16. Un Ífuo con Tólbik
Una hermosa y dorada luz iluminó la habitación que resguardaba a la elegida de los reinos espirituales. No parecía sol, era más como eso que rodeaba todo aquel reino: esencia de bosque.
No sabía exactamente el por qué, pero seguía sin tener ni un poco de hambre, así que se levantó de su confortable cama y caminó hacia la salida de su habitación.
La rubia se quedó observando los alrededores pensando hacia dónde debía ir. Todo aquello lucía verdaderamente laberíntico y le era imposible recordar por dónde la habían traído.
—No deberías deambular por ahí —dijo una voz detrás de Kimiosea. Ella se giró para mirar al aprendiz de la reina mirándola con severidad.
—No recuerdo hacia dónde...
—Parece que no has aprendido nada —expresó Tólbik suspirando con desesperación mientras tomaba el hombro de Kimiosea.
La luz volvió a inundar todo el lugar antes de que ambos se convirtieran en lucecillas. El tiempo y el espacio volvieron a parecer diferentes mientras salían del palacio del reino de las estrellas.
Ambos aterrizaron en el mismo lugar en el que la reina y él se la habían llevado en primera instancia. A Kimiosea le sorprendió ver a Armania junto a ella, lucía limpia y descansada, también orgullosa y lista para todo lo que viniera. Le recordó el primer día en que se conocieron.
—No puedo creer todo lo que pasó —dijo Kimiosea en cuanto recuperó el aliento.
Armania relinchó de alegría y la rubia admiró todas las provisiones que traía su yegua en el lomo. Todo lucía tan brillante y liviano que estaba segura de que a Armania le parecía que cargaba una pluma.
—Creo que no nos hemos presentado adecuadamente —expresó la rubia extendiendo su mano hacia Tólbik—. Soy Kimiosea.
El hombre solamente volteó a verla con recelo y tomó con más fuerza su lanza.
—No necesito presentaciones. ¿No lo has escuchado ya? Te conocemos —dijo el sujeto comenzando a avanzar con elegancia—. Gracias a que eres la "elegida" tuve que seguirte por meses.
—¿Eras tú? —preguntó Kimiosea tomando a Armania para guiarla con ellos—. ¿La luz que veía en mis sueños y en las calles y jardines eras tú?
—Por supuesto que sí. Pero, ¿crees que seguiría una extraña por gusto? Todo fue por orden de la Reina.
—Tú eres su aprendiz, ¿cierto?
—Lo soy —aclaró Tólbik marcando fuertemente sus palabras—. Yo soy el más capacitado para cualquier misión que mande la reina Ildímoni. Todas excepto esta, al parecer.
—Vaya —respondió Kimiosea comprendiendo la molestia de su compañero—. Bueno, yo tampoco lo esperaba.
—Es lógico.
Pasaron un momento de silencio mientras avanzaban por el bosque. Solamente se escuchaban los sonidos que producía la yegua de Kimiosea y uno que otro suspiro de alguno de los dos. Fue hasta que la rubia sentía que habían caminado demasiado para no haber topado con el pueblo que miró a Tólbik y se aclaró la garganta.
—¿A dónde vamos? —preguntó ella con algo de timidez—. Creí que iríamos al pueblo, pero veo que no. ¿Dónde comenzará la misión?
—La misión ya comenzó —expresó Tólbik regresándole una mirada fría—. No viajaremos con tus hermanos los imperianos. Un mortal tiene prohibido mirar a un ser espiritual como yo.
—Claro —respondió ella mirando el cielo—, pero, ¿a dónde vamos?
—Tenemos que saber en dónde comenzar y para eso necesitamos conocer el mensaje de la reina Keidi, soberana de los cielos.
—¿Cómo haremos eso si no podemos viajar a...?
—No podemos —respondió Tólbik molesto—. Necesitamos llegar a un lugar adecuado para leer las estrellas. Así sabremos a dónde ir después.
Kimiosea asintió y miró a Armania con resignación. Adoraba hacer amigos nuevos pero Tólbik lo hacía muy complicado con su postura inmutable y los labios bien apretados.
Por un tiempo había estado viviendo en el bosque aislada de todo el mundo, sin embargo, jamás en su vida había recorrido una región de Imperia únicamente por el bosque. Y es que ese extenso reino estaba totalmente rodeado por naturaleza, la única región que no tenía bosques era Alúan, por lo tanto, era fácil pasar desapercibido por los habitantes si se caminaba sólo por la fauna.
Kimiosea sabía que aquella era una odisea muy peligrosa si se era inexperto en la exploración, pero Tólbik caminaba con tanta seguridad que le resultaba imposible pensar que tenía desconocimiento de sus acciones.
