34. El baile de Imperia
Después de haber pasado un rato agradable con sus amigos, Esmeralda necesitaba concentrar su mente en el baile. Finalmente, era por ello que Nereida había llegado. Como esposa del General de Imperia, sería partícipe importante de aquel festejo.
La madre de Esmeralda había confeccionado todos los vestidos para la Reina. El primero que usaría la recibió en el salón principal. Tan brillante, que quizá todas las estrellas quedaban opacadas por el firmamento que ahora representaba la reina de Imperia.
Notaba su corona resplandeciendo mientras le colocaban aquella hermosa prenda. El corazón le latía debajo de esa fina ropa. Podía sentir su humanidad debajo de todas las obligaciones, y es que, para poder coronarse como una monarca digna, necesitaba tomar muy en serio cada uno de los tres bailes. Tenía que coordinar un festejo hermoso, por eso mismo había pedido a las compañeras de Mim que brindaran las telas más bonitas a su alcance. Solicitó a sus amigos, los Uvruam, que prepararan el mejor banquete que pudieran, por lo que la cocina soltaba un delicioso aroma que dejaba a cualquier salivando al pasar cerca de la zona.
Había postres tan crujientes como dulces por dentro y platillos diferentes para cada instante de la cena. Una cronología de sabores.
Esmeralda también se había encargado de que los invitados tuvieran actividades acorde a su rango. Algunas tradicionales, que a ella no le parecían nada apetecibles, como tomar ífuos especiales en el jardín y mantenerse en admiración a los atuendos y actitudes de los demás. Sin embargo, sabía que todo aquello debía ser del agrado, principalmente, de los invitados. Era la manera de volverse parte de ellos, de reafirmar su lugar dentro y fuera de Imperia.
Ezra y Esmeralda tenían la aprobación de todo el pueblo, pero con la aristocracia era un poco diferente. Se mantenían diplomáticos ante cualquier asunto, aunque muchos no habían recibido con agrado el ascenso de dos habitantes de Alúan.
Aunque el reinado era de sangre, era responsabilidad del nuevo matrimonio adaptarse a las reglas que habían regido a Imperia por milenios. Era por ello que Esmeralda había estado asistiendo un tiempo atrás con la Lirastra Bisnia, para que ella pudiera ayudarle en temas de etiqueta y tradiciones, algo en lo que la Reina no era tan versada como debería.
Se encontraba tan emocionada y nerviosa, que no podía concentrarse en su propia imagen en el espejo. La sentía tan irreal, tan abrumadora que podía sentir a todos en la corte observándola en el baile, aunque el salón aun estuviera vacío, como su confianza en sí misma. Después de un rato en el que se perdió en sus pensamientos, Esmeralda miró a Mim que depositaba sus ojos, con todo el orgullo del mundo, sobre ella. Estaba perpleja de haber criado a la misma reina de Imperia que el corazón no pudo más y escapó en una lágrima.
—Mamá —expresó la mujer regresando a la realidad—. Gracias por el vestido, gracias por todo... por cada cosa en mi vida.
Mim limpió la lágrima que ahora escapaba de su hija, antes de ayudarle a acomodar aquel hermoso vestido. Tenía un tul precioso con diamantes que decoraban por encima de esa tela color beige. La parte superior tenía pliegues vaporosos para dar forma y amplitud a su presencia.
La mujer había confeccionado el vestido con todo el amor que pudo, se dedicó a llenarlo de detalles y de adornos únicos para que su única hija pudiera presumir de ser la monarca más etérea que se hubiera visto en un baile.
El vaivén de las olas en melodías que inundaban la charla durante la prueba, se convirtieron lentamente en el mismo vaivén de la música. En un abrir y cerrar de ojos, el primer baile había iniciado.
Las luces en el castillo lucían particularmente bellas. Como en un divino sueño. Todos los asistentes cuchicheaban por la gran expectativa que había en el evento. Cada parte de la curiosidad de los asistentes estaba colocadas sobre los reyes.
Ezra fue el primero en llegar, puesto que el protocolo indicaba que arribaría separado de la monarca. Portaba un traje elegante y vistoso, que le daba una apariencia importante. Después de mucho, su presencia era inigualable. Se miraba guapo e imponente, justo como un rey.
El monarca repasaba con la mirada cada esquina del salón. Buscaba reconocer rostros y empezar a ubicar a los asistentes de aquel baile. Afortunadamente, Ezra tenía una sutileza en el carácter que lo hacía agradable para cualquiera. Tenía facilidad para encontrar temas que fueran amenos para la aristocracia, pero también para aquellos que buscaran tintes mucho más casuales. Era de esperarse que el interés de los asistentes se viera alimentado con tremendo inicio.
