2. Como en un cuento de hadas
Kimiosea despidió a Esmeralda, Shinzo y Nereida con todo el dolor de su corazón. Tres personas que habían resultado más amigas que aliadas, y es que ellas habían transformado no sólo los días escolares en experiencias plácidas y memoriales, sino también a Kimiosea misma durante aquellos cuatro años. Era hora de tomar justo el camino que ella había elegido. Después de que Iniesto y Ushán pasaran por Nereida para partir hacia Noif, Naudur llegó con el carruaje que iría a Beroa y a su nueva vida.
La tarde tenía un aire cálido y dulce, poco a poco el carruaje se fue acercando a Beroa, aquel aroma a chocolate les inundó los sentidos. Naudur y Kimiosea se mandaban tiernas miradas a cada rato, un nuevo amor que apenas estaba fortaleciéndose; tres años eran desde el día en el que se habían conocido y estaban muy contentos de tenerse uno al otro.
Después de un largo y placentero viaje, el carruaje se detuvo. Al bajar, los muchachos admiraron el hermoso centro de Beroa. Había algo en el ambiente que parecía casi hipnotizante, ese olor a dulces y alegría se había intensificado considerablemente para actuar como el telón de un mágico espectáculo. Niños corriendo con bolsitas de caramelos en las manos, mujeres y hombres horneando deliciosos postres, todo parecía parte del delirio de un soñador. Kimiosea y Naudur caminaron cerca de una pequeña jardinera que custodiaba un montón de delicadas y fabulosas florecillas silvestres, notaron que todo estaba rodeado, principalmente, por humildes negocios. Sus ojos se deleitaron al ubicar diferentes cafeterías, dulcerías y misceláneas en las que podrían apoyarse para dejar fluir la nueva vida que comenzarían juntos, pero algo llamó especialmente su atención. Un poco más al fondo, se encontraba un pequeño edificio, de no más de cuatro pisos, que lucía un gastado letrero de madera que decía: «Deidén: Apartamentos». Se sonrieron mutuamente y caminaron decididos hacia él.
Subieron por las escaleras que llevaban al último piso, el lugar donde se daba la información. Las condiciones que les fueron expuestas les resultaron agradables. Se les podía rentar un espacio con todos los servicios por 133 niros la noche, y podían estar ahí cuanto tiempo pudieran pagar la renta.
Naudur se quedó a llenar el registro mientras que Kimiosea y Pirplín, que venía dormido envuelto en una cobijita, se dirigían al cuarto número ocho en el tercer piso, La joven abrió con delicadeza la roída puerta de madera, su rostro dejó escapar una fresca y sincera sonrisa al admirar la belleza de aquel lugar. Entró y cerró la puerta tras ella, sus ojos se posaron de inmediato en una pequeña salita que consistía en un sillón para dos, y una reducida ventana que mostraba la plaza principal en la que, hasta hace un momento, se encontraban caminando Naudur y ella. Sonrió al notar que una tierna cocinita se hallaba justo a un lado del precioso comedor. Respiró el aire de su primer espacio libre.
Sus suaves pasos se escucharon al llegar a una de las dos habitaciones que poseía el espacio. Acarició a Pirplín, que aún seguía dormido, y poco a poco abrió la puerta del baño para después asentir satisfecha de que aquel fuera su primer hogar.
Kimiosea escogió la habitación de la derecha, así que comenzó a acomodar su ropa en el pequeño mueble que yacía junto a su mesita de noche, también sacó todos sus papeles y dibujos, y los colocó sobre un antiguo escritorio que hacía de la pareja perfecta con una amplia ventana. Ya estaba terminando cuando Naudur entró. El chico se sintió de inmediato conmovido, y no quiso acomodar sus cosas hasta esa noche, cuando, después de haberse instalado completamente, se sentaron juntos en la salita.
—Qué hermoso es este lugar —dijo sonriente la muchacha mientras colocaba a Pirplín a su lado.
—Tienes toda la razón, Kimi, pero es aún más hermoso contigo aquí —expresó el chico acariciando el rubio cabello de su novia.
—¿Cómo haremos para pagar la renta todos los días?
—Bueno... pues había pensado en buscar una compañía Encinel que me acepte, pero mientras tanto, buscaré algo que nos permita mantenernos —explicó Naudur acariciando a Pirplín al tiempo que éste se despertaba e iba corriendo a acurrucarse junto al chico.
—¿Y yo? —inquirió la rubia.
—Pues, para ser poeta necesitas escribir poemas. En lo que yo encuentro algo, escribe. Después podrás ir a la editorial de Beroa y podrán publicar lo que hagas —contestó tranquilo el muchacho sonriéndole a la chica.
—Pero... ¿Yo no voy a trabajar? —preguntó Kimiosea y el chico soltó una risita.
