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17.- Un ángel.

Logan

Solo hay una cosa que detesto en la vida, una única cosa que apenas tolero. Enfermarme.

Si pudiera vivir toda mi vida sin ninguna enfermedad, y sin los horribles medicamentos, sería el hombre más feliz de la galaxia. Probablemente mi tan desagrado por la enfermedad y las medicinas se debe a las constantes insistencias de mi madre por vitaminarme en mi juventud, obligándome casi a masticar esas pastillas que se suponen deben de saber a dulce pero que terminan siendo la cosa más asquerosa del mundo. O a beber esos jugos que dejaban un sabor del todo menos agradable en la boca.

Así que sí, estar enfermo para mí es una completa desgracia.

—¿Logan? —la voz de Harriet se escucha levemente desde la planta baja.

Solo en ese punto recuerdo que le había pedido que me acompañara hoy a los entrenamientos de los Halcones Rojos. Me incorporo aún cuando no tengo ganas de hacerlo, aparto las sábanas de mi cuerpo y un leve escalofrío me recorre.

Abro la puerta de la habitación, prácticamente arrastro los pies hasta conseguir llegar al borde de las escaleras, y en ese punto consigo mirarla.

—Estoy aquí

Harriet eleva la vista, una pequeña sonrisa se extiende por sus labios mientras camina hasta los escalones.

—Oh, ¿te has enfermado? —inquiere cuando llega al piso superior. Se aproxima hasta donde me encuentro y coloca la mano en mi frente—. Estás ardiendo, ¿has tomado algo?

—Estaré bien, solo necesito dormir —murmuro— lo siento, sé que te invité al entrenamiento, pero ahora mismo no creo ser capaz de asistir.

—Venga, debes ir a la cama —dice empujando mi cuerpo en dirección al cuarto. Me siento aliviado cuando estoy de nuevo en la cama, Harriet toma las sabanas y las desliza hasta que llegan a mi cuello—. ¿Has tomado algo?

—No, estaré bien.

—Logan —intenta hablar, pero la interrumpo.

—En serio, Hattie —insisto— solo debo dormir.

—¿Tienes medicinas aquí? —inquiere ignorando mis palabras.

Niego, cierro los ojos mientras un suspiro corto brota de mis labios.

—Bien, iré a la farmacia entonces —dice con suavidad—no me tardo.

—No es necesario —expreso abriendo los ojos otra vez—. Estaré bien.

Harriet sonríe, el mismo gesto que hace para dejarme en claro que no escuchará mis insistencias.

—De acuerdo —me rindo—gracias.

La miro salir de mi habitación, el sonido de sus pasos es todo lo que se escucha mientras baja y luego el silencio. El ardor en la garganta parece incrementarse a cada minuto y cerca de diez minutos después, siento como si mi rostro fuese capaz de incendiarse.

Le envío un par de mensajes a mi entrenador y lanzo el celular a un costado sin mirarme si cae en el colchón, o sobre la alfombra.

Un escalofrío me recorre el cuerpo y me aferro a las sábanas. Infecciones de garganta eran comunes cuando practicas hockey sobre hielo, lo frío de la cancha y los uniformes mojados por las caídas no ayudan demasiado, sin embargo, me consideraba con suerte, ya que no solía ponerme enfermo con frecuencia, pero al parecer mi cuerpo me estaba cobrando todas aquellas enfermedades no presentadas.

—Siento la demora, había demasiado tráfico —apenas noto que ha pasado cerca de media hora desde que Harriet se fue. Es como si el hecho de cerrar los ojos hiciera que el tiempo corriera con más rapidez de la acostumbrada.

Dios mío, creo que estoy muriendo.

—No, no estás muriendo, chico bonito —dice con diversión. Siento algo frío en mi frente y me estremezco— levanta el brazo.

Lo suave de su voz me envuelve mientras coloca lo que creo es un termómetro por debajo de mi brazo.

—Debes tener fiebre, de seguro —dice apartándose. Apenas abro los ojos, ella se mueve por la habitación y la miro tomar un par de pastillas—toma esto, mamá dijo que ayudaría.

—¿Le llamaste a tu madre? —inquiero con palabras y respiraciones lentas.

—Evidentemente, no me siento orgullosa de decir que cuando me pongo enferma tengo a diez asistentes trayendo medicinas —se ríe un poco y eso me hace sonreír— no se mucho de medicamentos, pero mamá sí.

