Capítulo Veintiséis
No iba a negar que tenía muchísima curiosidad por Godrik, no solo por lo que acababa de decir, no solo porque hubiese reconocido que solo quedábamos él y yo de hadas de fuego, sino porque hablaba con una sensación de superioridad que me parecía... extraña.
Sí, era un hada de fuego y según las normas que existían y las leyes, que los Tark habían creado, se suponía que era más importante que otros tipo de hada. Eso era cierto, pero en el poco tiempo que llevaba conociéndolo, su arrogancia se me había hecho pedante. Cada vez que abría la boca demostraba lo importante y poderoso que era sin importar si ofendía o molestaba a alguien, Salvatore era el ejemplo de lo que acababa de decir, Godrik lo había puesto en su sitio con unas cuántas palabras, sin elevar el tono o enfadarse. Hablando con mucha tranquilidad y sin inmutarse.
Me mantuve en silencio esperando a que alguien dijese algo, como que la reunión había acabado, que no estaban de acuerdo o cualquier cosa... Pero nada, no hubo nada. Solo silencio. Una a una miré las caras de los presentes. Matthew estaba serio, tenía la misma expresión que Charles cuando estaba pensando en algo concreto, se notaba que eran padre e hijo, aunque cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando me sonrió de forma disimulada.
Todos estaban muy serios, la presencia de los Tark los intimidaba. No obstante, Salvatore tenía la cara totalmente desencajada, por lo que lo sabía de él de estos meses, estaba muy enfadado. Nada había salido como él quería y que Godrik se quedase aquí le complicaba todo, no podría hacer ninguna de sus jugadas para echarme o recuperar el poder, solo tendría que obedecer sin decir nada.
—¿Y bien? —preguntó Godrik moviendo sus dedos de forma grácil, creando pequeñas llamas en las puntas de estos, lo que generó un poco de estupor en algunos miembros del consejo—. ¿Tenemos un acuerdo?
—Sabes que sí lo tenemos —repuso la Tark de ojos azules.
—Mientras me quede aquí, tú serás las que tendrá la última palabra, Nwyon. Es la que te quedas a cargo. Aunque sabéis dónde encontrarme por si hay algún tipo de problema.
—Godrik, ¿está seguro de lo que vas a hacer?
—Totalmente. Estaré el tiempo mínimo, no os preocupéis —volvió a repetir, pero eso no parecía tranquilizar a la mujer de los ojos azules—. No me pasará nada.
—Hay riesgos...
—¿Y qué propones, Nwyon? Alguien tiene que enseñarle a Aerith todo lo que tiene que saber. No hay tiempo para otras cosas.
—Pero ¿quedarte aquí? En este tipo de casos sabes que...
—Ella no vendrá a donde vivimos —negó rápidamente Godrik—. No hay discusión posible.
Nadie de los Tark dijo nada más, se levantaron de sus sitios y se sacaron las túnicas, como si hiciera tiempo que quisieran hacerlo. Todos iban vestidos de la misma forma, con ropas cómodas pero que aparentaban ser caras, pero eso no era lo que más me llamó la atención de ellos. Sin esas capas que los cubrían vi bien sus alas: esplendorosas, grandes, y muy coloridas, llena de matices con los colores del tipo de hada que creía que son.
Eran preciosas. Me fijé en Godrik, que también se había quitado su túnica y en sus alas, que eran todavía más llamativas que las de los otros Tark, mucho más grandes.
Una parte de mí quería creer que no tenía alas porque las hadas de fuego no las tenían, que era algo característico nuestro. Sin embargo, al ver que Godrik las tenía, y que eran otra muestra de que eserasuperior a los demás, hizo que tuviese dudas.
¿Por qué yo seguía sin tener alas? En el tiempo que llevaba aquí todo el mundo se creía que me crecerían a medida que iba aprendiendo más a controlar mis poderes y sabiendo magia féerica, pero nada.
—Tú sabrás lo que haces, Godrik —murmuró Nwyon.
Los otros tres Tark empezaron a recitar unas palabras de forma constante y del mismo modo que habían aparecido en el reino, sin que nadie se lo esperase, se fueron. Desaparecieron sin dejar de pronunciar lo que supuse que era un hechizo.
