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78. La reunión


Llegó un día común para todos excepto para las damas de la elegante y recatada región de Imperia. Aquella era la reunión social más importante, los preparativos habían comenzado desde meses anteriores. Era un evento muy importante pues tu asistencia y el desempeño que tuvieses en ella determinaba si subías o bajabas de tu rango social.

La Lirastra le pidió a Esmeralda que peinara a Bisnia de una manera muy especial. Tardó casi cuatro horas, pero al fin lo logró. Diesta no estaba invitada, era considerada muy pequeña como para asistir a ese tipo de reuniones.

En el tiempo que había transcurrido Diesta y Esmeralda se habían vuelto muy amigas, la niña odiaba las reuniones que tenían tan frecuentemente. Ella odiaba todo lo que tuviese que ver con el protocolo, desde las lecciones con la tutora como las mismas horas de "convivencia" con su madre y hermana. La muchacha lamentaba mucho aquel hecho, eso mismo se quedó pensando mientras caminaban hacia el salón en donde sería la reunión; ella, a la edad de Diesta, no había tenido la oportunidad de contar con tantos lujos, pero sentía que, aunque tuviera que trabajar, disfrutaba de los días más de lo que lo hacía actualmente la niña.

Llegaron a un enorme y rojo salón, a lo largo de él se encontraban repartidas un montón de mesas redondas que sostenían la fina vajilla de las invitadas, en cuanto cruzaron la puerta fueron anunciadas.

—¡La Lirastra Fidanchena, la señorita Bisnia Fidanchena y la niña Diesta Fidanchena! —anunció un hombre alto.

Esmeralda y Nana venían detrás de todas ellas. La Lirastra caminó por entre las invitadas y saludó a una en especial que Esmeralda conocía muy bien.

—Condesa Anibél, es un placer enorme tenerla hoy con nosotras —dijo la Lirastra sonriente—. Siempre es un gusto tener invitadas de otras regiones.

—El placer es todo mío, Lirastra —respondió la altanera mujer deteniendo su vista en la dama de compañía de Bisnia—. ¿Conozco a la señorita?

—Es la primera dama de compañía de mi Bisnia, muy correcta, debo decir —contestó la mujer reconociendo el mérito de Esmeralda.

—Ya veo... Ahora lo recuerdo, eres Esmeralda, tu nombre siempre me resulto sumamente familiar —recordó la Condesa—. Y estudiabas con... Bueno, no tiene importancia.

—¿Nos sentamos? —propuso la Lirastra y tomaron asiento en la mesa más grande.

Se escuchaba una suave música que acompañaba aquella monótona reunión. Esmeralda suspiraba de vez en cuando, pero a pesar de todo tenía que mantenerse recta y elegante todo el tiempo.

Miraba a Bisnia, la niña parecía una pequeña mujercita. Sentada a la perfección, hablando de temas que Esmeralda alcanzaba a comprender vagamente. Miró aburrida y resignada el jardín, ya comenzaba a oscurecer y aún así lucía muy bello. Notó que algo se movía por ahí, trató de afinar su vista y se percató de que era Diesta la que jugaba en el jardín. Daba volteretas y saltos que eran decorados por un listón que traía en su mano. Esmeralda se levantó de la mesa, se excusó con una discreta ida al tocador para escabullirse al jardín.

—Hola, Diesta. ¿Qué haces aquí? —preguntó la muchacha acercándose a la niña que reía suavemente.

—Hola, Esmeralda —saludó la pequeña sentándose en el pasto—. Mi madre me dejó en la habitación y Nana ya se fue a dormir, era mi oportunidad perfecta de salvarme del terrible Obinoca —explicó ella con naturalidad mientras dejaba que sus finos cabellos fueran acariciados por el viento.

—¡Obinoca! Lo recuerdo muy bien, cuando asistía al Coralli tenía un profesor llamado Vicktous Dahen. Él nos hizo leer dos libros de Obinoca, casi quinientas páginas cada uno —recordó Esmeralda con una sonrisa en los labios a la par que se sentaba junto a la niña.

—Mi madre dice que Obinoca profundiza el pensamiento, pero a mí solo me profundiza el sueño —dijo Diesta causando una risita en su acompañante.

—¿No te gusta leer acaso? —preguntó Esmeralda mirándola.

