4. Buscando un escape
Era correcto decir que ya no sentía las piernas en lo más mínimo. El aire, con un delicioso aroma, no afectaba en absoluto el ánimo de la muchacha porque su objetivo no era para nada relacionado con un día memorable.
Las hojas de los árboles parecían rozarla con poca delicadeza, como pequeñas hojas de navaja que intentaban detenerla de su determinación. Sabía que debía ser rápida, pero no tanto como para ser detectada; así que mantenía un ritmo medio que le permitiera alejarse y pasar desapercibida al mismo tiempo.
Pensó por un momento en su caballo, quizá escapar sería mucho más fácil con él, pero ahora no era tiempo de ponerse a divagar en comodidades perdidas. Aceptar esa encomienda era básicamente estar abierto a perder la mayor comodidad existente: respirar.
El viento empujó un poco más a Celta y le dejó cultivar aquella llama en el interior que le permitía seguir.
La mujer se detuvo un poco más adelante para descansar. No había tiempo de acomodar algún sitio para su reposo absoluto, ni siquiera de prender una fogata le ayudara a calentarse. Es que el descanso para Celta estaba muy lejos de ser eso, un tiempo para relajarse, se trataba más bien un instante para recargar las energías estrictamente necesarias y continuar.
Celta buscó cerca unas ramas para esconder su rastro y después escudriñó hasta hallar un refugio en el que pudiera estar unos instantes sin preocuparse por ser descubierta por la guardia de Ífniga. Quería dejar el cuerpo reposando, pero la mente activa y siempre pendiente de detalles y nuevas estrategias que se pudieran realizar para bien de la misión.
Cuando se encontró en la mejor posición (discreta y no demasiado cómoda para quedarse dormida), empezó a dejar su mente maquilar. Finalmente podía dejarse viajar por la idea que le había preocupado, con la intención de extraer las conclusiones que le fueran útiles: ¿Por qué Esmeralda no había recibido su mensaje? ¿Por qué no lo había respondido?
Era imposible pensar que estuviera fallando algo tan práctico en la batalla por la corona. Una habilidad que ambas habían estado perfeccionando poco a poco durante meses y que había quedado establecido como un método de comunicación supremamente relevante entre la monarca y su General. Una ventaja insuperable frente a los enemigos.
A pesar de que no quería saltar a conclusiones, necesitaba contemplar la idea de que Esmeralda realmente recibiera el pergamino, y que la magia que el barón había puesto sobre el mismo fuera efectiva sobre ella. Nadie podía asegurarle que la familia real, las armas y el reino entero se levantarían en su contra. ¿Cómo entonces recorrer Imperia sin arriesgarse a ser capturada?
Conocía la prisión de Nitris mejor que nadie, ella misma había aportado ideas para la mejora en cuestión de seguridad dentro de la misma. Tenía muy claro que, bajo su misma dirección, la prisión de dicha región ahora era una de las cárceles más seguras de Imperia. Ir a caer ahí, si bien no detendría su camino, sí que lo entorpecería y provocaría que los eventos que buscaba evitar se dieran a cabo sin mayor problema.
La vida de miles de personas estaba en peligro y Celta no podía darse el lujo de cometer un solo error.
El nuevo acertijo era, entonces, encontrar una forma de atravesar por el resto de regiones sin ser detectada. Los bosques imperianos eran oscuros y misteriosos, pero en más de una ocasión sí que eran frecuentados por sus habitantes. En la región de Lífinis, por ejemplo, las personas solían acudir al bosque para realizar investigaciones botánicas, clasificar animales y continuar brindando lo que aquella región amaba aportar: conocimiento.
Celta dio un pequeño suspiro, nada perceptible, pensando que aún se encontraba en Gueza. La zona de mayor peligro. A sus alrededores también tenía a Beroa, Lizonia y, precisamente, Lífinis; le preocupaba que cada una era una región muy poblada y permitían menores posibilidades para hacer un gran avance en la misión.
Su primer plan era escudriñar en las bibliotecas más importantes del reino. Aquello no sonaba demasiado aventurero para cualquiera, pero para una persona experimentada como ella, entender su siguiente paso era básico. El cuaderno de Dulce se había convertido en su mayor guía, pero estaba repleto de símbolos y letras que le resultaban difíciles de comprender. Seguramente eran pilares para completar su objetivo, pero bajo la pesada sombra de la ignorancia no se puede avanzar mucho.
Las piernas empezaban a desentumirse y la respiración ya se le había tranquilizado, así que pensó que no faltaría mucho para poder levantarse y continuar. Necesitaba decidir rápidamente hacia qué dirección caminaría. Tomando las posibilidades en sus manos, notó que Beroa y Lizonia tan sólo representaban una red de captura. Contemplar la posibilidad más remota, pero contraria a su objetivo, era calve. Así que Celta decidió considerar que Esmeralda ya la tenía en la lista de traicioneros al reino. No podía aparecerse en zonas tan frecuentadas por la Reina, no podía dejarse ver por los soldados dorados en las calles, ni mucho menos por los rojos. Lífinis parecía la única opción viable.
