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31. El laberinto encantado

Aiko se encontraba cepillando el cabello de Shinzo esa mañana. La negrura del mismo, le permitía perderse en los pensamientos con mayor facilidad, como si lo hiciera en el firmamento nocturno. Las ideas se le iban en Dimitri, por supuesto, siendo que era la primera vez que experimentaba el enamoramiento.

Shinzo lo sabía. Después de todo lo que había vivido, después de lo mucho que conocía a Dimitri, definitivamente sabía que Aiko estaba pensando en él.

Suspiró de manera casi imperceptible, con el ceño un poco fruncido y los ojos intentando inspeccionar el jardín. Contaba los segundos para poder salir de Imperia. Desde el momento en que se enteró de la necesidad por su viaje, auguraba desgracias y tristezas difíciles de explicar a todo el mundo, inclusive a sus amigas... si es que aún podía llamarlas así.

El peine volvió a deslizar sobre esa sedosa cabellera, era como un poema interminable. Para la dueña de la misma, era un tortura, pero para la peinadora, cada segundo era un deleite en la imaginación.

—Ve y pregunta a la Reina cuánto más tendremos que esperar —dijo Shinzo sin expresión.

Si Esmeralda hubiera estado ahí, hubiera asegurado que Tsukii poseyó a su vieja amiga, sin embargo, Aiko jamás lo hubiera podido decir así, puesto que nunca conoció otra versión de la reina de Yosai que no fuera la de la fría y muy preparada Shinzo Azaki.

Asintió y partió de la habitación con mucho cuidado. No sabía en dónde podría encontrar a la monarca. En realidad, todo ese mundo la intimidaba demasiado. Equivocarse le provocaba un malestar terrible que le hacía sentir el estómago revuelto y el corazón vuelto loco.

En Yosai tenía una sensación similar, sin embargo, en Imperia todo aumentaba, puesto que le parecía encontrarse todo el tiempo con las ganas de agradar a su entorno.

No pasó demasiado para que la dama de compañía escuchara una leve conversación a lo lejos. Reconoció la voz de Esmeralda y de inmediato dio un salto para emprender el camino hacia ella.

El camino auditivo la llevó a un pasillo levemente oscuro, no tardó en averiguar que la conversación se filtraba por unas columnas en el techo, probablemente la monarca se encontraba en el pasillo paralelo. A esas alturas, el murmullo se volvió claro y Aiko no pudo evitar alentar el paso al notar su nombre entre las palabras.

—¿Aiko? —cuestionó Kimiosea sonriente—. ¿A qué te refieres?

—Sí, desde que llegó a Imperia, Shinzo no nos ha mirado con familiaridad ni una sola vez, no se diga de hablarnos. Con Dimitri se ha portado tan fría que...

—Te preguntas si le importará que Dimitri esté interesado en esa muchacha —completó Kimiosea.

La dama de compañía sintió un nudo en el estómago al escuchar eso. ¿Significaba que no todo estaba en su cabeza?

—Bueno, por un lado sí... por otro, me pregunto si Dimitri está teniendo sentimientos sinceros por la chica.

Kimiosea se quedó un momento pensando. Aquel silencio fue tortuoso para Aiko, pero finalmente concluyó con una fresca risa por parte de la rubia.

—Conocemos a Dimitri desde hace demasiado tiempo, cuando conoció a Shinzo abrió su corazón. ¿Lo habías visto así después de ella?

—Nunca —concluyó Esmeralda comprendiendo el punto—. Claro que había salido con chicas en el pueblo de vez en cuando, pero así, como se comporta con Aiko... Quizá tienes razón y finalmente volvió a enamorarse.

La rubia asintió bonachona y el pasillo que las separaba a las tres, finalmente las unió.

Aiko se recompuso con rapidez, de una manera tan obvia, que la monarca y su amiga no pudieron evitar levantar una sonrisa de ternura.

—Majestad, la reina Shinzo me pregunta si será posible conocer el resto del tiempo en estancia —formuló rápidamente realizando una torpe reverencia.

—Preguntaré a la hechicera y le haré saber cuanto antes —expresó Esmeralda colocándose el puño sobre la boca para esconder la risa.

Aiko reverenció varias veces y desapareció como una ráfaga por el fondo del primer pasillo.

—Harán una linda pareja —dijo la rubia mientras ambas sonreían ante la idea.

