Capítulo Quince
Alex tenía la mirada perdida. No se había dado cuenta de que ya no estábamos solos en la celda, que teníamos compañía. Salvatore había entrado y estaba pidiendo explicaciones por lo que acababa de pasar.
Sin embargo, parecía no importarle, estaba como ido, no podía parar de mirarse la mano derecha, que estaba llena de sangre y cuando parecía que iba a alzar la vista, se centró en el corazón que estaba en el suelo. Sus ojos estaban llenos de pánico, se movían de un lado a otro sin ver nada en concreto.
Tenía miedo.
Me acerqué un poco más a él para intentar ayudarlo, pero no sabía qué hacer o qué decir para que ya no tuviera esa expresión. Estaba ido, como si hubiese algo que le asustase de tal manera que no era capaz de reaccionar con nada, estaba en su propio mundo, luchando contra sus propios demonios y yo no podía hacer nada para sacarle de ese lugar en su mente y menos rodeada de otras personas.
No me esperaba que Alex reaccionase de esa forma tan visceral. Era un chico muy gracioso que siempre estaba haciendo bromas, la mayoría de veces para evitar que se hablase de él u ocultar lo que realmente pensaba. Controlaba muy bien todo lo que sentía en cada momento y vigilaba que la gente no supiese ver más allá de su rostro, sus emociones las mantenía a raya. No dejaba de ser un hada, le habían criado de este modo, esa era una de las cosas que siempre me repetía, que no tenía que dejarme llevar por lo que sentía en cada momento ya que nublaba mi juicio. No obstante, ahora no parecía que fuera así, ahí estaba él, de nuevo con la vista en lo roja que está su mano.
Si pudiera le daría un pañuelo para limpiarse o cualquier otra cosa, ahora entendía esa obsesión que tenía Gael en darme uno siempre que mataba a un vampiro y una de mis manos acababa igual, porque si yo tenía la misma expresión que tenía Alex... Sería difícil de mirarme sin hacer nada.
La expresión de Alex estaba perdida, vacía, tan indefensa. Parecía otra persona. No era el mismo de siempre.
Aunque tampoco podía juzgarlo, hubiera hecho lo mismo que él, es más, casi estaba a punto de matarlo por la manera en la que nos estaba provocando. Ese vampiro estaba jugando con eso creyendo que ninguno de los dos lo haríamos, que no nos atreveríamos a acabar con su vida. Si alguien hablaba del modo en el que ese vampiro había hablado de Hebe hubiera estallado, hubiese perdido el control del mismo modo que lo acababa de hacer Alex.
—¿No diréis nada? —exigió Salvatore mientras examinaba con sus ojos verdes la celda, centrándose en el cadáver del vampiro en el suelo, todavía tenía los ojos abiertos por la sorpresa del ataque—. Muy bien, tampoco hay mucho que negar, las evidencias son claras. Ya sabéis lo que tenéis que hacer.
Con un gesto de mano a los guardias que estaban con él, rodearon a Alex e intentaron retenerlo. El chico se resistió a usando sus poderes y dando golpes a todo aquel que se le acercase.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté a Salvatore—. ¿Qué se supone que es esto?
—El castigo por desobedecer ordenes —respondió sin ni siquiera mirar a Alex—. Nadie podía entrar aquí, estábamos intentando obtener respuestas del prisionero con nuestros métodos. Pero por vuestra incompetencia no podremos hacerlo. Lo habéis estropeado
—Hemos obtenido más respuestas que tú y tus soldados no han tenido en estos días —gruñí—. ¿Acaso no has escuchado lo que ha reconocido?
—Nadie ha escuchado nada, solo hemos visto cómo Alex arrancaba el corazón del prisionero, sin razones.
—¿Razones? ¿Quieres razones? Ha estado provocándonos desde que hemos entrado buscando respuestas y las hemos obtenido. No estamos mintiendo.
Alex, por otra parte, mientras que yo estaba intentando convencer a Salvatore de lo que habíamos escuchado, estaba luchando contra los guardias que intentan retenerlo y sobre todo con Isaiah, que era el que más insiste, evitando todos los golpes y con una sonrisa burlesca en la cara, disfrutaba de eso, estaba más que claro.
