88. La leyenda de Ebo
Comenzaron a pasar los días, mientras más entusiasmado estuviera Ciro con Tsukii, más miserable se sentía Esmeralda, casi invisible. Siempre se sentía tan poca cosa junto a ella, junto a ese elegante porte, tan suave, tan perfecto.
Esmeralda admiraba cómo el tiempo se alejaba llevándose con él a su felicidad. Su amigo, Ezra, lo notaba, ella ya casi no sonreía. Tenía un millón de sentimientos encontrados, no sabía si quería olvidarlo o quería recuperarlo.
Así pasó un buen tiempo, hasta que Ezra se hartó de verla tan deprimida.
Era una bella tarde, el viento soplaba más fuerte y más puro que nunca, el muchacho llamó a la puerta de su amiga animádamente.
—¿Se puede? —dijo él sonriente.
—Pasa —murmuró la chica que permanecía inmóvil tendida sobre su cama.
—¡Oye! Tienes que salir de este cuarto... Te invito a un paseo —propuso el chico animándola.
—No tengo ganas.
—¡Vamos! Será divertido, además quiero que quites esa cara de pesadez que tienes, no quiero verte triste. Ya ha sido suficiente —declaró su amigo preocupado.
—Será sólo un momento, ¿de acuerdo? —esclareció la chica.
—Vamos al bosque que está aquí enfrente del castillo —sugirió Ezra satisfecho de haber convencido a Esmeralda.
Durante el largo camino que tuvieron que recorrer para llegar a la entrada del castillo, Ezra se dio a la tarea de devolverle el buen humor a su amiga, cosa que no le tomó mucho tiempo pues tenía la facilidad de sacarle una sonrisa aunque fuese por la más simple tontería.
Llegaron a la entrada del castillo, pidieron a los guardias que los dejaran salir, enfrente se encontraba una línea de elegantes carruajes que aguardaban algo o a alguien. El bosque comenzaba justo enfrente del castillo, pero esa parte era consideraba muy peligrosa, tanto por las hierbas venenosas que abundaban ahí, como por las bestias y monstruos que, al parecer, aún habitaban en ese lugar.
—Ven aquí, Ezra, tendremos que caminar para adentrarnos al bosque —dijo Esmeralda a su amigo, pues la zona segura de éste se encontraba bastante retirada.
—No quiero caminar hasta allá —contestó el muchacho sonriendo, mientras admiraba cómo los guardias entraban el castillo, como para escoltar lo que fuese que fuera a transportar aquellos carruajes.
—¡No podemos tomarlos! —dijo sigilosamente la chica, entendiendo las intenciones de su amigo. El muchacho miró alrededor y le abrió la puerta del carruaje a Esmeralda, la cual soltó una risita. Él subió al asiento del cochero—. ¡Nos descubrirán! —gritó desde la parte de atrás y Ezra solo le guiñó un ojo y sonrió.
—¡Sujétese, señorita! —le dijo y haló de los caballos, los cuales, comenzaron a galopar muy rápido, demasiado para el carruaje.
La muchacha sentía el viento entrar tan rápido como nunca, su amigo jamás había montado un caballo y mucho menos dirigido un carruaje, pero se sentía libre y ella también. Libres de improvisar y reír tan fuerte como pudieran.
Pasado un rato se detuvieron y bajaron para entrar a la zona segura del bosque.
—¡Oye, Ezra, espérame! —gritó Esmeralda mientras corría tras su amigo.
—¡Alcánzame, tortuga! —rió el muchacho radiante.
El vestido que había elegido Esmeralda le estorbaba mucho, así que se detuvo y rompió un poco la parte de la falda de su fina prenda.
—¡Es un hecho, tonto! —dijo mientras lo alcanzaba y se lanzaba sobre él para derribarlo.
—¡Eres una chica extraña! —Apenas se le entendía a Ezra entre tanta risa—. Por eso eres mi mejor amiga.
Se quedaron mirando un segundo, pero pareció un siglo, luego la chica se levantó y le extendió la mano a su amigo. Ezra la tomó y abrazó a Esmeralda. Caminaron lentamente por el bosque.
La naturaleza es uno de los regalos más grandes que se nos ha dado. No hay nada que se compare al sonido de una bella ave, libre por ese amplio cielo azul que nos vigila todo el tiempo. Cada árbol, cada una de sus hojas, te envuelven en un ambiente totalmente mágico, el lado más bello de la vida; el susurro del viento entre el pasto, el musgo y su textura; cada rayo de luz que llega, todo es parte de esa hermosa sensación cuando salimos al exterior.
Se adentraban cada vez más y más al bosque y la oscuridad comenzó a caer. Los amigos buscaron leña para prender una pequeña fogata, cuando lo lograron, se sentaron frente a ésta para combatir el intenso frío que, si de por sí abundaba durante el día, era gobernante durante la noche.
—Cuenta una historia —le dijo Esmeralda al chico.
—¿Una historia? —preguntó extrañado Ezra, mientras trataba de recordar—. Tengo una, la que me contó la señora Fibi... Era sobre un guerrero fuerte, un día oscuro se adentró al bosque, este mismo bosque.
