14. Entre todos los reinos
La travesía se hacía larga andando sin rumbo. Por donde quiera que mirara, la rubia sólo encontraba sitios en los que debía dinero, lugares en los que seguramente le negarían asilo o le darían crédito para comprar comida.
Armania lucía igual de desganada. Habían estado andando por el pueblo por tres horas y aún no sabían cuál era el siguiente paso.
—Dime, ¿qué haremos ahora? —preguntó la muchacha a su yegua mientras daba un profundo suspiro.
De repente, Armania se detuvo. Su jinete se percató de que algo extraño sucedía, así que giró su cabeza hacia la derecha, en donde tenía clavados sus ojos Armania. El espeso y misterioso follaje del bosque se vio interrumpido por una pequeña lucecilla. La misma que había estado viendo y soñando.
—Vamos, amiga —dijo la rubia antes de ponerse en marcha rumbo a la luz.
Bastaron unos cuantos segundos para que la luz se desvaneciera, sin embargo, la marcha de ambas no se detuvo. Hacía tanto que no tenían un objetivo que les resultaba difícil detenerse ante esa nueva meta. Y así fue como Kimiosea y Armania entraron al bosque de Figgó para encontrarse con su destino.
Las gotas que comenzaban a caer desde el cielo anunciaron que era hora de detenerse, así que, en contra de su voluntad, indicó a Armania que se detuviera.
El cielo mostraba una enorme tela grisácea y el frío la envolvió con fiereza antes de que bajara de su yegua. La sonrisa que había aparecido mientras se adentraba en el bosque hipnotizada desapareció tan fácil como la pequeña lucecilla misteriosa.
Si hubiera sido por ella, no le hubiera molestado que cayera un diluvio sobre su cabeza, pero la mirada preocupada de Armania le hizo sacar su lado más creativo. Abrió la maleta a toda velocidad (quería ganarle a la lluvia), y sacó la aguja e hilos que había comprado para remendar su ropa.
Rasgó con rapidez varios vestidos hasta que consiguió convertirlos en telas listas para ser unidas y convertirse en un improvisado refugio contra la lluvia.
Podría parecer algo extraño, pero las gotas de lluvias que resbalaban por la tela mojada parecían más tranquilizadoras que todos los problemas que había acumulado en el centro de aquella región. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tenía controlada la situación.
La lluvia se fue poco a poco para dejar paso a una tranquilizadora neblina. Kimiosea exprimió las telas y las colocó sobre las ramas de un árbol para que terminaran de secarse. Acto seguido acarició a Armania antes de comenzar a caminar buscando algo de leña que hubiera quedado seca. Afortunadamente, y como si el bosque cambiara su suerte, la encontró, así que se puso manos a la obra para encender el fuego que las protegería del frío aquella noche.
Y así, pasaron los días y las semanas. Kimiosea ya no estaba interesada en regresar. Ella ya no quería saber nada del mundo fuera de aquel bosque. Su vida se había envuelto de árboles, viento y sonrisas que compartía con Armania, sin embargo, a pesar de que parecía haber encontrado un hogar que no le parecía incómodo, las cosas volvían a complicarse poco a poco.
La comida escaseaba cada vez más, aunque Kimiosea hacía lo mejor para sobrevivir con todo lo que proveía el bosque, y su apariencia lo delataba. Las ojeras se marcaban bajo sus ojos y el cabello perdía su brillo poco a poco, resaltando al mismo tiempo lo opaco de su piel. Si cualquiera la hubiera visto en aquel momento, nadie la reconocería. Ni ella misma.
Amaneció un buen día. Ella había perdido ya la noción del tiempo. Sus cosas estaban acomodadas sobre el pasto y en los árboles, para permitirle tener acceso a cada herramienta que había diseñado. Las telas habían sido acomodadas a modo de sábanas, abultadas para ser almohadas y extendidas para cubrirla de la lluvia y el viento. Aquello provocaba que los vestidos de Kimiosea se hubieran reducido considerablemente, aunque, claro, eso no importa cuando vives solo en el bosque.
Armania pastaba tranquila cuando esto sucedió.
Todo se sintió diferente de un momento a otro, era una corriente de aire que acariciaba a Kimiosea, pero que no movía ningún árbol, como si los esquivara. La muchacha respiró muy hondo y notó que aquel aire poseía una pureza única. Apenas reflexionaba sobre aquellas sensaciones cuando apareció esa pequeña lucecilla blanca y brillante acompañada de una compañera idéntica. Kimiosea de inmediato se levantó para mirar mejor las luces.
Todo se quedó en silencio un minuto pero al siguiente, la segunda luz se movió para dar vueltas alrededor de la chica y se fue. La otra aguardó tranquilamente hasta que su compañera regresó y se acercó como susurrando algo.
Ambas luces se acercaron a la muchacha y ella las miró extrañada. De un momento a otro la luz que desprendían comenzó a crecer y a crecer en intensidad, hasta que Kimiosea tuvo que taparse los ojos. Cuando la luz bajó su intensidad, la rubia se dio cuenta de que había dos criaturas que nunca había visto paradas frente a ella. No parecían humanas, pero tampoco algo como hadas o sirenas. Su piel era tan brillante que parecía transparente y el fulgor que desprendían los igualaba a la luna.
Uno de ellos era un grácil hombre que mostraba una elegante postura y un rostro orgulloso, su blanco cabello caía hasta sus hombros y se doblaba ligeramente sobre su desnudo torso, en su mano, traía una lanza, cuyo filo parecía hecho de diamante; Kimiosea abrió la boca, pero de ella no salió nada más que un pequeño gemido; junto a aquel hombre, una mujer inconcebiblemente bella. Sus rizos, igualmente blancos y gruesos, se dejaban admirar hasta la cintura, justo donde comenzaba el vaporoso vuelo de su vestido blanco. Ese perfecto rostro enmarcaba unos enormes ojos azules y sus largas y enchinadas pestañas.