La siento cerca, el colchón se hunde y cuando abro los ojos de nuevo, ella está sentada justo a mi costado.

—Te ayudará —por mucho que deteste los medicamentos, parece que no tengo otra opción más que aceptar los que ella me ofrece. Tomo las pastillas y un largo trago de agua que me quema la garganta.

—Deberías irte —musito —tienes presentaciones pronto, no puedes darte el lujo de enfermarte.

—Oh, no te preocupes —dice y sentir sus manos enredándose por mi cabello me brindan una sensación cálida—tengo un sistema inmunológico bastante fuerte.

Un leve y molesto sonido se escucha y Harriet quita el termómetro de mi brazo.

—Cuarenta grados —dice con tono preocupado —lo fresco del paño desparece de mi frente, solo para volver a ser colocado con una temperatura más baja que me hace soltar un respingo— necesitas un médico.

—Estoy bien —insisto.

—Si, bien —dice ella con ironía —vuelvo enseguida, no te mueras antes, ¿de acuerdo?

Me rio un poco y ella se marcha. Debo de haberme quedado dormido porque me siento desorientado la próxima vez que abro los ojos. Hay voces fuera de la habitación y un par de instantes, Harriet entra con un hombre de mediana edad.

—Oh, despertaste —dice. —Él es el doctor King. Lo llamé para que viniera a revisarte.

Intento protestar, pero antes de que pueda conseguirlo, el doctor ya está hablando. Harriet permanece a un costado, cruzada de brazos mientras nos observa, intento hacer uso de las pocas fuerzas que poseo para apartar las sabanas de mi cuerpo y permitirle al doctor examinarme como debería.

La garganta me arde al hablar, la cabeza parece ser capaz de explotar en cualquier segundo y el dolor en todo mi cuerpo es tan malditamente torturador. Apenas hablo con el doctor, lo necesario para informarle de los síntomas y cuando acaba, una revisión algo tardada para mi gusto, me siento agradecido de volver a la cama.

Harriet habla con el doctor, pero no presto atención a lo que dice, un último "Hay que bajarle la fiebre, la medicina hará efecto pronto pero tal vez un baño ayude"

No le agradezco al doctor, pero supongo que en mi estado se perdona mi falta de educación.

Me quejo cuando Harriet aparta las sábanas.

—Tienes que levantarte —pide— debes tomar un baño.

—No —me rehúso a abandonar la cama.

—Logan...

—La medicina hará efecto, eso dijo —le recuerdo con pesar.

—Y también dijo que un baño ayudaría —dice tomando una de mis manos e intentando tirar de mi cuerpo—Logan, no puedo cargarte así que necesitas cooperar.

—No gracias.

—Si no quieres que baje y les diga a mis guardias que te metan al baño, es mejor que levantes tu trasero y me ayudes —abro los ojos, Harriet está cruzada de brazos. Ella no sería capaz de llamar a sus guardias, ¿cierto? —No me retes.

Emito un quejido más largo y frunzo los labios.

—Bien, llamaré a Covey...

—Eres malvada —reprocho obligando a mi cuerpo a incorporarse. Arrastro los pasos hasta el baño, Harriet se encarga de colocar la temperatura adecuada en la regadera, y cuando está lista, sale —Deberías ayudarme.

Escucho su risa mientras me deshago de la ropa.

—Gracias, pero rechazo la oferta —dice y lo cercano de su voz me deja saber que probablemente está contra la puerta.

Mi cuerpo se estremece cuando ingreso debajo del chorro de agua. Suelto una maldición cuando una sensación helada me envuelve y apenas tardo lo necesario antes de salir.

Me envuelvo con la toalla, lo fresco del agua parece haber ayudado a mis sentidos porque me siento tan solo un poco más despierto.

Harriet abre la puerta, aún estoy envuelto con la toalla cuando ingresa y me entrega la ropa.

—¿Revisaste mis cajones? —inquiero arqueando una de mis cejas.

—Sí, y no hallé nada interesante —responde con una sonrisa burlona.

La sensación de alivio por el baño no me dura tanto como me hubiese gustado. Me seco un poco el cabello mientras vuelvo a la cama.

—Toma esto también —miro a Harriet acercarse con un par de pastillas blancas. Opto por no replicar y tomarlas, mi garganta se cierra contra el agua lo que me produce un nuevo ardor combinado con dolor.