—Muy bien, la reunión ha finalizado —anunció Godrik levantándose—. Aerith, sígueme.
Me levanté y lo seguí en silencio. Parecía que conocía bien el lugar, quizá no era la primera vez que estaba aquí y sabía a dónde dirigirse ya que iba por los caminos correctos hasta que salimos fuera. De nuevo, justo como antes, las personas que lo veían se quedaron asombradas, incluso algunas se arrodillaron ante su paso, como si fuera normal.
Me mantuve en silencio, esperando que fuese él quien empezase la conversación, porque yo no sabía qué decir, estaba demasiado sorprendida por todo lo que acababa de ocurrir.
Según lo que habían ordenado los Tark, la que mandaba en este reino era yo, la que tenía el poder, la máxima autoridad.
Lo que no entendía era el motivo por el que mi madre y Charles habían ido a buscarlos para que impusieran su criterio y lo que creían, ¿no confiaban en que pudiera tomar yo misma el poder? ¿O era que conocían lo suficiente a Salvatore para saber que no iba a dejarlo ir de forma tan fácil?
—Estás muy callada. —Godrik se sentó en el suelo en los límites del reino, justo donde se encuentraban las barreras—. Y me sorprende, no sueles ser una persona que se calle.
—¿Cómo sabe que no me callo?
—Antes te he dicho que me tuteases, tú podías hacerlo. Somos lo mismo, Aerith. Dos hadas iguales.
—Tú eres un Tark y yo...
—Y tú eres más de lo que crees —me interrumpió y volvió a mover los dedos mientras creó pequeñas llamas—. Respondiendo a tu pregunta te conozco muy bien, Aerith.
—Acaba. —Al ver cómo alzaba una ceja, me corregí—. Acabas de conocerme, no puedes saber cómo soy.
—He estado observándote durante mucho tiempo, Aerith. Desde que empezaste a manifestar lo que eras, cuando eras pequeña. Desde donde vivimos los Tark podemos ver a quién queramos, su pasado y su presente.
—Si es así, ¿por qué no hicisteis nada? —reproché con rabia. Si lo sabían todo podrían haber evitado la muerte de Hebe.
—No podemos intervenir si no nos llaman. Además, en esos momentos no estabais en ningún reino, no podíamos aparecernos ahí. Era demasiado peligroso para nosotros.
Por el tono que usó no se estaba disculpando ni buscaba una excusa. Dijo las cosas tal y como eran.
—Que me hayas observado no quiere decir que me conozcas.
—Lo sé todo de ti, Aerith. Tus virtudes, tus defectos, tus puntos fuertes, tus debilidades... —comentó—. Sé lo que vas a pensar antes de que tú misma lo pienses. Eres muy predecible para mí en ese sentido.
—¿Todo? —eso me pareció demasiado íntimo, había cosas de mi vida que solo me gustaría conocerlas yo.
—Todo —mi pregunta le hizo gracia, porque se rio—. Sí, también sé de tus historias de amor. Con el vampiro que tenéis en el calabozo y con el hombre lobo que ha vuelto a por su manada. Cuando he dicho que lo vemos todo, me refiero a absolutamente todo.
Se estaba mofando de mí, por eso hablaba de esa forma. Era su manera de decirme que no le gustaba lo que había hecho y que también lo sabía. Mi último beso con Gael no se lo había dicho a nadie, aunque Alex y Matthew se suponían lo que había pasado.
—¿Y no te aburres observando mi vida?
—Estás a la defensiva, qué gracioso. —De la nada creó una bola de fuego que se fue pasando de mano a mano—. No te estoy juzgando aunque creas que sí. Puedo ser el que crea las leyes, pero soy mucho más abierto de mente que muchos otros Tark. Pero ya sabes, al final por mucho que yo sea el que mande más... la democracia es así.
—¿No me juzgas? —pregunté, sorprendida.
—Para nada, lo que hagas con tu vida me importa bien poco —sonreí para luego reír—. Como si quieres dejar de ser virgen, me importa poco por no decir nada. A mí lo que me importa es que controles tu poder y puedas defenderte sin tener que depender de nadie y que así puedas gobernar con tranquilidad.
