17. El mensaje de las estrellas
La luz se posó sobre los párpados de ambos para incitarlos a despertar.
Kimiosea fue la primera en estirarse antes de retirar la gruesa manta que la reina Ildímoni había empacado para ellos. La hermosa brisa rozó su rostro y de inmediato se sintió llena de energía para comenzar su aventura, se disponía a doblar la manta que había guardado sus sueños cuando su vista topó con Tólbik.
El pobre aprendiz parecía haber pasado el peor momento de su vida. Su rostro demostraba una incomodidad extrema al estar recostado sobre el pasto. Parecía un muñeco de cera sobre el salvaje paisaje imperiano, con esa mirada clavada en el cielo y los ojos claramente irritados por una noche difícil.
—¿Estás bien? —preguntó Kimiosea extendiéndole una mano.
El hombre la volteó a ver y de inmediato dejó su posición recostada para reincorporarse ante la rubia. La rapidez con la que ejecutó tal acción provocó que se mareara y casi cayera al suelo del que huía si no es porque Kimiosea lo sujetó y le dirigió una sonrisa compasiva.
—Te levantaste demasiado rápido —argumentó ella con amabilidad—. Necesitas tomarlo con calma.
—¡No! —respondió Tólbik con exasperación—. Lo que necesito es partir cuanto antes hacia un punto en el que pueda leer el mensaje de la reina Keidi. ¡No puedo soportar un minuto más así!
El joven luchó toda la noche con nuevas sensaciones que se incorporaban con más rapidez a su cuerpo. El insomnio (otra cosa novedosa para él), le permitió tiempo para reflexionar por qué la reina Ildímoni no le había advertido que comenzaría a sentir como mortal una vez que iniciara su misión con Kimiosea. Él despreciaba la compasión y todo aquello que no le dejara pensar por sí mismo, pero en esta ocasión rogaba porque la reina Keidi, soberana de todos los cielos, se compadeciera de él y le diera algunas respuestas. Así que Tólbik comenzó a guardar todo en las bolsas de Armania a una velocidad impresionante para alguien que no había podido dormir bien en toda la noche.
—Te irá bien en el viaje —dijo Kimiosea a su yegua mientras la acariciaba.
Ella ya había despertado horas antes, se había dedicado a pastar y tomar agua en una laguna cercana. Tener a Tólbik cerca le incomodaba un poco, eso era cierto, pero la presencia de Kimiosea siempre le había hecho sentir tan tranquila y segura que no le molestó dejar que el extraño metiera tantos instrumentos en sus bolsas hechizadas.
Tólbik tomó su lanza y dio inicio a la travesía con Kimiosea sobre Armania y la angustia del universo sobre sus pasos.
La rubia desconocía totalmente el lugar que estaban buscando. Recordaba que su abuelo se había empeñado en aprender a leer las estrellas, decía que había muy pocos con el don para interpretar lo que se escribía sobre los cielos pero que él no se quedaría esperando a ser seleccionado. Un día, cuando Kimiosea era muy pequeña, decidió marcharse y emprender una aventura por toda Imperia. Él jamás regresó.
Los recuerdos acariciaban la mente de la rubia con cortesía. Esta vez no buscaban atacarla ni perturbarla. En realidad, el viaje estaba resultando bastante agradable para ella. A pesar de escuchar las constantes quejas de Tólbik por el terreno irregular, la chica sentía una tranquilidad casi tan sublime como la que sintió en el Reino del Bosque.
El viaje continuó sin conversación acompañándolo. Lo único que se podía escuchar además de la naturaleza era el golpeteo que producía Armania al caminar.
Kimiosea comenzó a notar que el bosque cambiaba su apariencia. Ya no se notaba tan verdoso como al inicio. No tenía nada que ver con la luz del día, a pesar de que para ese momento ya volvía a oscurecer. Era más bien que las hojas de los árboles lucían tan solemnes, además de cambiar su tonalidad de verde por una un poco más azul.
—¿En dónde estamos? —preguntó la rubia que seguía sobre Armania.
Tólbik volteó de mal humor y soltó un suspiro. Debió haber hecho algo muy malo para que la Reina lo castigara de esa forma.
—Aquí es el lugar al que se nos ha llamado. Leeré las estrellas para saber cuál es el primer misterio que tenemos que resolver.
El terreno comenzaba a escasear en árboles y se volvía cada vez más empinado. La chica decidió recorrer el resto a pie, sabía que ya pronto llegarían, así que bajó de su yegua y le dio un dulce beso como agradecimiento por haberla llevado todo el camino.
De repente, Tólbik se detuvo y se sentó en el pasto. Kimiosea dejó a Armania a un lado e imitó los movimientos de sus compañeros.
—¿Los mortales se cansan tanto? —preguntó Tólbik sin mirarla mientras limpiaba el sudor de su frente.
—Sí —respondió la rubia con suavidad—. Armania no se molestaría en llevarte un rato.
