Capítulo Once
Gael.
No sabía cómo lo hacía pero siempre parecía estar en el sitio adecuado antes que yo, era como si supiese de antemano mis movimientos, lo que iba a hacer o mis actitudes y se adelantase a ellos para saber qué hacía o dónde estaba. Y a mí me reultaba muy extraño.
Si él estaba aquí era que conocía dónde se encontraba este reino de las hadas porque si no era así, demasiada casualidad. También dudaba que fuera por pura suerte, Gael nunca dejaba nada al azar, era demasiado meticuloso y perfeccionista para eso. Tampoco podía habernos rastreado hasta aquí, los hechizos de protección evitaban que nadie pudiera rastrear a un hada, nos protegían.
Nuestras miradas se cruzaron, examinándonos el uno al otro, vigilando los posibles movimientos que podíamos hacer. Estaba a una distancia considerable pero aún así podía distinguir a la perfección sus gestos o expresiones. Hacía tiempo que no lo veía, desde que me salvó la vida, una vez más, pero esta vez había algo diferente en él, pese a que seguía destilando seguridad en sí mismo, como siempre, sus ojos verde grisáceos expresaban algo que no sabía qué era.
—¿Qué haces aquí? —murmuré sin dejar de observarlo.
—Y tú, ¿qué haces aquí? —respondió haciendo lo mismo que yo, sin apartar su mirada de la mía—. ¿No deberías estar dentro del reino? A salvo.
Sonrió, pero al hacerlo hubo algo que no encajó. Su sonrisa fue opacada por un gesto muy sutil que no se me pasó por alto, frunció el ceño por unos segundos y fue cuando dejé de centrarme en sus ojos para intentar ver más allá de su cara. Seguía usando la misma ropa de siempre, tejanos y una camiseta de manga corta negra con un ligero cuello en forma de pico, pero tenía las manos con restos de sangre seca y algunos rasguños en los brazos que parecen recientes.
Una de las cosas que también me había enseñado Andrea, o lo estaba intentando todavía, era que supiese usar mejor mis sentidos, que estuvieran más desarrollados que los de un humano, por lo que intenté detectar algo fuera de lo común.
—Estás herido, ¿me equivoco?
—Vuelvo a decir lo mismo que he dicho antes, estoy orgulloso de ti, Aerith. Comparada a la chica que conocí en...
—No me interesa —lo interrumpí—. ¿Qué haces aquí, Gael?
—Hago lo que he hecho siempre, Aerith. Protegerte o, intentarlo.
—Y yo, se supone, que debería creerte, ¿cierto? —gruñí—. Nunca me has mentido ni nada parecido...
Me estaba empezando a incomodar la manera en la que me seguía mirando. Desde que nos habíamos encontrado cara a cara él no había apartado sus ojos de mí en ningún momento. Era demasiada intensa, tanto que me recordaba a Blake y su manera de observarme.
—Aerith, estar a la defensiva no es algo que me guste de ti, porque eres demasiado irracional.
—Siempre he sido irracional, es algo característico en mí, lo sabes. Siempre me has dicho que lo era, no debería sorprenderte. —Con cuidado, porque no me fiaba de él, acorté la distancia entre los dos. Al ver que Gael no hizo ningún movimiento extraño o se alejaba, le levanté la camiseta porque había notado un olor distinto al que solía desprender, y al hacerlo, vi una gran herida en su abdomen. —Estás herido —esta vez lo afirmé sin dejar de observarla, no sabría decir con qué estaba hecha, solo que era muy aparatosa y tebía sangre reseca por los alrededores.
—Lo estoy.
—¿Cómo? —la curiosidad seguía siendo uno de mis mayores defectos, no podía irme sin saber qué le ha pasado.
—Te lo he dicho, intento protegerte, Aerith. Y eso implica que a veces tenga que luchar contra otras criaturas sobrenaturales para ello.
—Mientes.