Hacía ademanes elegantes que daban confianza a cualquiera con el que interactuara y, como si fuera poco, un tono de voz hipnotizante. Todo aquello se volvía embelesador y lo fue, hasta que Esmeralda cruzó el arco de la entrada. Las luces se reflejaban en los toques de su vestido con tanto entusiasmo que capturó la mirada de todos al instante.
Frente a ella, se levantaban las cabezas más importantes del reino. Los invitados percibían esa aura autoritaria que desplegaba poder. Todo lo que los Constela representaban estaban siendo correctamente mostrado por los nuevos reyes.
A lo lejos, un par de ojos los seguían mientras el baile avanzaba, pensando precisamente en aquello. En que el apellido estaba impregnado en cada parte, en cada risa, en cada movimiento, en cada nota musical. Mientras paseaba su dedo anular por el borde de la copa de cristal, empezaba a reflexionar en la mente sus posibilidades.
La sonrisa de Esmeralda cruzó su camino y la monarca se excusó con el grupo con el que charlaba en ese momento. Estiró su mano hacia la dueña de aquellos ojos atentos.
—Majestad —respondió con un tono de voz forzado—. ¿A qué debo el honor?
—Oh, reina Cristel. La vi un poco sola por aquí, quería hablar con usted, por supuesto —dijo Esmeralda tratando de establecer comunicación amigable con la mujer.
—Sí... Es una fiesta hermosa —expresó la monarca de Figgó. Desplegando sus hermosas pestañas hacia la soberana del reino—. No podía esperar a venir.
Esmeralda percibió el sarcasmo entre sus palabras, pero prefirió mantenerse diplomática emitiendo una suave risa.
—Se preparó por mucho tiempo este festejo, esperando, precisamente, que fuera del agrado de todos.
—Lo veo. Su familia siempre se ha caracterizado por pensar en los demás —añadió la mujer dando un sorbo a su copa.
Las luces revoloteaban en cada esquina. Parecían guardianes listos para vigilar los movimientos de los presentes. Cada joya en los cuellos de los nobles, iba reflejando un poquito más aquellos brillos, incrementando la sensación de acecho y opulencia.
Poco a poco, el salón empezaba a llenarse de protocolarios saludos. Muchos con la intención de provocar simpatía para siguientes tratos o propuestas. Ninguna palabra era intercambiada por simple simpatía, aquello se consideraba un vil desperdicio, en especial entre personas de tan alta percepción de sí mismos.
Esmeralda intentaba ser aquella que proveía una conversación sincera. Una que procurara enfatizar la humanidad, más allá de la conveniencia. Sin embargo, aquella conversación se había apagado muy pronto y ambas estaban sumidas en un silencio incómodo.
Ezra se aproximó a aquella escena con la mirada anclada en Esmeralda, como preguntándole qué era lo que había sucedido, pero su esposa no sabía explicar el extraño comportamiento de la invitada.
Después de un breve momento de silencio, finalmente la mujer reverenció de una manera tan peculiar, que se podía percibir en sus acciones el montón de ironía que colgaba de su alma.
—Me excuso, majestades.
—¿Crees que debamos preocuparnos? —cuestionó Ezra rompiendo por un momento el semblante de aparente calma.
Esmeralda hubiera querido responderle que no, que aquello simplemente era una interacción social que había resultado mal, pero en su interior sabía que en verdad era un asunto relevante la hostilidad de aquella mujer. Ninguna región parecía en tanto descontento con la corona imperiana que ellos y se sabía muy bien que iniciar un pequeño fuego llevaba a un incendio.
Después de un momento, ambos procuraron dirigirse una mirada de tranquilidad, aunque aquello no fuera lo que realmente pensaban y la suave mano de Ezra se deslizó con delicadeza por el vientre de Esmeralda, como intentando recordarle que había mejores cosas en las que concentrarse.
La reina de Figgó se dirigió hacia la salida con tal ímpetu que casi tiró de bruces a una joven que iba entrando al salón. Portaba un hermoso vestido tradicional de Yosai, con seda blanca, bordados y decoraciones de hilos rosados con hermosas terminaciones. Era Aiko, que lucía un semblante luminoso. Estaba emocionada por encontrarse a Dimitri. El hombre le había hecho llegar una hermosa invitación en caligrafía, como pocas se habían visto en el reino de Imperia. Ella la había atesorado con mucho cuidado y procuró no comentarle nada a su Reina.
Ahora, estaba ahí, con el corazón palpitando a mil por hora por cruzar mirada con aquel brillante caballero. A su lado, venía caminando Shinzo, quien portaba un verdadero traje de la realeza de Yosai.
Esmeralda la miró de lejos, lucía tan imperial que provocó un escalofrío. Con esa imagen, llena de joyas, de picos plateados y de maquillaje perfecto, quedaba totalmente claro que la Shinzo que alguna vez conocieron quedó muy sepultada y nadie podría saber cómo, dónde, ni por qué.
✧⋄⋆⋅⋆⋄✧⋄⋆⋅⋆⋄✧
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro