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75. Un nuevo inicio


El carruaje tenía cierto aire siniestro. Los interiores tenían tonos ciruela, las gruesas cortinas se mantenían siempre cerradas, sólo se sentía el monótono trotar de los caballos que conducían el elegante transporte.

No pasó mucho hasta que el carruaje se detuvo. Bajó la señora Nerzo, después de unos minutos subió y anunció que acababan de pasar por el palacio de Noif del rey Hibresto, pero que ninguna dama solicitó de sus servicios, razón por la cual continuarían por los caminos de Imperia.

Dentro del carruaje había algo de comida y, como todo estaba premeditado, no faltaba el día en el que no los esperaran en algún hospedaje con los brazos abiertos. Ya habían pasado veinte días de viaje y habían elegido a diez damas de compañía, entre las cuales aún no se encontraba Esmeralda.

La chica se ponía cada vez más y más nerviosa, temía no ser elegida, todo aquello pasaba por su cabeza cuando llegaron a otro palacio. Las muchachas siguieron las indicaciones pero solo había tres damas en el lugar, las cuales restaron nueve a la cantidad de alumnas que asistían, pues cada una eligió tres.

Esmeralda abandonó toda esperanza. ¿A quién engañaba? Nunca iba a ser elegida y tendría que regresar a casa con su madre. Pasaron otros dos días y aún no elegían a la muchacha.

El carruaje se detuvo, el penúltimo punto a visitar, según la señora Nerzo, era el palacio de Kánoa. Las muchachas entraron en fila a un lugar lujosísimo, casi no pudieron observar nada pero la habitación en la que esperaban formadas era espléndida, con candelabros de cristal y oro en el techo; una alfombra roja hecha a mano, cortinas de terciopelo dorado y jarrones antiguos que parecían ser muy finos. Además de unos bellos cuadros, no había nada más en la habitación.

—¡La Lirastra Imichina Fidanchena! —anunció un hombre muy elegante y bajo en estatura, acto seguido se movió para dar paso a una mujer regordeta, alta, de rasgos finos y con el característico maquillaje, ropa y peinado de Kánoa que la profesora O'Kris les había enseñado años atrás, igual al de una muñeca de porcelana.

—Es un placer tenerla de nuevo por aquí, señora Nerzo —dijo con voz fría la dama, casi sin hacer gestos y conservando su fina postura.

—El honor es todo mío, Lirastra —contestó la señora Nerzo haciendo una reverencia—. ¿Desea usted una dama de compañía?

—Verá, mi querida señora, busco una dama, pero no para mí. Es para mi hija, Bisnia. Ella se encuentra cercana a su cumpleaños número quince... Querida Bisnia, puedes pasar —indicó la mujer y el hombre alto abrió la puerta.

—¡La señorita Bisnia Fidanchena! —anunció el hombre al paso que abría la puerta y entraba una muchacha delgada, blanca, con pecas en sus mejillas y caireles en el cabello. Su vestido no era ampón, como el de su madre, más bien recto y liso, casi como el uniforme del Coralli que aún llevaban puesto. La chica poseía un rostro dulce, cabello y ojos color café claro y una mirada analítica.

—Bisnia, querida, escoge a una muchacha para que sea tu primera dama de compañía —indicó la mujer y la niña comenzó a pasearse entre las egresadas.

—Quiero esta —concluyó señalando a Esmeralda.

—Perfecto, ¿qué nivel tiene, señora Nerzo? —preguntó la Lirastra Fidanchena.

—Su nombre es Esmeralda Daar, tiene veintidós años y es una dama de compañía dragón, Lirastra Fidanchena —explicó la coordinadora del Coralli.

—Entonces es un hecho... ¡Lacayo! —llamó la mujer al hombre que entró al principio.

—Me ordena usted, Lirastra —contestó el hombre haciendo una reverencia.

—Llama al mayordomo, dile que lleve a la nueva dama de mi hija a su habitación. Quiero que acondicionen de inmediato ese lugar, dile a las criadas que suban a la nueva dama de compañía para que se prepare para la cena... Señora Nerzo, ¿arreglamos ya el papeleo? —terminó de decir la imponente señora dejando a todos helados.

—Regreso en seguida, Lirastra, tengo que llevar a mis muchachas de vuelta al carruaje —contestó la señora Nerzo quien le sonrió a Esmeralda al salir, la cual se quedó de pie sin saber qué hacer.

La Lirastra Fidanchena salió de la habitación, dejándola completamente sola. Tenía algo de miedo, pues aquel lugar era sumamente imponente. De pronto, arribaron el lacayo y el mayordomo, ambos con finos trajes y expresiones estiradas.

—Señorita...

—Esmeralda —contestó nerviosa al mayordomo.

—Señorita Esmeralda, sígame, por favor —pidió el elegante y serio hombre. A diferencia del lacayo él era muy alto, así como delgado.

