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20. La otra visitante

Los corazones de ambos exhalaban una suave risa al tiempo que se percataban de la suciedad que se estaba formando en los establos. La tierra suelta ahora era lodo que iba cubriendo los pliegues de sus finos ropajes. Después de un breve momento, las montaduras había sido puestas y Esmeralda ya estaba abrazada a Ezra que tenía las riendas de Zafiro, el corcel que le habían obsequiado el día de su coronación.

No había nadie a la redonda, puesto que la lluvia se había vuelto más intensa. Nadie a los alrededores se admiraba. Solitaria transitaba la silueta de los reyes de Imperia cruzando por la entrada del castillo, cubiertos por una manta que los protegía a ellos y a su caballo.

El hermoso castillo quedó lejos y ambos fueron recibidos por el delicioso aroma de las plantas abrazadas por la lluvia. Sus rostros eran acariciados por el viento helado. Se sentía como seda congelada intentando animarlos. Por entre los dobleces de la manta, la sonrisa de Esmeralda empezaba a brillar tanto como las coronas que habían dejado ocultas en el establo.

Ezra percibió la pesadez de la mente tratando de escurrirse por los hombros. Las manos de su esposa recorriéndolo y el suave galopar de Zafiro al compás del corazón.

La reina estaba recargada sobre la espalda de Ezra. Sentía la respiración del joven claramente. Esas gotas golpeteando por la superficie de la tela. El vestido empapado la empujaba ligeramente hacia abajo, todo tenía un toque tan mágico que las luciérnagas se adueñaron de ambos en un segundo.

Recordaron por un instante la emoción que ambos sentían por la vida. Ahí, galopando en el bosque de Nitris con el amor de su vida. No podían más que agradecer por los segundos que pasaban como diamantes por el alma.

Después de unos largos minutos, ambos encontraron un pequeño refugio entre árboles y el césped mojado. Bajaron de Zafiro y la agradecieron también por el esfuerzo.

—Este es el lugar más hermoso del mundo.

Las palabras de Esmeralda fueron apagadas por un intenso beso por parte de su esposo. La gotas de lluvia caían en cámara lenta como las caricias en el rostro para después retomar su velocidad al separase.

—Te amo. ¿No te la he dicho últimamente? —preguntó Ezra abrazándola con todo el amor que podía expresar.

—Me lo dices al dormir y cuando necesito un poco de ánimo —respondió Esmeralda suspirando—. Pero sí, supongo que no has cumplido la cuota diaria.

Ezra soltó una risa tranquila y separó por un momento el abrazo para mirar a los ojos a su esposa.

—¿En qué momento la vida empezó a complicarse?

—Supongo que siempre fue así, pero hoy más que nunca parece que las responsabilidades nos quieren aplastar —dijo Esmeralda con pesar.

—En realidad sí lo hacen.

Esmeralda se sentó sobre el césped mojado con la frente nuevamente concentrada. Así que Ezra la siguió para volver a envolverla en un profundo beso. Esta vez fue tan extendido que terminaron recostados, tan relajados, terminando de ensuciar sus ropas finas de lodo.

—¿Esto es solo por los "te amo" y el estrés? —preguntó Esmeralda volviendo a la calma.

—En parte sí, pero es que tampoco me gusta sentirte tanto tiempo lejos de mí. No me gusta percibirnos alejados.

Esmeralda lo miró con ternura y movió su mano hacia el viente. Las gotas volvieron a acompañar el momento, como las estrellas, hasta que Esmeralda rompió el silencio.

—Creo que hemos vivido en las paredes de Nitris por demasiado tiempo. No hemos hablado como solíamos hacerlo. El protocolo, todo es tan... agobiante.

—Entonces, ¿qué te parece si lo hacemos ahora? Pregúntame de todo y lo responderé con sinceridad.

Esmeralda asintió al instante. Ciertamente, no lo había pensado con calma y profundidad. Pero era cierto, hacía realmente mucho que no entablaban una conversación informal.

—Empezaré yo —anunció la chica exaltada. Giró su cabeza a la izquierda, en donde estaba el apuesto rey—. ¿Eres feliz siendo el soberano de Imperia?

Ezra voleó a verla sorprendido. Seguramente él tenía sus propias preguntas impactantes, pero aquello lo había sacado de su órbita en un solo golpe.

—Mientras no le digas "soberano" —bromeó causando una risa en Esmeralda tan ligera como la lluvia que regresaba a ser llovizna—. Honestamente no esperaba convertirme jamás en alguien tan importante.

—Es algo que impresiona —dijo su esposa asintiendo.

—No puedo decir que el hecho de ser rey me desagrada, pero sí que me asusta.

—¿Por qué estás asustado?

Esmeralda lo tomó del brazo para acariciarlo mientras respondía.

—La responsabilidad es enorme. El protocolo no me agrada demasiado y las funciones asignadas para mí no tienen función alguna además de justificar que yo viva en el castillo. Me falta carácter también. Quisiera que me fuera tan natural como a ti.

—¿Cómo a mí? —preguntó Esmeralda riendo—. Ya estoy igual de asustada que tú. El reino entero asume que tomo este rol como de nacimiento, pero no es cierto. Eso me ha tenido como loca estas semanas.

Ezra suspiró por unos instantes y después asintió con una pequeña esperanza en el corazón.

—Es muy cierto. El lugar en el que estamos parece que es perfecto, sin embargo, todos asumen cosas sobre nosotros. Estar al frente de algo no siempre es utópico, como solemos creer.

Ezra esperó unos segundos para que lo mucho que estaba en su cabeza empezara a desaparecer y pudiera romper la brisa con su pregunta.

—¿Y tú? ¿Eres feliz con esto?

Esmeralda rió ante lo complejidad de la pregunta, pero intentó recuperar muy pronto la compostura para poder dar respuesta.

—Todo este tiempo... No lo sé. ¿Recuerdas cuando hablaba del Coralli? —preguntó la chica.

—No podría olvidarlo jamás.

—Bueno, en ese momento y durante todos mis estudios... incluso después de encontrarte, todo parecía una nube que intentaba alcanzar cada día. Pero, finalmente, cuando lo hice, las cosas se sintieron muy extrañas. Ya no persigo los sueños, sino que los sueños van persiguiéndome. Lo hacen tan rápido y con tanta intensidad que el hecho de que quisiera detenerlos me hace sentir como si no los mereciera. Ser la nueva reina de Imperia, vivir en este castillo, ser tu esposa... Creo que hemos estado tan involucrados en este entorno que nos ha absorbido. Si en el pasado alguien me hubiera dicho que tendría un hijo contigo... hubiera quedado absolutamente feliz. No sé cómo ahora me angustia tanto todo.

—¿Realmente lo hubieras sentido así? —preguntó Ezra con una gran sonrisa en el rostro—. Creo que jamás hablamos de eso. De lo que sentíamos antes de reencontrarnos.

—Es cierto —contestó Esmeralda pasando una mano por el pecho de su esposo—. Nunca lo hicimos, es verdad. Es lo que decíamos, esta vida no nos deja tiempo para los planes originales.

Otro silencio se formó. Parecía que la noche dictaba sentencia y la luna, como su carcelera, llenaba los rostros de aquellos enamorados.

—No me respondiste —dijo Ezra abrazando los dedos de Esmeralda entre la hierba.

—¿Sobre lo que pasó cuando nos encontramos? —repitió la chica—. Bueno. Tienes razón, nunca hablamos de esto. Jamás te hablé de lo que sentía por ti.

—Yo tampoco lo hice.

Esmeralda soltó una risa. Una como las que eran características de ella, tan desenfadada y maravillosa que limpiaba cualquier preocupación. Hacía mucho que no se le escuchaba reír así, parecía que el mismo bosque proseguía la alegría, porque las bellas hojas tintineaban con el peso del agua y se hacían brillar de una manera mística.

—Siempre supe en el fondo de mi corazón que algo más se despertaba en mi alma cuando pensaba en ti. Ni por un segundo abandoné la esperanza de volver a mirarte . Ni uno solo, te lo aseguro. Y cuando te encontré, ese algo siguió ahí, como si nunca nada lo hubiera detenido.

Ezra volvió a sonreír, un poco sonrojado por las palabras y un tanto por el frío clima que imperaba a esas horas.

—¿Qué me dices tú?

—¿Yo? Yo siempre te amé. Sabía que nadie más podría hacerme sentir así. Con esa mirada tan tuya...

—Y ahora seremos padres.

Las palabras de Esmeralda los acariciaron con delicadeza. Ahora, en medio del bosque y con los corazones entrelazados, aquella idea parecía mucho más hermosa.

—El peso de la corona es muy grande —dijo Esmeralda suspirando.

—Tienes razón. Es más complicado aún porque no tenemos antecesores que nos enseñen, además necesitamos reparar todo el daño que hizo Ciro.

La monarca miró el rostro de su amado con profundidad antes de continuar.

—Tienes toda la razón. —Se le miraba un brillo muy particular en los ojos—. Está en nosotros volver todo a su equilibrio.

—Y no tenemos que hacerlo solos. Lo haremos en equipo.

Ambos se sonrieron y sus almas desaparecieron nuevamente en un beso.

—Nadie quedará solo otra vez.

La atención en las palabras de Ezra empezó a disiparse al tiempo que una lluvia de luces empezaba a caer por encima de ellos. Eran bellas lucecillas que daban la impresión de ser oro molido.

Se incorporaron con cuidado al tiempo que notaban cómo aquellas iban uniéndose para formar una silueta luminosa. En cuanto el brillo fue perdiendo fuerza, Esmeralda soltó un grito y se terminó de levantar para correr hacia la nueva visitante.

—¡Kimiosea! —gritó Esmeralda abrazando a su amiga de un salto.

—¡Hola, Esmeralda!

El fuerte abrazo seguramente trascendió por muchísimos años. Tólbik, quien venía detrás de la rubia, tuvo que moverse un poco para no ser derribado por la emoción de las jóvenes. Kimiosea se veía realmente cambiada, lucía fresca y libre. Su cabello rubio y la suprema elegancia la hacían parecer de otro mundo.

—¡Qué gusto que estés aquí! —dijo la reina emocionada.

—Ha pasado un buen tiempo. Lamento no haber podido atender tu boda —expresó la chica tomando las manos de su amiga.

—No hay problema. Recibí tu carta y el obsequio... Tengo noticias para ti —dijo Esmeralda colocando sus manos sobre el vientre.

—Lo sabemos —expresó Tólbik cortante. Su carácter parecía no haber cambiado demasiado, sin embargo, en el interior sí que se había vuelto más humano. Nada de lo anterior evitaba, de cualquier forma, que cada misión para él fuera tomada con la seriedad que merecía—. Por eso estamos aquí.

—¿A qué se refieren? —preguntó Ezra que inclinaba la cabeza para saludar el tiempo que pasaba la mano por la espalda de su esposa.

—Hemos venido por más de una razón —expresó Kimiosea en un tono tranquilizador—, pero ninguna debe hablarse aquí.

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