—No lo hago. Tenéis prisioneros a unos vampiros, ¿me equivoco? —al no negar lo que había dicho, Gael volvió a sonreír sabiendo que había acertado—. Se os escapó uno cuando os atacaron.
—Matamos a todos los que intentaron huir y capturamos a los otros.
—Todos... menos uno —repitió él—. Vi la lucha desde un sitio seguro y si te digo que uno se escapó, es porque fue así.
—¿Y por qué no lo mataste tú?
—Porque quería saber quién lo había enviado, lo rastreé hasta...
—¿Hasta?
—Jake —Bajó la voz y me observó, esperando que con ese nombre me rompiese o algo parecido, pero había aprendido con este tiempo que ese nombre solo tenía la importancia que yo quería darle, no podía afectarme, porque era justo lo que quería—. Fue él y Kier los que enviaron estos vampiros hasta aquí...
—Por lo que yo sé, es algo normal —interrumpí otra vez—. Lo hacen para intentar ganar el territorio, llevan años intentándolo.
—Sí, pero nunca se habían encontrado con el hada de fuego. Saben que estás aquí, y van a ir a por ti. Están preparando un ejército y buscando aliados.
—Eso no explica tus heridas.
—Sí lo hace, intento protegerte. He ido matando todos los vampiros que se han acercado cerca de vuestro perímetro de seguridad, ya fuese para rastrear o para atacarlos, de ahí mis heridas. —Sus ojos encontraron los míos y, por unos segundos me gustaría perderme en ellos como hacía cuando lo conocí de verdad y creía que podía confiar en él.
—¿Por qué? —espeté—. Sé tus intenciones, sé que has intentado usarme desde que nos conocimos. ¿Qué sentido tiene que quieras seguir protegiéndome? ¿Qué ganas tú con eso?
—Sabes la respuesta a todas esas preguntas... —susurró sin apartar sus ojos de los míos.
—Deja de mentir.
Su mirada descendió un poco hacia mis labios y, al hacerlo, me alejé lo máximo de él lo más rápido que pude.
Estaba enfadada por lo que estaba haciendo, estaba intentando usar lo que pude llegar a sentir por él para que siguiera estando de su lado, y no podía permitirlo. No podía sentirme débil de nuevo y dejarme llevar por las emociones. El hada de fuego tenía que ser racional.
Cuando casi estaba en el límite para poder entrar en el reino de las hadas, me giré al notar que estaba detrás de mí, con la mano izquierda llena de fuego, directa hacia su corazón, pero me detiene cogiendo mi mano entre las suyas pese a que se va a quemar.
—Hazlo —dijo sin apartar su mirada de la mía—. Sabes que si aumentas la temperatura de tu fuego no seré capaz de resistirlo por más tiempo. Estoy herido, te has dado cuenta, lo has visto. Por lo que, Aerith, mátame si es lo que quieres. Si tanto daño te he hecho y así te sientes mejor, aceptaré tu decisión. Eso sí, si lo haces mírame a los ojos. Mira cómo mi vida se escapa poco a poco de mi rostro y dame el placer de que sea tu cara la última que vea, mi último recuerdo...
Al escuchar eso hubo una parte de mí que quiso hacer lo que había dicho, matarlo, vengarme por todo lo que me había hecho pasar, por haberme mentido y por haber intentado utilizarme durante meses... Pero cuanto más tiempo estuve mirándolo a sus ojos verdes grisáceos, que ni siquiera parpadeaban, menos convencida estaba de hacerle caso a esas razones.
Al final, hice desaparecer el fuego de mi mano
—Vete.
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué no me has matado? Tienes razón en todo lo que has dicho, te he mentido, te he intentado usar... He matado a gente por mucho menos, y tú también lo has hecho.
—No lo sé —admití no muy convencida—. No sé por qué no puedo matarte, quizá es porque a pesar de todo lo que has hecho sigues diciéndome todo lo que sabes, lo acabas de hacer.
—Aerith, tu bienestar me preocupa.
—Jake y Kier quieren atacarnos, ¿no? —hablé de lo que me interesaba—. Es lo que has dicho.
—Sí. Quieren tener a los suficientes vampiros para poder ganar, no quieren arriesgarse como pasó en West Salem, no quieren dejar nada fuera de control.
—¿Cómo sabes eso? Solo seguiste a un vampiro... a uno.
—Tengo mis informadores —afirmó—. Y me cuentan todo lo que pasa en cada momento desde que se lo pedí hace poco. No quiero que Kier vuelva a sorprenderme con algún movimiento y mucho menos que te afecte a ti.
—¿Por qué no te estás curando? Deberías haberlo hecho.
—Porque necesito sangre. —Por la cabeza se me pasó la idea de ofrecerle la mía, pero la descarté de inmediato, había perdido la confianza en él—. Quería esperar a ver si te veía...
—Es decir, sabías que el reino de las hadas estaba aquí.
—Sí, lo sabía. Carlin me contó todo acerca de los reinos y de sus localizaciones, hasta me los mostró...
—Supongo que eso era antes de que la encerraras para tus propios objetivos —habló—, justo lo que querías hacer conmigo.
—Para nada, Aerith. No era lo que quería hacer contigo, es diferente, si me dejases explicarme.
—El problema es que no quiero. Vete, no diré a nadie que has estado aquí, puedes estar tranquillo.
—Eso es que te preocupas por mí, aunque no lo vas a admitir en voz alta, tienes mucho orgullo y me echas la culpa de muchas cosas que te han pasado, cuando sabes que solo tengo la culpa de haberte mentido y no haber admitido que al principio sí quería aprovecharme de ti, al principio. Todo lo demás, Aerith, fue real. Todo —me obligó a que lo mirase y aguanté su mirada para no mostrarme débil, lo único que quería era irme.
—Cállate, Gael. No quiero escucharte, vete. Te estoy dando una oportunidad, estás herido, no podrías con Andrea.
—Esta es la Aerith que conozco, la que duda, la que pese a que es fuerte tiene dudas entre lo que siente y lo que debe hacer. Tengo razón en todo lo que he dicho y sabes tan bien como yo, que no me odias, y que me has perdonado hace tiempo. Lo has demostrado cuando no has podido matarme.
—No hagas que me arrepienta de esa decisión.
—Aerith, no puedes matarme, ni yo puedo matarte a ti —intentó acariciarme, sin embargo, aparté su mano con violencia—. No me iré, seguiré estando cerca, porque ya te lo he dicho, una guerra se avecina y tienes que estar informada para que así estés a salvo.
Y desapareció con su super velocidad. Al quedarme sola, me mordí el labio intentando calmar mis respiraciones y relajarme. Gael me causaba demasiadas sensaciones, tanto buenas como malas, y lo odiaba. Necesitaba calma y él no me la aportaba.
Cuando estaba más o menos tranquila, entré al reino de las hadas y sonreí a todo aquel que me saluda, poco a poco las hadas que vivían ahí se habían acostumbrado a mi presencia y muchos de ellos me saludaban o me sonreían como si me conociesen de siempre, incluso muchos niños pequeños intentaban que jugase con ellos con mis poderes o que les mostrase el fuego.
Vi cómo Febe estaba jugando con los que son sus nuevos amigos, reía y se cayó al suelo por culpa de un niño que la había tirado, pero en lugar de enfadarse o quejarse sus carcajadas son todavía más altas y tira al culpable al suelo cuando intenta ayudarla a que se levante.
—De pequeña tú hacías lo mismo. —Me sobresalté un poco al escuchar la voz de Blake detrás de mí. No sabía que estaba aquí, había sido muy silencioso. Me giré para verlo y me estaba sonriendo, aunque por un segundo arrugó la nariz, pero lo disimuló por una sonrisa todavía más grande.
—¿Sí?