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El túnel del bô la miró con intriga. Le estaba llamando para revelarle algo importante, así que Celta simplemente observó el valle, y a su amigo dragón que tenía la cara bien cerca de ella, antes de ingresar a donde deseó volver por tanto tiempo.

Para su sorpresa, aquel dio un enorme salto hacia donde se encontraba y logró entrar antes de que el bô ingresara también y cerrara la entrada.

Una luz dorada iluminó todo. Recordó la primera vez que estuvo en ese lugar, lucía tan primitivo que no notó cada una de los detalles que se encontraban reposando por ahí. Ahora, le parecía la obra maestra más impresionante que hubiera visto.

Marcas, de otro de los símbolos del cuaderno, se mostraban por todos lados. Seguramente aquella era la marca del bô. Las marcas que antes había visto por cada una de las paredes empezaban a cobrar cada vez más sentido. Se convertían en respuestas que iban encadenándose al cuaderno. Lo que alguna vez fue cuestionado como una locura por parte de una profesora, ahora era claro que se trataba de un hilo totalmente coherente.

La pelirroja tomó asiento en la fría roca y después abrió el cuaderno con cuidado para empezar a hojear todo. Ahora que tenía aquel contexto, podría darle mucha más forma al manuscrito que se hallaba frente a sus ojos.

El bô y el pequeño dragón se habían colocado en semicírculo frente a ella. Eran una compañía agradable. No sabía cómo, pero su presencia le provocaba una paz particular. Aquella le ayudaba bastante a concentrarse.

Sí, ahora que lo pensaba, su mente no había estado tan clara y despierta como en ese momento.

Le pareció que el mismo cuaderno también era diferente, desprendía un aroma muy especial y los trazos lucían más definidos. Había rejuvenecido en ese viaje, sin lugar a dudas.

La luz tenue iluminaba las palabras de Dulce. Celta volvió a pasar la mirada por la inscripción que marcaba "los cuatro siniestros".

La idea de cuatro personas que estaban buscando unir a las bestias para destruir Imperia, también pasó por su maraña de cuestionamientos. ¿Sería que ellos tampoco sabían nada sobre la verdadera naturaleza de las creaturas, o eran parte del engaño?

Cualquiera que fuera la respuesta, era preocupante imaginar que aquellos enemigos pudieran llegar en cualquier momento para destruir a las bestias. No tenía idea de la ubicación del resto ellas, pero de lo que sí estaba totalmente segura, era de que todas apelaban a la naturaleza de Baracia y los dragones.

Comenzaba a hilar cada vez más detalles. Aquellos hombres, probablemente, pertenecían a la élite de Imperia. Lo sospechaba porque Dulce los había escuchado hablar muchas veces en el castillo de Ífniga, por lo que daban la impresión de ser cercanos antiguo Barón.

La pelirroja se levantó y miró a sus acompañantes con una sonrisa.

—Gracias —expresó con la mayor sinceridad que pudo salirle del corazón.

Colocó la mano justo en el centro de su pecho y después empezó a avanzar por el túnel. De pronto, todos los símbolos comenzaron a encenderse. El Bô levantó el báculo que portaba y formó, por primera vez, una amplia sonrisa, que resultaba siniestra y agradable a la vez.

—Guerrera —su voz llenó todo el túnel y el alma de Celta—, has llegado a tu destino. Me alegra reconocerte.

La pelirroja se arrodilló de inmediato, para después levantar la cabeza con vergüenza.

—Solo quiero entender. Mi misión es evitar la catástrofe augurada, pero, gran bô, necesito entender.

—Como tu corazón ha entendido, la profecía no es cierta —aseguró la creatura. Su amigo, el dragón, también parecía muy solemne a su lado—. Si fuera así, las tierras que ahora pertenecen a Imperia hubieran sido exterminadas hace mucho, porque Trontio, Baracia y Saunbunde señoreaban  lo que les pertenecía.

Celta observó cómo el báculo se movía para tocar las paredes del túnel. Aquellas, plagadas de símbolos, comenzaban a transformarse para convertirse en imágenes rupestres que se movían para contar una historia.