—Claro que me gusta, lo que no me gusta es que mi madre nos imponga los libros. ¿Has leído alguna vez: «Camino hacia el país Estrella, dirección: Nunca regresar»? —explicó la niña al mismo tiempo que esbozaba una ligera sonrisa.

—No, jamás —confesó la muchacha interesándose más en la conversación.

—Un día, mientras mi madre hacía tratos con el rey Hibresto, me puse a jugar con algunos niños en el palacio, una de las niñas no soltaba ese libro. Cuando mi madre llegó aquel día y me vio corriendo entre la hierba me reprendió de una manera tan horrible que mis nuevos amigos jamás regresaron. Tal vez sintieron lástima por mí o simplemente le tuvieron demasiado miedo a mi madre, pues lo último que me llegó de ellos fue un paquete con el libro de mi amiga. Comencé a leerlo por las noches cuando mi madre creía que yo ya estaba dormida, es el tipo de lecturas que no me permiten explorar —relató Diesta con tranquilidad.

—¿Sólo leen a Obinoca?

—Leemos a Terresi, Obinoca, Sambrant, Coliner y Voblember, pero todo gira alrededor de la correcta pronunciación, el protocolo, las teorías sobre la raza; que si todas las regiones de Imperia fuesen como nosotros sería un reino completamente perfecto —dijo la niña soltando un suspiro—. Pienso que no está mal leer a Terresi o a Coliner de vez en cuando, pero quisiera leer algo diferente. Que mi madre entendiera que profundizar mi conocimiento no sirve de nada si no he alimentado mi espíritu primero.

—¿Te digo algo? —expresó por fin Esmeralda—. Eres menor que tu hermana, pero te he escuchado decir cosas mucho más coherentes a ti que a ella.

—Antes no era así, cuando éramos aún más pequeñas ella jugaba todo el tiempo conmigo. Comenzó a cambiar poco a poco y se convirtió en... Una extraña —lamentó la niña.

—¿Para qué es el listón? —preguntó Esmeralda tratando de desviar la conversación.

—En el libro que te dije había una niña. La protagonista del libro, que se llamaba «Luna», cuando llegó al país Estrella cuenta que tomó un hilo de resplandor y lo guardó en la palma de su mano. Cada que quería regresar a la isla, en donde se encontraban sus compañeros, agitaba las manos, miraba como se movía el hilo libremente y con ello regresaba a la guarida —explicó Diesta mirando el largo listón azul que traía amarrado a la muñeca—. Creo que es mejor que regreses ya.

—Tienes razón, tu madre debe estar buscándome —concluyó y comenzó a caminar hacia la entrada—. Diesta —llamó la muchacha logrando que la niña levantara la vista—, no te quedes aquí muy tarde, ¿de acuerdo? —La niña asintió sonriendo y Esmeralda entró.

Al parecer, la Lirastra no había notado su ausencia, pues se encontraba charlando con la condesa Anibél. La velada hubiese sido toda una tortura si no es por el mensajero que llegó para entregar una invitación a la Lirastra Fidanchena.

—¿Qué dice, madre? —preguntó de inmediato Bisnia admirando la finura de la tarjeta.

—Es del castillo de Nitris, querida, del rey Ciro —explicó la Lirastra Fidanchena causando inmediata impresión—. Nos invita al baile en honor a Imperia que se realiza cada cinco años. Será como siempre, tres días en el castillo; todos con un baile en la noche, por supuesto, aunque el último será algo muy grande. Seguramente, se realizará dentro de dos meses —leyó rápidamente la mujer.

—¡Es excelente! —expresó Bisnia sonriente.

Otra reunión social aburridísima. Aunque después de unos segundos Esmeralda recordó su enorme admiración por el rey Ciro, ansiaba, al igual que Bisnia, asistir para verlo de nuevo.

Aquel baile era muy grande, se dividía en tres días de fiesta y actividades a las que estaban invitados todos los nobles de Imperia. Celebraba al reino, aunque, irónicamente, el pueblo jamás era invitado, razón por la cual el rey Hibresto nunca asistía y prefería quedarse en las calles de Noif celebrando con su gente.

Se acostó muy cansada, y si creía que aquellos días habían sido desgastantes no sabía lo que le esperaba aún.

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-Sweethazelnut.

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