—¿Por?
—Yo sí creo que os van a atacar. Eres la última hada de fuego, sin tenerme a mí en cuenta. Yo soy un Tark, no saben dónde estoy ni podrán encontrarnos nunca. Hay demasiados indicios de que eso ocurrirá, solo necesitas estar preparada. Ahora no lo estás.
—¿No podéis observar a los vampiros y a Kier para saber si nos van atacar? Se supone que lo veis todo.
—Vemos todo siempre y cuando haya un hada cerca. No podemos observar todo lo que sucede en el mundo, no funciona de ese modo.
—¿Entonces?
—Es algo extraño de entender, pero los poderes de las hadas van muy ligados a la naturaleza. Por decirlo de alguna manera, podemos ver todo lo que ocurre a través de los vínculos de nuestra especie con la naturaleza, ver el pasado y el presente. Es mucho más complicado de lo que acabo de decir y tampoco te lo voy a contar todo, es uno de los secretos de los Tark.
—¿Por qué estaban tan preocupados por ti?
—Esta es la Aerith que he observado —volvió a reírse—. Lo estaban porque no sé si sabes que el tiempo aquí y en donde estamos los Tark va totalmente distinto. Mi cuerpo está acostumbrado a ello y puede perjudicarse, son muchos años ahí.
—¿Cuántos?
—Es lo de menos, Aerith.
Sin avisar, desplegó todavía más sus alas y se alzó del suelo, mirándome por encima. Y de nuevo, tuve envidia de esas alas. Quería tener unas así, poder volar... ¿Era la única hada sin alas?
—¿Por qué no tengo alas? —le pregunté esperando que supiese la respuesta. Parecía conocerlo todo así que tenía la esperanza que me dijera lo que llevaba tanto tiempo queriendo saber.
—Porque no las tienes.
—Pero ¿sabes por qué?
—De hecho, sí. Sí lo sé.
Esperé que dijese algo más, y así solucionar mis dudas, pero Godrik estaba muy absorto en sí mismo, siguió creando fuego mientras volaba. Era como si se hubiese olvidado de que estaba ahí a su lado.
—¿Y bien? —insistí.
—Que lo sepa no quiere decir que te lo vaya a decir, Aerith.
—¿Por qué?
—Porque no quiero, así de simple. Quien tiene el control de la situación soy yo.
—¿Vas a responder a alguna de mis preguntas?
—Sí, a alguna sí. Por ejemplo, tu madre y tu tío contactaron con nosotros desde el reino Koraha, en los desiertos. Nos sorprendió mucho de que lo hicieran estando tan lejos de su reino, pero después lo entendimos todo. O al menos yo, y como yo mando se hizo lo que quería.
—Eres un arrogante —no me callé lo que pensaba.
—Y tú directa —apuntó—. Cuando tienes la edad que tengo yo y ninguna otra hada de fuego ha durado tantos años como tú ni llega a tu poder, eres arrogante. Porque puedes serlo. —Godrik bajó al suelo y sus alas volvieron a colocarse en estado de reposo—. Con el fuego se pueden hacer muchísimas cosas. No lo sabes bien.
—¿Como qué?
—Como esto. —De la nada creó una gran masa de fuego que empezó a tomar forma, convirtiéndose en una espada que parecía casi real—. Puedes dar forma a tu don para que tome aspecto físico. Y si no voy errado, tú podrás darle su forma final.
—¿Por? —demasiadas preguntas sin respuesta.
—Porque lo digo yo —espetó—. Y suficientes preguntas por el momento, toca empezar tu entrenamiento.
Comparando la forma en la que Alex tenía de enseñarme las cosas que no sabía, o los entrenamientos físicos de Andrea, los de Godrik no tenían ni punto de comparación.
A cuantos más días pasaban, más agotada estaba. Me exigía muchísimo y cuando estaba más cansada, era cuando me pedía más. No solo me enseñaba la mayoría de hechizos que se sabía de memoria y que servían para todo tipo de cosas, también me instruía a luchar usando el fuego, vigilando mis puntos débiles y reforzando los fuertes.