—Kimi, estamos aquí para perseguir nuestros sueños, ¿recuerdas? —dijo Naudur—. Tu sueño es ser poeta y el mío es ser Encinel, todo estará bien.
—Pero, yo puedo ayudarte, puedo...
—Pirplín, dile a Kimi que no sea obstinada —bromeó el muchacho causando sonrojo en la chica.
A la mañana siguiente, Naudur salió muy temprano para comenzar a buscar oportunidades. Kimiosea intentaba escribir algo, pero por más que trataba, nada salía de su pluma. Simplemente estaba bloqueada.
La chica se quedó pensando un segundo, realmente no quería estar todo el día en casa. Así que justo en ese momento, colocó a Pirplín en su cuarto, envuelto en la misma cobijita, y salió del departamento.
Beroa era realmente una región muy bonita, bastante inspiradora. Kimiosea salió a la plaza principal echándole un vistazo a todos los comercios que estaban alrededor. Sus ojos se llenaron de alegría cuando tocaron un local en específico, era precisamente aquel lugar al que su mejor amiga y ella habían entrado cuando iban de camino al Coralli en su primer año. Se aproximó nerviosa al lugar y recordó cuando era niña y se acercaba al escritorio de la maestra. Simplemente, tomó aire y abrió la puerta.
Regresó al departamento sin palabras. Se había sorprendido de lo rápido que cambiaron las cosas mientras charlaba con la encargada del lugar y ella le mostraba una solicitud para comenzar a laborar en el negocio. Abrió la puerta de su habitación y Pirplín ya se encontraba jugando entre sus cobijas, la chica lo levantó y se unió a la diversión.
Pasó toda la tarde para que Naudur regresara después de haber estado buscando un empleo. Encontró trabajo como lava trastes en una cafetería que se encontraba un poco más alejada que la de Kimiosea. Falló en su primera audición para convertirse en Encinel, lo cual lo tenía un poco desanimado pero, debido a su valiente carácter, no derrotado.
—Hola, cariño —saludó Kimiosea sentándose junto a él en el comedor.
—Hola, Kimi —respondió con una sonrisa el muchacho—. ¿Cómo te fue en el día?
—Adivina —dijo la chica soltando una risita.
—¿Qué pasa? —inquirió Naudur acariciando al pequeño Pirplín que se había ido a acurrucar junto a él.
—¡Conseguí un empleo! —expresó contenta la chica provocando que Naudur aumentara su sonrisa.
—Pero, ¿y tus poemas, Kimi? —preguntó y ella suspiró.
—Puedo trabajar en las mañanas y escribir en las tardes —respondió y él le dirigió una linda mirada.
—Te amo, ¿lo sabes? —preguntó y la chica se sonrojó.
—Claro que sí, y yo también te amo —dijo ella y Naudur se quedó satisfecho.
Aquella noche durmieron muy tranquilos, ambos vivían con el amor de su vida.
Y así, entre rosas y colores, el tiempo comenzó a avanzar, trabajado cada día para juntar para la renta y la comida, y construyendo poco a poco sus sueños. Naudur estaba ahorrando secretamente para su boda, quería darle a Kimiosea una ceremonia tan preciosa como la que Iniesto le había dado a Nereida; el resto del dinero que ganaba lo dividía en el porcentaje que le tocaba aportar para la comida, la renta, los cuidados de Pirplín y todos los gastos de improviso; lo demás lo guardaba para vestuarios y artículos que necesitaba para sus audiciones.
Por otro lado, la muchacha intentaba todos los días construir algún poema magnífico que fuera bien recibido por su primer círculo de lectores, pero ninguno parecía complacerle. En su trabajo avanzaba de manera regular, pero la fluidez artística que había encontrado en el Coralli parecía haber tomado su propio carruaje para alejarse de ella. Por lo tanto, casi todas las ideas que pasaban por su mente terminaban arrugadas en la montañita de papeles que acumulaba cada semana junto a su sencillo escritorio.
Esa mañana hacía un ambiente romántico, y ambos tenían el día libre. Naudur despertó muy temprano y le preparó un delicioso desayuno a Kimiosea. Con el tiempo, su habilidad culinaria se había ido perfeccionando, la necesidad le había hecho dejar atrás esos días en los que sus amigos criticaban con dureza sus platillos, para dejar paso a tiernos cumplidos por parte de su novia.
En aquella ocasión, preparó unos crujientes y suaves pariquesos cubiertos con miel, un poco de fruta y un espumoso chocolate caliente para acompañar la hermosa mañana otoñal.
La rubia chica despertó deleitada por el dulce aroma que provenía de la cocina, caminó hacia el comedor y admiró cómo Naudur se aproximaba con dos platos llenos de pariquesos y colocaba uno frente a ella y el segundo del otro lado.
—¿Qué es esto? —preguntó tiernamente la muchacha.