—¡Déjame en paz! —chilló Alex al ver que con sus poderes había conseguido retenerlo con unas lianas que salen del suelo alrededor de sus piernas.
—Cumplo órdenes —espetó—. Lo que deberías haber hecho tú.
—¡Para esto! —chillé al volver a mirar a Salvatore—. Alex no tiene la culpa de nada, toda es mía. Yo he sido la que ha querido venir hasta aquí, obtener respuestas. Tenía que comprobar algo. Si tienes que castigar a alguien, que sea a mí.
—¿El qué? —Salvatore no apartó su mirada de la mía. No podía decirle las verdaderas razones por las que habíamos venido aquí, porque estaría poniéndome en peligro a mí y a Gael. Estaba débil. No por el momento—. Tu silencio es la respuesta, Aerith. Alex debe estar encarcelado hasta que decidamos qué hacer con él por desacatar la autoridad. ¡Apresadlo!Ya estoy haciendo la vista suficientemente gorda para no castigar también a Andrea.
Un gruñido por parte de Alex fue lo que hizo que me girase, no pensaba en nada más que no fuera salvarlo, las plantas empezaron a quemarse en poco segundos, procurando no quemar a mi amigo. Una vez que tuvo las piernas de nuevo libres, le pegó una patada en el estómago a Isaiah.
—Déjame en paz, bastardo —bufó Alex—. Me tienes más que harto.
Isaiah alzó la vista, mirando de forma directa a Alex con sus ojos color entre miel y avellana con toques verdes, llenos de odio, había algo más, una historia entre ellos dos que no sabía. Los demás guardias intentaban cumplir su misión, pero me puse en el medio con la mano alzada llena de fuego.
—Aerith, sal del medio —exigió Salvatore —. Esto no va contigo.
—Todo lo que tenga relación con cualquier miembro de esta comunidad tiene que ver conmigo, Salvatore —contradije—. Soy una de las gobernantes, tengo que preocuparme por ellos. Y Alex no ha hecho nada, solo hacer lo que le he pedido. Sería injusto condenarlo por algo así.
—Querida nieta mía, habrá un momento en el que no podrás ampararte en las leyes para defender tus tonterías, no podrás salvar a todo el mundo.
Del mismo modo que habían llegado, sin previo aviso, se fueron a toda velocidad, dejándonos a Alex, Andrea, Matthew y a mí en la celda.
—Andrea, ¿puedes convocar una reunión? —le pregunté —. Hay ciertas cosas que me gustaría discutir con los demás miembros, hay que aclararlo y quiero las demás opiniones.
—Sí. Matthew ve a avisar a tu padre —murmuró camuflando una orden—. ¿Podrás quemar el cadáver?
Asentí y se marcharon dejándonos de nuevo a Alex y a mí.
—Nunca habías matado a nadie, ¿verdad? —asumí mientras empecé a hacer lo que Andrea me había pedido. Mantuve la mirada en mi amigo, hasta que él la aparto.
—¿Por qué esa pregunta? —se le entrecortó la voz aunque intentó disimularlo
—Por tu actitud —afirmé y seguí mirándole, con el reflejo del fuego sus ojos brillaban todavía más de lo normal. Se estaba haciendo el fuerte y por ello no quise insistirle más—. Yo cuando maté a mi primer vampiro también tenía esa misma expresión de pánico. No sabía cómo actuar o lo que hacer, me quedé quieta mirando lo que acababa de hacer.
—¿Y qué hiciste para superarlo? —musitó—. Yo no puedo parar de mirar lo que he hecho, ¿debería de sentirme culpable?
—¿Quieres sentirte así? —rebatí—. Yo no me sentí así, aunque parezca extraño. Es una de las cosas que más me extrañaban, mi nulo remordimiento.
—Yo... No lo sé, Aerith. Se supone que me han entrenado para esto, por si pasa en un futuro y no puedo con ello, no puedo repetirme lo que he hecho en la cabeza. ¿Cómo lo hiciste?