Comenzaron a caminar por pasillos hechos de mármol, con finas decoraciones e impresionantes muebles. Subieron y subieron por una serie de anchas escaleras con barandales de oro, todo hacía sentir a Esmeralda como si no debiese equivocarse en ningún momento. Ella tenía que ser perfecta en casi todos los sentidos. La luz del sol entraba por las enormes ventanas, haciendo notar aún más la finura del palacio.

—Esta es su habitación, señorita Esmeralda, ya ha sido acondicionada para usted. Me informa mi señora que sus pertenencias llegarán entre hoy y mañana, de inmediato serán acomodadas como se debe, por supuesto. La campanilla anunciará la hora del desayuno, la comida, el té y la cena, aunque, tengo entendido, estará el mayor tiempo con la señorita Bisnia. Si necesita algo, no dude en hacer sonar la segunda campanilla —explicó el hombre colocándose frente a la segunda puerta del quinto piso del palacio. Tenía un enorme grabado con flores y bellas enredaderas, la perilla de oro también era hermosa. Sacó la llave y antes de abrir la puerta miró a la muchacha—. ¿Me permite decir una impertinente advertencia?

—Claro —contestó nerviosa Esmeralda.

—Si estará al servicio de la señorita Bisnia... Mucha suerte, de verdad, le deseo la mayor de las suertes. —El hombre sonrió ligeramente y se fue.

Esmeralda entró, era una habitación aún más grande, lujosa y hermosa que la del Coralli. Cerró la puerta tras ella. El piso era de mármol, en el fondo había una gran cama. La muchacha no pudo evitar aventarse a ella, era tan suave y cómoda, llena de almohadones, cobijas y todo tipo de cómodos complementos que hacían querer dormir a cualquiera. Se levantó de la cama. Justo junto a ella había un balcón, era impresionante, aquel bello balcón daba hacia un jardín perfectamente podado y moldeado; habían cinco fuentes, en medio un arbusto cortado a manera de rosa, con flores a su alrededor; más allá un laberinto, igualmente moldeado por el jardinero, del lado derecho del laberinto había una fina mesa de porcelana, con sombrilla y sillas; aún más allá unas bancas y todavía más jardín. Algunas partes con camino de piedras, otras con camino liso y algunas solamente con el perfecto pasto.

La chica volteó y miró que cerca de la puerta había una línea de campanillas que tenían un cordón para llamar a la servidumbre.

Caminó hacia el lado derecho, encontró un enorme baño, todos los componentes de éste estaban hechos de porcelana. Salió emocionada y miró un vestidor con armario de caoba, aún estaba vacío. También había una mesa con un enorme espejo para que pudiera peinarse cómodamente. Y por último, un espacio con un escritorio y sillas, que daban a una enorme ventana, la cual, al igual que el balcón, mostraba el hermoso jardín; acompañada, también por una hermosa y pequeña biblioteca con un montón de elegantes libros. Esmeralda iba a tomar uno cuando escuchó que llamaban a la puerta.

—Nos ha mandado la Lirastra —se escuchó y la muchacha corrió rápidamente para abrirles.

—Las damas no corren, señorita —dijo amablemente una de las criadas. Se trataba de dos muchachas, una castaña y la otra pelirroja, su uniforme estaba constituido por un vestido ampón hasta las rodillas con manga larga, delantal blanco con encaje y una banda en su cabello que también era de encaje blanco. Portaban unos elegantes zapatos negros. Tenían bordado en el lado superior derecho de su delantal el escudo de Kánoa: dos águilas sosteniendo una corona—. Le hemos traído un par de prendas para que las pueda usar mientras traen su ropa.

—Gracias —contestó Esmeralda notando como una de las criadas entraba al armario y comenzaba a acomodar la ropa.

—Puede pasar al vestidor, señorita Esmeralda —le indicaron a la muchacha mientras la otra criada salía del armario y le daba un vestido.

—Aquí tiene su vestido, señorita, cuando salga puede comenzar a peinarse.

—Gracias —repitió Esmeralda abrumada por las atenciones, la chica tomó la prenda, entró al vestidor y se la puso. Era un bello vestido azul grisáceo, tenía encaje en las mangas y finos decorados—. Estoy lista.

—Perfecto señorita, trajimos un par de joyas para la cena —dijo una de las criadas colocando una caja llena de preciosas gemas en el espacio designado al arreglo.

Esmeralda se puso nerviosa, sería la primera vez que pondría en práctica lo que había aprendido en la escuela, comenzó a realizarse un moño sencillo, se colocó una especie de collar de joyas en la cabeza, un elemento que la profesora O'Kris dijo que era tradicional para las damas de compañía; se puso un poco de maquillaje, menos exagerado que el tradicional, pero aún así tenía un ligero tono carmín en los labios y los ojos delineados delicadamente de negro.

—La dejamos un momento a solas, señorita, la cena será anunciada pronto —dijeron las muchachas que se habían quedado de pie en la habitación por si necesitaba algo.

—De acuerdo —dijo Esmeralda, las criadas hicieron una muy leve reverencia y se retiraron.

