11. Símbolos indescifrables
Esmeralda y Ezra se encontraban tomando ífuos en el bello balcón de su castillo. Habían decidido abrazar aquel tiempo para construir un pequeño lago de paz. Uno que realmente necesitaban desde hacía bastante. La pesadez de todas las decisiones que traía consigo el reinado y su matrimonio, no eran fáciles. Responsabilidades de las que no se podía escapar con facilidad.
La charla que Iniesto había tenido con Ezra le había ayudado bastante, si bien todos sus miedos todavía no se iban, ahora estaba más inclinado hacia la emoción de tener un futuro heredero, que al dilema de ser o no ser un buen padre.
Esa mañana pintaba a ser muy tranquila, como en sus planes. Con un grupo de soldados buscando al barón y Celta cumpliendo su propia misión, los deberes habían sido relegados a otro momento para poder disfrutar aquella deliciosa taza de ífuo.
Entre el precioso ambiente, las miradas de Esmeralda y Ezra iban y venían, participantes de un vals sincronizado, entre ellos brillaban las ganas de hablar nuevamente, pero temían romper la paz lograda. Después de un rato, se dieron cuenta de que era necesario hacerlo. En ocasiones, la calma necesita ser rota para transmitir algo más.
—Esmeralda —Ezra rompió primero el silencio, colocando su taza sobre la mesita que estaba frente a ellos—. He estado pensando sobre nuestro hijo.
Una pequeña sonrisa dejó mostrarse sobre el rostro de la monarca. Fue un pequeño guiño a su verdadera alegría, antes de que aquella se ensombreciera nuevamente con la angustia.
—No quiero que malentiendas mi reacción. Quiero decir, seremos padres y eso es asombroso... La idea, simplemente me queda grande.
La monarca asintió entendiendo lo que le sucedía y volvió a percibir la preocupación escalando por su corazón. Dio un sorbo más al ífuo antes de responder.
—¿No extrañas cuando nada nos preocupaba? —preguntó ella con la mirada fija en el horizonte.
La pregunta quedó unos momentos prendada del aire antes de que su esposo respondiera.
—Ha sido difícil, pero para mí son tiempos mejores —dijo el muchacho moviendo su cabello por los nervios—. Recuerdo el pasado y no puedo más que sentir una enorme angustia en el pecho.
Esmeralda salió de su ensimismamiento un instante para pensar mejor lo que acababa de decir. Era cierto, Ezra había estado en la cárcel de Nitris por más tiempo del que ahora había vivido en el palacio. Su mirada se vio amenazada por un río de lágrimas.
—Lo lamento mucho, qué insensible —expresó la muchacha sujetando su mano—. Serás un gran padre.
Ambos se sonrieron y dieron la conversación por terminada, aunque a la lejanía podía observarse la cantidad de cosas que tenían por hablar.
Un guardia volvió a llamar a la puerta. Esmeralda ya estaba un poco harta de que siempre eran interrumpidos por un llamado. Siempre había alguien a quien atender, una carta que firmar, invitados que recibir. Intentó recomponerse y, con otra sonrisa dirigida a su esposo, se levantó para abrir.
—Majestad, nos han avisado de la frontera sur que visitantes están arribando al pueblo. Fueron identificados y solicitan una audiencia con usted.
—¿Quiénes son?
El guardia parecía estar sumamente nervioso. Los guerreros de Imperia no habían sido entrenados para ser mensajeros.
—Mencionaron que pertenecen al parlamento de un pueblo vecino, pero no me fue comunicado de cuál.
Esmeralda suspiró por la falta de información en aquel reporte, pero asintió y comprendió lo complicado que resultaba esa comunicación a enormes kilómetros de ahí.
La monarca levantó su mano en señal de que todo había quedado entendido y dejó al guardia ir.
—¿Qué pasa? —preguntó Ezra acercándose.
—Hay visitantes de otro reino —anunció intrigada la mujer.
El joven escudriñó nuevamente en el rostro de su esposa y decidió envalentonarse para expresar lo que había estado atascado en su corazón por varios días.