Poco a poco me iba saliendo todo, lo aprendía. El problema, además de lo negada que era con la magia feérica, era mi incapacidad de materializar el fuego, no podía darle forma.
Así fueron pasando los días, Godrik y yo pasando todo el tiempo juntos, lo que provocaba que los otros miembros me empezasen a mirar distinto, con mucho más respeto.
—Cada vez más poderosa, ¿me equivoco?
Me giré y vi a Gael, lo que me sorprendió, aunque no estaba solo, a su lado tenía a dos guardias. Sonreí e intenté acercarme a él para abrazarlo, desde que había llegado Godrik al reino no tenía el tiempo suficiente para poder verlo, no me dejaba. Pero cuando iba a hacerlo, el Tark me lo impidió con un gesto de mano.
—Estás entrenando, Aerith. No es el momento.
—Pero...
—Sé que quieres abrazar al vampiro, que no has podido ir a verlo porque no te he dejado. Tendrás tiempo más tarde. Y antes de que lo preguntes, lo he liberado yo.
—¿Tú? ¿Por qué?
—Porque tienes demasiadas cosas en tu mente, demasiadas preocupaciones y no te concentras del todo. Así que te he quitado una de ellas. Sé que podrías liberar tú al vampiro cuando te dé plenamente los poderes, pero conseguirías dividir más a la población. Así que al ser yo quien lo ha dejado libre no tendrás ese problema.
—¿Por qué me estás ayudando tanto?
—Porque el tiempo pasa demasiado rápido... —bisbiseó—. Vampiro, si quieres quedarte, hazlo. Solo no digas nada para desconcentrarla.
Las palabras que Godrik me dijo el primer día, las que me conocía más que yo misma y que sabía lo que pensaba antes de que yo misma lo hiciera, eran ciertas. Sabiendo que Gael estaba ya fuera del calabozo y que estaba más o menos libre, hizo que me centrase todavía más. Aunque seguía sin salirme la técnica que quería, frustrándome.
Dos semanas después de la interrupción de los Tark, Godrik decidió que era el momento para hacer un acto de forma oficial para otorgarme el poder. Su idea era hacer una ceremonia pública a la que todos tenían que asistir para ver cómo me proclamaba la reina de este reino. Era otra manera más de humillar a Salvatore, sabía que lo hacía por eso.
Todo estaba listo para ese momento, Alex y Matthew me miraban desde las primeras filas junto a Febe, que está con una gran sonrisa. La noche anterior habíamos dormido juntas y me había contado lo contenta que estaba aquí, que había hecho muchos amigos y que controlaba mejor que nunca su poder, que ya no crecían flores a su paso si ella no quería.
Tanto ella como yo evitábamos tocar el tema de Hebe, porque nos dolía demasiado recordarla. Aunque sí hablábamos de nuestra madre, ella la echaba muchísimo más de menos que yo.
—Voy a crear una corona y todo —me saludó Godrik haciendo gestos con sus manos para hacer lo que había dicho—. Ver la cara de Salvatore ante todas esas cosas es muy divertido. Intenta disimularlo pero no puede.
—Creo que te llevarías muy bien con Alex —comenté—. Él tampoco lo soporta.
—No me importan las otras hadas, solo tú y tus poderes. —Godrik acabó de hacer la corona, que era muy bonita toda de fuego y me la enseñó—. La cara de Salvatore será épica.
Y no se equivocó, Salvatore vi cómo Godrik me la puso, demostrándole una vez más que él estaba por encima y que yo también lo estaba.
Sin embargo, no pudimos hacer nada más, los escudos empezaron a vibrar. Había alguien sospechoso fuera del reino.
La mayoría de hadas salieron volando hacia ese lugar a toda prisa, al igual que Godrik, pero este me cogió de la mano para llevarme con él, guiñándome un ojo.
—Abrid las barreras —ordenó el Tark—. Y preparad la formación defensiva. No sabemos qué nos espera, así que estar atentos para atacar de inmediato.
Pero cuando Andrea abrió la barrera, con un gesto impedí que los atacasen, los había reconocido.
Entre mucha gente, estaba Blake con toda su familia.
jejej, siempre lo dejo en lo más interesante, lo sé
Muchos besos xx
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