Mi cuerpo agradece cuando vuelvo a la cama, Harriet me cubre con las sabanas y cuando abro los ojos, la miro con una leve sonrisa en los labios.

—Descansa —dice. Extiendo la mano hacia ella y no duda en tomarla—estaré abajo, por si necesitas algo.

—Ven aquí —tiro de ella, el sonido de su risa me envuelve mientras no protesta y se acerca, no se coloca a mi costado, sino que queda apoyada contra las almohadas y la pared, envolviendo los brazos alrededor de mi cuerpo.

Recuesto la cabeza contra su pecho, sus manos comienzan a trazar una caricia suave por mi cabello. La sensación de fatiga se apodera de nuevo de mi sistema causando un suspiro cansado.

—Eres un bebé —dice mientras continúa con las caricias—. Quien lo diría, el chico bueno del Hockey comportándose como un bebé cuando está enfermo.

—Estoy muriendo, puedo hacer lo que me venga en gana —objeto con lentitud.

—No puedes morir, o de lo contrario cobraré de tu seguro la cantidad correspondiente por romper el contrato.

—No hables de contratos, estrellita.

—Que no me digas estrellita —reclama.

Lleva días intentando que deje de llamarla así. Siempre dice que es porque le recuerda a su abuela, pero me rehúso a hacerle caso.

—No hables de contratos —repito con lentitud.

Soy capaz de sentir el latir de su corazón, la calidez de Harriet me envuelve mientras sus manos acarician mi cabello y parte de mi espalda.

—Canta algo para mí —pido débilmente.

—¿Quieres que cante algo para ti? —inquiere con curiosidad.

Muevo la cabeza en un asentimiento.

—De acuerdo —accede.

Pasan algunos segundos en los que supongo está recordando alguna letra de canción, pero cuando lo hace, Dios mío, su voz cantando tan cerca de mí, sin el ruido de los fans, sin el eco del micrófono, solo su voz, su dulce y preciosa voz.

Un sonido casi angelical, que me envuelve y me hace sentir como si estuviese llegando al cielo. Tal vez es porque ya morí y no me he dado cuenta.

Pero cuando una nueva caricia explora mi cabello, me doy cuenta de que sigo aquí, y que nunca antes alguien me ha hecho sentir de esta forma.

Tan bien, tan seguro, tan...feliz.

Nunca nadie me ha hecho sentir, de la manera en la que Harriet Campbell lo hace. No quiero dejar de sentir esto, escuchando su voz, escuchando la suave melodía que me envuelve, decido que haré absolutamente todo, para garantizarme tanto tiempo a lado de Harriet como sea posible.

(...)

Paso las siguientes horas durmiendo, mi cuerpo parece en verdad necesitado de un largo descanso. La fiebre baja, o al menos es lo que siento para cuando despierto. La noche ha caído, Harriet está ahora sentada cómodamente en la silla frente al escritorio, tiene los auriculares puestos y mueve la cabeza al ritmo de alguna canción.

Aún tengo un leve picor en la garganta, pero el dolor ha disminuido considerablemente.

Me mantengo observándola hasta que voltea, una sonrisa se extiende por sus labios mientras se quita los auriculares y se incorpora.

—¿Cómo te sientes? —pregunta acercándose. Coloca la mano en mi frente, y luego se inclina hacia la mesita de noche para tomar el termómetro.

Levanto el brazo cuando ella lo acerca, y luego se coloca justo a mi lado.

—Creo que ya no estoy muriendo —murmuro—pero creo que estuve cerca de estarlo porque escuché a un ángel cantar, creo que me he enamorado de ese Ángel.

Harriet ríe, echa la cabeza hacia atrás mientras sus hombros se sacuden por la risa.

—¿Debería estar celosa de ese ángel?

—No lo creo —respondo con una sonrisa —seguramente solo podré escucharla cantar otra vez si vuelvo a estar cerca de mi muerte.

—Seguramente podrás escucharlo de nuevo —dice con una sonrisa tirando de sus labios —a lo mejor se compadece de ti.

—Espero que sí, porque fue maravilloso. Tenía una voz preciosa, casi angelical —aprieta los labios intentando retener la sonrisa— el mejor canto que he escuchado en mi vida.

—Eres ingenioso para los cumplidos —susurra.

