26. Aiko y el caballero
Después de un rato, el dragón se alejó del círculo. Celta pensó al inicio que la regresaría a la primera planicie para descansar, pero de manera inesperada, la llevó a otra parte que resolvería las angustias que aún cargaba en el corazón.
El dragón se posó en una cueva elevada que habían formado en las alturas, bajó el cuello con cuidado y después se retiró más al fondo para empezar a dormitar.
La pelirroja no perdió un solo momento para acercarse al borde de aquella cueva, quería tener una vista aún más completa de lo que estaba bajo sus pies en ese instante.
Un escalofrío impresionante, como jamás había percibido en su vida la recorrió, todo como el resultado de observar con más cuidado las enormes cordilleras de piedra que había alcanzado a visualizar mientras volaba con su nuevo anfitrión. Sobre esas piedras, ahí, como si la hubieran estado esperando, se encontraban los símbolos del cuaderno de Dulce.
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Esmeralda y Ezra habían discutido todos los asuntos expuestos por Ankirem, el tesorero. La Reina también habían llegado a la misma conclusión que Ezra. Los asuntos del reino, por años, habían sido concedidos a los altos mandos, simplemente por tener esta posición. Si un monarca no estaba lo suficientemente capacitado para la toma de decisiones, aún así, se le confería la capacidad de poseer decisión absoluta en temas de los que desconocía.
No había tampoco algún tipo de entrenamiento para poder entender de dichas áreas. Era el ego queriendo dominar cada una de las cosas que regían a Imperia, en vez de permitir que aquellas personas a la cabeza de estos asuntos, fueran los que dieran de sí para remediar y proponer.
Juntos, comenzaron a hacer una enorme lista con cada uno de los colaboradores del castillo. Claro, no lo hicieron solos, les pidieron informes a la señora Fibi y a sus amigos Dimitri e Iniesto, para facilitar la gestión de cada persona que estaba bajo ese hermoso lugar.
Poco a poco, empezaron a crear las categorías necesarias para llevar al reino a una mejor posición. Siempre con una idea importante en mente, no podían hacerlo solos. El rey Sáfano, por más riquezas que hubiera traído al reino, también había cometido muchas injusticias. Su mando estaba repleto de sesgos por la visión de rey que siempre portaba. Esmeralda y Ezra, acordaron que no querían cometer el mismo error.
Habían sido suficientes los años en los que Imperia había sido gobernado por la opulencia y la clase alta a la que pocos tienen acceso.
Cuando terminaron aquel esquema, se sintieron realmente felices y procedieron a hacer una lista con el nombre de cada una de las personas que resultaban más capacitadas para ejercer decisiones. Comenzaron por Ankirem que, a pesar de ser tesorero, nunca se había dejado la confianza para que pudiera gestionar las finanzas del reino con libertad.
Procedieron con las áreas que eran similares. Los informes que habían solicitado a las pocas personas con rangos definidos, les ayudaron a tomar decisiones lógicas, aunque quedaron de acuerdo en que los colaboradores podrían ir probando si aquella responsabilidad era acorde para ellos.
La tarde en la que tenían todo listo para comunicarlo a los colaboradores, se sintió especialmente mágica. Era como si las piezas de ese desastre finalmente fueran tomando forma. El reinado ahora empezaba a cobrar sentido para los Reyes. Ya no era una enorme maraña que estaba sobre sus cabezas, confundiéndolos, llenándolos de pendientes y de tristezas, ahora todo era claridad.
Uno de los salones del castillo quedó lleno por todos aquellos que escucharían a los monarcas. Era imposible juntar a cada persona que estaba ayudando a los Constela, por lo que prefirieron convocar directamente a aquellos a los que otorgarían las nuevas responsabilidades.
Sus rostros mostraban genuina extrañeza. No era normal que los Constela quisieran hablar con tanta cantidad de personas al mismo tiempo, por lo general lo hacían por medio de sus consejeros o de algún otro "sirviente" que les hiciera de mensajero. Ahora, podían observar a los mismos monarcas recibiéndolos y cerrando las enormes puertas para colocarse al frente de todos.
La mirada de los dos, pasó un momento por cada uno. No era una mirada que buscara imponer, sino que, de manera genuina, estaba esperando a analizar las reacciones de los asistentes.
—Gracias a todos por venir —dijo Esmeralda proyectando su voz por todo el salón.
Aquello provocó escalofríos a algunos, inclusive a la misma Reina. Quizá lo reconocería solamente en la privacidad de sus aposentos, con su esposo, pero le sorprendía escucharse a sí misma de esa forma. El destino había avanzado, la edad también la iba alcanzando.
—El Rey y yo estamos muy agradecidos con su presencia. Esta charla que tendremos, puede que marque el inicio de algo diferente en el reino. Algo que, esperemos, sea el inicio de una nueva era para Imperia.
