18. Una noche de palabras
Kimiosea se colocó al frente de la marcha. Tólbik iba casi desvanecido sobre Armania, sentía que los músculos le dolían y lo único que quería era volver a tener aquella sensación de bienestar que poseía en el mundo espiritual.
La rubia caminaba desenfadada aunque no sabía hacia dónde avanzar, ella era nueva en la exploración de bosques imperianos. Lo que sí tenía muy claro era lo que buscaba: un refugio tranquilo en donde Tólbik y ella pudieran descansar y echar a andar su cabeza acerca del mejor lugar de Cristaló para hallar el "equilibrio de los mundos".
La muchacha comenzó a tener una sensación graciosa. Sintió la brisa, las hojas y saboreó cada sonido que producía la naturaleza. Realmente todo había mejorado desde que decidió perderse en el bosque junto a Armania. Era como si el pueblo y las personas de Imperia le trajeran mala suerte y todo lo negativo y terrible se hubiera quedado con ellos. En lo profundo de una sociedad. Mientras tanto, en el bosque, todo era tan sencillo y feliz.
Sonrió ante esa idea y siguió avanzando. No pasó demasiado tiempo entre la reflexión de Kimiosea y el encuentro con una curiosa cueva. La rubia sonrió al entender de qué se trataba. Sin duda era una cueva de duendes abandonada.
Su madre le había contado muchas leyendas acerca de ellos cuando era niña. Antes caminaban en las calles de Imperia con libertad pero las bestias que recorrían los antiguos bosques los ahuyentaron hasta acabar en las tierras de Arkira, uno de los reinos aledaños a Imperia. Ningún duende ha habitado en Imperia desde entonces, sin embargo, sus antiguas moradas aún podían ser encontradas en lo más profundo de los bosques.
La rubia entró sin dudar a la cueva. Era un lugar húmedo pero refugiado de cualquier pena de la noche. Ella resolvió encontrar un poco de leña antes de que fuera demasiado tarde y el frío no les permitiera realizar tareas demasiado arduas. Los duendes no habían dejado ninguna pertenencia, pero aún se apreciaban las inscripciones que todos ellos habían hecho en las paredes y en partes del piso.
Armania fue provista de una gruesa manta para pasar la noche antes de que Kimiosea, junto a Tólbik, encendieran una fogata, metieran mantas y provisiones, y después la dejaran tranquila para poder descansar.
—¿Quieres que te prepare otro Ífuo? —preguntó Kimiosea mientras acomodaba los ingredientes para preparar un poco de aquella deliciosa bebida.
—Sí —respondió Tólbik desganado.
—¿Cómo te sientes? —cuestionó la chica mostrándole una sonrisa reconfortante al tiempo que colocaba una pequeña olla para calentar el agua.
—Un poco mejor, creo... Mi mundo, el mundo que conozco, quiero decir. Todo cambió —argumentó el chico cubriéndose con la manta que le correspondía.
—Lo entiendo. Yo estoy pasando por lo mismo. Jamás hubiera creído que era para esto, ¿sabes? Yo creí que sólo me estaba volviendo loca. —La rubia soltó una fresca risa y después se giró para comenzar a agregar más ingredientes—. No soy el tipo de persona a la que le pasan cosas extraordinarias.
—¿Cómo dices?
—Sí, que yo...
—No, no. Por supuesto que te escuché —aclaró Tólbik fijando su atención totalmente en la muchacha—. ¿No crees que todo lo que te ha pasado es extraordinario?
La muchacha lo miró con incredulidad y después siguió moviendo la preparación con una pequeña cuchara de madera.
—¿Extraordinario? —repitió ella y se colocó un poco de su rubio cabello tras la oreja—. Todo lo que me pasó desde que me gradué del Coralli ha sido... triste. Triste, vergonzoso... no lo calificaría como extraordinario.
El aprendiz soltó una risa por primera vez. Kimiosea le parecía muy extraña desde el inicio, pero ahora que conocía un poco de su pensar, no comprendía por qué la reina Ildímoni había decidido darle el honor de cuidar a la heredera del Reino de las Estrellas.
—Su majestad, la reina Ildímoni, te ha considerado digna —expresó el chico acomodando su lanza a un lado suyo—. Me parece que tal juicio parte, precisamente, de todo lo que consideras "vergonzoso".
—Bueno, si es así, aprecio realmente que hayan visto algo de potencial dentro de mi persona, pero yo me he fallado, ¿entiendes? —dijo la chica retirando la olla del fuego para comenzar a servir los Ífuos—. Me arrepiento de tantas cosas.