—Alguien me hizo ver un poco más allá de lo que acababa de hacer.
—No he podido controlarme —confesó—. En el momento en el que ha hablado de mi padre he perdido el control de mí mismo y sé que me he equivocado, que debería haber sido mucho más racional. El problema es que ese tema sigue siendo uno de mis puntos débiles. Nunca pude despedirme de él, Aerith. Estábamos muy unidos y de un día para otro...
—Alex, no tienes por qué contarme nada de ese tema si quieres. Entiendo que te duela.
—Me has defendido, sabíamos que era importante para ti pero no sabia que tanto —bromeó intentando quitarle hierro al asunto, pero no consiguió sonreír de verdad, solo era un pequeño esbozo de lo que solía hacer—. Nadie esperaba ese ataque, fue inesperado. No tengo muchos recuerdos de eso porque yo era pequeño, pero, Aerith, fue todo muy extraño.
—¿Por?
—Perdimos a mucha gente, muchas hadas perdieron la vida intentando proteger el reino, tanto hombres como mujeres. Todo lo que sé me lo ha contado mi madre, pero yo confío en ella, sé que no me miente.
—No te estoy entendiendo Alex —al ver que el cuerpo ya había sido reducido a cenizas, detuve el fuego con un simple gesto—. No sé de lo que hablas o...
—Justo días atrás mi padre había casi exigido ir a otro reino para comprobar si ahí estaba el hada de fuego, había enviado cartas pero ninguno decía que había nacido en uno de ellos. Y también planteó la posibilidad de que fueras tú, es decir, el bebé de Camille. Los ancianos determinaron el año en el que iba a nacer, tú entrabas en esos cabales.
—Pero que yo recuerde, Matthew ya sabía dónde encontrarme, ¿qué cambió? Porque lo tenía claro, sabía que era yo desde un primer momento.
—Después de la muerte de tanta gente, Salvatore fue un poco más tolerante de lo que solía ser. Dejó que su hijo investigase lo que mi padre había planteado en un primer momento. Sin embargo, eso no fue el motivo por el que no puedo obviar ese hecho y para que me siga afectado, Aerith. —Suspiró y se pasó la mano por el pelo mientras me miraba—. El ataque fue extraño, lo he dicho antes. No solo porque fue inesperado, que eso es entendible, lo raro es que sabían demasiadas cosas: los puntos por los que entrar, a quién atacar primero y podría seguir. —Analicé las palabras repitiéndolas una por una en mi mente y saqué una cosa en claro. Alex daba por hecho que alguien ayudó a los vampiros años atrás, que había un traidor en este reino y por su tono de voz, lleno de rabia, sabía a quién se estaba refiriendo—. ¿Sabes que es lo más curioso? —siguió—. Que del círculo más cercano de Salvatore no murió nadie, todos siguieron con vida, como si nada.
—¿Estás insinuando lo que creo que haces? —susurré para que solo me escuchase él. Lo que estaba diciendo era algo muy grave.
—Sí, Aerith. Lo hago. El problema es que no tengo ningún tipo de prueba de ello, ni mi madre tampoco.
—Sigo sin entender muchas cosas —admití—. Si pensáis así, ¿por qué no os habéis ido a otro reino? Es mucho más fácil y sencillo. Sin contar que si os escuchan... no creo que Salvatore acepte unas disculpas.
—El orgullo, así de simple. Tanto yo como mi madre somos demasiado orgullosos para irnos, sería perder contra Salvatore. Y odiamos hacerlo. Algún día, aunque sea más tarde que pronto, tendremos pruebas de lo que creemos y tendremos justicia.
—¿Por qué me cuentas esto? No dejo de ser familia de él y...
—Nadie elige su familia —me interrumpió—. Y tú no eres para nada como Salvatore, ni ninguno de sus estúpidos seguidores.
—¿Como Isaiah?
—No, a ese no lo soporto. Tengo otros motivos, empezando porque no tiene nada de personalidad y hace todo lo que le dicen. Absolutamente todo. Ahora lo mejor es que vayas a lidiar con Salvatore, te estará esperando.