—Hace miles de años, esta extensa tierra sin nombre fue repleta de hombres llenos de codicia. La bautizaron bajo el nombre de "Imperia", para que el oro de aquel nombre cubriera la sangre de sus acciones. Los tres guardianes se levantaron para defender a la creaturas que moraban en paz, pero tus antepasados fueron crueles y amenazaron con la destrucción masiva. Mansos, los líderes se sometieron y los imperianos los encerraron en sus guaridas. —Los símbolos ilustraban en las paredes todo lo narrado. Después de que los conquistadores encerraran a Trontio, Baracia y Saunbunde, las ilustraciones cambiaron, y las antorchas encendiendo fuego por los valles, a las multitudes de creaturas se hizo presente.

—No cumplieron su trato —soltó Celta,  cuyos ojos ya expulsaban lágrimas de rabia e impotencia.

—Los imperianos nunca lo hacen —aclaró el bô y todas las ilustraciones desaparecieron en un segundo—. Otros de mi especie y yo, logramos refugiar a los sobrevivientes en portales que guardaron una versión del valle. 

—¿Quién creó esa leyenda tan atroz?

—Asturia —dijo con voz fuerte—. La gobernante del Reino de fuego hierve en ambición y quiere eliminar a los cuidadores de la tierra, de esta tierra protegida. 

Celta tomó fuerzas y se levantó para colocarse en la pose más firme que pudo.

—Gran bô, dime qué debo hacer para detenerla.

La creatura pareció satisfecha. Había desconfiado de Celta por su origen, pero ahora estaba segura de que aquella mujer era la guerrera que tanto habían esperado.

—Un grupo ha conspirado por años, engañados por las promesas de Asturia. Ellos quieren unir a las creaturas para generar un caos inexistente, pero la verdadera trampa está en la fuerza de las masas. Un pueblo unido para destruir a las bestias antes de que se encuentren.

—Tengo que convencer a todos de que no nos harán daño —entendió la pelirroja asintiendo.

—Y además... tienes que regresarles su tierra.

Las palabras sonaron definitivas. Celta comprendía que aquella era la verdadera misión. Si Imperia había sido protagonista de una conquista cruel, entonces era momento de regresarles todo lo perdido al pueblo originario. La guerrera necesitaba liberar a Trontio y Saunbunde, además de avisar a la corona sobre su verdadera naturaleza.

—¿Dónde están?

El bô volvió a sonreír complacido.

—Acompáñame.

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La hechicera del reino se encontraba concentrada en el pequeño espacio que Esmeralda había dedicado para ella. 

El corazón de todos latía despreocupado por la resolución del hechizo, pero para Shinzo, cada instante que pasaba era una tremenda tortura.

Después de haber solicitado un estado actual de lo que sucedía con la hechicera, finalmente le dieron una audiencia y las dos reinas volvieron a juntarse alrededor del enorme caldero que había estado preparando la mágica mujer.

—Majestades —expresó ella con mucha calma—. Es de mi entender que buscan saber cuándo es que terminaré el hechizo.

—Quisiera que nos dijera si está listo ahora mismo —sentenció Shinzo con una voz fuerte.

La hechicera le dirigió una mirada rápida a la Reina. No era una de reclamo, sino aquella que se le envía a un niño pequeño cuando dice algo que raya en la ternura.

—Querida reina Shinzo, la paciencia es la virtud más importante de una monarca —expresó ella soltando una breve risa—. Necesitará un poco más de tiempo.

Shinzo estaba a punto de hacer algún comentario sobre la larga espera, pero recordó el reciente comentario de la mujer y decidió callar. Finalmente, era cierto, y su paciencia debía brillar todos los días. No importaba lo mucho que le urgiera, personalmente, que todo acabara.

La monarca regresó derrotada a sus aposentos. Estaba verdaderamente fastidiada de todo lo que tenía que soportar y de lo mucho que nadie sabía realmente sobre ella. Pensaba en la desgracia de su presente, cuando notó una bonita nota caligrafiada sobre su escritorio.

La levantó con un pequeño pellizco en el corazón. Ese que brota cuando esperamos que las noticias de alguien lleguen sin ser solicitadas, tan solo para creer que era el destino el que buscaba unirlos y no el simple deseo del corazón. Pero Shinzo se llevó una desilusión, al notar que aquella nota era una simple invitación a un baile.

La chica repasó una vez más las letras. Sabía que su presencia sería necesaria por protocolo, pero estaba harta de esa palabra. Requería un poco de espacio, además de suerte, para sentirse mejor. Pero su suerte estaba volteada y su ilusión cada vez más fría y apagada.

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