—No lo hagas —insistió Tólbik con seguridad. La rubia le extendió una pequeña taza y después se sentó junto a él con la mirada dudosa—. Es como renunciar a lo que eres ahora gracias a esos momentos difíciles.
—¿Lo dices en serio, Tólbik? —preguntó ella dejando que la ternura se apoderara de ella.
El muchacho se quedó un momento pensando. La mirada de Kimiosea era, al igual que sus ideas, contradictoria a todo lo que se le había enseñado antes.
Desvió la atención un instante para procesar lo que ocurría y después volvió a la misteriosa muchacha para después asentir.
—No quiero decir que esté de acuerdo con la decisión que tomó mi Reina —aclaró el muchacho y la chica le devolvió una sonrisa comprensiva—. Aún creo que eres algo débil. Pero no debes arrepentirte de tu camino. Es algo fundamental.
Tólbik sólo suspiró y tomó un poco de su Ífuo. Kimiosea, por otra parte, dejó un momento la pequeña taza que sostenía para abrir una bolsa a la que la reina Ildímoni había mandado traspasar cualquier objeto que contuviera la maltrecha maleta de la chica.
—¿Puedo preguntar qué es lo que traes contigo? —inquirió el muchacho que lucía verdaderamente indefenso envuelto en una manta, bebiendo su Ífuo.
—Sólo, un montón de cosas algo tontas. Ropa, recuerdos... algo para escribir también —explicó ella sorprendida por la pregunta.
—¿Escribir?
—Yo soy poeta —dijo ella antes de ser golpeada por su propia mente—. Bueno... debería serlo.
—No lo entiendo, ¿lo eres o no? —preguntó Tólbik que para ese entonces figuraba a un niño pequeño que buscaba entender el mundo.
—No he podido escribir nada bueno. Algo que pueda merecer ser publicado, ser leído —explicó ella con decepción sacando uno de sus poemas para admirarlo con añoro—. Lo que daría por escribir una buena poesía, como antes.
—Todo lo que dices es absurdo —expresó el aprendiz después de unos segundos de silencio—. No puedes haber sido una poeta antes y ahora ya no serlo. No tiene sentido.
Kimiosea no comprendía lo que Tólbik le decía, así que sólo volvió a guardar el poema con una risa irónica.
—Hablo de verdad —remarcó él señalando la bolsa en la que había guardado su hoja.
El muchacho se puso de pie y tomó una pequeña roca que estaba en el piso para después regresar a su lugar y comenzar a crear un ritmo melodioso al golpearla con la pared de la cueva.
—No tengo un verdadero instrumento —dijo Tólbik concentrado en la melodía—. Pero esto bastará.
—¿Para qué? —preguntó ella sonriendo.
—En donde vivo nos reunimos y recitamos al ritmo de la hermosa música que tocan las musas del bosque. Recita así tu poema y verás que será un poco más fácil.
Kimiosea volvió a sacar el poema dudosa. No tenía idea de por qué Tólbik se estaba comportando así con ella de la nada. El orgullo desmedido y la frialdad parecían evaporarse de él a cada segundo, al igual que aquel brillo majestuoso y ese toque indescriptible que lo hacía parecer de otro mundo.
—Es algo breve —anunció la rubia con miedo. Se aclaró la garganta y estiró la hoja de papel.
Comenzó a leer el pequeño poema que decía así:
Parece ayer que existía razón alguna
para invitar a las ilusiones a quedarse,
embellecer el alma como a ninguna
y de un buen amor regodearse.
¿Qué tienen los vientos que empujan los días
y rebasan los muros, los sueños y hasta las sonrisas?
¿Qué tienen tus ojos y tus manos frías?
De tantos recuerdos sólo han quedado cenizas
La rubia guardó la hoja rápidamente. Aquello lo había alcanzado a escribir antes de quedarse dormida en sus peores días.
—No es tan bueno, te lo dije —se excusó la muchacha mirando sonrojada al aprendiz de la Reina.
—Creo que está bien —opinó Tólbik fingiendo desinterés—. Me parece que tiene corazón.
—Así es —pronunció la rubia mientras una lágrima comenzó a correr por su mejilla—. Eres el primero en mucho tiempo que escucha mis poemas.
El muchacho asintió con empatía y después se acomodó sobre el suelo para comenzar a descansar.
—Mañana partiremos a Cristaló. De camino tendremos tiempo para pensar qué significa el acertijo —declaró el joven alejando de él la taza vacía en la que había tomado su Ífuo.
—Descansa —respondió Kimiosea levantándose para apagar la fogata.
La noche los invadió y los pensamientos de la rubia volaron hacia otro lado.
Hacía tanto tiempo que nadie leía sus poemas. Hacía tanto tiempo desde Naudur.
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