalidad, hacia el punto de vida que siempre despreció.

—Vamos —concluyó la rubia y tomó su mano con suavidad para conducirlo hacia la entrada.

Con enorme angustia, Kimiosea llamó a la puerta que había recibido sus sueños ya muchos años atrás. Lucía tan majestuosa como la primera vez que la vio, pero ahora le parecía que la miraba con burla mientras esperaba de pie junto a Tólbik a que alguien abriera.

Varios minutos pasaron antes de que la puerta se abriera y saliera de ella una mujer de muy baja estatura y cabello color rosa pastel en un moño.

—¿Sí? —preguntó ella acomodando sus lentes de pasta gruesa.

—Hola —respondió Kimiosea desconociendo a la mujer—. Soy egresada de esta institución. Mi nombre es Kimiosea Bénel. Necesito hablar urgentemente con la señorita Donur.

—Un momento —dijo la mujer amablemente y volvió a cerrar la puerta.

Tólbik le dirigió una mirada de duda a la rubia mientras se escuchaban los pasos de la pequeña mujer que corría para dar el anuncio de su llegada. Kimiosea se sonrojó un poco e imploró porque la señorita Donur pudiera ayudarlos con su misión.

Pasó un rato largo antes de que la puerta se abriera de repente y ante los ansiosos ojos de los jóvenes se volviera a aparecer la mujer de cabello rosado.

—Pasen, pasen —expresó haciéndose a un lado para que Kimiosea y su acompañante volvieran a recorrer las hermosas instalaciones del Coralli.

Muy a pesar de que Tólbik había vivido en el mundo espiritual toda su vida y que creía que las maravillas de tal mundo eran inigualables, era innegable que sus ojos se iluminaron en cada esquina que recorrían. Los hermosos detalles de las puertas, la naturaleza que acompañaba a la escuela y cada sonrisa en las estudiantes le daban la impresión de que toda su vida se estuvo perdiendo de algo y hasta ese momento tuvo una breve idea de lo que era.

—Por aquí, los recibirán por aquí. —La mujer señaló la oficina de la directora y Kimiosea sintió un revoloteó de mariposas queriendo salir de su estómago.

—Gracias —dijo Kimiosea con la voz temblorosa.

Tardó lo suficiente como para impacientar a quien la mirara. Sólo sostenía el picaporte con la garganta hecha un nudo y la mirada llenándose de lágrimas.

—Pasa de una vez, muchacha —reprendió una voz desde dentro de la oficina.

Definitivamente aquella no era la voz de la directora Donur. Kimiosea se terminó de envalentonar para empujar la puerta y observar a la señora Nerzo que ocupaba el escritorio principal para firmar documentos.

—¿Señora Nerzo? —preguntó ella desconcertada al tiempo que entraba junto a Tólbik y la mujer de pelo rosado se retiraba—. ¿Acaso es usted la nueva directora?

—No seas absurda, jovencita —expresó la severa mujer sin levantar la vista de las hojas que firmaba—. La directora Donur sigue siendo la honorable líder de esta institución.

—Lo siento —respondió la rubia sintiéndose regañada como en su primer día de clases.

Tólbik admiró aquello con desprecio y después se acercó más al escritorio hasta llamar la atención de la señora Nerzo que se quitó los lentes de inmediato debido a la impresión.

—Pero, ¿en qué estás metida, niña? ¿Qué haces tú con un ser espiritual? —cuestionó la educadora sorprendida.

El aprendiz de la Reina se sintió alagado al notar que los mortales aún diferenciaban su ser del resto del mundo y, además de eso, lo atribuían al reino al que pertenecía.

—Necesitamos hablar con la señorita Donur, precisamente de eso —explicó Kimiosea y la señora Nerzo volvió a colocarse los lentes para después ponerse de pie.

—La señorita Donur no se encuentra en la institución. Debido a la repentina revuelta que hubo en Nitris y a la destitución oficial del rey Ciro, el pueblo la convocó para que coronara a la nueva reina de Imperia —dijo la señora Nerzo tratando de ocultar su preocupación.

—Es la hija de la reina Mickó —expresó la rubia con emoción.

—¿Qué dices, muchacha? —reprendió nuevamente la señora Nerzo borrando la sonrisa de la rubia—. No fui informada sobre la identidad de nuestra nueva reina. Sólo sé que logró derrocar al rey Ciro y que promete esperanza al pueblo. La única hija que tuvo la reina Mickó murió antes de que pudiera saberse su primera palabra, que fuera ella sería imposible.

Kimiosea se quedó helada y después buscó el rostro de Tólbik, quien, sorpresivamente, le dirigió una mirada comprensiva y regresó su atención a la señora Nerzo.