Las miradas volaron confundidas. También, la angustia empezaba a burbujear. Un monarca imperiano, siempre que daba esas palabras de importancia, precedía con alguna idea ostentosa. Algo que, probablemente, los haría trabar día y noche para enmendar, en caso de que saliera mal, o cuyas consecuencias tendrían que enfrentar en la calle, cuando miraran a las personas mendigando por comida.
Ezra tomó un paso al frente y empezó a desenrollar el enorme pergamino que habían estado redactando su esposa y él. Los sonidos de sorpresa se hicieron notar en cuanto aquel rollo se desplegaba entre las miradas curiosas de los presentes. Algunos lograron reconocer su nombre de entre todo lo que estaba escrito y miraron a sus Reyes con más sorpresa en sus ojos.
Los Reyes percibieron aquella energía. Era obvio que, después de tanto tiempo de haber sido gobernados por la injusticia, se sintieran desconfiados y con pocas ganas de escuchar nuevas ideas; sin embargo, conservaron la calma, tomaron por un breve minuto sus manos y después se soltaron para tomar el lugar en una zona alta de la sala.
—Queridos nuestros... Porque realmente lo son, son queridos de nuestra parte, queridos porque han hecho mucho por este reino. Qué decir mucho, han hecho lo imposible por mantener el reino funcionando, para que cada uno de los habitantes de estas tierras pueda tener una vida lo más digna posible. —Las palabras de Esmeralda llegaron con mayor sorpresa para sus oyentes. La monarca acomodó su vestido, por el simple nervio del momento, y continuó—. Mi esposo, el Rey, ha estado hablando con varios de ustedes. También nos hemos reunido con líderes de las regiones. Ambos hemos analizado las mejores decisiones para el reino y, una de ellas, es finalmente, volver este palacio una jerarquía extendida.
Algunos expertos en el tema soltaron pequeñas risillas por aquel término, pero pronto relajaron los semblantes al observar el trazo que señalaba Ezra con elegancia.
—No sabíamos qué término utilizar, puesto que no somos especialistas... He ahí el problema —confesó Ezra levantando un poco más aquella zona del pergamino para que todos la vieran—. Ustedes sí lo son. Ustedes han servido por años al castillo. Unos, incluso, han servido a más de un rey o han heredado el puesto de años de experiencia por medio de familiares que dedicaron su vida a los Constela. Quién mejor para diseñar las mejores estrategias para recuperar el reino que ustedes.
—Saben que venimos de un linaje de injusticias —continuó Esmeralda tomando aire, al saberse implicada en todo aquello—, pero es precisamente porque cada nuevo proyecto había estado repleto de la visión monárquica. Eso debe terminar ahora. El papel de mi esposo y mío, ahora recaerá en la toma de decisiones para dirigir este barco, pero cada una estará fuertemente basada en lo que ustedes reporten a nuestras personas. Cada mes, haremos una reunión para que puedan explicarnos los proyectos, los resultados y cada uno de los asuntos a tratar.
La impresión en los presentes aumentaba como la bruma en una montaña. Esas palabras... todo implicaba que se rompería el enorme muro de separación que mantenía a los reyes de Imperia fuera de la vista real de los colaboradores del castillo. Lo que estaban proclamando Esmeralda y Ezra era, en definitiva, algo que cambiaría la realidad de Imperia, aún sin implementar ningún nuevo proyecto, solo con el simple hecho de modificar la dinámica interior.
—Copiamos una versión reducida del...
—Organigrama —contribuyó uno de los que antes habían soltado una risa—. Se llaman organigramas, majestad. Había escuchado de ellos en otros reinos, de administradores lejanos.
—Sí, eso mismo —respondió Esmeralda con una sonrisa. Finalmente se sentía cómoda siendo tratada como una persona normal, como cuando estaba en Lizonia—. Podrán observarla en esta misma sala, para cuando tengan alguna consulta, pero a final de cuentas es así como hemos organizado todo. Ustedes son los líderes de cada una de sus áreas. Por supuesto que haremos un gran equipo entre todos, necesitamos estar unidos para darle un futuro brillante al reino. ¿Están de acuerdo?
Los presentes salieron de su ensimismamiento cuando los Reyes les solicitaron levantarse para observar cómo había terminado el organigrama. Aquel era el sueño de generaciones atrás. Una voz para todos los que trabajaban tras bambalinas y después eran suprimidos por los monarcas. Finalmente tendrían lo oportunidad de plantear proyectos propios, de implementar todas esas ideas que había crecido en sus corazones por años.
La reunión terminó tan bien, que Esmeralda y Ezra, pudieron percibir el hermoso sentimiento de calma profunda. Aquella que se da cuando tienes verdadera certeza de que el panorama que observas va a ir mejorando día con día. Un sol que se asoma a la distancia.
Habían estado tan concentrados durante aquel tiempo, que en realidad no habían prestado demasiada atención a la presencia de sus amigos, Dimitri e Iniesto, que asistían en representación de Celta.