—Sí —confirmó con una risa—. Siempre que jugábamos tú y yo y acababas en el suelo cuando intentaba ayudarte me tirabas al suelo y te reías mientras decías que era un patoso.
—Parecen unos buenos recuerdos...
—Lo son.
—¿Por qué no dijiste nada? Podrías haber dicho que nos conocíamos de pequeños y...
—No podía, lo sabes. Te he dicho más de una vez que si tu alfa manda una orden no puedes desobedecerlo. Además, ¿me hubieras creído? No recuerdas nada de eso, tienes memorias falsas.
—No, no te hubiera creído —confirmé sus sospechas—. Aunque hay algo que no entiendo, de tus cosas de lobo. Tu padre te dijo que volvieras de inmediato a West Salem después de dejar a mi madre y a Febe, pero sigues aquí.
—Lo sé. Y una parte de mi instinto de hombre lobo me pide que regrese, otra me pide que me quede. Mi padre está muy lejos, quizá por eso puedo ser más laxo con sus órdenes o no hacerles caso.
—Tendrás que volver en algún momento, es lo que esperan de ti.
—Estoy algo cansado de hacer lo que se espera de mí o lo que me mandan, esas fueron una de las razones por las que te perdí, ¿por qué seguir?
—Porque es tu familia, Blake, y también son tu manada.
—Aerith, ahora mismo lo único que me importa eres tú. Eres mi familia.
Blake tan intenso como siempre, no cambiaba sus palabras pese a mis negativas ni tampoco perdía la esperanza. Hablar con él me estaba calmando todavía más, incluso estaba relajada.
—Cuéntame más —pedí.
—¿Sobre qué?
—Sobre nuestros recuerdos juntos, quiero que me expliques anécdotas de cuando era pequeña.
Me explicó que vivía en una casa al lado de la suya aunque era territorio de lobos, pero que ni a mi madre ni a su padre le importaba. Él y yo nos veíamos cada día y pasábamos casi todo el día juntos, que cuando empecé a mostrar mis poderes él estaba ahí y se reía de mis nulos intentos por poder controlar lo que hacía, también me contó que yo sabía que eran hombres lobos, que su padre nos llevaba a veces a pasear por el bosque encima suyo mientras era un lobo.
Todos parecían tan bonitos y divertidos, y no podía recordarlos, mi madre me quitó esa posibilidad.
—Cuando me viste por primera vez, ¿me reconociste?
—Sí y no. Por eso fui tan duro contigo, porque no quería admitir que estabas de vuelta. El día después de saber que te habías marchado me transformé por primera vez en lobo... mucho antes de lo que debería, pero tenía tanta rabia, Aerith. Te fuiste sin decir adiós.
—No fue mi culpa...
—Lo sé, ahora lo sé. Dile eso a un niño, que su mejor amiga, su compañera, se había ido a toda prisa y sin decir nada...
—Siento si fue muy duro para ti, Blake.
—El tiempo supongo que lo hace más llevadero, que convierte esos buenos momentos en recuerdos...
—Tú al menos los tienes, mi madre me quitó esa posibilidad. Y si no los he recuperado es que el elfo que murió no es el que me los arrebató, que es otro... y los elfos son escurridizos. No creo que los vuelva a tener nunca.
—Con respecto a eso, creo recordar el nombre de ese elfo. Escuché a mi padre decírselo a tu madre y no se me ha olvidado porque cada noche maldecía ese nombre porque por su culpa tú ya no sabías quién era.
—No creo que un nombre me ayude de mucho.
—Lo sé, pero algo es algo —murmuró—. Era una elfa la que te quitó los recuerdos, Mia.
—¿Mia?
—Ese es su nombre, la elfa se llama Mia. Pero no sé si está viva o no, porque al contrario del hechizo de protección de tu casa, este aunque mueran no desaparece, solo se puede quitar por magia élfica.
—Lo está, Mia está viva.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro