16. La biblioteca encantada
Celta empezó a avanzar por el pasillo, al fondo se observaba una luz. En su corazón tenía el claro presentimiento de que aquella era la biblioteca, pero su instinto falló. Por el aire, empezaban a flotar susurros que mostraban que lo que estaba a la vuelta de la esquina era más bien una habitación. Celta empezó a girar para salir de ahí, pero pronto notó que alguien más se aproximaba, así que decidió utilizar sus habilidades para colgarse de los adornos de hierro que lucían en el techo. Se abrazó a uno de ellos para subir hasta el candelabro principal y alejó bien las manos de todas las velas antes de sentir el alivio de haber escapado de la vista de todos.
—¿Qué es esto? —preguntaba una de las voces dentro de la habitación.
Había una leve separación entre la pared que formaba los pasillos y el techo, así que a la altura a la que se había colocado Celta, podía alcanzar a ver un pedazo de la habitación contigua. Dos mujeres estaban sentadas frente al fuego, una parecía ser la reina de Figgó, la pelirroja creía reconocerla por el aire amargo que portaba, la otra era probablemente su dama de compañía, quien mantenía un porte mucho más compuesto.
La guerrera miró hacia abajo para saber quién había entrado al pasillo, giró los ojos con desesperación al notar que era una mucama que empezaba a barrer y sacudir todo a su paso.
—Dos invitaciones a Nitris —respondió la dama de compañía al tiempo que las pupilas de la reina paseaban por la letra caligrafiada de Esmeralda.
—Me parece que esta vez tendremos que ir. Una de ellas es por... ese baile. —Las palabras de la mujer sonaban fastidiadas.
Celta podía recordar que siempre había tenido ese porte de poca paciencia en las pocas reuniones a las que asistía en el castillo.
—Pero esperan que crea que es el mejor de los honores. Realmente me parece que la nueva monarquía de Nitris es exactamente la misma de siempre. —La dama de compañía asentía atentamente al tiempo que la mujer se dejaba caer con gracia sobre un lujoso sillón—. Con el antiguo rey Ciro al menos era más obvio que todo estaba mal, pero el fanatismo por la nueva reina tan sólo deja ciegos a todos de las injusticias que siguen pasando. Es una Constela al final de cuentas. Pesa tanto que Figgó siga siendo parte de Imperia.
Celta abrió un poco los ojos, era la manera más silenciosa de reaccionar a lo que acababa de escuchar. ¿Acaso se estaba discutiendo una rebelión contra el reino? En sus años de servicio jamás había escuchado de una región que quisiera desvincularse voluntariamente de Imperia, mucho menos que hablara de tal forma sobre Esmeralda, que, era cierto, tenía mucho reconocimiento por el pueblo.
Apretó más los músculos para evitar resbalarse por las cadenas del candelabro y dio un vistazo a la mucama para saber si era libre de bajar.
La conversación entre las damas volvió a bajar su intensidad y procuraron temas como el clima, la decoración para las estancias y alguno que otro tema de política. No era como si no quisieran o pudieran hablar de ello, sino que parecían estar descansando de una larga jornada de temas fuertes sobre sus labios.
Al poco rato, la mucama se fue y Celta pudo bajar lo más silenciosa posible para salir de aquella parte del castillo. Todo se estaba volviendo mucho más complicado de lo que creía. Prosiguió en su búsqueda por más tiempo hasta casi hartarse de su presencia ahí.
Todo en el castillo de Figgó era diferente, cualquiera que hubiera vivido los suficientes años en Imperia podría confirmar que resultaba realmente imposible adivinar el camino.
Acababa de atravesar el segundo patio cuando notó que una pequeña puerta se mostraba del lado izquierdo del mismo. Era pequeña, como del tamaño de un niño, pero creyó que no había que dejar ninguna posibilidad descartada
Abrió con cuidado y notó que el dardo daba por fin en el blanco.
El olor de libros la abofeteó de inmediato. Pudo haberse sorprendido por la facilidad con la que entró, pero pensó que en aquel castillo todo era tan contrario que quizá la sencillez de la entrada a su biblioteca era resultado de lo mismo. Sin más, no cuestionó un paso extra y empezó a bajar por las interminables escaleras hechas de tierra.
Cada escalón parecía esculpido totalmente a mano. No había rastro de cemento o algún otro material, sino únicamente tierra comprimida. La oscuridad que rodeaba a Celta empezó a alejarse como ola regresando al mar. Era empujada por un bellísimo resplandor color turquesa que se mostraba al fondo.
La pelirroja dejó salir un pequeño suspiro al notar que la kilométrica biblioteca estaba iluminada por hongos fluorescentes. Hacía mucho tiempo que no veía algo así, era parte de la magia antigua del reino, pocas veces se tenía acceso a algo tan místico y secreto. La muchacha estaba por dar el primer paso, cuando una bola de fuego pasó a milímetros de su rostro.
Alcanzó a quemar un poco de su mejilla y nariz, pero aquello no la distrajo para ponerse en guardia lo más pronto posible. Recuperó el punto de vista de soldado para percatarse de que había muchas más bolas de fuego esperándola. Estaban alineadas a los costados y parecían levantarse solas, se formaban con cuidado ocupando la tierra y después se incendiaban sin que nadie interviniera.
Aquello dejó a la guerrera impresionada, pero no tuvo demasiado tiempo para dejarse llevar por ese sentimiento. Las bolas de fuego volvieron a volar y ahora con mucha más intensidad y rapidez que antes.
De las paredes empezaron a formarse enredaderas que buscaban a Celta. Era una especie de trampa mágica, estaba segura de ello. Por eso era que la entrada era tan normal, la verdadera barrera a cruzar eran todas esas pruebas.
Los elementos mágicos que custodiaban iban creciendo, el suelo empezó a calentarse y unas pequeñas bolas con picos aparecían a montones. La pelirroja no tuvo más remedio que salir huyendo de la biblioteca, no sin antes percatarse de que al fondo, en un estante iluminado estaba el libro titulado: "Bôrtaxe".
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Dimitri estaba recargado contra la pared con todo el peso de su vida oprimiéndolo. Se encontraba totalmente perdido, así que sin más, permitía que el mundo se escapara de sus pensamientos para dejarlo con la tortura del corazón.
Esperaba con ansias a que las voces dentro de la oficina callaran para poder solicitar una audiencia con su amiga, pero los minutos clavaban más profundamente su ansiedad y no dejaban en él nada más que un hueco difícil de llenar.
Poco a poco las palabras fueron bajando y de la oficina salieron algunos de los invitados de la cena. Era común que después de una charla amena todos quisieran hablar con la monarca para poder exponer sus ideas y hacer propuestas especiales para el reino.
Esmeralda tenía el estrés en las venas. Podía sentirlo haciendo que su corazón se acelerara cada que recordaba su reunión obligada con Shinzo. El mundo se derrumbaba a su alrededor, hasta que levantó la mirada y aquella respiración fue arrullada al notar a su rubio amigo afuera.
—¿Será que su majestad me otorga una audiencia rápida? —preguntó intentando disimular ese ánimo alterado.
—Claro que sí, aunque no sea tan rápida —respondió la mujer, susurrando la última parte.
Apenas cerró la puerta detrás de sí, Esmeralda soltó un gran suspiro y se estiró plácidamente. Estaba lista para tardar todo lo posible hablando con Dimitri. Fuera un problema menor con los establos o un tema estratégico grave, estaba segura de que no le alteraría tanto como saber que el hijo que llevaba en su vientre podría ser el que iniciara una enorme guerra.
—Dime, ¿qué sucede? —preguntó la chica dejándose caer en el sillón de un costado.
—¿No sabes qué me trae aquí, Esmeralda?
La monarca hizo un gesto de sorpresa y después suspiró como si despertara de un largo sueño.
—Claro, claro. —Esmeralda se levantó para tomar una pequeña cajita de madera. Cualquiera podría pensar que contendría algo de gran valor para el reino, por lo hermosa que era, sin embargo era un pequeño compartimento que utilizaba para guardar sus golosinas. Casi siempre eran la guarida de sus cerezas, pero recientemente había decidido cambiarlas.
Extendió la caja para mostrarle las deliciosas y diminutas tartaletas que había tomado de la cocina en la mañana y él aceptó una con gusto.
—¿Por qué no me avisaste que vendría? —dijo Dimitri dando una mordida al postre.
—Me hubiera encantado saberlo yo misma —respondió Esmeralda suspirando—. Me hubiera encantado enterarme de que hoy vendría mi vieja amiga Shinzo a fingir que no me conoce y a decirme que mi futuro heredero es un destructor de reinos.
—Espera... ¿qué acabas de decir? —cuestionó el muchacho abriendo bien los ojos
—Como lo escuchas, yo tampoco entiendo lo que está pasando.
La reina se recargó en el escritorio y asintió con pesadez.
—Al parecer ella está aquí para firmar un tratado. Pero no un tratado cualquiera. Sus adivinos pudieron saber que mi futuro hijo causará problemas a más de un reino... Iniciará una guerra, quizá. Shinzo quiere lavarse las manos de ese destino.
Dimitri tuvo que repetir aquellas palabras varias veces en su mente para que parecieran reales.
Esa mañana despertó sin saber ni una sola cosa sobre Shinzo y ahora estaba ahí, condenando a Esmeralda a un futuro incierto, sin dirigirle la palabra y con el rostro más serio del reino.
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