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20. El secreto de los duendes



El corazón de Tólbik comenzó a experimentar por primera vez un sentimiento tan detestable como inevitable: la culpa.

¿Cómo era posible que cayera tan fácilmente en una trampa así? Su Reina le había advertido bien sobre los peligros en las tierras mortales y había sido engañado como... bueno, como a un mortal.

Sus pesados pasos sonaban en el pasto dejando tras de sí un camino de profundo arrepentimiento. Suspiró antes de levantar la vista y admirar la guarida en la que habían dormido su compañera de viaje y él. En cuanto entró a la cueva pudo notar la fresca mirada de la rubia que le sonreía desde una esquina.

—Hola —dijo ella sonriéndole mientras acomodaba los platos del desayuno—. Preparé algo para comer.

—Sí —respondió él con fingida indiferencia.

Tomó asiento en el piso y revisó en su mente un montón de ideas antes de tomar alguna decisión. ¿Qué era lo mejor que podía hacer? ¿Decirle a su compañera que acababa de ofrendarla a una tribu de sirenas? No. Lo mejor sería callar hasta pensar en una solución para su error. Aunque, ¿acaso aquella hubiera sido una amenaza seria?

—Tólbik —expresó la rubia despertándolo de su ensimismamiento—, ¿estás bien?

—Claro que sí —afirmó tratando de recobrar la compostura—. ¿Has pensado algo sobre nuestro viaje?

—En realidad sí... Me lo recordó esta misma cueva anoche —explicó ella dando una mordida a las frutillas que comía.

El aprendiz asintió mientras daba un vistazo a la cueva. No parecía tener nada especial, además de las inscripciones que la llenaban.

—¿Escuchaste alguna vez sobre la biblioteca de Charóz? —preguntó la rubia mirándolo de esa forma tan curiosa.

—¿La biblioteca perdida de los duendes?

—Antes de marcharse para siempre de Imperia, los duendes dejaron todo el conocimiento de su especie almacenado. Contiene los más antiguos conocimientos sobre esta tierra, sus inicios y cómo se rige cada aspecto en nuestro universo. ¿No crees que ahí podríamos encontrar la respuesta?

La rubia había pensado en aquello toda la noche. Después de que su mente se hubiese desocupado de los poemas. Y parecía, al menos para ella, un pequeño rayo de esperanza para poder completar su misión.

—Puede ser, pero, hay una razón por la que se la llama así. Ese lugar está perdido. No podemos distraer nuestra atención en otro misterio distinto al que nos compete —expresó Tólbik malhumorado.

—Creo que sé en dónde está —respondió la rubia causando incredulidad en su oyente.

—Sí, claro, ¿eso lo has sacado de la nada?

—No, claro que no. Cuando estudiaba en el Coralli hablamos sobre eso —explicó ella con seriedad mientras tomaba una hoja de papel para dibujar un pequeño mapa—. El área sobre la que se establecieron era principalmente Cristaló. Algo los mantenía siempre en esas tierras...

—No estoy comprendiendo tu punto. Nuestro objetivo no es descifrar antiguos secretos históricos. Tenemos una misión.

—Lo sé, lo sé.... Mientras estudiaba hice una teoría. Nunca se la dije a nadie pero, creo que tiene sentido. —Kimiosea terminó de dibujar el mapa y comenzó a trazar una ruta—. Los duendes describían el sitio en el que dejaron la biblioteca de Charóz como un sitio increíblemente enorme y bello. Hablaban de los hermosos árboles en los pocos libros que nosotros conservamos, pero se describió uno en particular que siempre llamó mi atención... un monumental sauce llorón.

Tólbik asintió aún sin comprender y la rubia comenzó a circular un castillo que había dibujado sencillamente.

—De todos los sauces llorones que he visto sólo uno desprende la magia descrita en los libros —expresó ella dejando mostrar una sonrisa—. Es precisamente en el Coralli.

—¿La biblioteca está en tu antigua escuela? No creo que eso sea posible —comentó Tólbik soltando una risa.

—No creo que esté en la escuela. Pienso que está debajo de ella. —La muchacha dejó de dibujar y miró fijamente a su compañero—. Estoy casi segura de que la biblioteca de Charóz está escondida bajo el Coralli y sé quién puede ayudarnos a verificarlo.

—¿Es la hija de la reina Mickó? —preguntó Tólbik interesándose poco a poco en la charla.

—No, claro que no. Ni siquiera la conozco. Yo... no me atrevería a volver a la realeza. Ya no pertenezco a ese mundo.

Una corriente rápida de tristeza recorrió los ojos de Kimiosea mientras pronunciaba aquellas palabras. A Tólbik aún le costaba trabajo descifrar las emociones más complejas, así que se limitó a mirar hacia el suelo y volver a soltar otro suspiro.