—Esmeralda, puedo ver en tus ojos la angustia. Quisiera ayudar más, pero... Es que no tengo conocimientos de nada y la ley me indica que sólo soy tu consorte y...
La mujer tapó un momento la boca de su esposo con un beso y permitió que aquel protagonizara la batalla para después mirarlo en un significante silencio.
—No es tu culpa. Quiero que sepas que nada de esto es tu culpa. Es... es todo este sistema, es lo que pasa con Celta, todo sucede al mismo tiempo y yo no puedo controlarlo. Ezra, escucho en las calles que soy la mejor reina que ha tenido Imperia desde mi... padre. —Esmeralda miró un segundo a su esposo mientras pronunciaba aquellas palabras—. No estoy tan segura de ello.
—¿De qué hablas? Todo lo que pasa en el reino está bajo control y los...
—Los números, los números y la paz —repitió Esmeralda suspirando—. Lo sé, los números y la paz lo sustenta, pero no mi percepción del asunto. Creo que la simpatía de la gente está apoyada en la emoción de haber derrotado a Ciro. Algo no está resultando. Los guardias corren por medio reino y no saben qué hacer porque nunca fueron entrenados para ello. Yo atiendo más aspectos sociales, aunque tengo al encargado de ello. Las finanzas se entregan por encima, las regiones son casi iguales a las que fueron cuando yo no estaba aquí y... Por supuesto, siento en el aire la presión. La inestabilidad de todos y de todo.
Ezra digirió toda la información que acababa de comunicarle su esposa. Era muy cierta, probablemente el reino no había sufrido cambios mayores. Probablemente estaban mucho mejor que con Ciro, pero aquello había sido porque él era un tirano y cualquiera hubiera podido adivinar que en cuanto se fuera, todo mejoraría; sin embargo, ¿qué cambios verdaderos habían hecho ellos? Claro, además de retirar las tradiciones de vestimenta que había en Nitris y el permitir que nuevos puestos (aunque realmente vanos), se abrieran.
Esmeralda empezaba a darse cuenta de que todo lo que había instaurado hasta ese momento, parecía querer hacerle la vida más fácil a ella y fallaba cada vez en su verdadera misión: mantener una vida tranquila para los habitantes. En consecuencia, al fallar el sistema, ella seguía llena de trabajo, llena de ocupaciones y de gran angustia en su interior.
—Ezra, necesito que te reúnas conmigo en la oficina y a los pocos que se encuentran encargados de algo en este palacio, convócalos. Quiero escuchar el estado de todo —dijo la chica empezando a empujar esa sombra que la perseguía para ocuparse de lo que realmente tenía que hacer—. Tú eres muy diplomático. Tráelos, por favor, a cada uno de los representantes de todas las regiones. Necesito hablar otra vez con ellos, urgentemente. Tenemos que recomponer Imperia.
El joven levantó las cejas con sorpresa. Estaba sorprendido de los pequeños detalles que había pasado por alto y pensó por unos segundos que realmente era muy fácil olvidarse de todo cuando se encontraban en la sala más bonita de un castillo. Sin querer, sus problemas se habían vuelto el centro y olvidaban voltear de tanto en tanto a ver lo que se encontraba fuera. Ese sitio del que también formaba parte.
—Si me lo permites, podría hacer un recorrido por el castillo para observar la situación actual de primera mano.
Esmeralda sonrió al notar que su esposo lo había entendido todo y se acercó a él para envolverlo en un amoroso abrazo.
—No pude tener un mejor esposo que tú, Ezra; ni un mejor rey, o padre para mi hijo.
Aquellas palabras llegaron verdaderamente al corazón del joven. Le guiñó el ojo a su esposa con un toque de galantería y salió de la habitación para acatar sus ordenes.
En cuanto se quedó sola, pensó en lo mucho que añoraba a su madre. Extrañaba sus abrazos y sus palabras de aliento. Habían temporadas, como aquella, en la que se iba de viaje a Alúan y Lizonia, para hablar con sus amigas del taller, además de pasar unos días en total calma en su casa junto al riachuelo.