Esmeralda se quedó mirando su reflejo, por fin había sido elegida por una dama, aunque no sabía si sería feliz en aquel lugar, un ambiente tan rígido y extraño; además tampoco sabía si aquella advertencia sobre Bisnia era algo sobre lo cual preocuparse. Admiró la manera en la que se veía, tan refinada, tan distinta. De pronto, la puerta se abrió y entró el mayordomo.

—Señorita, Esmeralda, la cena está servida —informó el hombre y la chica asintió—. La guiaré al comedor, si me lo permite.

—Muchas gracias —dijo ella y se levantó para acompañarlo.

Bajaron por las finas escaleras, de nuevo. Entraron a un enorme salón en donde colgaban gigantescos candelabros, adornos bellos y velas. El comedor era tan largo que podía albergar más de cien invitados.

En una esquina se encontraban tres personas, la Lirastra Fidanchena, Bisnia y una niña de ojos claros, cabello castaño rubio, complexión delgada, tez blanca y que aparentaba unos ocho años.

—Esmeralda, siéntate junto a Bisnia —ordenó la Lirastra Fidanchena.

La muchacha se sentó junto a la silla de la niña. De inmediato llegaron unas criadas, cada una con finos platos llenos de humeante sopa; también colocaron charolas, copas y un montón de cubiertos de plata.

Esmeralda miró alrededor, se encontraban de pie cinco criadas y una señora regordeta que se mantenía erguida, como todos.

—Ella es mi hija menor: Diesta —presentó la mujer y la muchacha sonrió amablemente a la niña—. No te acostumbres a las atenciones, Esmeralda —dijo la mujer mientras una de las criadas le servía un poco de jugo de frambuesa en la copa de la Lirastra—. Solo quería hablar contigo, por eso te invité a cenar hoy.

—Lo aprecio, Lirastra —contestó la muchacha.

—Todos los días te deberás arreglar como se debe. El desayuno lo tomarás en tu habitación. La comida para ti será unas horas antes que la nuestra, al igual que la de la nana de Diesta. En nuestra hora de comida permanecerás de pie por si tus servicios fuesen necesitados.

»Tomarás el té con nosotras y la cena procederá de la misma manera que el desayuno. Solo en ocasiones únicas, como ahora, se sirve un guiso especial y, por supuesto, deberás pasar todo el tiempo con Bisnia, siempre y cuando lo solicite. Ya hemos mandado a hacer tu Ópaka, en cuanto llegue tu equipaje del Coralli nos indicarás si deseas la misma fragancia u otra completamente nueva. ¿Quedó alguna duda sobre lo que dije? —preguntó la Lirastra Fidanchena dando inicio al consumo de su sopa.

—En lo absoluto, Lirastra —contestó la muchacha dándole una cucharada a su deliciosa y humeante sopa.

Bisnia parecía muy refinada, cada cucharada que le daba a su crema parecía parte de una grácil y elegante danza. La niña más pequeña, a diferencia de su hermana, parecía algo torpe, todo lo que hacía lucía como si ya hubiera sido ensayado previamente.

Cuando las cuatro terminaron de comer la sopa, las criadas de inmediato retiraron los platos y colocaron nuevos con un delicioso guiso que consistía en una fina carne en salsa de ciruela y frutillas alrededor, después les fue servido un postre que constaba de un fresco pan de chocolate con relleno cremoso.

Cuando terminó la cena la Lirastra ordenó a la señora regordeta que se llevara a Diesta. Bisnia y ella se fueron a sus habitaciones correspondientes escoltadas por dos mucamas cada una. Esmeralda regresó a su habitación, de inmediato se deshizo el moño, se lavó la cara y comenzó a cepillarse el cabello, al término de esto se puso un vestido para dormir, parte de la ropa que le había sido otorgada por las criadas del palacio. La chica se encontraba mirando el balcón cuando una mucama entró de pronto a la habitación.

—Señorita Esmeralda, es hora de dormir —anunció dejando salir a la muchacha del balcón para después cerrarlo con llave y desamarrar los nudos que aprisionaban unas gruesas cortinas, las cuales ocultaban las puertas del balcón—. Espero que descanse, señorita —dijo la muchacha en lo que colocaba un manto sobre las cobijas, después lo dobló y finalmente lo retiró.

—¿Qué es eso? —preguntó Esmeralda curiosa.

—Esta manta entibia el resto de las cobijas en unos segundos, señorita —explicó la mucama comenzando a retirar los almohadones—. Su cama está preparada, me encuentro a sus órdenes. Cualquier cosa que necesite toque la quinta campanilla. Que tenga buena noche, me retiro. —La muchacha salió del cuarto y cerró con llave la puerta de la habitación de Esmeralda.

La chica se acurrucó en la cama, todo estaba tan tibio y era tan cómodo que no tardó ni un instante en quedarse absolutamente dormida. Soñó con sus amigas y su madre, el Coralli y los profesores. Cómo los extrañaba a todos, pero ahora era parte de un mundo completamente distinto.

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-Sweethazelnut.

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