El aprendiz tomó un poco de aire antes de mirar el cielo que comenzaba a pintarse de rosa y naranja.
—No entiendo nada —expresó para sí mismo mientras regresaba su vista al suelo.
—Ya casi salen las estrellas. Sería bueno que comiéramos algo antes...
—¡No! —respondió Tólbik—. Este es un lugar sagrado. No podemos comer aquí.
Kimiosea se giró hacia su compañero y lo miró con compasión. Lucía tan maltrecho, tan confundido y angustiado. No se parecía en nada al semblante que mostraba cuando lo conoció.
Se acercó un poco y limpió con su manga lo que quedaba del sudor de la frente de Tólbik.
—Sé que es nuevo para ti todo esto, pero siento que no estás cuidando lo suficiente de ti. Cuando terminemos esto, antes de partir, tenemos que descansar o podrías desfallecer o enfermarte, ¿lo entiendes? —Por primera vez Kimiosea parecía tener más poder que el aprendiz de la Reina. Se sentía en su voz y en la manera en que posaba sus pupilas sobre las del joven.
—Lo entiendo —respondió tratando de recuperar su altanera forma de hablar.
Armania admiró a sus dos compañeros de viaje sentados sobre el pasto. Lucían de cierta manera curiosos. Ambos con los ojos sobre el cielo y un suave rosa y naranja acariciándolos.
La yegua había ido a pastar cuando las estrellas comenzaron a observarse. Kimiosea no sabía por qué, pero lucían muy especiales ese día. Brillantes y misteriosas, como si realmente estuvieran listas para dar un mensaje importante.
Cuando la rubia se disponía a preguntar qué era lo que procedía, el collar que le había dado la reina Ildímoni comenzó a vibrar.
La chica se levantó asustada y su compañero se acomodó para colocar una rodilla sobre el piso.
—¡Reina Keidi! —gritó el joven inclinando la cabeza—. ¡Necesitamos de su ayuda!
Las estrellas brillaban todas por igual, pero en el momento en que esas palabras rozaron los labios de Tólbik, unas cuantas intensificaron su brillo de manera sorpresiva.
—¿Qué es lo que dice? —preguntó Kimiosea asombrada.
El joven suspiró profundamente antes de responderle a su interlocutora.
—Que primero necesito tranquilizarme.
La rubia esbozó una sonrisa y regresó su mirada al cielo. La intensidad en el brillo de las estrellas volvió a cambiar, de modo que ahora eran otras las que resaltaban más que sus hermanas.
—Cristaló —pronunció el joven mientras las estrellas volvían a cambiar—... El equilibrio.
Kimiosea admiró que las estrellas ahora subían o bajan su brillo con mayor rapidez, parecía que el mensaje era largo y su lector lucía inmerso totalmente en las palabras de la reina Keidi. De un momento a otro, las estrellas regresaron a su brillo original, el collar de Kimiosea dejó de vibrar y la cabeza de Tólbik se inclinó hacia el suelo hasta tocar el pasto con su frente.
—Tólbik...
—Es un acertijo —expresó el joven levantándose con pesadez—. En Cristaló debemos buscar la fortaleza de un reino, el equilibrio de los mundos.
—¿El equilibrio de los mundos? —cuestionó ella sacudiendo el pasto de su vestido—. No sé qué pueda haber en Cristaló que sea algo parecido.
—Yo tampoco lo sé —confesó él luciendo derrotado—. Creí que... todo sería un poco más claro.
—¿Qué te dijo sobre ti? —preguntó la rubia con sincero interés y él sólo hizo una mueca de desagrado.
—Sólo lo que sabemos. Cada instante en este reino me vuelve más mortal... Dijo que sólo la reina Ildímoni tenía respuestas para mí —dijo con pesar en cada palabra.
Tólbik caminó hasta el primer árbol cercano y se recargó para volver a tomar fuerzas. Kimiosea lo siguió y llamó a Armania para señalar su lomo.
—Sube —indicó ella dándole una mano—. No olvides tu promesa, buscaremos un refugio.
Las manos de ambos se tocaron por primera vez. Kimiosea vio en los ojos de Tólbik toda la tristeza y decepción que ella misma cargaba hacía unos meses y decidió dejarla atrás para llenarse de valentía por un bien mayor: salvar a la princesa de las estrellas.
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¡Chicos! Sé que he dejado muy abandonada esta historia, pero es porque he estado trabajando en más oportunidades para esta saga. Esta obviamente no es ninguna justificación válida y es por ello que con este capítulo reinicio mi constancia en la plataforma :D. Ahora sí tendrán capítulo nuevo mínimo cada dos días, aunque intentaré esforzarme al máximo para darles más contenido.
Por cierto, para las personas que se encuentran un libro de Imperia por primera vez, les recuerdo que esta es la segunda parte de la historia "Imperia: Corazón de Esmeralda", también disponible en esta plataforma.
¡Los quiero!
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