10. En busca de un comienzo
Los samuares lucían mucho más imponentes de lo que Kimiosea recordaba, aquellos enormes vagones dirigidos por hermosos caballos, ahora parecían calabozos móviles que la llevarían a su penitencia máxima.
Tomó el primer samuar con destino a Lizonia y lo abordó pagando la cuota necesaria. Ya traía consigo muy pocos niros. El profundo espacio le sirvió para acomodarse de manera placentera, aunque, en realidad, para ella no resultó tan complaciente como lo sería para cualquiera. Sentía como si estuviera en una cámara lista para ser condenada, tan sola y despreciable. Sí, esa era la palabra; despreciable. Era despreciable para todos, pero, especialmente, para ella misma.
Se hundió en su miseria envuelta en el nuevo aroma que se colaba por la ventana, el chocolate de había ido y también el eterno paisaje otoñal, ahora se convertía en uno primaveral que arrastraba frescura. Kimiosea no miró por la ventana ni una vez, se sentía como una niña regañada después de haber hecho alguna travesura, una enorme travesura; sabía que en cuanto cruzara el umbral de su casa, su madre la aplastaría con sermones sobre lo mucho que le advirtió cobre el Coralli y Naudur.
Desde el momento en el que descubrió que Dreikov la engañaba, su mirada ya no era la misma. Focalizaba algún punto y se limitaba a admirarlo pensando en lo mucho que se arrepentiría de todo.
Cuando el hambre la amenazaba con regresar, el samuar llegó a Lizonia. Lucía tan hermoso como siempre, pero los ojos de tristeza de Kimiosea sólo admiraban grisáceos árboles. No pudo evitar recordar el día en el que su madre, su amiga, y la señora Daar se encontraban ahí mismo con ella, aguardando que la vida de todas cambiara. Bajó su maleta con dificultad, debido a que ya se encontraba muy maltratada, y arrastró los pasos hacia su casa en Mons.
Las veredas se juntaban como un par de serpientes, para luego volver a separarse, el aire de inocencia recorrió sus recuerdos, cuando era la tímida niña rubia que se sentaba hasta el frente del salón para escuchar a la única que parecía escucharla a ella: la maestra.
La cabeza de Kimiosea era una maraña de ideas tan complicadas que el sólo tomar un pedazo de ellas constituiría revolver el mundo entero. Sus pies ya avanzaban con firme monotonía entre el pasto que, simplemente, ya no era tan verde y fresco como antes. La inmensidad del cielo, ahora se limitaba a un manto azul que cobijaba débilmente a la región. Las tibias lágrimas amenazaban con asaltarla, pero sabía que, ante los ojos de su madre, regresar después de tanto haber luchado por desobedecerla, con los ojos llenos de lágrimas, representaba una indudable derrota que ella se haría cargo de resaltar.
A la distancia alcanzó a divisar la casa de los verdugos. Ya no había marcha atrás, era aquello o morir de hambre, sin un empleo, sin un futuro.
Inundó sus pulmones con un tibio aire primaveral que la recorrió de pies a cabeza, antes de de levantar su delicado puño para golpear la puerta de la casa. Aguzó el oído para tratar de percibir algún ruido en su interior, pero nada parecía suceder adentro. Intentó de nuevo y recibió la misma respuesta. Le extrañaba que su madre no estuviera en casa, ella siempre cumplía con sus supuestos "deberes ineludibles de la mujer" al pie de la letra. Sin más decidió sentarse sobre su pesada maleta, una vez más, y esperar a que su madre regresara. Las nubes se desplazaban con más velocidad de la habitual, incluso a Kimiosea le dio la impresión de que buscaban hacer algo; el aire ya comenzaba a adquirir ese toque nocturno. La rubia comenzó a dudar que su madre realmente regresara. Pero, debido a la naturaleza de su carácter, tuvo mucha más paciencia y aguantó un par de horas más. Justo cuando abandonó aquellas ideas y se disponía a marcharse, unos pasos interrumpieron el silencio que rodeaba el lugar, los ojos de Kimiosea admiraron a su madre.
La sonrisa que se dibujó de inmediato en el rostro de Kimiosea, no obtuvo más respuesta que una ligera mueca de disgusto por parte de su madre, la cual, siguió con su camino como si no se hubiera percatado de la presencia de su hija. Entró a la casa y cerró la puerta. Kimiosea instintivamente llamó a la puerta un par de veces, pero seguía sin respuesta. Sólo se escuchaban los sonidos que anunciaban que su madre continuaba con sus asuntos sin prestar la más mínima atención a la presencia de su hija tratara de decirle. "¡Mamá! ¡Abre mamá, soy yo, Kimiosea!". Las súplicas parecían rebotar en los oídos de la mujer, pues la chica jamás recibió respuesta alguna a éstos gritos.
Al poco rato se volvieron a escuchar otros pasos, ahora era el papá de Kimiosea el que se aproximaba a la morada. La muchacha corrió hacia él y le suplicó que persuadiera a su madre para que le abriera, pero el hombre sólo negó con la cabeza y le dijo: "Ahora vengo muy cansado de trabajar, hija, no me molestes". Así pues, entró igualmente a la casa cerrando la puerta tras de él.