Se giró hacia la derecha y luego inclinó ligeramente la cabeza para dejar mostrar su prominente corona de cristales. La joven tembló justo antes de que aquel ser se colocara tan cerca de su oído que Kimiosea pensó que le iba a decir un secreto muy importante, pero en lugar de eso, sopló en el oído de la chica lo que le pareció la corriente de aire más pura y extraña que había sentido en su vida. El frío delicioso y penetrante del aliento de aquel ser la inundó hasta su cerebro, y pasó por todo su cuerpo hasta llegar a tocar su alma. De inmediato se desmayó.
La brisa soplaba tan débil que apenas se sentía en el rostro de Kimiosea. Poco a poco fue abriendo los ojos para admirarse sobre una especie de cama que estaba rebosante de suavidad. Se levantó precipitadamente, ya no sentía ningún dolor en su cuerpo, ni hambre ni sed. Caminó lentamente por un fino piso de madera morada que no crujía ni hacía berrinche cada vez que Kimiosea lo pisaba. La joven miraba la delicadeza que envolvía los detalles de aquel lugar, todo era demasiado irreal. Al fondo había una pequeña abertura, como una entrada y salida; Kimiosea se asomó por ella y retrocedió rápidamente al notar que estaba en la copa de un árbol.
—Calma —dijo una voz que entraba al lugar—. No te pasará nada.
Kimiosea volteó y admiró al mismo joven que apareció frente a ella antes de que se desmayara. Su manera de hablar era extraña, como si las palabras flotaran a través de sus labios.
—¿Quién eres? —preguntó la rubia invadida por el miedo, la confusión... y la curiosidad.
—Soy Tólbik, el guardián de la reina —explicó el extraño acercándose lentamente a la chica—. Ella me pidió que te trajera aquí.
—¿La reina Mickó? —preguntó Kimiosea, pero el joven sólo giró la cabeza cómo preguntándole de qué hablaba—. Creí que ella estaba...
—No, mi querida invitada —respondió de pronto otra voz entrando al cuarto. La hermosa mujer que tenía la corona de cristales le sonreía—. Él habla de mí, Ildímoni, soberana del Reino del bosque. —La mujer era tan majestuosa que Kimiosea no pudo más que temblar y balbucear algunas palabras—. No tienes que presentarte, Kimiosea, yo sé quién eres.
—¿Dónde está....?
—Armania está bien — interrumpió la reina—. Está siendo cuidada por nuestros hermanos regidos por la esencia de la tierra, se te será devuelta para que completes tu misión —explicó la reina Ildímoni tranquila.
—¿Misión? Perdone, es que no sé de lo que habla. ¿Cómo me conoce a mí o a Armania? —Kimiosea comenzó a alterarse y el joven que acompañaba a la reina se dispuso a atacarla.
—Tranquilo, hermano Tólbik... Kimiosea, has entrado al mundo espiritual —dijo la mujer señalando hacia el exterior. Kimiosea admiró aquel extraño bosque que se veía tan majestuoso y bello que parecía un muy fantasioso sueño—. Toma mi mano, Kimiosea, iremos a mi palacio. Aquí sólo es la guarida de los huéspedes, corremos peligro de ser vistos.
La rubia siguió sus instrucciones sin saber bien la razón. De inmediato la habitación se fue haciendo más y más grande hasta que parecía una enorme construcción, sólo entonces el viento se sintió con más fuerza, pero cuando Kimiosea trató de llevarse una mano al rostro para impedir que la corriente de aire la golpeara en los ojos, se dio cuenta de que ya no tenía manos, ni brazos, y fue hasta que miró a la reina Ildímoni que se dio cuenta de que tanto ella, como la reina y el guardián, se habían convertido en brillantes lucecitas.
Volaron varios Kilómetros, no era nada cansado. Cuando Kimiosea realmente comenzaba a hundirse en aquel viaje, la luz de la reina se detuvo en seco y se posó sobre un árbol. De un momento a otro, la luz de la reina atravesó el tronco del árbol para quedar en el centro, como el guardián hizo lo mismo, Kimiosea se armó de valor y flotó con todas sus fuerzas mentales hasta el centro del árbol.
Era un lugar extraordinariamente grande, considerando que se encontraban en el tronco de un árbol. Los tres se transformaron a su forma humana y la reina Ildímoni caminó majestuosamente por un pasillo que parecía hecho de algo inmaterial, como si sólo estuviera hecho de luz. Kimiosea la siguió, junto con Tólbik. Ella no entendía cómo un sitio gigante podía yacer en un árbol. ¿Será que se habían encogido o todo era una ilusión?
Su asombro creció cuando al intentar tocar unos adornos que yacían a los costados del pasillo, su mano los traspasó como si fueran fantasmas.
—Están hechos de esencia —explicó Tólbik como si fuera lo más obvio del mundo.
—Tólbik, no le hables así a nuestra invitada —reprendió sutilmente la reina Ildímoni mientras tomaba asiento en lo que parecía un trono de luz—. Llévala a que recupere sus energías. Después le explicaremos todo.
El guardián giró los ojos con discreción y después inclinó su cabeza hacia Kimiosea indicándole que lo siguiera.
¿Qué era lo que le esperaba en aquel sitio?
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¡Hola, chicos! Lamento haber tardado en actualizar, pero estaba ocupada con la segunda edición de "En este mundo no cabemos los dos". ¡Seguirá la actividad en esta obra! Un beso :3
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