En silencio me acompañó hasta la sala de juntas, donde conocí por primera vez a Salvatore. Entendía sus sospechas, todo era demasiado extraño para que se tratase de una casualidad. El problema era que no había ningún tipo de prueba y, pese a que Salvatore fuera serio, exigente y muy rígido en cuanto a las normas, pese a eso, no quería creerme lo que decía, de ahí a ser cierto... era imposible. Tenía que serlo.
Tampoco quería rebatir mis dudas con Alex, no le haría cambiar de idea. No quería creer que un miembro de mi familia, aunque no tuviese relación, hiciera eso.
Podía no confiar en él, que no lo hacía, pero de ahí a haber dejado entrar a vampiros en su reino, muriendo así su gente.
—¿Qué se supone que es esto? —exigió en un gruñido Salvatore al verme entrar—. ¿Una reunión? ¿Por qué? ¿Quién la ha convocado y con qué derecho?
—He sido yo. Porque hay muchas cosas de las que tenemos que hablar —soné lo más segura posible mientras me sentaba en mi sitio, al lado de mi madre—. Sobre todo de las revelaciones que he tenido.
—¿Revelaciones? ¿Sigues con eso? Eres solo una adolescente que no sabe nada de nosotros e intentas asumir un rol que no te pertenece.
—Que yo recuerde —habló Andrea—, el hada de fuego tiene derecho a convocar reuniones si es lo que quiere. Sin contar que el rol sí le pertenece, tiene derecho a gobernar por ser lo que es —Salvatore suspiró, no obstante, eso no me amedrenta—. ¿Qué es lo que quieres decirnos, Aerith?
Empecé por el principio, aunque no dije en ningún momento cómo había llegado a la sospecha de que nos iban a atacar, solo admití que había salido fuera del reino en un par de ocasiones y que había visto cosas que no me parecían normales y que por ello había ido a interrogar al prisionero.
—Así que, según lo que dices —recapituló la mujer que siempre defendía a Salvatore, de la que seguía sin saber su nombre—. Ha admitido justo antes de morir, mientras estaba siendo torturado, que van a atacarnos.
—Exacto.
—No me parece ninguna prueba válida —siguió esa mujer—. Estaba hablando bajo tortura, hubiese dicho cualquier cosa para pararlo. No creo que tengamos que tener en cuenta ese aviso, no es real, no me lo creo.
—Pienso igual —apoyó otra hombre—. No podemos tomarlo como una amenaza cuando no hay pruebas que lo demuestran, solo es un aviso de un vampiro en peligro. Lo siento, esta vez no creo que tengas razón.
—Yo creo en la palabra del hada de fuego —dijo Andrea—. Nunca está de más tener precauciones, deberíamos estar más pendientes y tomar más medidas de seguridad. ¿Qué puede salir mal? Solo estaríamos más seguros.
—Y buscar pistas —añadió Charles, pensativo—. Indicios de lo que dicen es cierto y hablar con los otros reinos para obtener refuerzos. No somos suficientes para poder parar un ataque.
—No —interrumpió Salvatore—. No vamos a hacer nada de eso. No tenemos ningún tipo de prueba, no voy a quedar mal delante de los otros reinos solo por una mentira.
—Según las normas se debe votar —intercedió mi madre—. Y que el consejo decida lo que hacer con los resultados de la votación.
No me sorprendió ver que tanto mi madre, Charles y Andrea votaban a mi favor. Por contra Salvatore, esa mujer y el otro hombre lo hicieron en contra. Al haber sido yo la que había pedido la reunión no podía votar ya que no era imparcial.
—Empate —verbalizó Charles—. Y esta vez Aerith no puede desempatar al haber convocado ella la reunión.
—Queda desestimado entonces —anunció Salvatore con una gran sonrisa, disfrutando de la situación—. Al haber un empate decido yo, así que no se va a tomar ningún tipo de medida.
—Eso sí —dijo el hombre—, si se obtienen nuevas pruebas, se volverá a votar. No es un no rotundo.
Pero esa respuesta no me convenció. Salvatore había ganado esta vez.
Muchos besos xx
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