—¿Entonces quién es? —preguntó el aprendiz con cautela.

—Es la directora del Coralli, Derié Donur.

No era el verdadero deseo de la rubia hablar de nuevo con la líder de su escuela, no después de todo lo que le había pasado. Pero era bien conocido que la mujer representaba una fuente de enorme sabiduría para los imperianos, además de tener exclusivos privilegios en todo el reino.

—Entonces iremos a visitar a esa mujer —concluyó Tólbik volviendo a levantarse para comenzar una nueva travesía.

Kimiosea se levantó igualmente, sólo que ella no parecía tener el entusiasmo de su compañero. Dudaba sobre lo que la directora pensaría cuando la viera. Siendo alguna vez la alumna más prometedora del colegio y ni siquiera asistió al viaje de selección.

Su nerviosismo la siguió acompañando mientras montaba a Armania para partir. Las manos le sudaban mientras admiraba la ruta por la que Tólbik los conducía.

Llegarían a Cristaló por los bosques. Preferían evadir cada pueblo que se cruzara. Tólbik no creía estar listo para interactuar con tantos mortales, cuestionándolo y señalando. Él deseaba mantener un perfil bajo y dejar todo aquello para cuando fuera estrictamente necesario. Kimiosea compartía ese sentimiento. No quería que nadie la observara, que nadie llevara noticias sobre lo que hacía o su paradero.

Volvió a recordar a sus amigas. ¿Qué sería de ellas? Nereida sería una madre estupenda, de eso estaba segura. Shinzo probablemente habría encontrado un bello palacio en el cual servir, al igual que Esmeralda. Recordaba su anhelo por vivir en Nitris. Quizá ella podría ser la dama de compañía de la supuesta hija de la reina Mickó. Eso la haría persona más feliz en el mundo.

Hasta ese momento se detuvo a reflexionar sobre ese punto: ¿quién era la hija de la reina Mickó? Jamás fue estudiada en sus clases, mucho menos mencionada por alguna persona. ¿De dónde saldría aquella misteriosa mujer?

—Tólbik —dijo Kimiosea mientras avanzaban por la vegetación—. ¿Tú sabes quién es la hija de la reina Mickó?

—No lo sé —respondió el joven sin inmutarse—. Su alma pertenece a nuestro reino, de ello estoy seguro, pero la reina Ildímoni es muy reservada con la información de las almas que vivirán junto a ella.

—¿A qué te refieres?

—Cuando un alma mortal termina su ciclo aquí regresa a su reino espiritual, ya te lo habían explicado. Hay almas privilegiadas que vivirán para siempre a un lado de los líderes espirituales. Tu próxima nueva reina será de aquellas almas —explicó Tólbik.

—¿Pronto será coronada? —preguntó la rubia con curiosidad.

—Por lo que sé, tu reino está próximo a entrar en una batalla. Su actual dirigente ha cometido muchos errores. Cuando la batalla termine, la nueva reina surgirá. Eso me lo dijo la misma reina Ildímoni. —Tólbik hizo una pequeña mueca de disgusto mientras pronunciaba aquellas palabras.

Kimiosea tenía la impresión de que Tólbik estaba enojado con la reina Ildímoni. Todo aquel cambio de ser espiritual a mortal parecía haberle afectado más de lo que él mismo hubiera imaginado. Y pensar que su reina había sido aquella que lo había condenado a tal destino lo volvía loco de ira, tristeza y confusión.

El camino se hizo largo. Descansaban cada tanto e intercambiaban lugar sobre el lomo de Armania ya que Tólbik se negaba a sentarse tan cerca de Kimiosea durante un viaje extenso como el que estaban emprendiendo.

La incertidumbre de lo que pasaría después comenzó a invadirlos. Ninguno de los dos quería fallar, pero ambos comenzaban aquella aventura totalmente a la deriva, sin saber si la ruta que trazaban resultaba adecuada.

Al cruzar la frontera entre Cristaló y Figgó ambos sintieron la seriedad del asunto. El tiempo corría en contra suya y de sus decisiones pendía el equilibrio, la paz y el destino de cada uno de los habitantes del universo entero.

Sus corazones palpitaban cada vez más rápido, impulsados por cada uno de los pasos que marcaban su llegada a Cristaló. Cualquiera de los dos hubiera soltado una palabra más u otro suspiro, pero se vieron interrumpidos por una imagen verdaderamente gloriosa. Una magnífica edificación que Tólbik jamás había visto, la misma que Kimiosea admiraba con angustia y con recuerdos, aquella que se había levantado frente a sus ojos. La escuela más importante en todo el reino de Imperia: El Coralli.


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