—Ese no es el tema del que venimos a discutir —pronunció Tólbik impresionando nuevamente la estricta mujer—. Mi reina, Ildímoni, monarca y suprema de todos los bosques nos ha enviado en una misión. Para completarla, necesitamos saber acerca de un lugar que es un secreto entre ustedes, los imperianos.

La señora Nerzo miró a Kimiosea con interés y ésta se armó de valor para continuar.

—Es la biblioteca de Charóz. Necesitamos buscar algo muy importante ahí y creí que la señorita Donur podría orientarnos a...

—Pero, ¿qué es lo que buscan ahí? —preguntó la señora Nerzo colocando una mano sobre su barbilla.

—Tenemos que encontrar el "equilibrio de todos los mundos". No tenemos idea a qué se refiera, pero los duendes fueron antiguos sabios de estas tierras —explicó Kimiosea—. Creemos que en su recopilación de conocimientos puede haber algunas respuestas para nosotros.

—Entrar a un lugar secreto y ancestral por una simple corazonada me parece absurdo, señorita Bénel —dijo la señora Nerzo afilando su mirada.

—¿Quiere decir que sí existe? —preguntó Tólbik desconcertado. Realmente creía que aquello era un simple delirio de su compañera.

La señora Nerzo caminó hacia la puerta y la entreabrió para verificar que no hubiera nadie escuchando, después se giró hacia los dos jóvenes y soltó un pesado suspiro.

—Sí existe, claro que existe —dijo la mujer recargándose en el perfecto y detallado escritorio de mármol de la directora Donur.

—Realmente es importante, señora Nerzo... Está en juego mucho más de lo que se imagina —aclaró Kimiosea mirándola fijamente. Intentaba comunicar, con esa mirada suya, aunque fuera un poco de la veracidad que llevaba su escueta justificación.

La señora Nerzo la miró con desacuerdo, pero aun así caminó hacia el escritorio para buscar algo en un cajón. Cuando lo encontró, volteó hacia los dos jóvenes y les indicó que la siguieran fuera de la oficina.

Cualquiera pensaría que el único maravillado en ese pequeño recorrido sería, nuevamente, Tólbik. Sin embargo, la señora Nerzo empezó a conducirlos por pasillos y salones que nunca había visto antes.

Todo comenzó en el salón que la recibió la primera vez. Una delgada puerta se ocultaba detrás de uno de los libreros que decoraban el aula. Kimiosea se sorprendió al encontrar que aquella puerta daba acceso a un salón muy parecido al que acababan de dejar atrás, sólo que con mobiliario notablemente más antiguo.

Pasado aquel salón, bajaron por unas hermosas escaleras de caoba que desembocaban en otro salón antiguo. La rubia recorrió los muros con curiosidad. Era como si se estuvieran transportando al pasado para observar un Coralli del que pocos tenían conocimiento.

—Señora Nerzo, ¿en dónde estamos? —preguntó ella admirando la imponente puerta del fondo que los conducía a un nuevo salón.

—Es la parte antigua de la escuela —respondió la mujer mientras caminaba hacia otra puerta que se encontraba, igualmente, al fondo del salón. Aquella los condujo a un pasillo que lucía realmente viejo, en especial por los detalles en la construcción y por la gran cantidad de piedra que había sido usada para decorarlo. Era bien sabido que las edificaciones más antiguas del reino estaban edificadas con piedra, mientras que las más modernas se realizaban con mármol o materiales más lujosos y preciosos a la vista—. Mucho antes de que siquiera nacieras, la escuela era más pequeña de lo que conocemos. Todo se enfocaba únicamente a una especialidad: las damas de compañía. Había pocos salones, pasillos estrechos como este y las alumnas regresaban a sus casas cada tarde. No se utilizaba la escuela como internado.

—¿Por qué conservan esta parte de la escuela? —preguntó Tólbik observando con fingido desinterés la estructura de todo.

—Es un verdadero tesoro histórico —explicó la señora Nerzo esbozando una suave sonrisa—. La actual escuela fue construida sobre parte de la antigua. Sólo esta sección, la de los salones iniciales.

Kimiosea notaba cierto misticismo en cada parte del colegio. En una parte del pasillo notó una pintura que lucía bastante antigua. Mientras la señora Nerzo, Tólbik y ella pasaban junto a ésta, la rubia trató de estirar discretamente el cuello para admirarla, era un retrato de las antiguas alumnas en grupo.

Todas lucían unos rostros bastante más serios y formales que los de las alumnas de aquel momento. Sus uniformes parecían mucho más rígidos y antiguos que los que llegó a usar la misma Kimiosea. Los vestidos eran ampones, como los de Kánoa, pero con largos y vistosos cuellos que cubrían a las alumnas, además de unos curiosos sombreros que terminaban en pico y eran adornados por plumas y flores perfectamente colocados.