Esmeralda tenía que aguantar pacientemente para poder hablar con ella, ya que enviar una carta resultaría demasiado engorroso, demasiado complicado tan sólo para lloriquear en ella. No interrumpiría de esa forma el descanso de su querida madre.
Sacudió los pensamientos de su cabeza y se puso manos a la obra para atender las obligaciones del día.
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Aquella casa realmente daba una curiosa impresión. Celta lo pensaba al tiempo que comía unas fresas que había recolectado de los arbustos públicos. Reflexionó en que no había podido encontrar un mejor refugio para poder estudiar los planos y el cuaderno de Celta, aquello ocupaba la mayoría de su mente cuando otro curioso pensamiento se cruzó: El bô.
Se estremeció un poco al recordar su aspecto, la mirada, la voz y el sonido que invadía el túnel cada vez que se arrastraba por ahí. Finalmente, apartó las fresas que degustaba, pues el recuerdo le provocó un poco de asco, y acercó el cuaderno de Dulce para comenzar.
Tenía tantas y tan pocas pistas que era difícil saber si estaba cada vez más cerca o cada vez más lejos de encontrar la verdad. Sabía a ciencia cierta que "Los cuatro siniestros" eran enemigos jurados del reino y que tenía que encontrar lo que sea que quisieran antes que ellos. El tiempo era muy corto, Celta llegaba a cuestionarse si aquello era una simple fantasía o un peligro real. De cualquier manera, como dirigente del ejército imperiano, no podía darse el lujo de dar por hecho que aquello era un simple invento y permitir que todo se le saliera de las manos y terminara en una tragedia para todo el mundo.
Pasó los dedos por los símbolos que se encontraban en las orillas de cada hoja. No estaban en ninguna de las antiguas lenguas imperianas, ni eran parte de la simbología antigua que había estudiado en el Coralli. Últimamente dudaba bastante de lo que sabía. No porque pensara que el Coralli le había enseñado mal, al contrario, le había dado tanta información valiosa que a veces no tenía idea de qué hacer con ella; pero en ese instante le hubiera gustado descifrar el significado de los garabatos.
Notó que uno de ellos se repetía constantemente en las partes superiores de algunos dibujos y notas. Casi se desmaya sobre el frío suelo cuando pudo notar qué era lo que lo constituía y mucho más cuando recordó en dónde lo había visto.
Y es que la General de uno de los reinos más poderosos jamás conocidos, había olvidado mantenerse concentrada, aunque el momento pareciera insignificante. Sin duda recibió las consecuencias claras de haberse olvidado de aquella regla cuando en su memoria se deslizó el recuerdo de que aquel era el símbolo que había visto en el túnel del bô.
¿Qué era lo que significaba?
¿Por qué había estado tan cerca y decidió solicitar su salida?
Sintió el típico escalofrío que se percibe cuando sabes que hiciste algo incorrecto. Repasó varias veces las hojas y se dejó caer sobre el respaldo cuando notó que realmente era el mismo símbolo.
Quizá la biblioteca de la familia real de Figgó tendría algo. Probablemente no tendrían un gran repertorio de libros, ya que se trataba de una casa de campo, pero quizá y sólo quizá, tendrían algún tipo de información. Ya fuera sobre los bô, sobre el símbolo o sobre alguna otra cosa que estaba en el cuaderno.
Se levantó de un brinco y empezó a caminar con prisa hacia la biblioteca familiar que unos instantes antes había revisado con cuidado.
Encendió las velas que estaban alrededor con uno de los pequeños fósforos que siempre cargaba consigo y empezó a revisar los lomos.
Cada palabra de ellos pasaba entre su mirada cargada de un sentimiento terrible. "Los detalles hacen a un buen soldado", recordaba a su profesor de defensa pronunciando aquello mientras estaba en el salón. Celta se había vuelto muy perfeccionista durante sus años estudiantiles. Estaba rodeada de una supervisión especial, porque no había demasiadas soldados mujeres en Imperia y, mucho menos, soldados que abiertamente buscaran pertenecer al ejército de los Constela.
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