24. El valle
La luz se mostraba tan perfecta que daba la impresión de que el panorama se miraba por medio de un cristal. Los ojos de Celta, invariablemente fueron a parar a los dragones. Esas escamas reflejaban el sol tal y como ella hubiera imaginado en sus más locos sueños.
—¿Cómo es esto posible? —dijo la mujer a su caballo mientras paseaba sus pupilas por todo lo que la rodeaba—. ¿Cómo es que siempre han estado aquí?
Celta hubiera querido adentrarse en el valle de una vez, pero tenía la impresión de que aquello podría hacerle perder el bajo perfil que buscaba. Finalmente, no sabía con exactitud qué actitudes podían tener los dragones y el hecho de querer enfrentarlos de la nada era poco prudente.
Después de pensarlo un rato, Celta empezó a moverse estratégicamente, entre pequeños árboles y arbustos, con la intención de avanzar en el terreno. La vegetación tenía una sensación supremamente diferente a la de Imperia. Se percibía más liviana, si es que aquel era un adjetivo correcto.
Mientras avanzaba, notaba unas pequeñas florecillas de colores. Todo parecía parte de un sueño nítido y real. Estaba empapado de emociones que quizá nunca pensó tener, sin embargo, se quedaban tan familiares en la piel como si siempre hubieran estado ahí, escondidas, atrapadas.
Las enormes figuras que sobrevolaban el valle provocaban una leve sombra en el pasto, que poco a poco empezó a hacerse más y más grande, cual nubes duplicando su tamaño.
Celta se ocultó mucho mejor y alcanzó a notar que aquellos dragones descendían. Lo hacían con gracia y tranquilidad, parecía todo parte de un juego. Cuando la calma volvía a inundar, otros tres tomaron el vuelo, provocando que el cabello y el equilibrio de Celta se tambalearan.
Notaba lo grandiosos que se veían, lucían como parte de una profecía muy antigua que surcaba los cielos para perpetrar la paz de Imperia. Ahora que lo pensaba, ¿realmente se encontraba en Imperia? En realidad no lo sabía, porque todo se veía supremamente diferente. El cielo pintaba distinto, como si lo hubieran mezclado con pintura especial.
Quizo quedarse un momento más asegurándose de suspirar ante aquel espectáculo, pero la conciencia le hizo despertar y la chica observó sus alrededores para encontrar un refugio. Tomó de su cintura el cuaderno de Dulce, para encontrar un ancla a la misión que llevaba, pero abrió los ojos al notar que los símbolos que tanto había buscado, estaban repartidos por todo el valle.
Grabados en montañas, puestos sobre la cima de acantilados y, si se hubiera querido ver de un lado poético, hasta en las nubes, entrelazadas en los vuelos de todos aquellos dragones.
El corazón se aceleró, finalmente había encontrado lo que había estado buscando con tanta desesperación. Miró hacia arriba y solo pudo pensar en Kimiosea. Los pensamientos aterrizaban directo hacia el valle, pero cuando más concentrada se encontraba, algo le dio un ligero empujón en la espalda.
Volteó consternada para ver qué era aquello que le había hecho perder la concentración. Los músculos se tensaron al notar que había un pequeño dragón mirándola fijamente. Su rostro mostraba dulzura, sin embargo, el tamaño era imponente, a pesar de ser solamente un cachorro. Celta pensó inmediatamente que se trataba del pequeño dragón que había dejado huellas fuera del cascarón.
La pelirroja se quedó inerte, congelada ante la apariencia de dicha criatura. Sabía que no debía confiarse para nada de cualquier bestia imperiana, al menos, eso le habían enseñado durante toda su vida y entrenamiento. Acercó la mano hacia el lado de la cintura en donde tenía guardado su puñal, no buscaba atacar, pero defenderse de la creatura si repentinamente sacaba ese lado salvaje que vivía dentro de él.
El pequeño pareció levantar una leve sonrisa con la mirada y después inclinó su escamoso cuerpo hacia la pelirroja, como si buscara olisquearla. La mujer dudó de las intenciones de la bestia, finalmente, qué sabía sobre el comportamiento de dragones. Tenía que confiar en el conocimiento que habían estado acumulando los teóricos anteriores, sin embargo, la mirada del pequeño le parecía poco concordante con la información que tenía presente. Lucía tan amigable y lindo, aquello discordancia incrementó cuando colocó su cabeza cerca de la mano de Celta de una forma pasiva.
La fuerte mujer levantó la ceja extrañada y después miró alrededor para verificar que no hubiera peligro acechando. A pesar de que estaba cubierto de hermosas escamas iridiscentes, el pequeño dragón despedía una calidez casi de hogar. No pudo evitar soltar una risa.
Él la miró de una forma maravillosa. Lucía repleto de esperanzas por encontrar un nuevo amigo. No porque estuviera solo en ese lugar, sino por tratarse de alguien que amaría entablar amistad con todos los seres del mundo.
Celta le devolvió la alegría, lo suficiente para no sentirse un monstruo por no estar equiparando las atenciones que le daba la pequeña creatura; pero, al mismo tiempo, no tanto como para percibirse como un ser inferior que estaba dejando por detrás de sí la astucia de nunca bajar la guardia. Su mirada cristalina se encontraba llena de magia, como si tuvieran dentro de sí el centro de todo el universo.
La pelirroja finalmente cedió, al menos en el interior, por lo que volvió a guardar su espada para extender la mano y recorrer la escamosa piel del dragón sin ninguna preocupación adicional.
—¿Qué es este lugar? —le preguntó a su nuevo acompañante, como si realmente pudiera regresarle palabras.
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