—Lo sé —le dedico un guiño en el segundo en el que el termómetro emite un sonido.

Harriet toma el termómetro y lo mira, parece satisfecha con la temperatura así que se incorpora. Camina hasta el escritorio y retengo el quejido cuando la miro tomar de nuevo las pastillas.

—¿De nuevo?

—No esperarás que se quite por completo con solo una toma —dice con obviedad— no seas bebé y tómalo.

A regañadientes lo hago. El dolor en el cuerpo sigue presente así que opto por seguir en cama, solo me levanto cuando siento que mi vejiga está a punto de estallar, pero no dudo en volver a mi cama luego de eso.

—Tengo que irme —son cerca de las ocho cuando Harriet ingresa a mi habitación, trae un poco de fruta en un plato que deja en la mesita de noche y parece comprobar los horarios del medicamento— Marcus me necesita en la disquera, pero volveré.

—No es necesario que vuelvas —le digo —estaré bien.

—La fiebre puede volver —dice mientras se coloca la chaqueta—volveré, aunque un poco tarde. Procura no estar al borde de la muerte, o me pondré celosa de que escuches a ese ángel otra vez.

Me rio un poco.

—De acuerdo, lo intentaré.

Se acerca, sonrío cuando se inclina contra mi cuerpo y deja un corto beso sobre mis labios. El gesto se siente personal, intimo.

—Adiós —sigo sonriendo aún cuando ella se marcha.

Recupero mi celular, leo algunos mensajes pendientes y respondo a los que son necesarios, como el de mi entrenador y mi madre.

No tengo mucho que hacer en casa, como la fruta que Harriet ha dejado en la mesita de noche y decido aprovechar el tiempo para ver alguna serie. No vuelvo a salir de la cama, el dolor de cabeza vuelve cuando apenas he pasado media hora mirando el televisor así que lo apago, y cierro los ojos.

—No es cierto —mascullo cuando siento de nuevo el calor en mi cuerpo. Un leve escalofrío me recorre y me cubro con las sábanas.

No me doy cuenta en qué momento cierro los ojos, y me quedo dormido.

No despierto hasta que Harriet vuelve, mi cuerpo vuelve a sentirse tan cansado y definitivamente la fiebre ha vuelto.

—Levántate, chico bonito —su voz me envuelve— necesitas una segunda ducha.

—Definitivamente no —me quejo aferrándome a las sábanas —y puedes decirles a tus guardias que vengan y me obliguen. No me importa.

Ella ríe, no protesta y un par de minutos después, lo que creo que son minutos, siento algo frío en la frente y me estremezco.

—Voy a morir —me quejo.

Escucho su risa y luego sus manos acariciarme.

—Bueno, estás de suerte, porque podrás escuchar a ese ángel cantar, ese que te tiene casi enamorado.

Sonrío sin abrir los ojos.

—Que suerte la mía —susurro.

Harriet se acomoda a mi costado y justo ahí, vuelve a cantar.

(...)

Despierto a la mañana siguiente sintiéndome apenas con energías.

—Buenos días, dormilón —me despabilo cuando Harriet ingresa.

Lleva puesto una de mis camisetas de entrenamiento, le queda un poco suelta y llega hasta la mitad de sus muslos. Tiene el cabello levemente despeinado, pero luce preciosa. Sus piernas relucen, un perfecto par de piernas torneadas y firmes que hacen que desee tenerla en la cama conmigo para algo más que dormir.

Harriet pasó la noche en mi departamento, dormimos en la misma cama y juro que fue la sensación más increíble del mundo. Refugiarme en su pecho, sentir la manera tan dulce en la que cantaba, es un recuerdo que, si pudiera, tatuaría en mi memoria para no olvidarlo jamás.

—¿Quieres comer algo? —inquiere— ¿O deseas que te traiga la comida?

—Gracias por el ofrecimiento, pero quiero salir de la cama —sentencio apartando las sábanas.

—Bueno, en ese caso, bajemos —dice haciéndome un gesto con la cabeza.

El olor a café llega hasta mí cuando llegamos a la cocina, mi estomago comienza a protestar y solo en este punto me doy cuenta que lo ultimo que comí fue el plato de fruta que Harriet me entregó.

—Hice huevos con tocino, hay fruta, café y pan tostado —dice con una sonrisa orgullosa— no soy tan buena cocinera, pero hice mi mejor esfuerzo.