Se levantó de un salto y recorrió con cuidado los alrededores para asegurarse de que nadie la hubiera seguido. Al darse cuenta de que tal no era el caso, continuó. Sacó una pequeña brújula de su manga y la miró unos instantes para ubicarse rápidamente. Sabía hacia dónde se encontraba el bosque de Lífinis, lo había recorrido tantas veces que le parecía totalmente imposible perderse. Ahora sí, todo su espíritu y palpitares acompañarían la nueva aventura.
El cielo empezaba a pintar de colores naranjas y púrpuras, como un canto de sirenas, parecía que quería arrastrarla hacia el lado más bohemio de la aventura, pero ella no se dejaría.
Le hubiera gustado que quizás se soltara una tormenta eléctrica en el cielo, algo que acompañara de mejor manera aquellos instantes, pero en ocasiones parece que todo el mundo colabora para desentonar con nuestro mundo interno.
Celta mantenía la mirada fija, la esperanza de encontrar algún día a su caballo y la concentración tan aferrada al frente que cayó de bruces por un agujero grande desplegado sobre el suelo.
Una caída tan profunda e inesperada que la chica perdió la conciencia al instante.
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—Un heredero —dijo Esmeralda mirándose al espejo de su habitación.
Ezra estaba sentado en el borde de la cama con su rostro preocupado. El de Esmeralda se había suavizado considerablemente durante aquel rato. Parecía que la idea de tener a su primogénito comenzaba a asentarse en su mente. El joven rey, por otra parte, parecía un poco contrariado y miraba hacia el techo con indecisión.
—¿Qué te sucede? —preguntó Esmeralda acomodándose en el borde junto a él—. ¿No estás emocionado con esta noticia?
Ezra se quedó un instante pensando. No quería dar una respuesta insensible, pero tampoco quería mentir, así que procedió a reflexionar brevemente sobre las razones que lo llevaban a no disfrutar totalmente las palabras de Sirella.
—Tuviste a la mejor madre del mundo —soltó con una sonrisa nostálgica—. No me queda la menor duda de que lograrás ser como ella. Alguien que siempre sepa qué decir, el momento exacto, las palabras claves... ¿Cómo seré un buen padre si no recuerdo mucho sobre los míos?
Esmeralda bajó su breve sonrisa. No era un acto egoísta, sino humano el sentirse nervioso con aquel pasado cayendo sobre sí.
La reina estaba a punto de responder, cuando un guardia llamó a la puerta estruendosamente.
—Lamento molestarla, majestad, pero un mensajero ha llegado desde Gueza.
La mujer suspiró y se pasó una mano por su ahora angustiada frente.
—¿No extrañas a Kivia? Dimitri e Iniesto enseñan buena estrategia, pero casi nada de modales —expresó la mujer sonriente hacia Ezra.
Kivia se había ido del castillo hacía un tiempo ya, antes incluso de su boda desapareció dejando una nota de agradecimiento por la ayuda para encontrar su camino. Quizá algún día sabrían de ella, pero, por el momento, era tiempo de adaptarse a su ausencia.
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Esmeralda atravesó el umbral que daba paso al castillo. Se veía tan imponente, aunque no portara un vestido tradicional de la realeza imperiana. En el tiempo que había estado reinando, procuró llevar un estilo de vida mucho más sencillo. Algo que le permitiera extender los presupuestos a comedores, y a lo que ahora le preocupaba en demasía: la educación.
—Majestad —dijo el curioso mensajero bajando del caballo—. El barón de Ífniga le manda un anuncio.
La mujer asintió extendiendo su mano hacia el pergamino que venía perfectamente envuelto. Sabía con total claridad de qué se trataba, pero aún así fingió ignorancia con el portador del mensaje y desenvolvió el rollo para pasar sus pupilas por el mismo. Una corriente eléctrica empezó a sentirse. Podía percibir dos fuerzas dentro de ella luchando, hasta que una finalmente cedió y la claridad de la mente de Esmeralda no fue afectada ni por un minuto.
El mensaje era breve y conciso: la general Celta Haston había intentado convencer al dirigente de unirse a un ataque rebelde al castillo de Nitris, instaba a buscarla por toda Imperia hasta encontrar el paradero de la traicionera y detener los malignos planes que tenía entre manos.
Por unos instantes, Esmeralda no se decidía en qué hacer. Podía ahí mismo soltar una risotada y dictar una orden de aprensión para el barón de Ífniga por alta traición, pero una de las razones por las que solicitó el hechizo era porque buscaba seguirle la corriente.
Imperia siempre había sido un reino dudoso de Ífniga, como si aquel no formara parte totalmente de la armoniosa comunidad. Éste y Figgó, daban la impresión de querer desencajar adrede.
Esmeralda quería llegar al fondo de todo, quería saber con qué objetivo todo había sido planeado, por qué era que cada uno de los barones de ese sitio siempre intentaba levantarse en contra la corona Imperiana y sus intereses. Además, ¿qué relación tenían con Figgó y sus ideales tan polarizados? Su mente ya no podía dejar la política de lado, pero de sus labios tan sólo se escuchó:
—Qué terrible noticia —sentenció extendiendo el pergamino a Ezra. La magia ya se había evaporado así que no había mayor peligro—. Necesito que escolten a este amable caballero hacia mi oficina. Hablaremos de las acciones hacia la traicionera al reino. Esto no se quedará así.
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