La rubia admiraba su elegante caminar y esa manera de parecer misterioso. Todo parecía bien hasta que por su mente se cruzó Dreikov. De cierta manera se parecían, o al menos eso pensaba ella, así que simplemente suspiró y dejó ir todo pensamiento de su mente.
Habían avanzado ya un buen tramo cuando el hambre atacó a la rubia. Había estado un día entero sin comer y no sentía nada, pero ahora estaba de vuelta en Imperia y el estómago reclamaba lo que le correspondía.
—Tenemos que detenernos un momento... ¿estás bien? —preguntó Kimiosea mirando a su acompañante torcer por primera vez su rostro.
—Algo extraño me sucede —dijo él sentándose en una roca cercana—. Siento un intenso y raro dolor en mi estómago.
—Revisaré las provisiones de Armania. —La rubia corrió hacia su yegua y encontró, para su sorpresa, que la reina Ildímoni había llenado una bolsa de frutas, bocadillos y agua. Tomó un pequeño cilindro de madera y lo llenó con agua fresca para después ofrecérsela a Tólbik.
—¡No! ¡Yo nunca tomo agua de mortales! —expresó el hombre tirando el vaso de Kimiosea.
La rubia se quedó mirando el agua derramada confundida. Tólbik, por otro lado, clavó los ojos en la bolsa de provisiones y después sintió otro retortijón.
—¡Ah! ¡Es tan extraño! —gritó nuevamente mientras se sujetaba el estómago.
—¿Será que... tienes hambre? —preguntó la muchacha caminando a las provisiones para tomar una fruta.
Tólbik estaba a punto de reclamar, pero en cuanto vio la fruta frente a sus ojos no pudo más que tomarla y empezar a comer de ella como loco. Poco a poco el dolor de hambre lo abandonaba y la sorpresa y confusión comenzó a invadirlo en su lugar.
—¿Qué está pasando? —cuestionó terminando de comer.
—Sólo tenías hambre, yo también la tengo —expresó Kimiosea con calma al tiempo que se sentaba a su lado para comer una fruta.
—Esas son necesidades mortales, yo... No lo entiendo —dijo Tólbik dejando su lanza en el suelo—. En el mundo espiritual eso no existe y todos los que pertenecemos a él no somos víctimas de ese tipo de mundanidades.
—Yo dormí en el mundo espiritual, ¿eso no es una necesidad?
—La reina te hechizó para que descansara esa parte mortal de ti. El hambre, la sed, el sueño... nada mortal existe y yo... no sé qué pasa.
Tólbik miró hacia el suelo con miedo. Miedo, por primera vez en su vida. Kimiosea sintió algo de compasión por él, así que se levantó para comenzar a formar una fogata y armar un pequeño campamento para pasar la noche que se avecinaba.
—¿Qué es lo que haces? —preguntó Tólbik levantando la mirada.
—Tenemos que pasar la noche aquí. No sé por qué tienes necesidades mortales, pero el punto es que las tienes... Pronto necesitaremos dormir y este será el lugar —explicó Kimiosea sacando un recipiente para empezar a calentar agua y preparar dos Ífuos.
Tólbik lucía derrotado. La reina Ildímoni no le había explicado nada sobre adquirir necesidades mortales, así que su corazón se encontraba verdaderamente desesperado... una vez más, por primera vez.
Kimiosea tomó una de las pequeñas tazas que la Reina había provisto y la llenó de la deliciosa preparación. Extendió la taza hacia su acompañante y ella misma comenzó a sorber de la suya para volver a sentarse a su lado.
—¿Qué es esto? —cuestionó Tólbik recibiendo la taza con duda—. ¿Algún tipo de brebaje curativo?
—No, no lo es —respondió Kimiosea riendo—. Es sólo una bebida. Te quitará el frío y además es deliciosa. Es muy popular en Imperia.
—¡Ah! ¡Esto fue una trampa! —gritó Tólbik alejando la taza de él—. ¡Es un arma! ¡Mi lengua arde!
—Sólo te quemaste la lengua —expresó la rubia divertida—. Tienes que soplar antes, así.
La muchacha sopló para enfriar su bebida antes de sorberlo y mostrarle al aprendiz de la Reina lo poco peligroso que era un Ífuo para una persona.
Tólbik volvió a acercar la taza a sus labios y con la inocencia de un niño pequeño sopló la bebida y sorbió el líquido tratando de imitar a Kimiosea. Su expresión cambió en cuanto probó el Ífuo que había preparado la rubia.
La sensación era totalmente incomparable a cualquier cosa que hubiera vivido antes. Miró a Kimiosea mientras daba otro sorbo a su taza.
La rubia le devolvió la mirada con una sonrisa y así se pasó la noche silenciosa, con el alma de Kimiosea finalmente tranquila y la Tólbik comenzando a rozar todo lo mortal que despreciaba.
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