La muchacha pateó la puerta como obvia señal de que las ideas se le estaban agotando. La intimidante oscuridad comenzaba a rodearla, despertando sus más infantiles miedos. Como no le abrían, como no tenía un lugar a donde ir, como el miedo la acechaba, no tuvo otra opción que quedarse dormida.
Se encontraba sumergida en el más profundo de los sueños, cuando la impresión de haber sido golpeada por un montón de agua helada, la despertó. Abrió los ojos para encontrarse con su madre que acababa de vaciar el contenido de una jarra de barro (la misma que usaba antes para servirle jugo de fresa) sobre todo su cuerpo.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó la mujer con indiferencia mientras entraba a la casa dejando la puerta abierta.
—Yo... he regresado —articuló con dificultad la muchacha, levantándose mientras exprimía su ropa.
—¿Qué le has hecho a tu cabello? —preguntó la mujer admirando que el rubio cabello que solía cubrir hasta por debajo de su cintura, ahora no pasaba de su barbilla. —Se ve totalmente horrible.
—Madre... necesito ayuda.
—Se nota.
—Necesito, realmente, que me ayudes. —Después de pronunciadas aquellas palabras, una sucia sonrisa se dibujó en la cara de su madre y, poco a poco, fue desapareciendo hasta sólo dejar paso a su mirada penetrante.
—Kimiosea, me has traído muchas más desgracias de las que pensé que una dama bien educada podría traer a una familia.
—Yo...
—¡Te fuiste para perseguir el sueño más absurdo que pudo haber pasado por tu cabeza! ¡Y todavía te a través a enviarnos una carga más!
—¿Qué?— preguntó Kimiosea sinceramente confundida.
—¡No te hagas la inocente! Tú enviaste a esa yegua que sólo nos ha hecho malgastar el dinero por alquilarle un establo.
—Yo no...
—¡No ha habido mayor desgracia para mí que la de tener una hija tan malagradecida y tonta como tú! —Se giró para buscar algo en un cajón, sacó enérgicamente una llave y acto seguido lo aventó hacia su hija—. ¡Llévate a esa alimaña y no vuelvas! ¿Me entiendes Kimiosea? Yo no tengo una hija.
Las lágrimas que no habían querido salir en su totalidad durante su trayecto a Lizonia, ahora aprovechaban que el corazón de Kimiosea había sido pulverizado para hacer su triunfal entrada. Empapada y humillada, tomó la llave de Armania y salió de la casa. Sabía que su madre era muy exigente y estricta, pero jamás se imaginó que sería capaz de la atrocidad que acababa de cometer. Ahora estaba más confundida de lo que ya estaba.
Ni siquiera estaba completamente segura del lugar en el que tenían a su yegua. El Coralli seguramente había enviado a su inseparable compañera a la dirección que tenía registrada y por ello terminó con su madre.
Pensó que sería buena idea ir al centro de Lizonia, nuevamente, a preguntar sobre algún lugar que permitiese la estadía a una yegua. Retomó de nuevo el monótono paso hacia el centro. Su llanto era inconsolable, le dolía el abdomen de tanto contraerlo. Limpiaba frecuentemente sus lágrimas porque se su vista se nublaba constantemente debido a la tristeza.
Si su propia madre creía que ella era una inútil, seguramente era porque aquella era la verdad. Caminó desanimada hasta el centro de Lizonia, en donde preguntó por un establo. Luego de ser ignorada por un par de transeúntes, debido a su deplorable estado, Kimiosea fue informada de que el establo más cercano estaba a diez casas de ahí. El azul del cielo retomaba su posición cuando la rubia entró al extraño lugar con la llave que su madre le había dado entre las manos. No tardó mucho en encontrar a esa hermosa yegua que la había acompañado por tanto tiempo. La miró, estaba allí, en el fondo, y lucía casi tan triste como ella.
En el preciso segundo en el que los dedos de Kimiosea rozaron el suave pelaje de Armania, la chica volvió a sentir esa conexión que hace un par de años había nacido con su compañera. La mirada de Armania lucía triste, el abandono al que estaba sometida desde que la habían orillado a sentirse tan insignificante y humillada como Kimiosea, le había quitado su fuerza natural. No bastó más que una mirada para que el sufrimiento de ambas fuera asimilado por la otra y se diera una empatía profunda e instantánea.
Después de la pequeña reconciliación, Kimiosea abrió su maleta y sacó un vestido que colocó como montura. Después sacó todos los vestidos que necesitó para amarrarlos y crear una especie de soga con la que sujetó la maleta al lomo te Armania y después montó sobre ella y se dispuso a partir... ¿pero a dónde? No pudo menos que sentirse triste por hallarse en las calles de Lizonia sobre su querida Armania sin saber a dónde ir.
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¡Nos vemos este viernes para la siguiente actualización! Millones de gracias por sus comentarios y votos :3
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