Nos vemos hasta el comedor.

—Encontré un recetario —dice —no sabía que cocinaras.

Me mira de forma curiosa, me aclaro la garganta porque el recetario no es mío.

—En ocasiones —respondo con una sonrisa—gracias.

Tomo el plato que ella desliza por la mesa, sirve un poco de jugo en el segundo en el que el timbre suena. Cuando intento incorporarme para ir y abrir, ella me detiene.

—Voy yo —dice.

—Gracias —le sonrío y la miro ir hacia la puerta.

Me llevo un poco de los huevos a la boca y mi paladar agradece el sabor, el café sabe a gloria, apenas y comienzo a disfrutar cuando reconozco la voz de la persona que llegó, y me pongo alerta.

Bajo de la silla, me olvido del malestar mientras camino hacia la entrada y veo a Arthur hablando con Harriet.

—¿Qué haces aquí? —desde nuestra pelea en los vestidores no hemos hablado mucho, apenas y cruzamos palabra. Él no se disculpó por hablar de Harriet de esa forma, y a pesar de que se trata de mi mejor amigo, no iba a ser yo quien diera el primer paso para una solución.

—Frank dijo que estás enfermo —dice—los chicos nos preocupamos, tú nunca te enfermas.

—Una simple gripa.

—Es un mentiroso —dice Harriet y mi amigo la mira— fue infección de garganta y ha tenido fiebre desde ayer. Probablemente necesite ir al médico y...

Deja de hablar cuando nota la mirada que Arthur le dedica.

—Y no me preguntaste a mí —dice con una sonrisa incómoda —estaré arriba.

Atraviesa la sala, cuando está al borde de las escaleras, Arthur habla.

—No tienes que irte —dice —lo siento, en realidad vine porque quería disculparme con Logan, pero...ya que estás tú aquí, he sido demasiado borde contigo, Harriet.

Ella me mira, luego a Arthur.

—Lo lamento.

—No hay problema —dice mi chica moviendo la cabeza—sin resentimientos, no te preocupes.

Lo miro, Arthur parece un tanto aliviado, pero no lo suficiente.

—Este fin de semana es mi cumpleaños, sería genial que ambos vinieran —dice— todos los chicos irán con sus parejas.

—Probablemente Harriet tenga ocupaciones —respondo antes de que ella pueda hacerlo —pero haremos lo posible.

—Logan, lo siento, amigo —dice con sinceridad—por el puñetazo y lo que dije.

Soy consciente de como Harriet eleva una de sus cejas y me mira con diversión, luego cuando Arthur se disculpa otra vez con ella, sonríe de esa forma dulce que tanto me encanta.

—Haremos lo posible por ir, gracias por la invitación —responde— iré a arriba.

La miro subir las escaleras, sus piernas se muestran a la perfección y me molesta el hecho de que Arthur pueda verlas también.

—Después de como has hablado de ella, no esperarás a que de verdad la lleve —me cruzo de brazos.

—Logan, estoy diciendo la verdad —insiste—fui un idiota y me he disculpado con Harriet. No volveré a hablar así de ella.

Lo miro con desconfianza.

—Me alegra ver que estás mejor, espero que puedan venir a la fiesta —no espera una respuesta, se da la vuelta y se marcha de la casa.

No vuelvo de inmediato a la cocina, me quedo ahí y apenas escucho los pasos suaves de Harriet.

—Si no quieres que vaya, no lo haré —giro para conseguir mirarla. No luce molesta, al contrario, me mira casi con comprensión.

—No es eso, quiero que vayas, pero no confío en mis amigos. No quiero que puedan hacerte sentir incómoda.

—Oh, de eso no te preocupes —dice con seguridad— en realidad me emociona el hecho de conocer a tus amigos.

—Así que, ¿quieres ir?

—Claramente, si tú quieres llevarme.

Sonrío, me acerco hasta rodear su cintura con uno de mis brazos y apegarla a mí.

—Entonces asegúrate de estar libre este fin de semana, estrellita. Porque conocerás una verdadera fiesta.

Me inclino, mis labios atrapan los de ella y Harriet envuelve los brazos alrededor de mi cuello. Las sensaciones nos envuelven y me siento cautivado.

Y justo en ese instante me cuestiono, ¿Cuánto tiempo falta antes de que caiga por completo ante ella?

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