—¡Qué miedo! —dijo sarcásticamente la joven.
—Eso dirás cuando estés sola en tu cuarto en el castillo —contestó Ezra lanzándole una sonrisa—. Bueno, él vino a este bosque. Entre los árboles encontró un espíritu, uno llamado «Ebo».
»Los ancianos de Imperia dicen que Ebo era la hija de un campesino, ella quería ser princesa. Lo deseaba con tantas ganas que fue con una hechicera. Ésta le dijo que si quería ser una princesa debía pagar con tres cosas: una lágrima de agradecimiento, un perdón enfrascado en el alma y el reconocimiento del hecho que en error se convirtió y cuyo damnificado fue el enemigo. Si no los conseguía, su espíritu se quemaría y no habría nadie que pudiera salvarla. La hechicera le dio el conjuro y Ebo fue princesa.
»Un día ayudó a un hombre a salvar a su anciano padre y ella le pidió que derramara una lágrima sobre un pequeño frasco, en otra ocasión, su propio padre la perdonó por abandonarlo después de una sincera disculpa por parte de ella, pero lo último que le fue pedido jamás lo logró comprender. Llegó el día en el que la hechicera vino a cobrar las tres cosas, ella explicó que no pudo conseguir la última petición y la hechicera, furiosa, le dijo que no iba a quemarla completamente pero que su espíritu se quedaría por siempre vagando hasta que terminara de pagar.
»El guerrero de la historia quería ser el más poderoso de todos, Ebo le dijo que se lo concedería, pero que como pago debía darle el reconocimiento del hecho que en error se convirtió y cuyo damnificado sea el enemigo. El guerrero aceptó. Pasó años venciendo enemigos, pero olvidando su promesa. Un día Ebo regresó para cobrar lo acordado, y al admirar que no tenía su pago, consumió su alma y lo quemó vivo.
»Si te encuentras con Ebo puedes tener todo lo que siempre has deseado, ella puede darte lo que tú quieras, pero lo más seguro es que jamás podrás pagarle y terminará quemándote con su aliento de fuego.
»Si se te apareciera Ebo. ¿Le pedirías algo?
—Pero eso no es cierto, ¿verdad? —preguntó Esmeralda.
—Te dije que al final te asustarías —dijo Ezra soltando una risita burlona.
—¡No tengo miedo! Sólo preguntaba —justificó la chica empujando a su amigo.
—Esmeralda, tenemos que volver ya. —El chico se levantó y comenzó a apagar la fogata.
—¿Por qué siempre tenemos que volver a algún lugar? —dijo la chica levantándose, igualmente, para ayudar a su amigo.
Cuando terminaron, subieron al carruaje de nuevo. Fueron lo más lento posible. Admiraron el camino, el trote de los caballos era muy relajante. Esmeralda se sentó junto a Ezra esta vez, ambos sujetaron las riendas de los caballos, el frío de la noche no era incómodo y la poca neblina en el suelo parecía nubes que adornaban el ambiente perfecto.
Cuando llegaron al castillo riendo a carcajadas, los esperaba una señora Fibi muy enfadada.
—¡Mocosos malcriados! ¿En dónde estaban? —preguntó furiosa.
—En el bosque, nosotros...
—¿Tomaron uno de los carruajes? —cuestionó ella.
—Bueno... ¡Fue idea de él! —contestó Esmeralda causando que ambos soltaran una carcajada.
—¿En dónde está ese carruaje? —preguntó la señora Fibi.
—Aquí enfrente, señora Fibi, no nos regañe más, por favor —pidió Ezra sonriente. La señora se asomó por una ventana y admiró un carruaje casi destruido por lo maltratado que había sido.
—¡Miren cómo lo traen! —gritó ella agitando sus regordetes bracitos—. Pero ya no tiene caso. ¡A la cama! —Los muchachos salieron riendo en voz baja, simplemente no podían parar.
—¿Para quién podrían ser tantos carruajes? —preguntó Esmeralda a su amigo mientras tenían un ataque de risa silencioso.
—No lo sé —contestó rojo de la risa—. Tal vez eran para Ciro. Uno para él, otro para su corona, otro para su zapato izquierdo y el otro para el derecho... —dijo soltando una carcajada.
—¡Calla! —rió la chica abriendo su habitación—. Tengo que irme a dormir —susurró ella tratando de tranquilizarse.
—Oye, me la pasé asombroso hoy —exteriorizó el chico sonriente.
—Yo igual —secundó la chica mirándolo.
—Esto amerita un abrazo, ¿no crees? —La muchacha asintió y ambos se dieron un abrazo prolongado.
La chica tuvo una sensación que le nacía en el estómago y la recorría completamente, como si ese abrazo hubiera soltado chispazos dentro de ella. Al separarse no dijeron nada, sólo se miraron y ella cerró la puerta.
No durmió en toda la noche pensando en ese extraño sentimiento que se formó en el bosque. Prefirió levantarse y dar unas vueltas en la habitación, pensando en la manera en la que enfrentaría esta nueva situación: ¿A quién amaba en realidad?
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-Sweethazelnut.
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