—Es que hoy es nuestro día especial —respondió Naudur sentándose junto a ella.
—¿Nuestro día especial? —repitió la chica dándole una mordida a los deliciosos pariquesos.
—Sí, Kimi, de ahora en adelante siempre tendremos un día especial —explicó Naudur dándole un sorbo al chocolate caliente—. ¿A dónde quieres ir hoy?
—Pues... —La chica se quedó pensando un segundo mientras sonreía—. Me gustaría conocer Lífinis, nunca he estado ahí y he escuchado que es muy lindo.
—Pues no se diga más, ¡vámonos, Kimi! —expresó emocionado el muchacho y su novia sonrió.
Después de terminar el desayuno ambos prepararon unos cuantos bocadillos y los metieron en una canasta, junto a Pirplín que iba cubierto con una servilletita. Caminaron hasta el centro de Beroa para tomar un samuar. Lífinis se encontraba justo al noreste de Beroa, así que sólo tenían que llegar al centro de la región para después tomar un émix que los llevara al poblado que visitarían.
El sol comenzaba a calentar un poquito más, ya era casi medio día y el aire soplaba mucho más cálido y envolvente. La sonrisa de Naudur no paraba ni un segundo, porque cada vez que miraba a Kimiosea se sentía enamorado de nuevo, realmente no había nadie en el mundo que quisiera más que a ella.
Los chicos bajaron del émix, para después caminar por una región que ninguno de los dos había visto jamás: un floreado paisaje que se levantaba delicado ante sus ojos.
Kimiosea tenía ganas de recorrer las pintorescas tiendas primero, así que Naudur y ella caminaron tomados de la mano, hacia las bellísimas tiendas de artesanías que llenaban la calle principal.
La muchacha jamás había salido de Lizonia antes de entrar al Coralli. En aquella escuela había vivido sus primeras salidas reales, y verse ahí con Naudur, en un pequeño viaje improvisado, la emocionaba mucho.
Cada detalle era realmente admirable, grandes jarrones yacían en la entrada de cada una de las casas resguardando un montón de enormes flores de diferentes colores como rosa fuerte o azul turquesa. Los niños corrían con juguetes hechos a mano y coloridos papalotes que volaban en el aire con una singularidad perfecta, simplemente llenos de alegría e inocencia.
Más alejado había un hombre que estaba haciendo burbujas con un instrumento bastante curioso; Naudur se acercó sonriente y le pidió que le enseñara a usarlo, eran burbujas enormes que formaban figuras preciosas. El chico aprendió rápidamente después de unos cuantos errores que hicieron reír mucho a Kimiosea. La muchacha se sonrojó cuando el muchacho le formó un corazón con la burbuja que reventó justo en la punta de su nariz.
Siguieron recorriendo aquella hermosa región, fueron a una tradicional panadería que albergaba los más deliciosos bocadillos que se pudieran imaginar. Naudur le compró unos cuantos a Kimiosea y después se dirigieron hacia una pequeña colina. Ahí, extendieron la manta que traían en la canasta y despertaron a Pirplín para que comiera con ellos.
Galletas, frutilla, los pariquesos de la mañana, entre otras golosinas, yacían en la manta cubiertos por las risas de los jóvenes que charlaban tiernamente. La mascotita del chico corría libremente por el pasto dando saltitos, esa pequeña siesta sí que le había servido. Parecía la tarde perfecta, el clima era muy agradable y la compañía era simplemente irremplazable.
Después de haber degustado sus bocadillos, los muchachos se recostaron en el pasto y comenzaron a mirar las nubes, divagaron un poco acerca de su futuro, sobre si se casarían o tendrían hijos. En ese justo momento Kimiosea suspiró y cerró los ojos, los cerró muy suave porque, por primera vez, los cerraba sólo para sentir aún más el momento, y por ningún motivo en aquel mundo ella desearía que acabara.
Se sentía protegida, amada y apoyada, algo que jamás había tenido en su casa. Al abrir los ojos admiró el amplio y fresco cielo azul, y a su lado seguía Naudur que miraba correr a Pirplín con una sonrisa en sus labios.
—Naudur —dijo ella mirándolo fijamente.
—¿Qué pasa, Kimi? —preguntó él sonriéndole sinceramente.
—Prométeme que siempre estarás a mi lado —expresó la chica abrazándolo.
—Es una promesa eterna, Kimi —respondió Naudur y después le dio un dulce beso a Kimiosea.
La tarde comenzó a caer y ya era hora de que los chicos regresaran a Beroa. Subieron al émix para partir rumbo a su pequeño departamento. Cuando llegaron, cayeron rendidos. Otro día de trabajo los esperaba, pero no cambiarían su día especial por nada del mundo. Kimiosea se acurrucó entre sus cobijas arrullada por la sensación del mejor día de su vida y el deseo de que todo continuara siendo así.
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