Las miradas, por otra parte, muy a pesar de sus rostros formales, reflejaba bondad y compasión, exceptuando por una sola alumna. Era una muchacha de rasgos fuertes, cabello notablemente negro, a diferencia de las demás, y mirada fiera y penetrante.

Kimiosea siguió caminando con aquel rostro en su mente. ¿Quién sería aquella alumna que mostraba por sobre todas un carácter tan distinto? La rubia sintió un breve escalofrío mientras se preguntaba lo anterior y decidió alejar un poco esa reflexión de ella.

Ya habían recorrido un buen tramo del pasillo cuando la señora Nerzo abrió una puerta más que se encontraba al costado izquierdo. El lugar daba la impresión de ser la antigua oficina de la directora. Un montón de candelabros sin velas colgaban del polvoso techo y miles de pinturas que retrataban distintas personas.

A Kimiosea le llamó la atención las curiosas vestimentas que llevaban todos. Notaba cuánto habían evolucionado los ropajes desde entonces. Su mirada encontró la de un amable retrato que era más grande que los demás. En él se encontraba una mujer regordeta y de tez blanca, cuyos ojos brillantes parecían dar esperanza a cualquiera. El cabello lo llevaba en un chongo enorme y se encontraba espolvoreado con polvo blanco para darle una apariencia angelical. Kimiosea no tuvo que preguntarlo, supo de inmediato que aquella era la fundadora del Coralli.

La señora Nerzo retiró un enorme tapete del piso y se hizo notar discretamente una puertecilla casi imperceptible. La mujer sacó de uno de sus bolsillos un pequeño amuleto y lo pegó a la puerta sin picaporte, provocando que esta se abriera con tal suavidad que no causó ni un solo ruido en la oficina.

Kimiosea abrió la boca con verdadero asombro. La magia no era común en Imperia, eso se sabe a la perfección, y, a pesar de que todos sus habitantes eran conscientes de su existencia, una muestra tan pura de las artes místicas siempre resultaba impresionante para todo imperiano. Por otro lado, Tólbik trataba de no gesticular. Un ser espiritual no era fácil de impresionar, sin embargo, sí que estaba sorprendido por el hecho de que todo aquello estuviera escondido bajo una escuela.

El aprendiz y Kimiosea comenzaron a seguir a la señora Nerzo escaleras abajo pasando por la pequeña puerta del suelo. Los pasillos lucían aún más antiguos. Hechos no sólo de piedra, sino de tierra, como en un túnel.

Todos siguieron avanzando aún más y Kimiosea sentía la emoción corriendo por sus venas.

Cuando menos se lo esperaban, una puerta de madera de forma ovalada frenó su camino. Tenía incrustadas cuatro piedras preciosas de colores diferentes y mostraba un picaporte hecho claramente de oro. La señora Nerzo se detuvo y giró hacia ellos para hablar.

—Este es uno de los secretos más ancestrales e importantes del reino —expresó la mujer mostrando profunda seriedad en sus palabras—. La señorita Donur ha sido conferida para protegerlo, pero yo, como su mano derecha, he sido informada de este secreto ya mucho tiempo atrás. —La mujer tomó una pausa que aumentó la tensión y continuó—. El por qué se los revelo es debido a la naturaleza de su misión. El Coralli, más allá de una escuela, representa un líder para el reino. Otro más de los castillos y palacios que llenan estas tierras y, al igual que ellos, contamos con responsabilidades gigantescas. Una de ellas se aboca a los reinos espirituales y estaría fallando en mi labor si detengo esa misión de la que me hablan.

La señora Nerzo introdujo una pequeña llavecita en el cerrojo de la puerta y la abrió para después hacerse a un lado.

A pesar de la falta de luz, un suave brillo dorado salió de aquel sitio. Kimiosea y Tólbik se acercaron y sus ojos inmediatamente admiraron maravillas. Una pequeña y preciosa biblioteca se hallaba frente a ellos. Los estantes estaban tallados en madera y mostraban orgullosos los lomos de unos libros verdaderamente hechizantes. Sus colores parecían venir de otra dimensión, emitían, además, un brillo que igualaba al de las hadas imperianas. Cada ejemplar despedía un aroma a frambuesa, además de aquella aura majestuosa.

Su guía entró a la biblioteca y posteriormente extendió su mano derecha invitándolos a pasar. Esperó a que ambos estuvieran dentro y percibieran la esencia de sándalo y frambuesa antes de pronunciar con palabras solemnes:

—Esta es la auténtica y legendaria biblioteca de Charóz.

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¡Muchas gracias a todos los que han estado comentando la obra! :3 Significa mucho para mí :D

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