Cuando el salón se estaba vaciando, ambos se acercaron a los monarcas con una sonrisa de orgullo, que, curiosamente, estaba mezclada con un leve gesto de preocupación. Apenas Ankirem terminó de agradecer, con una alegría nunca antes vista en él, los Generales aclararon su voz.
—Gran trabajo, majestades —soltó Iniesto marcando la última palabra.
Ezra le dirigió una sonrisa de alivio, al tiempo que Esmeralda les daba un breve abrazo.
—Finalmente todo está bien —anunció la Reina.
—Bueno... justamente queríamos preguntarles algo —interrumpió Dimitri con pesar aquella felicidad—. ¿Creen que vuelva pronto?
—¿Quién? —cuestionó Ezra. En el instante en que las palabras abandonaron su boca, su esposa y él comprendieron a qué se refería.
—Mis guardias no han logrado encontrarla —dijo Esmeralda tomando uno de sus rizos para calmar la angustia—. Recibo cartas constantes con los informes, pero pareciera que se pierde de vista cada que están cerca. También han perdido al barón.
—Pero Kimiosea...
—Ella sigue por aquí, pero... no lo sé, siento que hay algo que no nos está contando —expresó Iniesto con suspicacia—. Quizá solo estoy paranoico, pero Dimitri y yo creemos que es tiempo de que vuelva.
—¿Por qué lo dicen? —Ezra miró a su esposa con renovada preocupación antes de escuchar la respuesta—. Están haciendo un estupendo trabajo.
—Lo sabemos —intervino Dimitri, tratando de generar un tono de broma, para bajar la preocupación, aunque en realidad aquello no salió del todo bien y volvió a escucharse el mismo tono extremadamente serio que la situación ameritaba—. Es que, el ejército necesita una dirección clara. Dimitri y yo podemos tomar ciertas decisiones, pero jamás equipararemos el liderazgo de la verdadera General. Realmente avanzamos sin un líder claro y poco a poco se nos terminan las líneas y metas que Celta dejó. ¿Qué haremos de ahí en adelante? El ejército no puede quedarse así, nos volvemos débiles para la defensa.
Esmeralda suspiró con pesar. Sabía que era cierto. Un ejército necesitaba de su General. Lo que había sido una promoción momentánea para Dimitri e Iniesto, ahora se alargaba más de lo planeado. No era posible continuar con un liderazgo tan fragmentado.
Los rumores de aquello, también podrían llegar a otros reinos, por lo que se perfilaba como algo supremamente peligroso en temas de estrategia. Todos ahí sabían lo que aquello representaba. Tendrían que decidirse por un nuevo General para el ejército imperiano, si Celta no regresaba pronto.
Nadie quería que aquello pasara, por una parte, porque elegir entre ambos capitanes sería una barbaridad. De ahí la decisión de Celta por ascenderlos a ambos; pero al mismo tiempo, todos sabían que la pelirroja era la mejor líder para la parte bélica de Imperia y la tradición marcaba que un General destituido ya no podía volver a ser instaurado.
—Le daremos un tiempo... después del baile de Imperia, ¿les parece? —propuso Esmeralda creando una falsa sonrisa tranquilizadora.
La respuesta de Dimitri se quedó un momento en el aire, puesto que alguien pasaba por ahí en ese instante. Era Aiko, que parecía estar dando un paseo por los alrededores.
La puerta del salón había quedado abierta, así que la chica pudo observarlos con claridad y viceversa. El silencio que prosiguió la respuesta, junto con la presencia de la chica, dejaron en claro todo, así que los presentes finalmente pudieron relajarse para colocar sus puños sobre la boca y así tapar una risa.
Dimitri despertó y los miró a todos. Estaba un poco sonrojado, así que sabía que ya no podía tomar la tangente con el tema de la joven.
—No me molesten —terminó diciendo el chico mientras empezaba a caminar hacia atrás.
—¿Vas a algún lado? —cuestionó Esmeralda levantando una ceja con camaradería.
El rubio simplemente giró los ojos y emprendió su camino hacia Aiko que también había recurrido a sus pobres dotes de actriz para detenerse en una pintura cercana, quería hacer tiempo para ver si se encontraba con el capitán del ejército. Su corazón brincó con alegría cuando notó que aquel venía en su camino con ese porte tan principesco.
Los latidos del corazón estaban descontrolados, ella nunca se había sentido así. Aiko nunca se había dejado sentir tan ensoñada como en ese viaje a Imperia. La vida en Yosai era supremamente diferente. El frío de las montañas de su hogar se derretía ahora sobre las mejillas rosadas de Dimitri que se acercaban con una sonrisa.
—¿Ibas al jardín? —preguntó él haciendo una reverencia antes de acercarse.
Aiko asintió conteniendo su emoción y el joven le ofreció su brazo para acompañarla a emprender ese pequeño viaje. Ella no lo podía percibir, por la armadura del guerrero, pero el corazón de Dimitri también estaba descontrolado. Llevaba tanto sin sentir que el interior borboteaba como una cascada seca después de la sequía.
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